Padrenuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.  Venga a nosotros tu reino.  Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.  Dadnos hoy nuestro pan de cada día.  Perdona nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.  No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal, Amén.  Dios te salve María, llena eres de gracia.  El Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito sea el fruto de tu vientre, Jesús.  Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.
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El petroglifo del Coco, el dolor

Plinio Yavinape, un líder indígena, me invitó a conocer Coco Viejo.  Es una pequeña población de etnia curripaco y queda al oriente del casco urbano, a unos pocos kilómetros por carretera destapada.  

Una vez fui a pie a El Coco y conocí de cerca la zona que lo separa de Inírida.  Ahí parece que hubiera ocurrido un holocausto atómico: Son hectáreas enteras donde sólo se ven árboles muertos, cepos y pasto quemado.  Antes había pura selva, hoy eso es lo único que queda.  Fue ahí donde aprendí lo que es sentir vergüenza de ser humano.

También conocí Coco Nuevo o El Coco, una comunidad de colonos a la orilla del río Guaviare.  Recorrí sus 4 o5 cuadras, me bañé en el río y vi uno que otro partido de fútbol.  Es una inspección de policía, lo más importante que tiene es el internado donde estudian los pelados, y su más grande atracción es el torneo de fútbol de barrios y comunidades.  Apenas si está naciendo como poblado.  En cambio Coco Viejo estaba antes que Inírida.  En el texto de Mariano Useche22 figura como centro de intercambio entre chibchas y caribes.  Los primeros traían sal, los segundos oro desde mucho antes de la colonia.  De ahí salieron las materias primas para las ceremonias que fascinaron a los españoles en el lago Guatavita, y ayudaron a crear la leyenda del Dorado.

La primera vez que pasé por El Coco lo hice en microbús y me pareció chiquitica.  Apenas la vi pasar por la ventanilla.  Sus casas eran blancas y su iglesia lo más grande.  Le conté a Yavinape lo que había leído de historia y él me contó que tenía familiares ahí y que podíamos ir cualquier domingo, cuando tuviera tiempo.  También tenía curiosidad por conocer "los petroglifos" que me habían dicho se encontraba cerca a esa comunidad, y le manifesté mi interés por aprender lenguas indígenas.

El día señalado nos levantamos temprano y cogimos el microbús.  Recorrimos el trecho entre Inírida y El Coco, y volví a ver el esperpento de hectáreas quemadas y taladas a lado y lado.  Como estábamos en invierno, ya se veían zonas inundadas hasta el borde mismo de la carretera.  El Guaviare se metía en medio de los potreros y mojaba tierras que en verano quedaban lejos de la orilla.

Llegamos a la comunidad y ahí él me presentó a su suegro, un viejo artesano que hacía hornos especiales para hacer casabe y mañoco.  También conocí a su hermano y a su cuñada, que vivían a unas cuantas casas.  Tenían en la parte de atrás un entechado donde colgaban sus hamacas y pasaban la tarde, con sus hijos.   Plinio se puso a conversar con ellos en curripaco y, claro, yo no entendía nada.   Al rato su familiar se metió en la casa y nos sirvió yucuta de seje con bananitos.  Estaba en una olla y lo tomamos con una totuma.  Se rieron un poco a mis expensas porque yo no sabía lo que ellos decían y Yavinape me tradujo una que otra palabrita.  Todos hablaban español, pero el conocido era Plinio.  Les comenté sobre mi preocupación porque los documentos no se escribieran en su lengua y me respondieron que ellos no necesitaban documentos, a excepción de la cédula y el pasado judicial.  Les dije que esos también se podían publicar en su lengua, pero no pude explicarles el concepto oficial de pasado.  «Pasado es lo que ya pasó, lo que quedó atrás» les dije.  Ellos guardaron silencio.  En ese momento yo no sabía que para la mayoría de las culturas indígenas el futuro es el que queda atrás, y las decisiones se toman mirando hacia el pasado.

Mi vergüenza y mi afán por conocer nos hicieron salir de la comunidad.   Cogimos directo por una carreterita embarrada que llevaba directo al río, en su costado estaba el petroglifo.  Desde la vía a Coco Nuevo se alcanza a ver la roca, pero no en detalle.  Cuando la vi de cerca me sentí indignado.  El deterioro era evidente.  No habían hecho nada por conservarla y hasta le habían metido candela.  Otros habían cavado al lado, en un intento por mover la roca.  Yavinape me explicó que muchos creían que había oro debajo.  Para mí, que las solas quemas eran ya una tragedia, esto era demasiado.  Buscando oro estaban destruyendo algo todavía más valioso.

La roca tenía símbolos extraños, pero era como verlos a través de un vidrio opaco, ya no se entendía la esencia del dibujo.  Le pregunté a Plinio por los otros petroglifos, pero me dijo que no habían más, que desde que él vivía por ahí sólo había sabido de uno.  Reconoció que en realidad nunca le habían interesado mucho y que era probable que hubieran más.  Buscamos en las rocas de la playa, y entre los árboles cercanos, pero no encontramos nada.  Nos engarzamos en una discusión sobre la importancia de la historia y la cultura.  Yavinape me dijo que «todo eso era muy bonito, pero no daba de comer».  Le hablé de las posibilidades del turismo, de la riqueza que estaban volviendo humo.  El me comentó que el indio se sentía menos, que «en realidad ellos estaban muy atrasados» y le parecía muy difícil sentir orgullo por su pasado indígena.  El turismo para él sólo era otro motivo para el escepticismo.  Sabía que se necesitaban hacer muchas cosas para que llegara en forma y en el Guainía estaban cansados de esperar.

Nos bañamos en el Guaviare y regresamos a Coco Viejo, a esperar el busecito.   Ahí en frente de la vía, al lado de la iglesia estaba su suegro, sentado en una banca con una jovencita.  El se puso de pie para saludarnos, dijo algo en curripaco mientras señalaba a la joven y al niño, que en ese momento ella amamantaba.  El anciano vio que no le entendí y repitió en español «esta es mi mujer, este es mi hijo, bienvenidos a mi casa».  Lo dijo con una amabilidad tan grande, que me impresionó.  Yo intenté responderle de la misma manera, pero no sabía cómo.  Yavinape exclamó irónicamente «¡Eso, conversemos con el viejo, a ver que saber le podemos sacar!».  Me sentí confundido.  Yavinape malinterpretaba mi gesto, mientras en mi mente me costaba trabajo asimilar la idea de una mujer tan joven casada con un anciano.

Ella era casi una niña.  Tendría unos 16 años.  Como todas en el departamento, colonas e indígenas, no sentía el más mínimo pudor al mostrar el seno al dar leche.  En ese momento ya no me parecía nada extraño.  Después, en Bogotá y en Cali, me reía al ver todas las maromas que tenían que hacer las mujeres para esconder "sus vergüenzas".  Era algo muy raro ver en sus rostros la preocupación por que nadie las viera.

El suegro de Yavinape tendría unos 60 años o más.  Me costaba mucho trabajo identificar su edad por su físico.  Su cuerpo era pequeño pero musculoso y firme como el de un adolescente.  Pero su cara y sus manos reflejaban años de experiencia y remo.  Así me pasaba con casi todos los indígenas.  Por detrás se confundía fácilmente con cualquier joven, pero no en su rostro.  Toda una vida en un amable ambiente de comunidad, unida a su alimentación siempre natural los volvía lozanos.  Su trabajo continuo de remar, levantar la pala y el machete, cargar los frutos de la tierra completaban un cuadro saludable para cualquiera.  

En esos instantes sentía la proximidad de mi partida, y me pesaba no haber venido antes.  Había tenido la oportunidad, pero no lo había descubierto.  Ahora ya no tenía tiempo para aprender, volver otro día y conversar.  Debía escoger entre Cali e Inírida, y sabía que sin importar cúal escogiera, extrañaría terriblemente a la otra.  Eso pensaba cuando llegó el microbús e interrumpió mis pensamientos.


NOTAS

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P.f. ver la nota No. 13
 

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Padrenuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.  Venga a nosotros tu reino.  Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.  Dadnos hoy nuestro pan de cada día.  Perdona nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.  No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal, Amén.  Dios te salve María, llena eres de gracia.  El Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito sea el fruto de tu vientre, Jesús.  Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.