Padrenuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.  Venga a nosotros tu reino.  Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.  Dadnos hoy nuestro pan de cada día.  Perdona nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.  No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal, Amén.  Dios te salve María, llena eres de gracia.  El Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito sea el fruto de tu vientre, Jesús.  Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.
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En la comunidad

Seguimos en la lancha más liviana y poco después llegamos a un lugar donde el río se hacía más amplio, como en una bahía.  En una orilla la roca formaba un semicírculo irregular y arriba, en terreno más alto, se veía una casita.  "¡Llegamos!" dijo alguien y todo el mundo comenzó a bajarse.  Si no me lo dicen no me habría dado cuenta.  No se veía comunidad por ningún lado y sólo al subir por un camino que llegaba a una roca, podían verse casas, andenes y un edificio grande, con techo de palma.  Las casas eran todas en bahareque, pintadas de blanco, de una sola habitación, con techo de paja y puertas bajas, como en el museo de La Merced.

A los no indígenas nos dirigieron hacia una edificación redonda, con amplias ventanas cubiertas con rejilla y dibujos de personajes de Walt Disney de colores en las paredes.  Nos dijeron que se trataba del salón de preescolar, pero como los niños no estaban estudiando en esa época, podíamos dejar nuestras maletas ahí.  Caminamos un poco, atravesamos una línea de casas y llegamos a la plaza, como de unos 30 x 50 metros.  Ahí nos esperaba Isael Sáenz, del CRIGUA, y Pablo, el representante del río.  Ellos nos llevaron a la casa del capitán Isaías, donde le conocimos, junto a su esposa y sus hijos.  Allí nos dieron yucuta de seje20 con bananitos, sancocho y algo de casabe.  Fue un almuerzo delicioso como pocos.

La maloca de Chorro Bocón, con sus típicos 20 x 40 m, su techo de palma y sus paredes de bahareque, fue algo más grande de lo que yo esperaba encontrar en una comunidad.  Debería tener unos 17 metros de alto, desde el piso hasta la última guadua.  Las estructuras de guaduas atadas y clavadas comenzaban como a unos 5 metros por encima del piso.  Debió haber sido un trabajo el tenaz, entre todos los miembros de la comunidad, porque lo normal es que el dinero para sus construcciones comunales lo ponga el estado y/o el resguardo; la gente siempre pone la mano de obra.  El piso era una losa de cemento, alisada minuciosamente.   Una cuarta parte, la de atrás, hacia las veces de comedor comunal, sólo una baranda de madera la separaba de la otra.  La parte principal tenía gran número de bancas dirigidas hacia una pequeña elevación junto al muro de adelante y los asientos que había enfrente de él.  Sobre el mismo muro habían pegado una infinidad de afiches religiosos de las "iglesias bíblicas unidas" que explicaban las escrituras, la relación entre el bien y el mal, lo que pasaría en el Apocalipsis, cómo resistir las tentaciones, y así.  En un borde de la elevación se veía un podio, como los que usa siempre en sus alocuciones el presidente de los E.U., o los curas al leer el evangelio, pero era evidente que en esta ocasión estaba reservado para el pastor.

La maloca estaba ubicada en el centro de una de las aristas de la plaza, a la vista de la mayoría de las casas de la comunidad, sólo las que quedaban detrás de las otras casas no podían verla.  A la maloca llegamos el alcalde, la secretaria departamental de agricultura, el indigenista del departamento, el indigenista municipal, el representante del CRIGUA, el abogado-profesor enviado por el ministerio de gobierno, y yo.  Nos sentamos en frente de las bancas y vimos como la edificación se fue llenando de gente.  Las bancas estaban separadas por un pasillo en dos grupos, en uno se sentaron las mujeres y en el otro los hombres.  Se leyó el orden del día y cada uno de los funcionarios explicó lo que su oficina había hecho por las comunidades cuando le llegó su turno.  Yo expliqué lo poco que sabía les podía llegar a través de la red y lo que se había discutido en las mesas sectoriales.  Nos tocaba hablar por un minuto más o menos, y dejar que Pablo tradujera al puinave lo que se había dicho.  Naturalmente, la traducción no era muy fidedigna, pues algunos se alargaban mucho y Pablo traducía en sus propias palabras, en lo que su memoria alcanzaba a almacenar.   Como siempre pasa, él le daba mayor énfasis a los temas que más le habían llamado la atención.

La intervención que más pareció gustarles fue la de Isael, del CRIGUA, pues fue enteramente en puinave y de vez en cuando hacía bromas a nuestras expensas y todo el mundo se reía; a excepción de los que no entendíamos ni una palabra del puinave, por supuesto.  El alcalde bromeaba con nuestro traductor porque repetía mucho la palabra "uncajé" y esa era la única palabra que él conocía, y decía: "¿Si ve? Poco a poco uno va aprendiendo".  Después, intrigado, le pregunté que significaba esa palabra, él me respondió que quería decir "cierto" y que la recordaba mucho porque parecía que estaba pidiendo un tinto: "¡un café! ¡un café!".

Después de los "discursos" se abrió una ronda de preguntas.  Naturalmente, los que más participaban eran los líderes, Pablo e Isaías.  Los demás hacían preguntas muy puntuales y muy sencillas, pero la gran mayoría no participó.  Los que más hablaban eran los capitanes jóvenes, unos.  Los miembros de la comunidad de Chorro Bocón estaban casi todos ahí sentados, pero nada dijeron.  Algunos estaban parados mirando desde la puerta o desde las ventanas, pues casi todas las bancas estaban ocupadas.  Mientras los de adelante hablaban, se pasaron dos ollas de yucuta por en medio del público, y cada cual tomaba un pocillo de plástico y con él bebía.  El que no tomó fue porque no quiso, pero cada que levantaba la mirada veía a alguien diferente tomando.  Lo normal es que en las reuniones se ofrezca siempre algo de comer, sino, el ausentismo aumenta considerablemente.  Hasta los secretarios sacaron cerca al final sus chuspas de galletas "Gloria", bananas rellenas y chocolatincitos, que repartieron entre la concurrencia.

La participación de Isaías fue la más larga.  Tenía más confianza que el resto, como anfitrión estaba en su ambiente, y le encantaba la idea de fusionar tres resguardos del río en uno.  Propuso la unión para ser más fuertes a la hora de hacer exigencias ante el gobierno y hacer más fácil los trámites.  El alcalde había expuesto el problema de un proyecto de mejoramiento de vivienda para todo el río, que se aprobó pero no funcionó porque la gente recibió los bultos de cemento, pero no los utilizó.  Varios de esos bultos se mojaron en invierno y se volvieron roca, otros estaban a punto de perderse.  Isaías adjudicaba la responsabilidad de ese fallo a las autoridades, que no coordinaban bien con las comunidades y hasta se negaban a llevar a cabo los proyectos que los indígenas mismos habían propuesto, como la construcción de los techos en zinc.  También dejaba entender que si el alcalde no cumplía sus promesas, tenía que recordar que estaba entre indígenas y que ellos cambiaban a sus capitanes cuando no les funcionaban.  De una manera espontánea, estaba hablando de la revocatoria del mandato y del derecho de las comunidades a determinar la manera como asumen el progreso.  Dió quejas sobre los mineros, sus borracheras y las prostitutas y muy amablemente exigió una solución.

El alcalde sintió que le estaban tirando duro y respondió con una larga explicación sobre los motivos por los que no había podido cumplir con ese y otros proyectos, que tenían que ver con el transporte, con que la gasolina para el municipio era más cara porque el estado paga tres meses después y con las dificultades para que las oficinas centrales giraran los dineros.  En ese entonces acababan de reunirse los alcaldes de todo el país para discutir sobre una providencia de la corte constitucional, que prohibía usar los dineros del estado para el funcionamiento de los municipios; una movida así destinaba a muchos a la quiebra o les hacía imposible pagar sus deudas.

Pero al que más le tiraron fue al indigenista del municipio, pues decían que no hacía sino pasear, que no atendía a la gente que lo iba a buscar o se la pasaba dando vueltas en el pueblo.  El se defendió argumentando que le tocaba estar en cinco partes al mismo tiempo, pues debía resolver problemas de educación con el FER y al mismo tiempo con el municipio, que están en edificios diferentes; que no podía quedarse en la oficina justamente porque tenía que ir a tal o cual comunidad y no quedaban cerca.  A la gente no le gustaba el trato que les daba, pero tampoco daba abasto.  Quién sabe si a estas horas estará el mismo indigenista.  Me late que no, pues le habían puesto la queja hasta al ministerio de gobierno.

Cuando llegó la noche, me prestaron un chinchorro y nos permitieron guindar en la casa del piloto de la comunidad.  Ahí hice mis primeros intentos con los nudos de la hamaca y por primera vez dormí bamboliándome con cualquier movimiento.  Era una sensación extraña, como la de dormir en un barco.  En Inírida conocí a un profesor universitario, de diseño industrial.  El en sus primeros viajes odiaba las hamacas y no podía dormir en ellas.  Pero, como cosas de la vida, le tocó dormir meses enteros sobre ellas, mientras recorría la amazonia.  Al final, en el hotel-refugio donde lo conocí, no resistía dormir en una cama común y corriente, y tenía que levantarse en la noche a guindar.  "Ya no puedo dormir sin ellas" me dijo.  Yo no tuve ningún problema y descubrí algo muy agradable: En los poblaciones cercanas al río Inírida casi no hay zancudos y no necesité de toldillo.  También descubrí que cuando se guindan varias hamacas en una sola viga, el sueño se vuelve comunal.  El de la hamaca de la esquina se voltea para dormir y todos nos bamboleamos.  Si yo me bajo a medianoche a orinar, todo el mundo se mece un poquito.  De todos modos, uno se bambolea como unos diez minutos después de subirse.  A veces me hacía recordar esas cunas que tienen algunas madres, que se pueden mecer para hacer dormir al niño; ahora sé lo que sienten esos pequeños.

Para el indígena amazónico la hamaca o el chinchorro es algo imprescindible, tanto como su embarcación para pescar.  Es la "cama" precisa para la amazonia: Se enrolla y se mete en cualquier parte, no pesa mucho, sólo necesita de dos palos para ser usada y tampoco cuesta mucho.  Entre las comunidades siempre hay quien sepa tejerlas y espacio en las canoas para meterlas enrolladas.  Nuestros muebles, comparados con ellas, son todo un cañengo.

Al día siguiente llegaron más representantes, de las comunidades que no habían podido llegar.  Se presentaron y manifestaron sus necesidades, se continuó con la exposición de Trespalacios sobre la legislación indígena y con la discusión.  La gente que vino del mismo Chorro Bocón también aumentó.  Pude conocer un poco más de la comunidad, pude ver que su escuela estaba desmoronada, que los niños estaban en vacaciones y veían películas en videograbadora.  Pude ver cómo llegaban a la casa del capitán varias mujeres, cargando ollas repletas de la comida que todos íbamos a comer.

Ese día el almuerzo se repartió como se hacía normalmente en la comunidad: La parte de atrás de la maloca, el comedor, tenía una mesa grande en el centro, rodeada de bancas arrimadas a las paredes.  En ella se pusieron las ollas con yucuta de seje, arroz sudado, sopa de danta con hueso carnudo, y un plato con hojas de casabe.  Al lado se pusieron los platos, los vasos y las cucharas.  No había loza, toda la "vajilla" era de plástico o de metal pintado.  Toda la gente de la comunidad hacía fila y el capitán le iba sirviendo a cada uno con cubiertos más grandes, dosificando para que alcanzara.  Pero uno de los colonos que venían con nosotros, no aguantó, decidió tomar una cuchara y servirse él sólo.  Un grupo pequeño de colonos e indígenas siguió automáticamente el ejemplo y pronto hubo un pequeño tumulto multicultural sacando (o mejor saqueando) las ollas.  Las "personalidades" comimos de primero, pero varios que vinieron después del tumulto se quedaron sin comida.  A mí toda la situación me parecía una caricatura de lo que hace nuestra "cultura", al adentrarse en territorio indígena y romper el orden comunal.  Eso era lo que pasaba cuando se enfrentaban a la "iniciativa individual".  Las pequeñas comunidades tienen entre sí vínculos fraternales, los nuestros son comerciales.  El colono está acostumbrado a ver por sí mismo y los demás verán qué hacen.  La misma situación evidencia nuestro terrible afán y la desconfianza que tenemos para con nuestros dirigentes.

Recorrí la plaza sobre la que giraba el movimiento de la comunidad y pude ver algunos colonos sentados entre las familias indígenas, sus familias.  Eran integrantes de la comunidad, como cualquier otro.  Como en la colonia, los que preferían vivir en medio de los nativos eran menos, pero adoptaban la cultura y la lengua locales casi por completo.  ¡! ¡Lástima que hayan sido y sean tan pocos! ¡Si el choque de nuestras dos culturas hubiera estado mediado más por el amor que por la ambición, si para los nuestros el mestizaje hubiera sido una virtud y no una vergüenza..!

En el momento de la despedida, al interior de la maloca, los funcionarios estrecharon la mano de todos y cada uno de los capitanes, en una despedida jovial.  Un anciano llegó y nos dijo unas palabras en puinave, que hoy no recuerdo, y que tradujo él mismo como "bienvenidos al Guainía, bienvenidos a Chorro Bocón".  Isaías aprovechó la despedida para pedirme instrucción sobre la elaboración de proyectos, una carencia que noté en todas las comunidades que visité.  Pero mi instrucción era tan precaria que poco pude hacer al respecto.

La gente toda salía de sus casas a vernos y a saludar a los conocidos.  Vi a varios adelantarse por el camino hacia el río y cuando llegamos a los bongos, toda la comunidad estaba ahí, mirándonos partir.  Yo pensé que era para despedirnos y levanté la mano para decir adiós, pero nadie me respondió.  Había en sus rostros una extraña melancolía, a ratos me parecía que estaban más mirando al río que a nosotros.  ¡Era tan raro! Toda la comunidad mirándonos como quien mira televisión, como el corrillo que ve un accidente de tránsito y le hace ruedo, pero no dice nada.


NOTAS

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La yucuta es una bebida que consiste en mañoco sumergido durante un tiempo en un líquido, puede ser jugo de fruta, leche o agua.  Esta última es la de uso más común.  La que bebí en Chorro Bocón, de seje, es un poco más complicada.  El seje es un fruto de la palma del mismo nombre, un poquito más grande que el maní y duro como el chontaduro recién cosechado.  Hay que hervirlo durante un tiempo, rasparlo, exprimirlo y colarlo antes de hacer la yucuta. 
 

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