OBJETIVO DEL TRABAJO DE GRADO DE PRODUCCION PERIODISTICA ESCRITO
Las comunidades del suroriente de la nación han permanecido en una especie de limbo, durante los casi 250 años que lleva la república. Las marchas de los cocaleros son sólo una pequeña muestra de su complejidad y su especial relación con el resto del país. Los criterios económicos y políticos que han gobernado en los últimos 50 años (y quizás antes) los discriminaron como "habitantes de los territorios nacionales". Bogotá no es considerado un territorio del mismo tipo; casi que se reproduce la relación que impera entre las naciones europeas y sus "territorios de ultramar". Que se llame "colonos" (habitantes de las colonias) a las personas que viven allá es premonición de mayores anhelos de autonomía. Las dominaciones dan pie a posturas agresivas cuando son de por sí desidiosas, despectivas, y hasta les da por aumentar sus exigencias. Casos de esclavitud bien entrado el siglo XX -como el de la Casa Arana1- y las pésimas condiciones económicas de los labriegos de toda la región, parecen ajenos a la realidad "nacional", pero nunca han dejado de serlo.
Mi experiencia en el Guainía, tan pobre y tan improvisada, es un punto pequeño de comunicación con esa realidad. Me permitió reconsiderar mi relación personal con las áreas rurales y contextualizarla con mis percepciones sobre la situación en el resto del país. Además, incluyó varias relaciones con el estado colombiano: Opción Colombia y la Red de Solidaridad Social y las entidades territoriales con las que tuve contacto. Sólo tengo los recuerdos de mi experiencia como fuente y lo que he hecho es explorarlos, detallarlos y revisarlos para buscarles sus posibles riquezas. Busco exponerlos desde mi visión, la única que tengo a mano y que responde sin reparos cuando la consulto. Si el contacto entre el Guainía, la universidad, los estudiantes y todos los posibles lectores de este texto se vuelven más estrechas, podré decir que hice algo. Despertar la curiosidad acerca de esa zona del país es un paso chiquitico, pero también es abrir una puerta que desde que la conozco ha estado cerrada. He visto frutas japonesas en Superley de Unicentro, mientras toda la riqueza de las selvas amazónicas que tenemos al pie se desconocen por completo. Todas las revistas muestran los avances tecnológicos que se dan en los países industrializados, pero las técnicas agrícolas, de caza y pesca de los indígenas sólo parecen conocerlas ellos y uno que otro experto. En Cali he oído colombianos orgullosos de ser descendientes de europeos y africanos, pero con respecto a los nativos sólo he visto admiración por su oro.
Nuestra concepción de cultura y de estado ha sido siempre limitada y, aunque en el discurso se manifiesta como muy abierta, en las prácticas más pequeñas y numerosas es excluyente. De la misma manera se comporta nuestra concepción de democracia en la academia, enarbolada como respetuosa con las minorías, pero en realidad inmersa en las mismas prácticas del resto del país. Nuestra cercanía con la investigación y el análisis no han sido suficientes para abrirnos los ojos. Muchos llamados al orden se convierten en una justificación para la injusticia, como cuando la academia se alinea con los intereses de nuestra jerarquía política o industrial y deja de lado el contacto cercano con los sectores sociales más débiles. Estos tienen en Colombia una relación casi que inexistente con la universidad, si no en toda América Latina2. Son objeto de estudio y análisis, pero rara vez sujeto actuante y partícipe de las políticas que la dirigen. Ni siquiera puedo afirmar con propiedad que tienen relación con los pequeños planes de estudio. Es mayor nuestro interés por Internet y Microsoft que por la forma como se produce la papa que nos comemos todos los días en la sopa. No hablemos pues de la madera o los materiales que sostienen los platos, los computadores, los colchones sobre los que llevamos a cabo nuestra vida cotidiana. Un pequeño acercamiento a las áreas rurales y sus pobladores es necesario, indispensable, justo y todo lo que ustedes quieran, pero, antes que nada, es una pequeñísima respuesta a las necesidades de afecto y comprensión que allá se viven. Puedo incluso poner los problemas económicos en un segundo plano, porque lo que más duele es que el interés por resolverlos sea tan desmesuradamente pequeño.
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