MINEiROS

La minería en el Guainía es la actividad que más ganancias reporta, por encima del cultivo de la coca o del comercio. En cualquier curva del río Inírida pueden verse las "balsas", o armazones de metal montados sobre tambores de gasolina llenos de aire, que flotan sobre las aguas oscuras. Cada una tiene techo de palma y carga los motores de bombeo indispensables para impulsar aire a sus buzos. Estos tipos llegan a descender 25 metros bajo el agua, en busca de oro. Cada uno lleva una manguera para absorber la tierra del fondo y buscar las vetas en medio de la oscuridad, la arena y el lodo. De su pericia depende si se vuelve rico o muere aplastado. Es normal que de tanto absorber el fondo, se haga un nicho y el terreno se le venga encima. También es necesario que sea un hombre fuerte y resistente, pues la manguera hala duro para donde ella quiere. Además, le toca pasar horas enteras debajo del agua fría, en medio de corrientes traidoras.

A pesar de lo arduo del trabajo, la gente viene de lejos porque puede llegar a ganarse tres millones de pesos en un mes. Como polvo de hierro atraído por un imán, han llegado mineros, prostitutas y comerciantes de todas partes del país, detrás de las riquezas guainieñas. En Inírida hay una cuadra donde la mayoría son mineros; sus casas son firmes, amplias y bien construidas.

Los buzos brasileños, conocidos en Brasil como garimpeiros, llegan a venir de lugares tan distantes como Manaos, Brasilia y hasta Sao Paulo. Parecen más experimentados en la búsqueda y la extracción que los colombianos, pues han adquirido experiencia trabajando en su país, que tiene diez veces más selvas y riquezas minerales. La mayoría de estos hombres no habla español, entiende cuando uno les habla, pero responde en portugués. No vienen a aprender, ni siquiera de turismo, vienen sólo por el oro. Cuando lo consiguen, se lo gastan en cerveza y mujeres casi de inmediato.

Pero la suerte no siempre les sonríe. Son muchos los que sólo han llegado para sufrir, endeudarse y conocer los misterios del Guainía. Para los brasileños el terror en Colombia es el DAS. Cada cierto tiempo este organismo de seguridad organiza batidas para capturarlos y deportarlos. Se mete en los hoteles, en las casas donde alquilan habitaciones, casi siempre de noche, y los coge de improviso. Pero poco o nada sirven los operativos, pues ellos se esconden o se alejan un poco del pueblo cada que les toca. A los 4 o 5 días se les ve por las calles del pueblo, como si no hubiera pasado nada. La mayoría han sido contratados por los comerciantes del oro y los dueños de las balsas, que son los que se quedan con la mayor parte de las ganancias. Con todo su dinero, es fácil influenciar la política local.

Aunque la mayoría de los patrones son colombianos, hay algunas "minas" que están habitadas casi exclusivamente por brasileños y ahí los colombianos son tratados como extranjeros. Poco importa que el territorio en el mapa tenga el letrero de «Colombia», ellos son la mayoría y no se distinguen precisamente por su honestidad. Algunos mineros colombianos me hablaban muy bien de ellos. Aseguraban que son muy humanitarios y más cordiales que los mismos compatriotas. Pero muy pocos de ellos tienen un nivel mediano de instrucción; sus hábitos de consumo los hacen vivir al borde de la quiebra, a pesar de todo el dinero que llegan a ganar. De todos modos, ese es un mal que los ataca a todos, sin distinción de nacionalidad. Como si fuera poco, los comerciantes se desplazan a las "minas" y cobran de acuerdo a los ingresos de sus clientes, es decir con precios inflados. Se pueden ver panes no muy grandes a mil pesos, cervezas al triple de su valor comercial. Los buzos pagan como si nada. Los comerciantes consideran el sobrecosto algo natural, una retribución por ponerles las mercancías casi a la mano. "Si no fuera por nosotros les tocaría ir hasta Inírida" dicen unos.

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"Venga, yo le cuento..."

Entre los buzos hay leyendas, miles de anécdotas que les encanta contar. A unos les gusta mostrar sus balsas y explicar el proceso. A diario arriesgan la vida y trabajan hasta por las noches. Cuando se les ve por ahí, con la ropa buena, es que están descansando. Aprovechan esos momentos para hablar de todo con emoción.

En Mavicure me contaron una historia que parece un "Azul profundo" criollo:
Había un buzo muy callado; no decía nada a menos de que se lo preguntaran, pero era buenísimo debajo del agua. Todos los que trabajaban con él sabían que estaba trastornado. Su mujer lo había dejado, aburrida de esperar riqueza y no ver sino deudas. Como estaba tan necesitado de plata, el tipo seguía trabajando. Un atardecer, apenas pudo sumergirse, se soltó de las mangueras y se fue a lo más profundo, a puro pulmón. Otros buzos que lograron verlo le hacían señas de que regresara, pero él no hacía caso. Algo así significaba dejar que la corriente lo arrastrara a una muerte segura. Casi todos pensaban que era un accidente. Uno se soltó también y logró hacer que lo viera, en medio de la oscuridad del río. El tipo lo miró y siguió como si nada. Su auxiliador lo pensó mejor y reconoció que tan abajo no podía seguirlo. Se dijo que lo más probable era que tuviera que pelear para sacarlo y regresó a la superficie. Además, quedaba la posibilidad de que lo intentara otra vez, cuando estuviera sólo. El buzo enloquecido se perdió en las tinieblas y nadie volvió a verlo. Quedaba la esperanza de que encontraran su cuerpo río abajo, pero nada. O se lo comieron los peces o se lo tragó la tierra.

También contaban en Inírida de un ingenuo que llegó de Boyacá, sin siquiera plata para el regreso. El tipo pensaba que se trataba de minas cavadas en el piso, como las de carbón o esmeraldas. Como no sabía bucear, tuvo que dedicarse a jornaliar para poder regresar y acabó quedándose del todo.

Los mineros son hombres platudos pero sin instrucción, nómadas que sólo persiguen el oro y se van cuando se acaba. Y es que irse es fácil. La "mina" sólo es en realidad un cúmulo de balsas ancladas en un lugar de la corriente del río. Siempre están encima de las vetas más grandes, de las que pueden explotar con el sistema que usan. Nada que ver con socavones. Unos decían que ese nombre se lo inventaron al principio, para ocultar el verdadero origen del oro y no tener que compartirlo. Hoy día es raro el iniridense que no conoce una balsa.

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Mucho oro, pero...

Los mineros hablaban muy bien de su actividad, pero no todos compartían su opinión. El río Inírida era el lugar preferido para escarbar en su lecho con las dragas, pero el alcalde de Inírida decidió vetar el lugar. Las comunidades indígenas ribereñas estaban molestas con sus borracheras, sus armas, sus riñas y las prostitutas que venían detrás de ellos.

Como cosa rara, las prostitutas no son el grupo profesional más aceptado socialmente; por lo menos de frente. Las mujeres "de la vida" tienen su sede principal en el bar "Firulais", a tres cuadras de la Gobernación, como es normal en cualquier pueblo del país. Pero sus sucursales en el área rural no lo son. Cerca a la mina se pueden ver carpas hechas con plásticos y palos, donde las señoras guindan sus hamacas y se guarecen del sol y la lluvia. Cobran según su experiencia, belleza y popularidad, siempre en oro, en gramos o en rayas (0.8 de gramo)9. El oro de los buzos es tan atrayente que siempre hay mujeres dispuestas a perseguirlos.

La mayoría delas comunidades nativas son evangélicas, muy estrictas con respecto a la sexualidad ilícita y el consumo de alcohol. Además, la minería contamina sus fuentes de agua y genera dispersión entre los jóvenes. Como me dijo uno de ellos: «trabajar la tierra es muy cansón. La suda uno mucho y no gana nada. En cambio en la mina se gana más del triple y en menos tiempo». La novedad y la posibilidad de ingresar en la sociedad nacional en condiciones de superioridad económica, son para ellas fortísimos alicientes.

También entre los colonos la contaminación con mercurio comienza a ser una preocupación. Las poblaciones en el Guaviare y el Inírida ya se daban cuenta y no les gustaba. Comienzan a aparecer enfermedades en la piel, inflamaciones en los pliegues del cuerpo y escasean o disminuyen de tamaño algunas especies de peces. El origen de tales cosas no es ningún misterio. El buzo utiliza el azogue para purificar el oro y, cuando no derrama el líquido resultante en el río, lo quema. A fin de cuentas, el químico va a dar a las fuentes de agua que se usan para cocinar y beber. A los comerciantes, encantados con el consumo de cerveza y lo mucho que les compran los mineros, no les gustaba la idea de dejar de verlos.

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La cercana Venezuela, el lejano Brasil

Algunos en el pueblo miraban con recelo a los brasileños y ellos no daban muestra clara de querer hacer algo distinto a beber e impulsar la prostitución. Su deshonestidad y sus costumbres relajadas no ayudaban mucho. La falta de integración económica con Brasil hace que se desperdicien muchas de sus posibilidades benéficas. El comercio con el vecino no resulta rentable, pues su inflación ha bajado mucho y su moneda ahora es más dura. La ciudad más cercana es Manaos y queda tan lejos como Bogotá; con la pequeña diferencia de que no hay vuelos ni vías que lleven hasta allá. Se puede llegar por río, pero el viaje es larguísimo.

Con Venezuela pasa lo contrario. A pesar de la Guardia, el comercio con este país es un hecho: Se traen gasolina, tejas de placas para entechado, cemento, cerveza y hasta harina para las arepas. Todos los carros que se ven dando vueltas al pueblo son traídos de contrabando desde allá. Muchas de las ayudas que el estado venezolano daba en décadas anteriores fueron a parar a las comunidades de este lado de la frontera, vendidas como mercancía. Un truco típico de nuestros contratistas: cobrar el cemento a precio colombiano y realizar la obra con cemento venezolano, que vale cerca de la mitad. El consulado venezolano en Inírida es tan conocido como el ICBF.

En cambio, la oficina brasileña está en San Felipe, un centro de colonización a 10 días por río. Hay vuelos hasta allá, pero cada 15 días. De hecho, la frontera sur del departamento es un sitio casi desconocido, donde la colonización todavía es incipiente. Para llegar al río Isana-Cuyarí se necesitan tres viajes por avión a través del Vaupés, dos para llevar la gasolina y otro para el pasajero, pues allá la distribución de gasolina puede sufrir tropiezos. Por río, se debe recorrer un largo trecho por el Inírida, pasar al Guainía y de ahí al Isana. En verano, se camina otro trecho con la carga al hombro o se paga caro un transporte que sólo  sabe si esté.

Los funcionarios indígenas que venían de la frontera con el Brasil eran muy callados. Cada resguardo tiene un representante legal ante la gobernación, pero a los del sur las comunicaciones, el transporte y sus costos, los aíslan con respecto a sus territorios. Los datos sobre sus poblaciones son escasos y viejos. Según palabras del mismo gobernador, esta zona está en manos de los garimpeiros y nadie sabe la suerte que corran los indígenas que la habitan.

Como "solución", los congresistas promueven carreteables hacia el río Guainía, lo que haría más fácil sacar el oro, talar y colonizar. Para completar, en todo el departamento no se consigue una sola licencia ambiental. Los dirigentes saben qué son, pero porque lo han dicho en t.v. El ministerio del medio ambiente las exige sólo cuando un proyecto afecta a 15 mil personas o más. Inírida, la "megalópolis" de la región, apenas llega a los 14 mil. El departamento es todo un banco de especies, rico en oxígeno y animales en vía de extinción, pero su riqueza es tan grande como frágil. A la velocidad que avanza el estado veo la cosa muy seria...

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Dime con quien administras y te diré quien pierde

Por ley, las comunidades indígenas tienen derecho a las regalías generadas por los minerales extraídos de sus territorios. Muchas no saben que hacer con su dinero. Unas lo reparten entre ellos en partes iguales, otras se lo entregan al capitán (autoridad legal reconocida) y este se vuela y nadie vuelve a saber de él. A los políticos locales les gusta impulsar proyectos, pero se realizan a medias, con una instrucción comunitaria tan escasa que se los condena al fracaso.

El dinero enviado por el estado no se entrega directamente a las comunidades, sino que lo administra y ejecuta la gobernación. Las poblaciones presentan los proyectos, de acuerdo a sus necesidades, los dirigentes les dan visto bueno y los llevan a cabo. Pero las autoridades indígenas poco saben de metodologías. Las oficinas que deberían servirles de orientadoras difícilmente funcionan, sus funcionarios postergan y postergan la entrega de tales proyectos a Bogotá. Los contratos entre las autoridades comunitarias y los mineros suelen ser orales y el minero es el que determina cuanto se sacó.

Todo se acumula para que el dinero y el oro se pierdan en el camino. Sólo supe de una comunidad que utilizó bien su dinero; la dirigía un pastor evangélico, un tipo muy callado y muy serio. Otras, sobre el río Atabapo, sabían que tenían oro y todavía no lo explotaban. Hoy, su destino depende de la instrucción que alcancen y en la capacidad que demuestren para manejar el lenguaje del estado. Es como poner un periódico de un municipio pequeño a investigar todos los enredijos del proceso 8.000.

Para sacar un proyecto adelante, las comunidades del Guainía (y de Colombia entera) deben: Luchar con el estado, empujarlo para que se mueva, aguantarse a los empresarios de la promesa, sacar a los ladrones instruidos, resolver sus problemas de coordinación interna, impedir que el sistema corrompa a sus líderes y (si les queda tiempo) ocuparse de las labores que les permiten seguir con vida y criar a sus hijos. Supermán, con todo y poderes, se vería a gatas. No queda sino confiar en  y esperar que nuestra fé nos salve.



NOTA
 
9 El oro es la única moneda aceptada entre los mineros, pues es muy engorroso desplazarse hasta el pueblo para cambiarlo por dinero. Los brasileños tendrían el doble de problemas. Como tienen otra divisa, tendrían que pagar comisión al cambista en Inírida y "darle papaya" al DAS.  Ý 
 
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