Padrenuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.  Venga a nosotros tu reino.  Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.  Dadnos hoy nuestro pan de cada día.  Perdona nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.  No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal, Amén.  Dios te salve María, llena eres de gracia.  El Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito sea el fruto de tu vientre, Jesús.  Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.
ATRAS  |  PORTADA  |  INDICE  |  CONTINUAR

 

MAVICURE Y OTROS OLVIDOS

Argemiro, el antropólogo de asuntos indígenas, me invitó a conocer los cerros de Mavicure, con los jóvenes del grupo de danzas de la casa de la cultura.  Yo sólo sabía de los cerros lo que me había contado el dibujante de planeación.  Un día se los señalé en el escudo del departamento y le pregunté si eran un dibujo de la Piedra del Cocuy.  El me dijo que la piedra quedaba en territorio brasileño, que los cerros eran tres y no quedaban muy lejos.  Estaban a la orilla del río Inírida, en la comunidad de remanso, y se les consideraba la principal atracción turística del Guainía.

Se llaman Pajarito, Mono y Mavicure.  El más alto de los tres es Pajarito.  A su lado y en la misma orilla está Mono, el segundo en altura.  Los dos son lisos y empinados, de un color vinotinto y con forma de jorobas inmensas en medio de la planicie.  Tienen un cúmulo de selva a sus pies y ahí se forman trazos de niebla cuando cambia el clima.  Son altos como un cerro de Cali, pero sus paredes son completamente verticales, imposibles de escalar sin equipo.  Me contaron que un grupo de gringos (unos decían que eran holandeses, otros suecos) vino con toda su parafernalia y, con mucho trabajo subió a la cima.  Encontraron una laguna en la cima de Mono y zancudos como no habían visto en su vida.  Otros colonos, por su lado, me decían que eso era paja, que nadie los había escalado nunca.

El Mavicure, el más bajo de los tres, se encuentra en la otra orilla.  Es tocayo del raudal15 que forma el río cuando pasa por entre los tres.  Su forma es más irregular y tiene más plantas encima (los otros dos están pelados).  Es el único que puede escalarse a pie.  Casi todos los iniridenses que han querido lo han escalado y saben de sus laderas empinadas.  La leyenda que transcurre entre ellos, la de la princesa Inírida, da el nombre a la capital.  A todos los niños en el colegio se las enseñan.  Las etnias puinave y curripaco tienen cada una su versión diferente, pero la historia central es la misma.  Aquí está la versión del Centro Experimental Piloto del Guainía:

Casi todos los altos funcionarios que llegan a Inírida son invitados a conocer Remanso.  Los llevan en lancha y les muestran lo más impresionante que tiene el departamento, aprovechando que sólo queda a unas pocas horas del casco urbano.   En lancha se llega en poco más de media hora, en un bongo en casi tres horas.  

Yo viajé en un bongo, en uno de esos escasos fines de semana en que no hubo reuniones.  Iban en la embarcación como 20 personas y el motor comenzó a sacar la mano a la mitad del recorrido.  A los jóvenes casi no les importó; venían en medio de canciones y recocha todo el camino.  Si no hubieran sido por su alegría, el viaje hubiera sido larguísimo.  El piloto reparó el fallo en unos minutos y continuamos.

En verano, las rocas del lecho del río se vuelven visibles y surgen grandes bancos de arena en las orillas del río, pero muchos de ellos quedan debajo de la superficie.  Los pilotos tienen que ser muy diestros y conocer el río como la palma de su mano, el agua es oscura y es fácil darle a una roca con el casco o encallar en algún banco.

Haga clic aqui para ir a la lista de fotografias
Una tormenta se cierne sobre el río Inírida.  Esta foto la tomé desde el bongo, camino a los cerros de Mavicure.

El río Inírida es del mismo color de un tinto, decir que está lleno de "aguas negras" sería un error, pues es más limpio que el Pance y que cualquier río cercano a Cali.  Debe su color a los minerales que arrastra, como casi todos los ríos del Guainía.  Allá cada caño cambia de color de acuerdo al terreno.  Desde el avión se ven unos rojos, otros café, otros negros, en medio del verde de la selva.  Los unos desembocan en los otros y sus colores se mezclan.  El único que tiene el típico café con leche de los grandes ríos andinos es el Guaviare.

El motor del bongo falló no una, sino tres veces.  El piloto mermó la velocidad para no agotarlo y el viaje se volvió todavía más lento.  El caso es que llegamos de pujito en pujito, como a las 8 de la noche.  Los cerros se veían todavía más misteriosos en medio de la oscuridad.  Ya no se podía ver el río y su silueta se recortaba sobre las nubes iluminadas por la luna.  El piloto siguió muy orondo río arriba por en medio de los cerros.

Todos los tripulantes se asustaron al oír el rumor del raudal.  Todos, menos yo, sabían que el Mavicure se ha tragado bongos, dragas y lanchas en el menor descuido de los pilotos.  Para atravesarlo, lo más sensato era que el piloto se detuviera y revisara el motor fuera borda antes de atravesarlo; nuestro piloto no parecía muy sensato.  El fragor de un raudal desconocido en la distancia es algo que no voy a olvidar.  Para alivio de todos los iniridenses, su intención no era atravesarlo, sino llegar a una playa, al lado de un laguito que formaba el río.  El torrente quedaba a escasos metros, pero ahí las aguas eran tranquilas.  

El río Inírida se ve calmado, como una laguna larga que se mueve.  Pero su tranquilidad se transforma en un torrente salvaje al llegar a un raudal.  En verano sólo un loco se atrevería a atravesar uno en un bongo, y varios lo han intentado.  En Mavicure sólo se ven olitas por encima de la superficie y algo de espuma; cualquiera podría pensar que es inofensivo, pero se engañaría.  La corriente que pasa entre los cerros forma remolinos que hunden lo que sea sin avisar.  «En caso de que alguien llegara a caerse, sólo se podría mirar cómo se hunde, porque si alguien se tira a sacarlo, a los dos se los traga», me contó después un piloto.

Esperábamos aprovechar que estábamos en verano para dormir esa noche en la playa, a la luz de la luna.  Había nubes grises en el cielo, pero todos decían que no eran de lluvia.  Nos bajamos del bongo, recogimos leña y encendimos una hoguera.  Las arenas del Inírida son blancas y gruesas, como las de San Andrés o Bocachica en Cartagena.  Pero las de Mavicure chillan si uno las pisa con suelas de plástico, como si fuera un animalito quejándose.  En los primeros minutos, oír ese chillido a cada paso me hizo sentir como un astronauta en otro mundo.

No hacía mucho habíamos llegado, cuando comenzó a lloviznar.  Al rato ya llovía en forma y al final no sabíamos que hacer con un aguacero torrencial encima.  Los más precavidos habían traído toldas plásticas para guarecerse, pero como éramos tantos, a todos les tocó compartirlas.  Se formaron grupos de friolentos, cada uno debajo de un plástico negro.  Nadie quedó cómodo.  Si uno halaba la tolda para taparse mejor, hacía empapar al del otro extremo.  Si el de la punta estiraba la pierna desacomodaba a todo el grupo, uno por uno, en medio de quejas.  Yo cuento esos minutos entre los más fríos que he pasado en mi vida.

Argemiro decidió que pasar la noche así no era buena idea, así que entre los dos decidimos buscar las carpas de los mineros que trabajaban por ahí.  Apenas podíamos ver en medio de las oscuridad, con gototas cayéndonos en los ojos.  Pero encontramos una, como a 100 metros.  Los buzos que estaban ahí tenían espacio de sobra y no les molestaba recibirnos.  Varios muchachos nos siguieron y durmieron en la arena seca de la carpa, otros prefirieron sus plásticos y se quedaron donde estaban.  Argemiro y yo también nos íbamos a dormir, pero los mineros casi borrachos querían conversar con nosotros, y no nos dejaron.  Hablamos sobre los indígenas, sobre la contaminación, sobre sus vidas y sus aventuras.  Ahí nos tuvieron despiertos hasta la madrugada, muertos de sueño, cansados de tanto conversar y esquivar sus intentos de emborracharnos a nosotros también.

Al otro día pensaba tomar fotos, pero la llovizna no se detuvo.  Sólo pude tomar una (en la página siguiente), en un momentico afortunado en que escampó.   Pero el espectáculo visual no me lo perdí.  Con la lluvia se formaban chorros que corrían por los cerros, debajo de ellos su color vinotinto se tornaba más oscuro.  En medio de la roca se hacían charquitos y el agua de su fondo era increíblemente amarilla.  ¡Los minerales de la roca rojiza se volvían amarillos al desprenderse!

Tuve la oportunidad de subir un trecho del cerro Mavicure y vi las vetas de cuarzo que lo cruzan; toqué su superficie rugosa y me asombré con las plantas que le crecen encima.  Deben alimentarse de los minerales que corren por la superficie del peñón, porque apenas si tienen arena para sostenerse y no hay raíz que perfore semejante roca.  No pude llegar a la cima, el suelo estaba mojado y caerse era muy fácil.  Cualquier resbalón representaba una caída de varios metros y nadie quería correr el riesgo.  Así que sólo nos bañamos en el laguito que se formaba al lado del raudal.

En esas estábamos, cuando varios salieron corriendo del agua, con mucho alboroto.  Decían «¡las toninas, las toninas!».  Yo me salí con ellos y pude ver la causa de su espanto: Una pareja de delfines de río se acercaba al laguito, en dirección al raudal.  Apenas si se podían ver sus lomos.  No sabía que los colonos les tuvieran tanto miedo.  Para mí los delfines eran criaturas simpáticas, pero ellos me decían «no crea, esos animales muerden».  En unos pocos minutos se perdieron de vista.  No tuve oportunidad de comprobar si sus temores eran fundados.

Las toninas, bufeos o delfines de río, se diferencian de sus primos oceánicos en el color de su piel.  El de los que vi eran de color ámbar, muy similar al del río.  Yo pensaba que sólo se encontraban en el Amazonas, pero pude ver uno a los pocos días de llegar.  Estaba en las playas del Inírida, al borde del puerto.   Veía los peces saltar en el río y parecía haberlos en abundancia.  De pronto oí algo, como si alguien resoplara.  Pensé que era un buzo o alguien con un esnorquel, pero miré mejor y pude distinguir un lomo ámbar que subía y bajaba.

Haga clic aqui para ir a la lista de fotografias 

Una niña indígena frente al cerro Mono, en una playa entre la comunidad de Remanso y el raudal de Mavicure.

Silenciosos e imponentes, Mono y Pajarito se reflejan sobre el río como un espejo y cambian de color cuando se mojan.  Los buzos se dieron cuenta de sus aguas amarillas hace mucho y trajeron sus dragas.  La comunidad de Remanso no fue favorecida por casi ningún programa de la red, pues sus ingresos por regalías de oro superaban con creces a los de las demás.  Los mismos nativos estaban de acuerdo en que ellos no necesitaban ayuda.  Pero hoy día se está agotando la veta de oro cercana al raudal.  En las cercanías de Remanso un minero me dijo: "Eso ya no lo saca nadie; se necesitaría una empresa grande que venga con taladros o algo así, para que saque el oro de en medio de la roca".  Lo decía con resignación.  Pero había oído que había la posibilidad de que viniera una empresa japonesa, y eso para él era una esperanza.

Mientras, el barro del fondo del río ha sido removido, cambiado de lugar y minuciosamente revisado.  El augurio de las culturas indígenas, que advierte sobre los males que causaría romper la roca, puede que se ignore.  Las leyendas y creencias milenarias tienen un fondo real, y todo el mundo lo sabe; mucho más si son varias las culturas que coinciden.  Hoy mismo puede que el fondo se haya vuelto loco y esté comenzando a suceder algo que no conocemos.

De todos modos, Remanso no perderá su turismo.  La comunidad es conocida en todo el departamento, a todos los niños les hablan de ella en primaria.  Lástima que en el resto del país sólo se haya oído hablar de la Piedra del Cocuy, como el hito que señala la frontera entre Brasil, Colombia y Venezuela.  Pero este peñón está en territorio brasileño.  Algunos iniridenses suspicaces me comunicaban sus sospechas de que los brasileros han corrido la frontera con cuidadito y de poquito en poquito.  Yo no creo que sea así; me parece más probable que nuestro sistema educativo no se haya dado cuenta del error, así como casi nadie sabe de los cerros de Mavicure, que son tres y sí están en territorio colombiano.


NOTAS

Haga clic en para regresar a la marca de nota.
 
15    
Los raudales son los torrentes que forman las diferencias de nivel en el lecho del río.  La cantidad de agua que pasa por ellos es impresionante; sus espumarajos, torbellinos y corrientes suelen ser muy peligrosos. 
 
16    
El morichal es un grupo de palmas de moriche, que dan una fruta comestible de cáscara dura y sabor agridulce.  Los morichales sólo se dan de forma natural en los alrededores de un nacimiento de agua o donde ésta abunde; de ahí su afiliación con la idea de naturaleza rica y virgen. 
 
17    
Aunque figura en el texto como yerba utilizada como arma, también se daba entre los colonos la percepción de que la pusana era una planta afrodisíaca, debido, muy probablemente, a que el único uso que conocían era el que narra esta leyenda. 
 
18    
Especies de pescado que se encuentran en los ríos y caños del Guainía.  La forma tradicional y más popular de comerlos es moquiao, es decir, ahumado y sazonado. 
 
19    
Tomado de "Mitos y leyendas del Guainía", texto de lectura publicado por el Centro Experimental Piloto (CEP) Guainía, realizado por un grupo de auxiliares bilingúes durante el curso de Español y Literatura en el mes de febrero de 1988.  En la versión original la princesa Inírida figura como "Dán". 
 

ATRAS  |  TITULO  |  PORTADA  |  INDICE  |  CONTINUAR
Padrenuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.  Venga a nosotros tu reino.  Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.  Dadnos hoy nuestro pan de cada día.  Perdona nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.  No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal, Amén.  Dios te salve María, llena eres de gracia.  El Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito sea el fruto de tu vientre, Jesús.  Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.