Padrenuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.  Venga a nosotros tu reino.  Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.  Dadnos hoy nuestro pan de cada día.  Perdona nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.  No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal, Amén.  Dios te salve María, llena eres de gracia.  El Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito sea el fruto de tu vientre, Jesús.  Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.
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EL VIAJECITO

Cuando viajé, sólo Satena llegaba al Guainía y en "la aerolínea de Colombia" nunca hay cupo.  Esperamos, llamamos todos los días y nunca había cupo.  Nos dijeron que fuéramos a las 6 a.m. al aeropuerto "a ver qué se podía hacer", pero la idea de levantarse tan temprano con todo y maletas, sin la más mínima seguridad, nos convenció de que tendríamos que buscar por otro lado.

Después, ya en el Guainía, nos contarían que los aviones llegan casi vacíos, con varios asientos libres, lo que hacen es pedir una colaboración para meterlo a uno en el avión y darle la sorpresa del cupo ya cuando está en el aire.   Gracias a , también se nos dijo que los aviones de carga a veces llevaban gente y que era más barato.  Eso ya era un aliciente.  Averiguamos y valía como 10 mil pesos menos, y si estábamos de buenas nos sentábamos; si no, nos íbamos encima de las cajas y los corotos que llevaba el avión.  Enero3 llegaba a su fin y nosotros debíamos haber llegado a principios.  15 días de espera, con dinero que se le escabulle a uno como gallina en medio del monte, fueron suficiente para convencer a cualquiera.

A la compañera que también iba para el Guainía no le fue tan mal.  Telmarrosa Ceciliahurí Angarita Gómez es bogotana.  Vivía en la capital y no tuvo problemas con los buses ni con la alimentación.  Donde sí los tuvo fue en la universidad Nacional, que parece ser más rígida en el papeleo que Univalle.  Le exigían solicitar permiso en tres oficinas distintas para retirarse por un semestre y tenía que presentar un trabajo que demostrara que no se fue de turismo, así no le calificaran nada, ni le sirviera como aporte para su carrera.

De todos modos ella decidió ir; sus principios le exigían cumplir con la palabra dada.  Fuimos a comprar los tiquetes a una oficinita, al otro lado de la ciudad, donde recibían la carga para el aeropuerto.  Sólo dos líneas de carga llegan hasta Inírida y nos ordenaron presentarnos a las 6 a.m.  en "la pista de enfrente de El Dorado".  Esa dichosa pista no la conoce ningún taxista, pues en Bogotá son pocos los que saben donde queda tal o cuál cosa.  Si uno pregunta lo mandan para donde no es, lo más común es que le digan «yo no sé, mire a ver en esa dirección, a ver si de pronto».  Después de mucho voltear y de luchar con el taxista para que no me diera en la nuca (de todos modos lo hizo), encontré el lugar cruzando la calle.

En una bodega llena de cajas y toneles esperaban todos los pasajeros.  Llegué 2 horas tarde, pero igual el avión saldría como a las 10 de la mañana.  En la espera conocimos a tres monjas misioneras, una abogada, un policía y un profesor que también iban para Inírida.  Había otras 15 personas que iban en el mismo avión pero para Puerto Carreño, en el Vichada.  Todos parecían habituados a esperar, menos nosotros.  No se veía ni un asientico, ni un murito ni nada.  No podíamos sentarnos en alguna caja de la bodega, porque de pronto se dañaba lo que llevaba dentro.  Tocaba recostarse en la pared, dar vueltas para que no se nos durmieran las piernas y esperar.  Conversamos sobre los DC-9 que se habían caído por esa época, pero gracias a  el nuestro era un jet.

Entregamos los tiquetes e hicimos fila; las mujeres y los niños entraron primero, para que alcanzaran a coger asiento.  Los demás nos sentaríamos sobre las cajas, o por ahí, donde pudiéramos.  Subimos al avión por una escalera metálica, no las típicas de abordar, sino una de esas de pintor.

La carga adentro no era tratada mejor que nosotros: se veían bultos de papa rotos, papas tiradas, cajas de frascos de mayonesa y de salsa de tomate rotas y con su contenido regado.  Ahí iba de todo: muebles, abarrotes, hortalizas, cemento, varillas, etc.  Había como 12 asientos en la parte de adelante y las mujeres los ocuparon casi todos.  Los hombres que sobramos nos sentamos entre las papas, como en cualquier chiva, y esperamos.  Por lo menos podíamos mirar por la ventana y sentarnos donde quisiéramos.  Subieron la escalera al fuselaje con mucha bulla y la tiraron por ahí, entre los asientos.  Desde el avión mismo se sentía uno en el campo.  El avión era usado por campesinos y sus voces y sus maneras recordaban el ambiente de pueblo.

La mayoría de nosotros éramos puro sobrepeso.  Los empresarios de carga taquean el avión al máximo de su capacidad y a veces hasta más (y hablando sólo de carga).  Sólo cuando algún avión se cae se ajustan los controles; de resto, se debe esperar una tragedia para no arriesgar la vida por un tiempo.

Cuando por fin salimos hacia la pista, teníamos una fila de aviones de todo tipo y tamaño detrás de nosotros: Avionetas, Hércules, jets de carga, etc. esperando su turno para poder alzar vuelo.  ¡Qué ironía, Bogotá tiene trancones hasta en el aeropuerto!

La verdad es que me sentí muy cómodo en el vuelo.  Tenía toda una ventanilla para mirar hacia abajo y contemplar el paisaje, sin asientos que estorbaran si quería mirar por la del lado.  Vi como la monstruosa urbe se iba convirtiendo en montañas, vaquitas de juguete y los regueritos de casas de los alrededores.  El terreno verde oscuro y nublado iba descendiendo y se iba pelando poco a poco en las zonas agrícolas, hasta convertirse en el pasto de la llanura.  Se veían aguas de diferentes colores, con los bordes de los ríos y los nacimientos llenos de selva espesa.  Cada vez que uno de los carritos de juguete pasaba por las carreteritas, se formaban nubecitas de humo.

 
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Esta es una postal del río Amazonas que me encontré.  Es más o menos una visión del Guainía desde el aire, sólo que en época de invierno.

 

Hicimos escala en Puerto Carreño y todo el mundo tuvo que bajarse para que pudieran descargar.  Recorrimos las calles polvorosas y arenosas del casco urbano, calientes como ellas solas.  Chiquito, de calles amplias, el pueblo no tenía mucho que mostrar.  Sólo es de destacar el monumento donde se levanta la bandera, el hito que demuestra dónde empieza el territorio colombiano.

"Así, igualito, es el clima de Inírida, sólo que un poquito más fresco" me dijeron los que ya habían ido.  En el aeropuerto, casi toda la carga quedó abajo y fue reemplazada por un tumulto de gente; todos estaban tostados por el sol y tenían un aire singular en el hablar.  Sus rostros revelaban ancestros más cercanos a los indígenas, pero eran la clase pudiente mestiza, que vestía a la moda y podía pagar el costo del pasaje.

Apenas el jet tocó tierra, todas las cajas que quedaban se nos vinieron encima y tuvimos que detenerlas entre todos, en un enredo de manos, cajas, pies y papas.  Los niños que se habían sentado más atrás gritaban "¡auxilio!" entre risas, navegando en ese mar de cajas.  Menos mal no les pasó nada.

El avión se detuvo, abrieron las escotillas y pusieron de nuevo la escalera.   Desde las ventanillas se veían montañitas de arena blanca alrededor del aeropuerto, dejadas ahí desde que lo construyeron.  En el lado opuesto yacía un avión estrellado hace años, casi entero, oxidándose a sol y agua.

Cuando bajé la escalera, lo primero que vi en el horizonte fueron cinco columnas de humo en el horizonte, cada una en un punto cardinal diferente.  Recordé las luchas de los bomberos contra el fuego en los alrededores de Cali, casi siempre vencidos por llegar muy tarde.  Como esa vez que se vio arder el cerro de Cristo Rey, justo al lado de la estatua, todo un día y una noche.  El problema era el mismo, pero esta vez se quemaban cuatro veces más especies de plantas y de animales.  Estábamos en Inírida, la capital del Guainía.


NOTAS

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3    
Enero de 1995. 
 

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Padrenuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.  Venga a nosotros tu reino.  Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.  Dadnos hoy nuestro pan de cada día.  Perdona nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.  No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal, Amén.  Dios te salve María, llena eres de gracia.  El Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito sea el fruto de tu vientre, Jesús.  Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.