UN ALTO EN EL CAMINO

Julián Sánchez Prieto «El Pastor Poeta»

Acto 3º

Gabinete en Madrid, en casa de Soledad, estrella de gran renombre, amueblado con bastante lujo. Al foro, puerta que se supone da al pasillo que comunica por la derecha con la puerta principal del piso, y por la izquierda con la de servicio de la escalera interior. A la derecha, balcón grande, por el que se ve la calle. A la izquierda, dos puertas, en primero y segundo término. En un rincón, piano lujoso, y encima de éste retratos y recuerdos propios del sitio. Por las paredes, retratos de artistas, destacándose entre ellos una ampliación de una mujer a caballo con traje andaluz y varios de toreros. En el ángulo que forma entre el balcón y la puerta del foro, mesa de juego. Es media tarde.

ESCENA PRIMERA 

En escena, jugando al poker, alrededor de la mesa, CORALITO, PEPE LUNA, POLÍN, MIMÍ, JUGADOR 1º, JUGADOR 2º y JUGADOR 3º. Aparte, sentados en amplios divanes, SOLEDAD, LA TIRANA y DAVID BALLESTER

Coralito
Pepe Luna
Jugador 1º
Mimí
Jugador 2º
Jugador 3º
Coralito

Pepe Luna
Mimí
Jugador 1º

Mimí
Jugador 1º

Jugador 2º
Jugador 3º
Jugador 1º

Pepe Luna
Jugador 1º

Pepe Luna

Ballester

Soledad
Pepe Luna
Ballester
Jugador 1º
Ballester
Jugador 1º
Pepe Luna

Ballester



Pepe Luna
Ballester

La Tirana



Ballester
La Tirana
Ballester


Soledad

La Tirana
Pepe Luna

Coralito
Pepe Luna

Soledad

Ballester
La Tirana


Ballester



La Tirana
Soledad


La Tirana

Soledad
La Tirana

Ballester

La Tirana
Ballester

Soledad

La Tirana


Ballester
Soledad
Ballester
Soledad
La Tirana

Soledad
 

Paso.
          Paso.
                   Abro. A valor.
Voy.
          Vamos.
                        Es financiero.
      (Tirando las cartas de la baraja a la mesa.)
Yo no voy
                    Pues yo sí quiero.
¿Quién da cartas?
                              Servidor.
¿Cuántas?
                 Yo, dos.
            (A ídem 2º)
                                   ¿Y tú?
                                               Una.
Servido.
      (A Pepe Luna.)
               ¿Y tú?
                           Yo también.
      (Después de servirse.)
A esas pesetas.
                         A cien.
      (Todos se tiran a la baraja, menos jugador 1º)
Ya va otra vez Pepe Luna
de farol.
                ¡A los ladrones!
¿A los ladrones? Que quiera.
¿Llevas trío?
                     No. Escalera.
Quiere.
            Punto.
                        Los mirones,
de piedra.
      (Riendo y aparte.)
                  ¡Ya le ha cogido!
      (Alto.)
¡Si las ideas pincharan...!
¡Si los mirones no hablaran...!
¿Mirones? ¡Será de oído!
Porque desde aquí...
      (A Soledad.)
                                   !Mujer!
Es que tú te lo mereces.
Pregúntale a Ballester.
¿Se trata...?
                     De lo de ayer.
¡Formidable! Pocas veces
iremos tan a la par
público y Prensa.
                             ¡Por Dios,
que me van a sonrojar!
¡Qué manera de bailar!
      (Dando la baraja.)
¿Cuántas, Coralito?
                                Dos.
      (Dando la baraja.)
¡Hecho!
              Entre todos ustedes
van a hacer que me lo crea.
Bien se vio anoche en Romea.
Si triunfas es porque puedes.
La crítica te señala
por la artista preferida.
Jamás, se ha visto la sala
tan brillante y concurrida;
de despedida de gala
resultó la despedida.
No quedó más que pedir.
Hija, terminé rendida.
Les tuve que repetir
seis veces el charleston.
Como que la gente fue
por el baile.
                   Ya lo sé.
¡Así hubo aquel entradón!
¿A que hoy ya sobra papel?
Hoy, en la sección vermut,
hace Florina el debut.
Esa no llena el cartel.
      (Anotando en las cuartillas, como haciendo la interviú.)
¿Ahora?
                  Pues a París.
donde actúa la Raquel.
Lleva un contrato cañón.
Diez mil francos por función.
¡Nada, un granito de anís!
¿Y de tiempo, hay condición?
Lo dejan a mi elección.
¿Quién es la Empresa?
                                   Don Luis.
Me parece a mí que tiene
don Luis bastante interés...
      (Rápida.)
Deja. eso para después.
Cállate ahora, que viene
el gañán.




ESCENA II

Dichos y JUAN FRANCISCO, completamente cambiado de indumentaria. Lleva un traje de corte irreprochable, a lo hombre

Ballester

Juan Francisco



Ballester

Juan Francisco
Ballester


La Tirana




Mimí

Soledad


Juan Francisco

Soledad
Pepe Luna


Soledad






Pepe Luna








La Tirana

Pepe Luna

Mimí

Pepe Luna






Ballester
Pepe Luna





Ballester


Pepe Luna

Ballester














Juan Francisco



































































































































Ballester

La Tirana


Soledad

 

      (Adelantándose a saludar a JUAN FRANCISCO, que sale primera izquierda.)
¡Señor Maroto...!
¿Qué hay, don David?
      (A la Tirana.)
¡Caridad...!
(A Ballester.) Ya leí La Libertad.
Sabe que soy un devoto
del arte de Soledad.
Su crítica lo demuestra.
Y mi opinión la comparte
toda la Prensa. En su arte
es Soledad la maestra.
      (A Ballester.)
Diga, Ballester, ¿al fin
en qué quedan los autores,
los críticos y Azorín?
¿Quién lleva razón?
 Señores:
tres ases de comodín.
Sí, de veras. Me hace daño
faltar de Madrid un año...
y me desespero... y lucho...
Eso no es nada de extraño.
Es que Madrid ¡tira mucho!
¡Que si tira...!
(Escéptico.)      ¡Qué más da
Madrid, que Montevideo...
que Chile... o que el Panamá...?
¿Que no da más? ¡Ya lo creo!
Si cuando Madrid se entrega
y aplaude, tiene la palma.
Si es su aplauso el que más llega
a lo más hondo del alma,
y el que los ojos anega
en lágrimas. ¡Os lo juro!
      (Burlón.)
Sentimentalismo puro
que jamás conduce a nada.
Yo, por mí, os aseguro
que el país que más me agrada...
es donde se gana el duro.
¿Sabéis? En habiendo pesos,
da igual Madrid que el Perú.
Mi palabra.
                    Es que tú
no tienes ley a tus huesos.
Hoy no hay más ley que el dinero.
Tanto tienes, tanto vales.
Tú no estás en tus cabales,
Pepe Luna.
                     ¿No? Ni quiero.
Vivir aquí sin dos reales
no me seduce. Prefiero
más plata y menos tipismo.
Lo demás es poesía.
Además, que no es el mismo
que era.
              Sí.
                     Madrid ya
perdió su fisonomía
viviendo su modernismo.
Tan a la moderna está,
que hoy no le conocería
ni el propio Goya.
                              Protesto.
Aún sigue siendo quien era
y no ha perdido su puesto.
      (Burlón.)
¿Su afirmación es sincera?
Y a probarla estoy dispuesto.
Si Goya otra vez volviera,
su Madrid reconociera
en una risa, en un gesto,
o en una frase cualquiera.
¿Quién a sus puertas llegó
que Madrid no le atendiera?
¿Quién a su pecho llamó
que sus brazos no le abriera,
y en el abrazo le diera
mucho más que le pidió?
Todo el que viene de fuera
toma a Madrid por modelo
y después hace bandera
de la virtud de este suelo.
Razón lleva usted, David,
al hablar con ese celo.
Del mejor pueblo a Madrid.
¡Y desde Madrid... al cielo!
¡Madrid! ¡Venero fecundo!
Florón hidalgo y artista,
que mientras el mundo exista
será lo mejor del mundo.
Pueblo que es todo ternura,
bondades y gallardía;
pueblo del que se asegura
que padece de locura
por el bien y la alegría.
Pueblo de bulla y verbenas.
Pueblo que da a manos llenas
con afán que le ennoblece.
Pueblo que no tiene penas,
como rosal que florece.
Pueblo que nunca envejece
para calmar las ajenas
y en la caridad se crece;
pues es tan bueno, que apenas
ve que otro pueblo padece,
para romper sus cadenas,
Madrid desgarra sus venas
y su sangre se la ofrece.
¡Madrid! El que noble y fiel
lleva siempre a flor de piel
la risa que le acompaña;
la risa de cascabel
que toma vida en su entraña.
Risa que en risa se baña.
Risa que el dolor restaña
de cuantos vienen a él;
risa alegre de cairel
qua a nadie ofende ni extraña,
siendo Madrid el clavel
más rojo que tiene España.
El que en la plaza vocea
y al arrastre aplaude al toro
que fue bravo en la pelea.
El que al regresar del moro,
a las tropas vitorea.
El que al acento sonoro
de los guerreros clarines
se arracima en los balcones
al cruzar los paladines
formados en escuadrones,
mostrando los colorines
de los lindos banderines
que flotan sobre las crines
de los pujantes bridones.
El que en hondas emociones,
al desfilar el tesoro
de la bandera española,
como una enorme amapola
sobre los trigales de oro
que llenan luego la troje,
se estremece y besa a coro...;
y es fácil que se acongoje
y en su más íntimo lloro
una lágrima le arroje,
cuando cruza altiva y bella...
¡Lágrima que ella recoge
para el que murió por ella!
Podrá vestir nuevo traje;
podrá su aspecto variar;
pero no podrá cambiar
su gracia ni su linaje,
su rumbo ni su coraje,
su manera de pensar...
ni el decir de ese lenguaje
de su musa popular.
De esa musa de mantón
de López Silva y Casero,
que tiene en el corazón
su generoso venero.
En la honradez, esta villa
tiene su mejor alhaja;
Madrid no es esa polilla
del vividor de ventaja.
Madrid es la modistilla
que va a entregar con su caja,
y en cuyos andares cuaja
un aire de seguidilla
vivo como una sonaja,
y el obrero que trabaja;
dos espejos donde brilla
el alma grande y sencilla
del chispero y de la maja.
Ese es Madrid, sin disputa.
Madrid no es la niña «bien»,
ni es tampoco el «pollo fruta»,
que viven en otro tren
y van por distinta ruta.
Madrid es la hembra bravía;
no es la frívola muñeca
de mundana picardía,
que vive febril y enteca
ese vivir de agonía.
¡Ese es Madrid! El que un día
le dio inspiración a Chueca...
¡Igual que hoy se la daría!
Que aunque hizo un club del café
y de la taberna un bar,
Madrid no perdió su fe.
¡Aún existe Juan José,
si se le sabe buscar!
Es de la nación señuelo
de colorines chillones,
donde se refleja el suelo
de sus distintas regiones.
El Madrid que vivirá
leal, generoso y loco,
pues por estar donde está
tiene de todas un poco.
¡Ese no se acabará!
Castellano en su altiveza,
es vasco por su energía,
catalán por su belleza,
gallego por su firmeza
y ché por su simpatía.
Manchego por su porfía;
baturro por su nobleza;
charro por su gallardía;
astur por su valentía;
extremeño en su llaneza;
andaluz por su alegría
y su constante reír...
¡y español por su grandeza
Y su modo de sentir!
      (Todos aplauden y dan un viva a Madrid.)
Ahí tenéis un provinciano
defendiendo a los Madriles.
      (Alargando la mano.)
Juan Francisco: Ahí va. esa mano
de una madrileña vieja.
      (A Mimí y Coralito.)
Pronto salgo.
      (Mutis segundo término izquierda.)




ESCENA III
Dichos menos SOLEDAD. Después TOMIZA

Tomiza


Juan Francisco



Tomiza

Juan Francisco
Tomiza


TODOS
Pepe Luna

Tomiza


Pepe Luna

Tomiza

Polín
Tomiza
Polín
Tomiza

Juan Francisco


Polín
Tomiza

Polín
Tomiza

Polín

Tomiza


Polín
Tomiza

Mimí


Coralito

Tomiza

Coralito
Tomiza
Polín
Tomiza

Polín
Tomiza


Polín
Tomiza

Mimí
Polín
Tomiza


La Tirana

Tomiza
 

      (Discutiendo a voces en el pasillo)
                                  ¿A la pareja?
Llama a cuarenta ceviles.
¡Esas voces...!
      (Tomiza aparece en el foro, luchando can la criada, la que viene agarrada a la blusa para impedirle el paso. Trae sobre el hombro la carabina y cruzada al pecho la bandolera.)
                          ¡Suelta, chica!
Ya m'has arrugao la ropa.
¡Tío Tomiza!
            (Entrando.)
                        ¡Vaya tropa!
Güenas.
               Buenas.
      (Aparte.)
                               No se explica.
      (A Juan Francisco.)
¡Ah, pájaro! ¡Ya has paicío!
¡Menos mal que te topé!
      (Burlón.)
¿Pero usted topa?
                               Y usté.
¿Cree que no le he conocío?
¡Bestial!
              ¿Cómo?
                             ¡La caraba!
      (Extrañado.)
¿La caraba...?
      (A Pepe Luna.)
                          Un guarda mío.
No le hagas caso.
                             ¡Estupendo!
      (Aparte.)
Que me zurzan si le entiendo.
¡Y el tío, como el que lava!
      (A Juan Francisco.)
¿Y esta es la gente fina?
Es un paleto cañón.
¡El carabón!
      (Aparte, como comprendiendo.)
                         ¡Ca! No atina.
Oye, tú. No es carabón.
¿No?
      (Señalando la carabina que lleva al hombro)
               Se llama carabina.
      (A Ballester.)
Sí. No le falta un detalle.
La visita es seductora.
      (A Tomiza, queriéndole imitar en el modo de hablar.)
¿Viene usted del pueblo ahora?
No, señora. De la calle.
De allá llegué esta mañana.
¿Conocía Madrid?
                               No.
¿Ha ido al fotógrafo?
                                   Yo
voy donde me da la gana.
Choque, que está usted sembrao.
Pus con la siembra, mucho ojo
que si pasas y te cojo,
vas derechito al Juzgao.
¡Brutal!
               ¿ Pero qué jinojo
dice ahora este atontao?
Nada, Polín, no le abollas.
¡Menudo grullo! ¡Hay que ver!
     (A Juan Francisco, que le habla aparte.)
¡Vamos! Yo qué voy a hacer
caso de este tumba-ollas.
Aquí usted se aburrirá
sin olivos ni majuelos.
    (Mirando a Polín.)
Olivos, no, que no habrá;
¡Pero lo que hace muchuelos...!

 
 
 
ESCENA IV
Dichos y SOLEDAD en traje de calle

Soledad
Tomiza


Pepe Luna

Juan Francisco




La Tirana
Soledad


Tomiza


Coralito


Tomiza

Coralito
Tomiza
 

A vuestra disposición.
     (Aparte.)
¡La güéspeda! Ya sabía
que no andaría mu largo.
En marcha la procesión.
     (Inicia el mutis seguido de todos menos de Tomiza.)
    (A Soledad.)
¿Te vas?
                 A la joyería,
a ver si llegó mi encargo.
Diez minutos.
                     ¿Vamos?
                                      Sí.
     (Reparando en Tomiza a quien no habla.)
¿Qué es esto? ¿Tomiza aquí?
     (Aparte.)
¡Y se hace la distraía!
Güeno.
    (Ya en la puerta. A Polín, por Tomiza.)
              
Tengo la certeza
que viene desde el pesebre.
     (Que observa que habla de él. Aparte.)
¡Tamién será mala pieza!
¡Adiós, tío guarda!
¡Adiós, liebre!
    (Salen todos, incluso Juan Francisco, que vuelve a entrar a poco.)




ESCENA V
TOMIZA solo. A poco JUAN FRANCISCO

Tomiza





















Juan Francisco

Tomiza








Juan Francisco
Tomiza
Juan Francisco


Tomiza
Juan Francisco
Tomiza


Juan Francisco


Tomiza






Juan Francisco

Tomiza

Juan Francisco

Tomiza
Juan Francisco
Tomiza
Juan Francisco







La criada

Rosalía
 

¡Vaya con Dios Madrí!
Llegué aquí de milagro.
Sales de la estación,
Y apenas das un paso,
¡allá van los trenvías,
los guardias y los autos!
¿Dande saldrán tantismos?
¡Lo que abunda lo malo!
Por medio de la calle
paece que van los diablos.
¿Ande irán tan aprisa?
Uno toca un silbato,
otro te s’echa encima
u te llena de barro,
y el otro te  amenaza
la cachiporra en alto.
Y anda, si tienes clase,
ponte a echar un cigarro.
La gente t'arrempuja;
Te vierte to el tabaco,
t'apaga las cerillas
y tos te icen algo.
      (Entrando.)
Vamos. Ya estamos solos. ¿ Qué trae de bueno?
¡Qué quieres que te traiga de aquel terreno!
Dolores y quebrantos y pesaumbres,
a los que es necesario que te acostumbres.
¿Tú te crees, Juan Francisco, que son apaños
estos? ¿ Que ende aquel día de hace tres años,
estés en los Madriles de volatero,
tú, que puedes reírte del mundo entero?
¡Di que echamos un día cuando el volcazo!
¡Que no se hubiá partío po el espinazo!
Tío Tomiza...
                      ¿Qué? Habla.
                                             ¡Qué voy a hablar!
si todo lo comprendo. Y es lo peor
que no tiene remedio.
                                 ¿Quieres callar?
¡No le tiene!
                    Hoy te vienes a tu lugar,
y mañana a tus yuntas y a tu labor,
y verás si le tiene.
                            No puede ser.
     (Después de una pausa.)
Sí, ya... vendí la dehesa.
    (Dando un salto.)
                                       ¿Que la has vendío?
¿Y tu casa? ¿Y tus hijos? ¿Y tu mujer?
Tú no eres Juan Francisco. ¡Qué vas a ser!
Tú eres un pisaverdes entontecío.
    (Después de una pausa.)
¿Entonces...?
                      Lo que sea. Menos dejarla,
yo hago pecho con todo.
                                       ¡Bien te cazó!
¡Valiente lagartona!
                                Vea que yo
no aguanto que la nombre para insultarla.
¿Tadía la defiendes?
                                 Sí. La defiendo.
¿Pero te has vuelto loco? ¿Qué estás diciendo?
La verdad, tío Tomiza.  Le engañaría
si dijese otra cosa. Si es la barrena
que penetra una vuelta de día en día
y hace más duro el hierro de mi cadena.
Si hasta por su cariño capaz sería,
si a ella se le antojara lucirlo un día,
de robarle a la Virgen de la Almudena
su corona y su manto de pedrería.
     (En el pasillo.)
Cálmese usted, señora.
    (En el pasillo también.)
                                     Si estoy serena.

 
 
 
ESCENA VI
JUAN FRANCISCO, ROSALÍA y TOMIZA, que saldrá cuando se indique

Juan Francisco


Rosalía

































































Juan Francisco

Rosalía









Juan Francisco

Rosalía

Juan Francisco
Rosalía
Juan Francisco

















Rosalía
Juan Francisco

Rosalía














Juan Francisco

Rosalía




 

    (Después de un silencio embarazoso, que pesa sobre Juan Francisco, huyendo la mirada de Rosalía, que demuestra una entereza en su dolor llena de majestad.)
¿Por qué vienes, Rosalía?
Porque necesito verte;
porque sin ti, cada día
va aumentando esta agonía,
que es más crüel que la muerte.
Porque el momento llegó
de que hablemos tú y yo,
cara a cara, pecho a pecho.
Porque voy por un repecho
que Cristo no lo subió.
Porque desde aquí no ves
que voy a campo través,
entre zarzales y abrojos,
llenos de sangre los pies
y de lágrimas los ojos.
Porque ya no puedo más.
Porque mientras que tú estás
de fiestas y regocijos,
sin ocuparte jamás
de tu hacienda y de tus hijos,
aquello va río abajo
como piedra en torrentera.
Porque no has sido siquiera
durante el mayor trabajo,
para ir un día a la era.
Porque aunque Rufino crece
y es ser labrador su empeño,
para mandar es pequeño,
y aquello se desvanece
como una cosa sin dueño.
*
Pues hubo que vendimiar
*y malvender mosto y uvas
*por lo que quisieron dar,
*porque está hundido el lagar
*y se repasan las cubas.
*Porque de nada haces caso
*y no sabes lo que pasa:
*porque es ya tal el atraso,
*que si vamos a este paso
*desaparece tu casa.
*Pues es ya tal tu abandono,
*que la simienza se ha hecho
*sin poder dar al barbecho
*ni un mal puñado de abono
*que le sirva de provecho.
Porque tú aquí no calculas
Lo que sufre tu mujer,
que ha tenido que vender
¡hasta el pienso de las mulas!
para darles de comer
a tus hijos. Porque eres
de los hombres el peor
cuando a... esa... mujer prefieres,
y andas detrás de... ese... amor
prendido con alfileres.
Vengo ahogada por la pena
porque necesito hablarte.
Porque estoy de dolor llena,
Y ese dolor te condena...
Por eso vengo a buscarte.
Pues aunque me duele tanto,
yo cumplo con mi deber
de madre. ¡Mi deber santo!
      (Bebiéndose las lágrimas, pero entera.)
Ya sabes por qué en su llanto
viene a verte tu mujer.
      (Tomiza hace mutis en silencio dando muestras de gran pesar.)
      (Aturdido.)
Bueno. ¿Qué quieres? Termina.
Que dejes la mala senda.
Que te vuelvas a tu hacienda
donde amenaza la ruina.
Que se te quite la venda
que obscurece tu razón.
Que te mires bien al pecho.
Que hables a tu corazón.
Que veas la mala acción
que con tu conducta has hecho.
Que pienses. Que reflexiones...
      (Después de una lucha interior.)
Ya no es tiempo, Rosalía.
      (Asombrada y herida por la brusco de la declaración.)
¿Qué dices? ¿Qué te propones?
Es inútil tu porfía.
¡Está loco, madre mía!
Cuando arrastran las pasiones.
con la fuerza de la mía;
cuando el delirio las guía.
Ni se miran las acciones,
ni asustan por su cuantía.
¡Qué sabe amor de razones!
¡Qué sabe amor del deber,
si no lo quiere saber
y en olvidarlo se empeña!
¿Si con el abismo sueña,
quién le podrá detener
al risco que se despeña?
Hay que dejarlo correr;
que ruede de breña en breña;
que se rompa y se destroce
sin detenerse en su afán,
lo mismo que el huracán
que la razón no conoce.
¡Juan Francisco! ¡Por piedad!
      (Queriéndose defender débilmente.)
¡Piensa de mí lo que quieras...!
      (Desgarrada en la súplica.)
¡Óyeme, por caridad,
que las fieras con ser fieras
no tienen tu crueldad!
Piensa que estoy ofendida
Más que la que más lo esté;
que he sufrido sin medida;
que si a este sitio llegué,
algo me debe empujar;
¡algo que sea sagrado
como el paño de un altar!
Para olvidar tu traición,
algo he de traer clavado
en el propio corazón
que sin cesar le taladre.
      (A punto de entregarse.)
¡Rosalía...!
      (Con las manos juntas, en actitud de orar.)
                      Has de pensar,
que quien te viene a buscar,
no es la mujer. ¡Es la madre!
(Cuando está a punto de caer a los pies de Juan Francisco, aparece Soledad. Juan Francisco, que iba a caer en sus brazos, a la vista de Soledad se detiene. Hay un silencio hostil.) 

   *NOTA.-Los versos marcados con asteriscos se pueden suprimir a voluntad de la actriz.    

 
 
 
ESCENA VII Y FINAL
Dichos y SOLEDAD, que llegan por el foro

Soledad


Rosalía



Soledad


Rosalía





Juan Francisco

Rosalía
Soledad




Rosalía







 

      (Aparte.)
¡Rosalía!
      (A Rosalía.) ¡Usted...!
(Con seca dignidad.)   Sí. ¡Yo!
Yo, que arrostrándolo todo
vine a recoger del lodo
lo que a mis hijos robó.
      (Sin dejar la puerta, con despecho y burla.)
¿En el lodo? ¡No se explica!
Se va a manchar si no salta.
      (Altanera.)
Oiga usted: yo estoy tan alta
que el lodo no me salpica.
      (Al ver que Juan Francisco ni la defiende ni se mueve.)
      (Yendo a la puerta.)
¡Adiós, Juan Francisco!
                                     Espera.
      (Queriendo ir con ella, pero detenido por la mirada de Soledad.)
Déjeme salir, ¡traidora!
No insulte tan altanera
si el despecho le acalora.
Si entonces miré quién era,
aquí, aunque usted no quiera,
somos iguales ahora.
Es distinta nuestra esfera.
      (Escupiendo las palabras con profundo desprecio.)
      (Ya en la puerta.)
¡Usted... es una cualquiera!
      (Con orgullo majestuoso y supremo.)
¡Y yo soy una señora!
      (Sale altiva con su seca dignidad.)
      (Juan Francisco lucha consigo mismo contemplando la escena en silencio sin ir en auxilio de ninguna.)

TELÓN RÁPIDO

 

 FIN DEL TERCER ACTO

 «— al acto 2º                    al acto 4º  —»