Padrenuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.  Venga a nosotros tu reino.  Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.  Dadnos hoy nuestro pan de cada día.  Perdona nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.  No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal, Amén.  Dios te salve María, llena eres de gracia.  El Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito sea el fruto de tu vientre, Jesús.  Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.
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...Y el pueblo ahí

Ahora no hay quien pare el crecimiento de Inírida.  Sus gentes amables, trabajadoras (a excepción de los profesionales empleados del estado), bebedoras a todo dar, se reproducen y traen a sus familias a conocer ese rincón bello y pacífico, tan amañador.  El colombiano común y corriente cuando se le dice "Guainía", lo confunde con La Guajira, tiene que ver el mapa para saber donde ubicarlo, piensa que eso son llanos orientales, pero no se imagina la selva.  Y ella está ahi, así no la conozcan.  Así como la tranquilidad del pueblo, desconocida para los habitantes de la gran urbe.  En sus calles los robos, los asesinatos no son pan de cada día.  Los hay, pero no abundan.

Sus calles son casi todas peatonales.  Sólo los ricos del pueblo tienen carro, que no sirve para otra cosa que para darle la vuelta al pueblo.  Microbuses, camiones y camionetas se encargan de pasajeros y de la carga, y no son muchos.   Lo normal es que el conductor espere y la gente pase.  Algo totalmente extraño para el citadino:  Sus calles casi no suenan.  Lo que suena es el bullicio de las cantinas, los billares y las tiendas, pero motores pocos.  Con la pavimentación de la calle principal, motos y carros comenzaron a correr y aún así, sus calles siguen siendo humanas.  ¡No saben que en la ciudad no las vivimos sino que las sufrimos! Ignoran que los peatones pasamos la calle a toda prisa y con temor, para que no nos pasen por encima...

Los colonos son una mezcla entre el campesino sencillo y rústico, y los habitantes de los barrios marginales de nuestras ciudades.  Cada quien por su lado se defiende, toma su tierra y la doma como un potro salvaje.  Hasta el párroco de la única iglesia católica se quejaba de lo difícil que era motivarlos para hacer algo en común.  Los indígenas que viven a su lado siguen siendo comunidad, pero no de la misma manera, pues quieren parecerse a sus vecinos.

La sociedad iniridense es un caleidoscopio difícil de creer como posible: Boyacenses, cundinamarqueses, llaneros, bogotanos, vallunos, chocoanos, nariñenses, costeños y unos pocos locales.  Todos viven mezclados con puinaves, curripacos, piratapuyos, yerales, guahíbos, tucanos, desanos, uaunanos y otro grupos pequeños.  A ellos se les suman los brasileños y unos pocos venezolanos.   Todos pueden vivir en el mismo barrio, casarse entre ellos, sufrir con cada partido de fútbol, desesperarse con cada vez que se daña la planta...  Todo el mundo lucha, todo el mundo sufre, no importa la etnia.

A excepción de los evangélicos, todos los hombres de Inírida son buenos para beber.  Invitan a todo el que pueden y conversan sobre cualquier cosa.  ¡Y no sólo los fines de semana!  Es impresionante la cantidad de alcohol que puede consumirse en un pueblo pequeño.  El colono común y corriente piensa que "está haciendo patria", jura que hace reconocer ese territorio como colombiano.  Poco importa que casi no queden fundadores del pueblo.  A cada rato los militares salen a las calles con sus caras pintadas y sus uniformes camuflados; y trotan y cantan sus himnos de varonilidad y patriotismo.  A su vez, la guerrilla está por todas partes, pero anda de civil y es más discreta.  El común sabe quienes la integran pero no se generan conflictos por ese motivo.

Sólo diez muertos por un enfrentamiento entre guerrilla y ejército son el saldo de treinta años.  Un record que cualquier departamento envidiaría.  Y esas muertes fueron originadas por un policía que mató a varios en una pequeña población.  La guerrilla le pidió al ejército que se lo entregara, que lo iban a juzgar.  Los militares se negaron y, cuando lo estaban sacando por la vía al aeropuerto, se prendió una balacera, y los diez policías que lo acompañaban quedaron todos muertos.  Los guerrilleros se llevaron los suyos.  De resto no ha pasado casi nada.

Son más los muertos por riñas de los mismos “parientes” (indígenas) o los mismos colonos entre sí, que se enfrentan por cualquier cosa cuando están borrachos.  De todos modos, la principal causa de muerte sigue siendo la herida de bala, seguido del ahogamiento y la tuberculosis (según la secretaría de salud departamental).

Las rencillas, las repentinas animadversiones, las ví por ahí, mezcladas de forma explosiva con el alcohol, el dinero y las mujeres.  Pero me sentía más seguro en la más peligrosa calle de Inírida que en cualquier esquina de Cali.  En la gran ciudad la agresividad es el doble, el enemigo no es nadie y es todo el mundo.  Puede que salga una bala de un campero y te lleve el que te trajo.  En Inírida, como en casi todos los pueblos, si alguien quiere matar a otro todo el pueblo se la huele desde el principio.  Que calle por conveniencia es otra cosa.  

Con el crecimiento se está perdiendo la caridad espontánea, un ingrediente que era muy común entre los colonos.  Como todo el mundo ha pasado dificultades para llegar, si llegaba uno bien fregado, no faltaba quien le tendiera la mano con un platico de sopa o un lugar donde escampar por un tiempo, siempre y cuando mostrara voluntad para trabajar.  Esto está siendo reemplazado por la típica indiferencia citadina.

 

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Padrenuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.  Venga a nosotros tu reino.  Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.  Dadnos hoy nuestro pan de cada día.  Perdona nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.  No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal, Amén.  Dios te salve María, llena eres de gracia.  El Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito sea el fruto de tu vientre, Jesús.  Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.