Padrenuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.  Venga a nosotros tu reino.  Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.  Dadnos hoy nuestro pan de cada día.  Perdona nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.  No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal, Amén.  Dios te salve María, llena eres de gracia.  El Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito sea el fruto de tu vientre, Jesús.  Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.
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"Venga, yo le cuento..."

Entre los buzos hay leyendas, miles de anécdotas que les encanta contar.  A unos les gusta mostrar sus balsas y explicar el proceso.  A diario arriesgan la vida y trabajan hasta por las noches.  Cuando se les ve por ahí, con la ropa buena, es que están descansando.  Aprovechan esos momentos para hablar de todo con emoción.

En Mavicure me contaron una historia que parece un "Azul profundo" criollo:
Había un buzo muy callado; no decía nada a menos de que se lo preguntaran, pero era buenísimo debajo del agua.  Todos los que trabajaban con él sabían que estaba trastornado.  Su mujer lo había dejado, aburrida de esperar riqueza y no ver sino deudas.  Como estaba tan necesitado de plata, el tipo seguía trabajando.   Un atardecer, apenas pudo sumergirse, se soltó de las mangueras y se fue a lo más profundo, a puro pulmón.  Otros buzos que lograron verlo le hacían señas de que regresara, pero él no hacía caso.  Algo así significaba dejar que la corriente lo arrastrara a una muerte segura.  Casi todos pensaban que era un accidente.  Uno se soltó también y logró hacer que lo viera, en medio de la oscuridad del río.  El tipo lo miró y siguió como si nada.  Su auxiliador lo pensó mejor y reconoció que tan abajo no podía seguirlo.  Se dijo que lo más probable era que tuviera que pelear para sacarlo y regresó a la superficie.  Además, quedaba la posibilidad de que lo intentara otra vez, cuando estuviera sólo.  El buzo enloquecido se perdió en las tinieblas y nadie volvió a verlo.  Quedaba la esperanza de que encontraran su cuerpo río abajo, pero nada.  O se lo comieron los peces o se lo tragó la tierra.

También contaban en Inírida de un ingenuo que llegó de Boyacá, sin siquiera plata para el regreso.  El tipo pensaba que se trataba de minas cavadas en el piso, como las de carbón o esmeraldas.  Como no sabía bucear, tuvo que dedicarse a jornaliar para poder regresar y acabó quedándose del todo.

Los mineros son hombres platudos pero sin instrucción, nómadas que sólo persiguen el oro y se van cuando se acaba.  Y es que irse es fácil.  La "mina" sólo es en realidad un cúmulo de balsas ancladas en un lugar de la corriente del río.  Siempre están encima de las vetas más grandes, de las que pueden explotar con el sistema que usan.  Nada que ver con socavones.  Unos decían que ese nombre se lo inventaron al principio, para ocultar el verdadero origen del oro y no tener que compartirlo.  Hoy día es raro el iniridense que no conoce una balsa.

 

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Padrenuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.  Venga a nosotros tu reino.  Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.  Dadnos hoy nuestro pan de cada día.  Perdona nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.  No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal, Amén.  Dios te salve María, llena eres de gracia.  El Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito sea el fruto de tu vientre, Jesús.  Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.