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IR A LA PAGINA PRINCIPAL ORÍGENES DEL PERRO DE AGUA ESPAÑOL CARACTERISTICAS DEL PERRO DE AGUA ESPAÑOL CITAS DEL PERRO DE AGUAS EN LA LITERATURA ESPAÑOLA. FOTOS  DE PERROS DE AGUAS Y LINKS MIS PERROS DE AGUA

Literatura española del siglo de oro:

En la obra de Antonio de Torquemada "Jardín de flores curiosas, en que se tratan algunas materias de humanidad, philosophia, theologia y geographia, con otras curiosas y apacibles" Año de 1575,  se dice lo siguiente de los perros:

  [1] "... que  los osos hacen algunas cosas en que parecen no carecer de entendimiento, porque luchan con los hombres sin hacerles daño ninguno, saltan y bailan conforme al son que se les hace; lo cual todos hemos visto; y yo vi uno tañer con una flauta, y aunque no diferenciaba los puntos, al menos, hacíala sonar. 

             [2]   Y  todo esto no se ha de tener en cuanto como lo que vemos que los perros hacen; porque, demás de lo que ya dije, vemos que responden a sus nombres cuando son llamados; ayudan a los que acompañan en las afrentas que les suceden; y también tienen su presunción y se desdeñan, conforme a lo que Solino escribe de los que se crían en la provincia de Albania, los cuales son los más bravos y feroces de todos los que se saben en el mundo; y así dice que un rey de aquella provincia envió presentados dos perros de estos a Alejandro Magno, cuando pasaba a conquistar la India, y queriendo hacer la experiencia de las cosas que de ellos le decían, hizo traer osos y puercos monteses, los cuales se echaron dentro de un campo cercado al uno; pero él, no solamente no arremetió con estas bestias ni procuró hacerles daño, antes, como perro temeroso y perezoso, se echó en el suelo y se estuvo quedo; lo cual visto pro Alejandro, enojándose de él, lo mandó matar luego, y así se hizo. Pero aquellos que habían venido con el presente, cuando entendieron lo que pasaba, avisaron a Alejandro que el perro, desdeñando tan pequeña presa como era la que le habían puesto delante, no había querido emplear sus fuerzas con ella, y que así, hiciesen la experiencia en el que quedaba, poniéndole delante otros animales más fieros. Alejandro mandó meterle con un león de demasiada ferocidad, al cual, arremetiendo con muy gran facilidad, mató; y mandando traer un elefante, el perro cuando le vio, pareciendo gozarse comenzó a saltar y hacer otras muestras se alegría; y después, comenzando a rodearle con muy grandes ladridos, tan buen maña se dio que vino a rendirle y a echarle tendido en el suelo, donde acabara de matarle si se lo dejaran.

             [3] También el rey Lisimaco tuvo un perro, que cuando vio hacer el fuego donde habían de quemarle después de muerto, conforme a lo que entonces usaban, le acompañó hasta que le echaron en él, y él también se echó juntamente y dejó quemarse, menospreciando la vida después de muerto su dueño. 

              [4] Y nos es menos de maravillar lo que acaeció siendo en Roma cónsules Apio Junio y Publio Silo, los cuales, por cierta causa, condenaron un caballero a muerte y la ejecutaron en él.. Tenía este romano un perro que había criado, el cual le acompañó el tiempo que estuvo preso en la cárcel; y cuando vio que le habían muerto y que así lo sacaban de la cárcel, le fue acompañando con unos aullidos tan triste, que ponían compasión y lastima a los que los oían; y trayéndole de comer, tomó los manjares que le dieron y los llevó hasta ponerlos junto a la boca del difunto, queríendole persuadir a que comiese de ellos; y últimamente, siendo el cuerpo, conforme a la sentencia, echado en el río Tiber, estando el perro presente, se metió al agua nadando, y metiéndose debajo de él, lo sustento encima de sí, hasta traerlo a la orilla; que fue cosa que a todos los que se hallaron presente dejó maravillados.

            [5] Dejando las cosas antiguas, ¿qué se puede juzgar de aquel perro llamado Leoncico, que pasó con un soldado cuando Colón comenzó el descubrimiento de las islas occidentales, el cual peleaba de tal manera en las batallas, que confesaban los indios tener muy mayor temor del perro que de veinte cristianos? Y lo más , si algún indio de los que habían prendido se soltaba y huía, no hacían más que decirlo a Leoncico como si hablaran con otro hombre, y así, luego por el rastro lo seguía; y era cosa maravillosa que, aunque estuviese entre mil indios, lo conocía y se iba derecho a él, y si se dejaba traer, no le hacían daño ninguno; peso si se defendía, no paraba hasta hacerle pedazos, sin que los otros indios fuesen parte para estorbárselo. Y esto era porque con el gran miedo que habían cobrado todos, que cuando veían venir al perro le dejaban el campo.

            [6] Y no menos lo que se vio poco tiempo ha en este pueblo donde estamos, en un perro casi como gozque que le conde D. Alonso tuvo, que se llamaba Melchorico, el cual hacía cosas que parecían imposibles en un animal irracional, si no hubiera tantos testigos de ellas; y así, el Conde gustaba tanto de verlas, que no apartaba de sí el perro; y cuando vino a morir mandó que le mantuviesen y regalasen, dejando ciertas cargas de pan situadas para ello; pero el perro, cuando vio al Conde muerto, no quiso comer bocado, antes estaba tal, que se conocían claramente en él su tristeza, y así, se dejó estar tres días; hasta que viendo que se moría, y deseando que viviese, por la lastima que de él tenían, un truhán que había en la casa, el cual contrahacía al Conde en el habla y en los ademanes, de manera que no viéndole parecía ser el mismo se disfrazó con unos vestidos suyos, y entró en la cámara donde estaba el perro, llamándole por su nombre y tratándole de la manera y con los halagos que el Conde solía tratarlo. El perro, engañado con esto, dando saltos de placer,  era cosa para ver lo que hacía mostrando toda la alegría del mundo, y así, comió muy bien de lo que trajeron, pero después conociendo el engaño que le había sido hecho, tornó a su tristeza primera, y no queriendo comer más bocado, se murió dentro de pocos días..."

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En la obra de Miguel de Cervantes Saavedra "El Coloquio de los Perros" (Novela ejemplar),  se dice lo siguiente de los perros:

BERGANZA.-Todo lo que dices, Cipión, entiendo, y el decirlo tú y entenderlo yo me causa nueva admiración y nueva maravilla. Bien es verdad que, en el discurso de mi vida, diversas y muchas veces he oído decir grandes prerrogativas nuestras: tanto, que parece que algunos han querido sentir que tenemos un natural distinto, tan vivo y tan agudo en muchas cosas, que da indicios y señales de faltar poco para mostrar que tenemos un no sé qué de entendimiento capaz de discurso.

CIPIÓN.-Lo que yo he oído alabar y encarecer es nuestra mucha memoria, el agradecimiento y gran fidelidad nuestra; tanto, que nos suelen pintar por símbolo de la amistad; y así, habrás visto (si has mirado en ello) que en las sepulturas de alabastro, donde suelen estar las figuras de los que allí están enterrados, cuando son marido y mujer, ponen entre los dos, a los pies, una figura de perro, en señal que se guardaron en la vida amistad y fidelidad inviolable.

BERGANZA.-Bien sé que ha habido perros tan agradecidos que se han arrojado con los cuerpos difuntos de sus amos en la misma sepultura. Otros han estado sobre las sepulturas donde estaban enterrados sus señores sin apartarse de ellas, sin comer, hasta que se les acababa la vida. Sé también que, después del elefante, el perro tiene el primer lugar de parecer que tiene entendimiento; luego, el caballo, y el último, la jimia*.

*jimia: simia o mona

 

En la obra, Fructus Sanctorum y Quinta Parte del Flos Sanctorum (1594), de Alonso de Villegas, se dice lo siguiente, de los perros:

[1] San Ambrosio escribe en el Exameron que en Antioquía mataron de noche a cierto hombre, el cual traía consigo un perro, que, no pudiéndole defender, estando muerto el cuerpo se puso junto a él y daba grandes aullidos. Venido el día, llegóse gente y admirábanse de ver el perro tan agradecido y fiel a su señor. Llegó entre otros el que le había muerto, conocióle el perro, arremetió a él, y asióle con sus dientes fuertemente, ladrando y aullando. Parecía querer dar a entender que era aquel el homicida, lo cual estaba oculto. Turbóse el hombre, y su turbación y lo que el perro hacía fue indicio bastante para ser preso, y en la prisión confesó su delito y pagó por él.

[2] En un cerco de Roma, entrando los contrarios con escalas en el Capitolio, ciertos gansos graznaron, y al ruido despertaron las guardas y defendieron la fuerza. Por este bien que les vino por medio de los gansos les fueron agradecidos, criando muchos en aquel propio lugar, con grande cuidado y regalo. Y, porque los perros no ladraron, cada año en aquel mismo día ahorcaban algunos.

[3] Tito Sabino tenía un perro fidelísimo, el cual le acompañó mucho tiempo que estuvo preso en Roma. Siendo sentenciado a muerte, saliendo a morir en las escalas Gemonias y, quedando allí muerto, el perro estaba con él y gemía terriblemente. Buscaba pedazos de pan y traíaselos, poniéndoselos en la boca. Fue echado el Sabino en el río Tíber y el perro le siguió, y, visto que le llevaba la corriente, poníasele al lado nadando, y sustentábale la cabeza, sacándosela fuera del agua, con admiración de toda Roma, viendo la gratitud de un animal con el que le había criado y mostrado tales señales de amor. Dícele Fulgoso, libro quinto.

[4] En Toledo murió cierto pastor y enterráronle en un cementerio que está a la puerta de la iglesia parroquial mozárabe de Santa Eulalia. Tenía éste un perro, el cual ha estado sin quitarse día alguno de junto a la sepultura por espacio de cinco años. Al tiempo que esto se escribe, que es año de 1592, está vivo, y yo le he visto allí diversas veces, y aun alguna bien de mañana en tiempo de lluvia, que todo lo sufre y padece. Llévanle allí de comer algunos, y si falta va a buscarlo, y la bebida, que le dan los vecinos de buena gana, golpeando para esto las puertas, y vuelve allí luego. Si ve a alguno de traje de pastor, como su amo, va y huele, y visto que no es él, vuélvese, mostrándose muy triste, como lo está de ordinario. Es de mediana estatura, blanco y con algunas manchas negras. Hánle perseguido muchachos hasta echarle de la torre abajo de aquella iglesia, según se dice; otros hacen hogueras donde está de ordinario; y otros, aficionándosele, le quieren llevar consigo. Mas cosa alguna no basta para que él deje de ser agradecido a su amo, y le acompañe muerto habiéndole acompañado vivo.

[5] Eleazar Escriba, persiguiendo el rey Antíoco Epifanes a los católicos, porque contra lo contenido en sus leyes no quiso comer carne de perro (ni otra que se podía comer puesta en su lugar, nombrándola de puerco, queriéndole con esta disimulación sus amigos librar de muerte), él vino a padecer tormentos graves, hasta perder la vida, con ánimo constante, escogiéndolo antes que hacer lo que no debía o dar mal ejemplo pareciendo que lo hacía. De modo que dio su cuerpo al verdugo para ser crudamente atormentado, porque el espíritu sin mácula de pecado, cometido o sospechado, fue ofrecido a Dios. Es del Segundo de los Macabeos, capítulo sexto.

[6] Estando Amón Ermitaño en el desierto, los padres de un mozo a quien había mordido un perro rabioso, lleváronsele y rogáronle que le sanase. El siervo de Dios les dijo: 

-¿Para qué venís a mí con ese? En vuestras manos está el remedio de su salud. Volved a la viuda el buey que hurtaste y sanará vuestro hijo. 

Los padres del mozo que esto oyeron, conociendo su pecado, restituyeron el buey, y luego el mozo quedó libre de su mal. Refiérelo San Atanasio

[7] Andando a caza Augusto César, hallóse una vez junto a él Diomedes, esclavo suyo. Y estando ambos a pie, vino para ellos un ferocísimo puerco montés. El esclavo, regido más por el temor de la muerte que por razón, asió fuertemente del emperador y púsole delante de sí para que el puerco envistiese primero en él, aunque atemorizado de los perros y de la grita de los cazadores dio la vuelta por otra parte. Los criados del emperador que vieron lo que hizo con él el esclavo, quisieron matarle. Mas estorvólo él diciendo que los temerosos y flacos de corazón, en peligros donde se aventura la vida fáltales el juicio y la razón.

[8] Vitoldo, duque de Lituania, a los que sentenciaba a muerte hacía poner dentro de pieles de osos y echar perros que los despedazaban. 

[9] Paladio, en su Lausiaca, dice que fueron los padres de cierto niño que rabiaba de la mordedura de un perro a Amón, santo ermitaño, pidiéndole que rogase a Dios le sanase. Él dijo:

-Si queréis que sane, conviene que restituyáis el buey que hurtaste a la viuda.

Ellos, viendo que era verdad, restituyeron el buey, y sanó el mozo.

[10] Cianipo de Tesalia y Emilio Sibarita fueron dos hombres muy amigos de caza, aunque en diversos lugares y tiempos, mas sucedióles un mismo caso; porque teniendo sus mujeres celos de ellos, siguiéndolos hasta las montañas donde se escondían, mirando si hablaban con otras mujeres, sintieron los perros allí ruido, corrieron a ellas, y antes fueron de sus dientes despedazadas que se conociesen por mujeres, y mucho menos por propias. Era grande el amor que ambos las tenían, y fue de suerte que, impacientes del dolor que padecían, por haber llegado la pena a la aflicción, que ambos se mataron. Y aunque el matarse fue malo y pecado gravísimo, mas declaróse por las muertes que se dieron que muy de veras amaban a sus mujeres. Dícelo Fulgoso, libro cuarto.

[12] Estando Marino Monje en su celda en el desierto, vino un día a él un feroz jabalí, huyendo de los perros de ciertos cazadores. Recogióle y túvole en guarda, hasta que entendió que estaba libre de aquel peligro, que le dejó ir libre. Bien se mostrara liberal con huéspedes el que lo fue con una salvagina. Y naturalmente, la bestia sintió la inclinación del santo monje, pues en tan manifiesto peligro quiso más valerse de él que librarse huyendo por la montaña. Dícelo Marulo, libro primero.

[13] El abad Juan Eunuco vivió ochenta años en hábito monástico. Era, más que puede encarecerse, limosnero, porque no sólo los hombres participaban de sus limosnas, sino también los animales brutos. Cuanto tenía qué dar y le faltaban pobres que lo recibiesen, andaba por las celdas del contorno y a todos los perros que hallaba daba algo que comiesen. Proveídos los perros, iba a los hormigueros, y si las hormigas eran chicas, echábales un puño de harina, y si grandes, trigo. Sobre los tejados de las ermitas derramaba algunas semillas que comiesen aves. Vino a morir, y no se halló en toda su celda puerta ni ventana, no tabla, no vela, ni cosa alguna, sino la tierra dura, porque todo lo había repartido a pobres. Decíase de este mismo abad Juan, que viniendo a él un labrador a que le prestase una moneda de oro, que valía veinte y cuatro de plata, significándole que tenía de ella grande necesidad y que se la volvería dentro de un mes, como no la tuviese, ni jamás se hallase oro en su poder, pidióla prestada a otro abad y diola al labrador. Pasaron dos años y no la volvía. El abad la pidió al eunuco Juan, y él dijo que no la tenía, porque el otro le había faltado la palabra, mas que le mandase lo que quisiese, que él recompensaría la deuda.

-Quiero -dijo el otro abad- que vengas a mi presenncia cada día y hagas treinta veces oración de rodillas por mí, y descontarse ha un real al día.

Aceptólo y cumpliólo de buena gana, y así, en veinte y cuatro días quedó pagada la deuda. Lo dicho es del Prado Espiritual, capítulo ciento y ochenta y cuatro.

[14] Eliano, en el libro nono, hace mención de algunas personas que amaron desenfrenadamente cosas de locura y mofa para ellos, como fue Xerxes, que puso su amor y afición en un plátano, árbol; y de un mancebo rico ateniense, que andaba perdido por una estatua de piedra de la Buena Fortuna, que estaba en cierto lugar público. Pidió al Senado que se la vendiesen, ofreciendo un subido precio por ella, y negándosela, íbase a donde estaba y decíale grandes ternuras, abrazábala y vestíala vestidos riquísimos, componíala con joyas de mucho precio, ofrecíale sacrificios y lloraba después de esto por ella sin cesar, y vino por esta ocasión a morir. Glauca, grande tañedora, puso su afición en una ánade o ganso. Un hijo de Xenofonte amó un perro, y otro mozo de Lacedemonia una graja. Crates, pastor sibarita, tenía amores con una cabra; tuvo celos de esto un cabrón, y estando durmiendo, le encontró con la cabeza y le mató.

[15] Elotario, rey de Bretaña, yendo a caza descubrió un jabalí. Siguiéronle los perros, y él fue a defenderse a los pies de un santo ermitaño que residía en aquella soledad, llamado Deicolo, teniéndose allí por más seguro que en las montañas, y fue presagio de su lenidad y mansuetud. Los que le seguían no osaron hacerle daño, por reverencia del varón santo. Refiérelo Marulo, libro cuarto.

[16] Otro jabalí se fue a favorecer a la celda de Basolo, abad remense. Derribóse a sus pies, y estuvo tan seguro, que los perros, aunque venían siguiéndole con grande ímpetú, se detuvieron. Era el cazador Atila, y admirándose de lo que vio, dio todo aquel campo al santo abad Basolo, juzgándole por digno de toda merced real, pues el jabalí reverenciaba su mansuetud, y los perros, su santidad. Es de Beda en su Vida, capítulo séptimo.

[17] San Gil tenía su asiento en una cueva a los vertientes del Ródano, sin comunicar con persona alguna. Tenía consigo una cierva que le sustentaba con su leche, la cual, siendo perseguida de perros de caza, recogióse a su huésped. Derribóse a sus pies llena de temor, pidiendo favor a quien antes había experimentado su mansuetud. Hizo oración el santo, y los perros se detuvieron sin llegar a la cueva, estando cercada de árboles y malezas. Uno de los cazadores, sin saber adónde, disparó una saeta e hirió al santo abad en el rostro. Luego, hendiendo por la espesura, llegaron al santo viejo y vieron la cierva a sus pies echada, y él herido en el rostro, y que de la herida le corría sangre. Quedaron confusos, y con mucha humildad le pidieron perdón, siéndoles fácil de alcanzar del santo. El cual, tan liberalmente perdonó la ofensa, como rogó por la cierva. Con igual simplicidad fue solícito por ella, como por ellos mansueto. Es de Fulberto Carnotense, y refiérelo Marco Marulo, libro cuarto.

[18] Alejandro de Alejandro, en el libro tercero, capítulo quince, escribe que poco antes que se perdiese Constantinopla, en Como, ciudad de Lombardía, un día por la tarde se vio pasar por el aire, lo primero, una multitud de perros, luego, un grande carruaje y aparato de guerra, después, infantería, armados a la ligera, luego, caballería en escuadras. Duró este ejército en pasar seis horas. Al cabo de todo iba un terrible hombre, de grande estatura, en un valiente caballo, mostrando ser el capitán de aquel ejército. Fueron vistas otras muchas cosas prodigiosas por el aire, hasta que vino la noche.

[19] Una matrona romana viuda soñó que estaba en un huerto suyo y que le daban una raíz de cinorrodón, que es rosa silvestre, y le decían:

-Escribe a tu hijo, que con ésta sanarán los tocados de rabia.

Tenía a su hijo en España a esta sazón, en cierta guerra que por los romanos se proseguía en Portugal; pareciéndole que no dañaría, sino que podría aprovechar darle aquel aviso, escribióle y diósele. Llegó la carta a tiempo que estaba mordido de un perro rabioso y comenzaba a espantarse de ver agua. Visto el aviso de su madre, procuró aquella raíz y quedó sano. Refiérelo Fulgoso, libro primero.

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En la obra "Zoología del viaje del Beagle", Capítulo VIII, de 1840, Charles Robert Darwin (1809-1882) se lee lo siguiente:

"...Durante mi residencia en esa estancia estudié con cuidado los perros de pastor del país, y este estudio me interesó mucho. Encuéntrase a menudo, a la distancia de una o dos millas de todo hombre o de toda casa, un gran rebaño de carneros guardado por uno o dos perros. ¿Cómo puede establecerse una amistad más firme?

Esto era motivo de asombro para mí. El modo de educarlos consiste en separar al cachorro de su madre y acostumbrarle a la sociedad de sus futuros compañeros. Se le lleva una oveja para hacerle mamar tres o cuatro veces diarias; se le hace acostarse en una cama guarnecida de pieles de carnero; se le separa en absoluto de los demás perros. Aparte de eso, se le suele castrar cuando aún es joven; de suerte que cuando se hace grande, ya no puede tener gustos comunes con los de su especie. Por lo tanto, no le queda deseo ninguno de abandonar el rebaño; y así como el perro ordinario se apresura a defender a su amo, el hombre, de la misma manera éste defiende a los carneros. Es muy divertido al acercarse a éstos, observar con qué furor se pone a ladrar el perro y cómo van a ponerse los carneros detrás de él, cual si fuese el macho más viejo del rebaño. También se enseña con mucha facilidad a un perro a traer el rebaño al aprisco a una hora determinada de la noche. Estos perros no tienen más que un defecto durante su juventud, y es el de jugar demasiado frecuentemente con los carneros, pues en sus juegos hacen galopar de una forma terrible a sus pobres súbditos.

El perro de pastor acude todos los días a la granja en busca de carne para su comida; en cuanto le dan su ración huye, como si tuviese vergüenza del paso que acaba de dar.

Los perros de la casa se le muestran muy hostiles, y el más pequeño de ellos no vacila en atacarle y perseguirle. Pero, en cuanto el perro de pastor se encuentra ya junto a su rebaño, vuélvese y comienza a ladrar; entonces, todos los perros que antes le perseguían huyen a todo correr. Asimismo, una banda entera de perros salvajes hambrientos rara vez, y hasta se me ha dicho que nunca, se atreven a atacar a un rebaño guardado por uno de esos fieles pastores. Todo esto me parece un curioso ejemplo de la flexibilidad de los afectos en el perro. Ya sea salvaje, ya educado de cualquier modo que lo estuviera, conserva un sentimiento de respeto o de temor hacia quienes obedecen a su instinto de asociación. En efecto, no podemos comprender por qué los perros salvajes retroceden ante un solo perro acompañado de su rebaño, sino admitiendo en ellos una especie idea confusa de que quien va con tanta compañía adquiere cierto poderío, como si le acompañasen otros individuos de su especie. Cuvier ha hecho observar que todos los animales fáciles de domesticar consideran al hombre como uno de los miembros de su propia sociedad, y que obedecen así a su instinto de asociación. En el caso antedicho, el perro de pastor considera a los carneros como hermanos suyos y adquiere de ese modo confianza en sí mismo; los perros salvajes, aun sabiendo que cada carnero individualmente no es un perro, sino un animal bueno de comer, adoptan, sin duda, también en parte ese mismo criterio cuando se hallan en presencia de un perro de pastor a la cabeza de un rebaño..."

 

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