Padrenuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.  Venga a nosotros tu reino.  Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.  Dadnos hoy nuestro pan de cada día.  Perdona nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.  No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal, Amén.  Dios te salve María, llena eres de gracia.  El Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito sea el fruto de tu vientre, Jesús.  Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.
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En el caño, el piso esponjoso, la laguna de brujas

Carlos Cubillos, el administrador del hotel "El Safari", nos llevó a Manuel, el director del SISBEN, y a mí a conocer la laguna de las brujas.  Fue una experiencia digna de un "eco-tour".  Como era verano, nos fuimos por detrás de la Zona Indígena y atravesamos una roca inmensa, que aflora después de que las casas se acaban, justo antes de llegar a Caño Vitina.  Buscamos algún tronco por donde pasar sin mojarnos los zapatos ni los pantalones y lo encontramos fácilmente.  El caño no llegaba al metro de profundidad y no tenía más de dos metros de ancho.  Al pisar sus bordes se sentía como si se estuviera pisando un colchón.  El pasto estaba prendido de algo negro, como una esponja, regada por toda la orilla.  Esa zona inundable estaba llena de vida en el piso, en esa capita pegada a la roca o a la arena.

Nos metimos por un camino que se bifurcaba cada diez metros o menos.  Si no se conocía bien el lugar uno se perdía fácilmente.  Hasta a Cubillos, lugareño y explorador, le costó trabajo orientarse.  Había partes que habían sido quemadas, se veía el pasto negro en trechos no muy grandes, porque la humedad de la tierra no permitía que el fuego avanzara mucho.  Carlos nos mostró las esponjas negras colgadas en los árboles, como a un metro por encima de nosotros.  «¿Sí las ven? ¡Hasta donde están las esponjas, hasta ahí llega el agua en invierno!» A los dos foráneos nos pareció exagerado, pues había lugares en donde las esponjas estaban a más de dos metros por encima de nosotros.  En invierno pude ver que el agua no sólo llegaba hasta ahí, sino que las esponjas no señalaban la superficie, sino que quedaban sumergidas más de dos metros.  Lo que en verano había sido el lecho del caño quedaba en ocasiones más de 8 metros por debajo del agua, cuando menos.   ¡Y no exagero!

A los pocos minutos llegamos a la laguna.  Un cinturón de pasto, como una alfombra o un campo de golf, la separaba de la selva.  Era como un santuario.  Las aves se asustaron apenas nos vieron y el colchón del piso se sentía más grueso.   De él salían gotas de agua cada que uno lo pisaba.  En la superficie del agua se veían ondulaciones y círculos concéntricos, una evidencia de que los peces estaban ahí debajo, comiéndose los unos a los otros.  Ahí al lado habían cortado árboles pequeños, quién sabe si para ver mejor el paisaje o para poder entrar alguna embarcación.  Me asombró que se quemara por ahí cerca.  Recordé mi estadía en el resguardo de Ambaló, cuando se me mostró la misma capa esponjosa, pero en el clima frío de la montaña.  Ahí un fotógrafo me recordó que era justamente esa capa la que quería proteger la CVC, con relativo éxito.  En el Guainía no hay protección, así como no hay ni una licencia ambiental.  "Dios le da peineta a los calvos" reza un refrán.

En el regreso vimos indígenas del barrio La Esperanza bañándose en el cañito.   Nos costó trabajo encontrar el camino de vuelta y tuvimos que utilizar unas canoas que estaban parqueadas para poder pasar al otro lado.  Y vimos de nuevo la roca, con un pasto indomable viviendo encima, en pequeños grupitos aislados, algunos quemados.  El pasto debe alimentarse de la humedad y de los escasos minerales que atrapa cuando el agua está retirándose al final del invierno, porque todo lo demás es roca pura.  Esa misma a la 1 o a las 2 de la tarde se calienta como un sartén.  Si uno se para en ella descalzo hay que correr dando salticos, como Sofía Vergara en la propaganda de Pepsi.  Ahí llegan a diario las mujeres indígenas a restregar y azotar la ropa.  La traen en baldes y ahí mismo se la llevan mojada ¡Y pesa! A veces las acompañan los niños, que se quedan parados mirándolo a uno, con seriedad, curiosidad y desconfianza.  Siempre que he visto niños indígenas he visto la misma mirada, desde una distancia prudente.

Los niños indígenas viven cerca del agua desde que nacen, aprenden a nadar rapidísimo, casi al tiempo que caminar.  Si hay ahogados debe ser en los raudales, porque la gente de la selva vive en el agua toda su vida, juega con ella y de ella se alimenta.  En invierno, los jóvenes y los niños se subían a las copas de los árboles que el caño tapaba casi hasta la mitad.  Desde ahí se lanzaban y clavaban, sin golpearse con los que quedaban escondidos por la oscuridad del agua, del mismo color de un tinto.  Se oía el bullicio de los niños jugando y chapuceando, con una piscina tan ancha como el pueblo mismo, tan profunda como ellos desearan.  El temor a las víboras, escondidas donde menos uno las espera, los mantenía cerca a la orilla.

Había puerticos en el caño, en la salida de cada barrio.  Desde ahí partían por la mañana los señores y las señoras indígenas, con sus empaques para pescado tejidos en palma, con el almuerzo en una olla, a veces con los niños y hasta con los perros.  Nunca aproveché la oportunidad, pero si uno le pedía a cualquier pescador que lo llevara a recorrer los caños, lo más probable era que le dijera que sí.  Ellos están orgullosos de su pesca, de poder mostrar cómo se captura la riqueza de su mundo acuático.  Sólo se negarán si tienen que llevar a toda la familia y encima traer el pescado, o algo así.

Una mañana, un anciano puinave se me quedó mirando, sonriente junto a su canoa, sus aparejos, sus perros, mientras me saludaba.  Fue una invitación silenciosa a partir con él, a pescar o a cazar.  Sólo tenía que aproximarme y decir «¿me lleva?», pero no le dije nada.  El trabajo, el "deber", me mantenía atado a Inírida, a las oficinas de la gobernación, a sus teclados de computador, como una cadena frágil que se puede romper pero uno no rompe, por respeto.

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Padrenuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.  Venga a nosotros tu reino.  Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.  Dadnos hoy nuestro pan de cada día.  Perdona nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.  No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal, Amén.  Dios te salve María, llena eres de gracia.  El Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito sea el fruto de tu vientre, Jesús.  Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.