COLONOS

En el Guainía hay tres centros principales de colonización: Inírida, Barrancominas y San Felipe. El más importante es Inírida, grandote y hetereogeneo, como un barrio caliente de Bogotá.

La capital primero estuvo en San Felipe, luego en Puerto Colombia y después la cambiaron a Inírida. Y ahí se quedó. Las otras quedaban en el río Guainía y era complicado llegar a ellas hasta por río. Inírida, en cambio, le servía de punto de apoyo a las fuerzas armadas. Ya no tenían que recorrer tanto trecho para llegar a la frontera con Venezuela, y tenían a un paso los ríos Guaviare y Atabapo, los dos cerca del área de colonización que les interesaba.

Desde su fundación el pueblo ha crecido vertiginosamente. En 30 años, la pequeña población indígena se transformó en un pueblo con más de 14 mil habitantes. Un agudo contraste con el resto del departamento, con poblaciones indígenas que no pasan de 800 personas.

El pueblo está asentado en una zona seca rodeada de áreas inundables. Hay tres caños alrededor del casco urbano: Caño Venado al oriente, Caño Vitina al occidente y Caño Conejo al sur. En pleno verano no superan los 2 metros de ancho, pero en invierno (o más propiamente en temporada de lluvias) no se puede ver una orilla desde la otra. Como poblado colombiano que se respete, tiene gente viviendo en zona inundable.

La población creció desde el margen del río, con el puerto a una distancia prudente, para evitar que las aguas se lo llevaran. El Inírida es un río descomunal si lo comparamos con el Pance o el Cali, digamos unas tres veces más ancho que el Cauca y muchísimo más profundo. Hace muchos años, se creció tanto que llegó seis cuadras más allá del puerto.

Pero su río es su vida. Por él llegan a diario pescadores en canoas y lanchas a ofrecer algunas de las 24 especies de peces que pueden conseguir, con mercancía para vender. En el pasado se encontraban pescados tan grandes, que un hombre mediano no podía medirlo con los brazos extendidos. Hoy no son tan comunes.

Inírida tiene dos supermercados bien dotados, Servientrega, Caja Agraria y todo lo que suele encontrarse en un pueblo pequeño. Gente de todas partes, principalmente de Boyacá y de los llanos, la volvieron su casa, atraídos por su calma y el dinero que dejaba la coca. Ultimamente, el oro y el empleo que ofrecen las entidades estatales son lo que los mantiene.

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¿Turismo?

El turismo apenas si se ve. Carlos Cubillos, el administrador de un hotel, me contaba que sólo una vez había atendido a un gringo, pero que se había ido insatisfecho, pues el tipo esperaba un resort. Mis ojos sólo vieron brasileños en plan de negocios, funcionarios del estado "trabajando", una pareja de colombianos aventureros y dos argentinos. Muy poquito para 6 meses y semejante potencial.

La fama de zona guerrillera y coquera no ayuda mucho. Los que más disfrutan el territorio son los funcionarios, que se están unos diítas y se los pasan muy rico. Total, el que paga es el estado y la gobernación los atiende lo mejor que puede, para que se lleven una buena impresión. A algunos los mandan sus superiores, porque sino no vendrían.

La pareja de colombianos que conocí eran "ecoturistas", que cogían los peces con anzuelo, les tomaban fotos y luego los soltaban. Buscaban lugares donde la selva estuviera intacta, donde pudieran ver los indios en vivo y en directo. "Nos dijeron que había lugares en donde los Nukak sacaban a los blancos a flecha ¡y más ganas nos dieron de ir!" me dijo el hombre.

De todos modos, falta mucho pelo para moño. La Caja Agraria, la única entidad bancaria que hay, a duras penas funciona. El que llega es porque está dispuesto a llegar a cualquier parte. Aunque a la gente se le cobra caro, se le trata bien. El problema es lo precario. Al turista no se le concientiza de la importancia de la conservación. La publicidad turística del departamento se limita a uno que otro plegable y un almanaque. Este último tiene una foto de un delfín de río, tirado en la playa, como si lo acabaran de pescar.

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Animales en vías de...

A mi oído llegaron opiniones inusuales, como la de un funcionario de la gobernación, que creía que era mejor legalizar el contrabando de animales. El veía que los traficantes metían micos, pájaros, culebras y otras especies en medio de toneles, matas o lo que se les ocurriera. Como tenían que sacarlos en vuelo, no los alimentaban en el avión, por miedo a ser descubiertos. Como consecuencia, sus "cargamentos" llegaban casi todos muertos por el estrés, el calor y la falta de oxígeno. A los que mejor les iba los sacaban por tierra, pero no más en el trayecto hacia Bogotá se morían por el hacinamiento, el susto o la pura tristeza.

Los afiches del INPA10 se quedan como adornos. Muestran las tallas legales para unas 21 especies, entre máximas y mínimas, pero la gente pesca lo que puede y no sabe leer. Si la policía se complica, los pescadores dan una vuelta y entran por detrás del pueblo. Se lo recorren a pie, con carretillas llenas de sus ejemplares; y gritan a todo pulmón el nombre de las especies que llevan: «¡Mojarra, mojarra!» «"¡cachirre, cachirre!» Siempre había quien les comprara, y si no, pues cobraban más barato.

Pero los pescadores no hacían tanto daño como la minería o la tala. Eran los primeros en ver las consecuencias y se asustaban al ver las escaseces y las disminuciones de tamaño. Algunos le echaban la culpa al barbasco11 de los indígenas, otros al ejército y a la policía, que se las montaban a ellos con el contrabando y se hacían los locos con los brasileños.

Hubo un rumor de que "los muchachos" (la guerrilla) habían prohibido la tala y la pesca en el Guaviare guainieño. Su repentina conciencia ecológica iba a dejar a muchos con las manos desocupadas. Algunos concejales de Inírida estaban contentos ante la posibilidad de que el pueblo creciera.

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¿Profesionales?

La región tiene una escasez de profesionales endémica. Sólo hay comerciantes, mineros, guerrilleros, campesinos y funcionarios públicos. Los jóvenes bachilleres que salen del único colegio en su mayoría son contratados por el estado como profesores para otras poblaciones. Algunos llegan a conseguir trabajo recién salidos de primaria, porque no hay quién enseñe a los más pequeños. La "contratada" (es decir, la Iglesia) controla una tercera parte de la educación del departamento, y a punta de internados. La dispersión de la población y la escasez de recursos hacen imposible otra modalidad. Casi que se arranca a los jóvenes de su medio sólo para darles una enseñanza de muy baja calidad. Si van a la universidad, en Villavicencio o Bogotá, es para acabar de transplantarse.

¿Servicios?

El agua que llega por el acueducto no puede tomarse sin hervirse y la energía eléctrica se raciona 2 o 3 veces por semana. La planta diesel de las afueras se apaga todos los días a las 12 de la noche, para evitar que se recaliente, y se prende a las 8 a.m. El agua no es tratada propiamente, sólo se deja asentar un poco. Se bombea desde el río hasta moto-bombas más grandes y llega a cada casa a través de tubos de PVC.

A los guainieños les toca dejar la tubería en la superficie de las calles, porque la tubería no puede enterrarse en suelos de pura roca. Se ven ahí, como una tentación. En algunos de los barrios llegaron a robarse un tubo madre y dejaron a todo el mundo sin agua.

El suelo iniridense es un extremista: Es arena o rocas inmensas, nada más. No se encuentra un guijarro o rocas redondas como en los ríos del Valle. Toda esa zona de la amazonia se levanta sobre el Escudo Guyanés, una sola roca descomunal que va desde el sur de Venezuela, el noroccidente del Brasil hasta las zonas amazónicas de Ecuador y Perú. En algunas calles sale la roca al aire en medio de la arena porque de otro modo habría que volarla con dinamita o gastar taladro a la lata para rebajarla. En la Zona Indígena, un barrio cercano a uno de los caños, las rocas afloran en medio de las casas y hasta dentro de ellas. De un momento a otro se ve surgir ahí, entre la habitación y la cocina, o en la parte de atrás, como si fuera un muro. Hace parte del paisaje e irrumpe en sus dominios.

Cuando se construyó el aeropuerto, se voló la roca con dinamita y varias fueron las ancianas indígenas que advirtieron que de ahí en adelante se vendrían todos los males, que era mejor dejar la roca quieta. Y la roca se voló y por avión llegaron los políticos, los comerciantes, los mineros, las prostitutas, nuestra civilización, nuestra modernidad a medias... Hoy día hay una cantera camino al aeropuerto, y el suelo se carcome para construir, como en Bogotá o Cali.

Las basuras comienzan a acumularse hacia el sur, más allá del aeropuerto. Inírida, inocentemente, ha iniciado su basuro. Sólo unas pocas familias indígenas (se pueden contar con los dedos de una mano) se dedican al reciclaje, de la misma manera como lo hacen nuestros indigentes. Aún así, lo normal es que toda la basura producida por una familia se queme justo en frente de la casa, cuando el tarro de basura se llena. Hay un camión pagado por la alcaldía que pasa cada que puede y lleva las cosas al basuro, pero son varios los barrios que no lo conocen.

Inírida ve correr el agua de las lluvias por sus calles amplias, en abundancia en la temporada de lluvias. Sólo la calle principal y la calzada en frente de la iglesia están pavimentadas. Apenas siete cuadras, entre la gobernación y el puerto, tienen alcantarillado. Hay otros dos pequeños tramos con tubería enterrada, pero no tienen ninguna conección entre sí, como si el pueblo se hubiera hecho a retazos. La mayoría ve pasar las aguas residuales frente a la casa, cómo recorren a placer su camino al río y se estancan en lugares planos. Gracias a , las que salen de las casan no son aguas negras, sino las que quedan de lavaderos y lavaplatos. Muchos hogares tienen pozo séptico. La gente lo cava entre los agujeros que aparecen en medio de la roca, o lo levantan en una casita fuera de la casa.

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...Y el pueblo ahí

Ahora no hay quien pare el crecimiento de Inírida. Sus gentes amables, trabajadoras (a excepción de los profesionales empleados del estado), bebedoras a todo dar, se reproducen y traen a sus familias a conocer ese rincón bello y pacífico, tan amañador. El colombiano común y corriente cuando se le dice "Guainía", lo confunde con La Guajira, tiene que ver el mapa para saber donde ubicarlo, piensa que eso son llanos orientales, pero no se imagina la selva. Y ella está ahi, así no la conozcan. Así como la tranquilidad del pueblo, desconocida para los habitantes de la gran urbe. En sus calles los robos, los asesinatos no son pan de cada día. Los hay, pero no abundan.

Sus calles son casi todas peatonales. Sólo los ricos del pueblo tienen carro, que no sirve para otra cosa que para darle la vuelta al pueblo. Microbuses, camiones y camionetas se encargan de pasajeros y de la carga, y no son muchos. Lo normal es que el conductor espere y la gente pase. Algo totalmente extraño para el citadino: Sus calles casi no suenan. Lo que suena es el bullicio de las cantinas, los billares y las tiendas, pero motores pocos. Con la pavimentación de la calle principal, motos y carros comenzaron a correr y aún así, sus calles siguen siendo humanas. ¡No saben que en la ciudad no las vivimos sino que las sufrimos! Ignoran que los peatones pasamos la calle a toda prisa y con temor, para que no nos pasen por encima...

Los colonos son una mezcla entre el campesino sencillo y rústico, y los habitantes de los barrios marginales de nuestras ciudades. Cada quien por su lado se defiende, toma su tierra y la doma como un potro salvaje. Hasta el párroco de la única iglesia católica se quejaba de lo difícil que era motivarlos para hacer algo en común. Los indígenas que viven a su lado siguen siendo comunidad, pero no de la misma manera, pues quieren parecerse a sus vecinos.

La sociedad iniridense es un caleidoscopio difícil de creer como posible: Boyacenses, cundinamarqueses, llaneros, bogotanos, vallunos, chocoanos, nariñenses, costeños y unos pocos locales. Todos viven mezclados con puinaves, curripacos, piratapuyos, yerales, guahíbos, tucanos, desanos, uaunanos y otro grupos pequeños. A ellos se les suman los brasileños y unos pocos venezolanos. Todos pueden vivir en el mismo barrio, casarse entre ellos, sufrir con cada partido de fútbol, desesperarse con cada vez que se daña la planta...  Todo el mundo lucha, todo el mundo sufre, no importa la etnia.

A excepción de los evangélicos, todos los hombres de Inírida son buenos para beber. Invitan a todo el que pueden y conversan sobre cualquier cosa. ¡Y no sólo los fines de semana! Es impresionante la cantidad de alcohol que puede consumirse en un pueblo pequeño. El colono común y corriente piensa que "está haciendo patria", jura que hace reconocer ese territorio como colombiano. Poco importa que casi no queden fundadores del pueblo. A cada rato los militares salen a las calles con sus caras pintadas y sus uniformes camuflados; y trotan y cantan sus himnos de varonilidad y patriotismo. A su vez, la guerrilla está por todas partes, pero anda de civil y es más discreta. El común sabe quienes la integran pero no se generan conflictos por ese motivo.

Sólo diez muertos por un enfrentamiento entre guerrilla y ejército son el saldo de treinta años. Un record que cualquier departamento envidiaría. Y esas muertes fueron originadas por un policía que mató a varios en una pequeña población. La guerrilla le pidió al ejército que se lo entregara, que lo iban a juzgar. Los militares se negaron y, cuando lo estaban sacando por la vía al aeropuerto, se prendió una balacera, y los diez policías que lo acompañaban quedaron todos muertos. Los guerrilleros se llevaron los suyos. De resto no ha pasado casi nada.

Son más los muertos por riñas de los mismos “parientes” (indígenas) o los mismos colonos entre sí, que se enfrentan por cualquier cosa cuando están borrachos. De todos modos, la principal causa de muerte sigue siendo la herida de bala, seguido del ahogamiento y la tuberculosis (según la secretaría de salud departamental).

Las rencillas, las repentinas animadversiones, las ví por ahí, mezcladas de forma explosiva con el alcohol, el dinero y las mujeres. Pero me sentía más seguro en la más peligrosa calle de Inírida que en cualquier esquina de Cali. En la gran ciudad la agresividad es el doble, el enemigo no es nadie y es todo el mundo. Puede que salga una bala de un campero y te lleve el que te trajo. En Inírida, como en casi todos los pueblos, si alguien quiere matar a otro todo el pueblo se la huele desde el principio. Que calle por conveniencia es otra cosa.

Con el crecimiento se está perdiendo la caridad espontánea, un ingrediente que era muy común entre los colonos. Como todo el mundo ha pasado dificultades para llegar, si llegaba uno bien fregado, no faltaba quien le tendiera la mano con un platico de sopa o un lugar donde escampar por un tiempo, siempre y cuando mostrara voluntad para trabajar. Esto está siendo reemplazado por la típica indiferencia citadina.

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El día del...

El 15 de mayo*, día del campesino, llegaban a Inírida indígenas de casi todas las comunidades del departamento.

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Se organizaban todos debajo del entechado de la cancha del colegio, en un tumulto de gentes y animales. Venían a vender y a mostrar lo que habían sacado de la tierra o hecho a mano. La gobernación entregaba "incentivos" a los que mejor presentaran sus productos, pero todo el mundo sabía que eran premios y los asumía como tales. Se suponía que el cambio de nombre era "para no generar competitividad entre los participantes", pero cada quien llegaba era a vender. Sólo la secretaría de agricultura levantaba un "stand", ahí vendía toda clase de derivados del mango. Los colonos pudientes venían a exhibir sus caballos y a aprender a exhibirlos frente a jueces expertos. Todo era un intento de feria exposición, pero más parecía una galería indígena, tan bio-diversa como pocas.

Ahí conocí los paujiles, pájaros grandes como una gallina, de pico rojo y todo el plumaje negro. Vi gallos y gallinas grandotes, criados a punta de comida, sin hormonas. También probé la manaca, el mañoco de chontaduro, la uva caimarona, el cocorito y otros frutos de la región que no sabía que existían. Ví yucas gigantescas, plátanos y bananos en cantidad. Artesanías y tejidos, palo del Brasil tallado en símbolos de la región: Cristos, canoítas, princesitas Inírida, pájaros. Estos productos se destacarían en cualquier parte del mundo, e incluso de Colombia.

El día del campesino en el Guainía es el día del indígena. Ese día todo el departamento se aparece tal y como es. Los colonos se ven como la minoría que son, pequeña y pudiente. El que hace las veces de campesino es el indígena de los corregimientos. Me parece saludable no marcar las diferencias étnicas, pero ¿se reconocen los indígenas como tales, o ya se consideran a sí mismos campesinos? Para vender ese día hay que hablar español, manejar algo de la vida capitalina, para no quedarse atrás. Se hacen concursos para lazar un palo con cuernos, el cerdo encebado y la vara de premios, todos típicos del llano y del interior. La pérdida de la cultura nativa ¿es el precio de la igualdad ?
 
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  Así quedó la cancha del colegio Custodio García Rovira después del día del campesino.
 

Pero lo que sé es tan poco. Los indígenas son muy distintos y yo no los conozco. Tuve pequeños contactos esporádicos con ellos, con su religiosidad y su humildad, con sus comunidades, con su lengua, tan distinta a la nuestra, con su mundo verde allá en el oriente...


NOTAS
 
10 Instituto Nacional de Pesca y Acuicultura  Ý  
 
11 El barbasco es un veneno que se obtiene de un bejuco que se da en la selva. Las comunidades indígenas las usaban en las festividades, para pescar para las grandes reuniones. Echaban el veneno en un caño pequeño y se morían todos los peces que encontraba en el camino. Las mujeres y los niños sólo tenían que recoger. Como el veneno es biodegradable sus consecuencias no eran graves. En los últimos años, la pereza, la irresponsabilidad y la escasez ha llevado a usarlo en caños más grandes. Escuché de conflictos con los colonos por ganado envenenado y porque, una vez usado, los peces se demoran mucho en retornar.  Ý  
 
* Fecha aproximada.  Cada región y cada municipio define cuándo realiza la fiesta; normalmente es por la misma época, pero no es seguro que el día sea fijo.  
Esta subsección no fue aprobada por el jurado de la universidad, pero me pareció importante incluirla, por las imágenes y porque su contenido sigue vigente.  Ý  
 
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