UN ALTO EN EL CAMINO
comedia dramática en cuatro actos y en verso
de
 Julián Sánchez Prieto
"El Pastor Poeta"

Reparto:
ROSALÍA esposa de Juan Francisco, 32 años
SOLEDAD cupletista, 25 años
TERESA criada, 18 años (X)
JUANA criada, 30 años (X)
INÉS señorita de pueblo, 30 años (X)
CATALINA madre de Rosalía, 65 años (X)
LA TIRANA artista vieja, 60 años (X)
CORALITO cupletista, 20 años (X)
MIMÍ cupletista, 18 años (X)
JUAN FRANCISCO labrador acomodado, 35 años
SEBASTIÁN tratante de mulas, 30 años (X)
TIÓ TOMIZA viejo guarda, 60 años
RUFINO padre de Rosalía, 62 años
JOSÉ criado de labranza, 25 años (X)
JUAN RAMÓN gitano, 40 años (X)
PEPE LUNA actor, 40 años (X)
DAVID BALLESTER crítico de teatro, 32 años (X)
POLÍN "pollo bien", 20 años (X)
LIGERO corredor de fincas, 50 años
Pastores, gañanes y mujeres del pueblo.


La acción de los actos 1º, 2º y 4º en una finca de Castilla. La del acto 3º, en Madrid, época actual. [ estrenada el año 1927 ]
NOTA 1.- Los personajes señalados con (X) son susceptibles de doblar papel, si por las necesidades de personal en la Compañía, se hiciera preciso.
NOTA 2.- La actriz encargada del papel de SOLEDAD procurará hablar con acento andaluz.

Acto 1º

ESCENA PRIMERA

Teresa



José

Teresa
José
Teresa
José
Teresa
José
Teresa
José
Teresa

José

Teresa
José



Teresa
José


Teresa
José


Teresa



José

Teresa


José



Teresa
José

Teresa


José









Teresa

José
Teresa
 

      (Planchando sobre la mesa, en la que habrá colocada una manta de cuadros de las que usan los labradores.)
Si sigues en ese afán,
Lograrás que no te escuche.
      (De pie, al otro lado de la mesa)
¡Teresa!
                No seas buche.
¿Yo buche?  ¡Rata!
                              ¡Gañán!
¡Señoritinga!
                      Mejor.
¿Qué más quisieras, so loca!
¡Bestia!
              Cállate la boca...
     (En tono burlón.)
¿Se ha molestado, el señor? (Ríe)
    (amenazador)
No te rías.
                 ¿Te molesta?
No me molesta. Me duele
que lo mismo que a un pelele
me trates... y es mucha fiesta
la que yo estoy aguantando.
¿De veras?
                 Como lo digo.
Tú estás jugando conmigo...
y ya me voy yo cansando.
Pues... toma asiento.
                                 ¡Teresa...!
Tengamos la fiesta en paz.
Mira que yo soy capaz...
     (Atajándole.)
No me coge de sorpresa
de que eres capaz de hacer
alguna borriquería.
Pues no sabes todavía
lo que tienes que saber.
Dicen que nadie se acuesta
sin aprender algo nuevo.
¿Qué es ello, José?
                             Que llevo
muy  'pecho arriba'  la cuesta,
que estoy harto de aguantar...
y de hoy no pasa.
                            No entiendo.
Que lo que tú estás haciendo
conmigo, te va a pesar.
Oírte es lo que me pesa,
     (A una señal de ira de José.)
Bueno, ¿quieres explicarte?
Que de algún tiempo a esta parte,
no eres la misma, Teresa.
Ya no sales a la puerta
cuando yo vengo de arar,
ni contestas mi cantar
si doy la reja a la huerta;
ni te veo en la ventana
cuando la aurora despunta
y salgo yo con mi yunta
camino de la besana.
No hay otra cosa que hacer
que esperarte noche y día.
¿Y antes?
                Si antes salía,
eso me has de agradecer.




ESCENA II
DICHOS y TOMIZA. Es un viejo guarda de la finca.

Tomiza
José
Tomiza
 José
Tomiza

Teresa

Tomiza




Teresa




Teresa

Tomiza

Teresa

Tomiza












Teresa
Tomiza
 

José, ¿y el amo?
                           En la huerta.
Dile que está ahí Sebastián.
¿Con las mulas?
(A José, que sale.) Ahí están.
 Oye: abre al paso la puerta.
Pero, padre, ¡cómo viene!
¿Se cayó?
                   En la carretera.
Un auto -¡que así se muera
to el que esos cacharros tiene!-;
me espantó a la Sinforosa...
a la borrica. ¡Rabiara!
Venga le limpio la cara.
     (Lo hace.)
¡La borriquita dichosa!
Por algo la puse yo
como se llama tu madre.
Con usted no sirve, padre;
¡siempre igual!
                         No. Siempre, no.
Que ahora vengo reventao.
¡Luego dice usted que salta
madre!  Por fuerza.  La falta...
Oye, tú, ¿quién la ha faltao?
¿No es tu madre mi mujer?
¿Y la borrica, no es mía?
¿A las dos, día por día,
no las echo de comer?
Pues si a las dos las comparo
lo mismo, no me des queja;
que forman una pareja
como una yunta. ¿Está claro?
Las dos por igual renquean
dando de viejas señales,
y las dos, pa ser iguales,
de cuando en cuando, cocean.
(Riendo.) Pero madre, piensa...
                                                  Chica:
eso no te lo consiento;
que si apuestan a talento,
quizá gane la borrica.




 
ESCENA III
Dichos y JUAN FRANCISCO. Después, ROSALÍA

Juan Francisco

Tomiza

Juan Francisco





Tomiza
Juan Francisco

Rosalía


Tomiza
Rosalía
Juan Francisco

Rosalía
Juan Francisco

Rosalía
Tomiza



Juan Francisco
Rosalía








Teresa


Rosalía

Juan Francisco

Rosalía
Juan Francisco
Rosalía


Juan Francisco
Rosalía

Juan Francisco

Rosalía
Juan Francisco
Rosalía
Juan Francisco





Rosalía

Juan Francisco





Rosalía

Juan Francisco
Rosalía

Juan Francisco



Rosalía
Juan Francisco







Rosalía

Juan Francisco
Rosalía
Juan Francisco

Rosalía

Juan Francisco
Rosalía
Juan Francisco




























Rosalía
Juan Francisco























Rosalía



Juan Francisco






















Rosalía
Juan Francisco



Rosalía








Juan Francisco


Rosalía
















Juan Francisco

Rosalía






Juan Francisco
Rosalía








Juan Francisco

Rosalía
Juan Francisco








Rosalía
Juan Francisco

Rosalía

Juan Francisco

Rosalía
Juan Francisco



Rosalía
Juan Francisco








Rosalía


 

     (Por el foro.)
Buenos días, Tomiza.
                                    Buenos, buen mozo.
Que los tengas felices.
Gracias.
      (A Teresa.)
                     Teresa,
saca vino a tu padre.
       (Teresa sale por primero derecha y vuelve a poco con un jarro.)
¿Qué hay por la dehesa?
¿Qué va a haber? Buena siembra. Verla da gozo.
       (Llamando.)
¡Rosalía!
       (Por primera derecha.)
                      ¿Llamabas?
Buenos días, Tomiza.
Buenos, ama.
(A Juan Francisco.) ¿Qué quieres?
Que vienen a comer
tus padres.
                   ¿Quién lo ha dicho?
Julio, que les vio ayer
en el pueblo.
                       Me alegro.
Voy a la corraliza,
que suenan las muletas.
      (A Juan Francisco.)
¿Vienes?
                Voy enseguida.
Teresa: Di a la Juana
que aumente la comida.
Matar un par de gallos,
que vienen los abuelos,
y no han de venir solos.
Hacer unas croquetas,
flanes y unos buñuelos,
que cumple años el amo,
y hay que hacer los honores.
Está bien.  Mataremos
los dos gallos mejores.
        (Sale.)
        (Al ver que Juan Francisco la mira con arrobo.)
¿Qué miras. Juan Francisco?
Miro a mi esposa,
que hoy está como nunca.
¿De qué?
                 De hermosa.
¡Qué cosas dices!
Lo sea o no lo sea, somos felices.
¿No es verdad?
                         Ya lo creo, rosa de mayo.
¡Y dale, Juan Francisco!
Calla.
          No callo. Si cada día
me parece más guapa mi Rosalía.
¡Sí que está fino el tiempo!
                                            Como tu cara.
¡Y dale!
              ¿Es por ventura cosa tan rara
el que eche flores
el marido a la reina de sus amores?
¿Por qué, si a mí me gusta más cada día,
y me tiene más loco mi Rosalía,
lo he de callar?
       (Sonriendo.)
Gracias que ya en diez años me hice al cantar.
¿Qué hay en ello de extraño?
Lo raro fuera
que conforme lo siento no lo dijera.
         (Riendo.)
(ja, ja, ja, já) Y eso que tengo
otra novia.
        (Burlona.)
                  ¿Otra novia?
De verla vengo.
(Burlona)          Perdona que te diga
que desvarías.
¡Ah! ¿Sí?  Pues yo la veo
todos los días.
No hace una hora
la estaba visitando.
¿Sí?
          Sí, señora.
Es como tú, risueña;
como tú, honrada.
Como tú, cariñosa
y enamorada.
Sois tan iguales,
que en mi amor vale tanto
como tú vales.
     (Algo picada por la seguridad con que habla Juan Francisco.)
¿Quién es ella?
¿No aciertas?
!Quién, adivina!
Es como tú, manchega.
Más campesina...
    (Ya seria.)
¿Qué novia es esa?
¿Pero no caes... ?
                         No caigo.
¿No?  Nuestra dehesa.
La que desde tus brazos
voy a los suyos.
La que me da caricias
con sus arrullos.
La que me aguarda
para que yo la cuide
su tierra parda.
La que apenas despierta
la luz del día
ve llegar a mis yuntas
con alegría.
La que aprovecha
mi amor, para pagarle
con su cosecha.
La que a fuerza de echarle
nuestro sudor,
entre todas las buenas,
es la mejor.
La que contigo,
por amante y por buena,
yo la bendigo.
La que antes era brava
como las fieras,
y hoy tiene la ternura
de las corderas.
La que es tan mía,
como en cuerpo y en alma
mi Rosalía.
Ya se ve que la quieres.
¡No he de quererla?
Si pasé más trabajos
al poseerla...
Si hasta lograrla
ya sabes mis fatigas
al roturarla.
¿Te acuerdas, Rosalía,
de aquella tarde
que me dijo tu padre
que era un cobarde,
si la dejaba?
¿Que sería más suave
cuanto más brava?
Y la compré. ¿Te acuerdas?
Se ha vuelto loco,
decían. Y nosotros,
poquito a poco,
sin hacer caso,
la fuimos poseyendo
pasito a paso.
Yo abriendo con mi reja
su virgen seno;
tú amasando la hogaza
del pan moreno...
     (Emocionada por el calor del acento de Juan Francisco)
¿Quieres callar?
¿No ves que si no callas
voy a llorar?
     (Con más fervor.)
Deja que lo recuerde
con regocijo.
Me dio la primer siembra;
tú el primer hijo;
pues a las dos,
por buenas y fecundas,
bendijo Dios,
y cada vez más fuerte,
con más idea,
me pegué a los terrenos
en la tarea.
Ella después
me dio su alma en gavillas
de rubia mies
y en rojas amapolas
como tus labios;
y ajenos de temores
y de resabios,
aquí vivimos,
cantándole a la vida
lo que sentimos.
¿No es para estar contento?
Sí que lo es.
Pues a ver quién se quiere
como los tres.
     (Reparando en sus ojos.)
¿Pero lloras?
                     De oírte.
Porque tu acento
sabe buscar al alma
su sentimiento.
Porque tú eres
como un dios, cuando dices
cómo nos quieres...
y además, ¡porque oírte
me causa pena!...
¿Pena, cordera mía?
¡Tú no estás buena!
¿Pena, por qué?
Porque sí, Juan Francisco;
yo bien lo sé.
Tú es que no te das cuenta.
Con tus gañanes,
tus pastores, tus siembras
y tus afanes,
nos abandonas.
Tú, detrás de tu yunta,
no reflexionas
que cumplió nueve años
nuestro Rufino;
que se cría salvaje
como un espino.
Que aquí no aprende nada;
que no hay escuela...
Y esto, marido mío
me desconsuela.
¿Y es todo eso?
Podéis iros la pueblo.
Sí. Tú aquí preso
y nosotros al pueblo.
No, Juan Francisco.
Deja ya la besana;
deja el aprisco.
¿Vas a perder la hacienda
porque lo hagas?
Pero, mujer...
¿No son nuestros gañanes
de los mejores?
¿No sucede lo mismo
con los pastores?
Que ellos solos se arreglen.
Aunque después
tú vuelvas cuando quieras.
Vienes, los ves,
dispones todo.
Si es que yo a estarme quieto
no me acomodo.
¡Juan Francisco!
     (En un arranque, después de una pausa)
¿Lo quieres, paloma mía?
Pues se hará lo que mande
mi Rosalía.
Desde mañana
daré a José mi yunta;
y a la semana
yo vendré un par de veces;
daré una vuelta...
¿No me engañas?
¿Qué dices? Ya está resuelta
la cuestión.
      (Sin creerlo.)
                     ¿Sí?
                             ¿Cómo que sí?
¿No sabes quién manda aquí?
(Mimosa.)  El amo.
                               Y en el amo,
¿quién va a mandar?
La que escogió mi pecho
para su altar.
¡Qué zalamero!
¡Qué orgullosa te pones
porque te quiero!
Me da la gana.
Vas a ver cómo cambio.
Desde mañana
Ni yuntas, ni ganados,
ni sementeras.
Sólo hará Juan Francisco
lo que tú quieras.
      (Casi llorando de ternura.)
¡Con qué alegría
te escucha, Juan Francisco,
tu Rosalía!




ESCENA IV
Dichos y JOSÉ por la derecha

José
Juan Francisco



José
Juan Francisco
Rosalía

Juan Francisco






José
Juan Francisco


















José

Juan Francisco


José
Juan Francisco
José
Juan Francisco
José
Juan Francisco




José
Juan Francisco


José



Juan Francisco
José

Juan Francisco




 

Amo.
José. A tiempo llegas.
Pasa, que tengo que hablarte.
¿Le has dicho al chalán que aparte
seis mulas de las manchegas?
Ya están.
                 Ahora pasaremos.
Yo voy a ver cómo son.
      (Sale por la derecha.)
     (A Rosalía.)
Que pasen al porcherón,
que después ya las veremos.
José: porque tengo en ti
más que en nadie confianza
vas a llevar la labranza
desde mañana.
                        ¿Yo?
                                    Si.
Aquí necesito un hombre
que sea capaz y honrado
para dejarle encargado
de llevar esto en mi nombre.
Ya tengo el chico mayor,
que mala vergüenza da
que no sepa ni la ‘a’.
Si es que ha de ser labrador,
tiempo habrá de acostumbrarlo
después que aprenda a leer.
Por eso, ahora hay que ver
la manera de educarlo.
Lleva razón Rosalía.
Tú aquí te quedas al frente
de la labor, y Clemente
lo hará de la pastoría.
Los dos sois trabajadores,
entendidos...
                       Ya usté ve;
lo que uno pueda...
                                Lo sé.
Los dos sois a cuál mejores.
Tú labrarás con mi yunta.
¿¡Con su yunta!?
                            ¿Por qué no?
¿Y de veras valgo yo...?
Me hace gracia la pregunta.
¡Yo con la yunta alazana!
Cuando yo a ti te la entrego
es porque vi desde luego
que vales. Desde mañana
tú la echarás la collera.
¿La cuidarás?
                       Como usté.
Pues vamos a ver, José,
cómo haces la barbechera.
Tú no hagas cuenta de mí.
Váyase usté descuidao
que irá tóo mu bien llevao.
Pa eso me quedo yo aquí.
¿Se rotura el tomillar?
Cuanto más tierra mejor.
Al aumentar la labor
nos va a hacer falta otro par.
      (Ya de pie.)
Tú por eso no repares.
¿Para qué son las pesetas?
si me gustan las muletas
te compro dos o tres pares.
      (Salen los dos por la derecha.)




ESCENA V

JUANA y TERESA por el foro, con canastillos o cestos de ropa, que dejan sobre la mesa

Juana

Teresa

Juana
Teresa
Juana

Teresa

Juana
Teresa


Juana
Teresa










Juana
Teresa
Juana
Teresa
Juana
Teresa






Juana

Teresa

Juana
Teresa
Juana
Teresa



















Juana

Teresa
Juana

 

¿Entonces, por lo visto,
reñiste con José?
Casi, casi; me aburre
ya con tanto mareo.
Tú te tienes la culpa.
                               ¿Yo?
Sí. Por darle pie.
Si es que no le querías...
Ha sido un devaneo
para matar el tiempo.
Él lo tomó con fe.
Pues con el mismo empeño
que lo tomó, que haga
por dejarlo.
                   ¡Teresa!
Fue una distracción.
¡Esto es tan aburrido!
La vida aquí se  apaga
como esas grandes cinas
donde hacen el carbón,
sin que luzca siquiera
un momento la llama.
Aquí todo envejece:
el cuerpo y la ilusión.
Yo ya le he dicho al ama
que me marcho.
                         ¿Te marchas?
Me voy en cuanto pueda.
¿Dónde vas?
                     A Madrid.
¿A Madrid?
                    ¿Te sorprende?
La vida aquí no rueda.
¡El campo es cosa muerta!
¡Siempre las mismas caras!
¡Siempre la misma tierra!
Ya ves quién te pretende.
¡Un gañán!
Bien.  ¿Y qué?
Pero es trabajador.
Para pasar trabajos
no habrá un novio mejor.
Ten cuidado, Teresa...
¿De qué?
                Que no reparas...
¿Qué quieres que repare?
Si he de decir verdad,
el campo me entristece;
me gusta la ciudad.
¡Madrid! Por San Isidro
estuve allí ocho días,
que no pienso pasarlos
en la vida, mejor.
Aquello es alegría;
todo es encantador;
el ruido de los coches,
los autos, los tranvías.
Bajé al metro seis veces;
monté en el autobús.
los días se pasaron
en un decir ¡Jesús!
Ni más ni menos que esto;
siempre tan aburrida.
¡¡Uy!!  Te digo... ¡Qué horror!
      (Cogiendo los cestos, iniciando el mutis)
Si vamos a este paso
no hacemos la comida.
Vamos.
              Mientras yo guiso,
tú arregla el comedor.
      (Salen por la izquierda.)




ESCENA VI

TOMIZA y ROSALÍA, por la derecha

Tomiza

Rosalía
Tomiza


Rosalía


Tomiza





Rosalía
Tomiza






Rosalía


Tomiza




Rosalía

Tomiza



Rosalía
Tomiza






Rosalía
Tomiza







Rosalía
Tomiza

Rosalía
Tomiza



Rosalía
Tomiza





Rosalía

Tomiza

Por lo que ha dicho José,
¿os vais mañana del campo?
Mañana. ¿Qué le parece?
Mujer. Si te he de ser claro,
que sus voy a echar de menos.
(Aparte.)Y voy a echar menos tragos.
Ya me ha dicho Juan Francisco
que José queda encargado
de la labor.
                  Pué dejarle.
Porque José es un muchacho
formal y trabajaor,
y aluego tiene una mano
pa sembrar...  No quita pinta
en ser labraor al amo.
A Juan Francisco no llega.
No. Pero se va arrimando.
Yo ya los he visto juntos
de alomar la tierra el cuadro,
¡y vaya un par de inginieros!,
y eso que llevaban gancho,
¡qué bien sudaban las mulas!,
pero ahí está.
                    Y usted, ¿cuándo
no va a dar guerra a su esposa?
Mire que es usted...
                            Pa chasco
que a ti no te lo parlase.
Ya te ha dicho que la llamo
Sinforosa a la borrica,
¿verdad?
               No sea usted malo,
que esas cosas me disgustan.
¿Malo, yo? Si soy un santo.
Lo que pasa es que es más tonta
que pescar en el secano.
¡Estoy ya de inventos...!
                                     ¿Sigue?
Eso la trae fuera de cacho.
Tóo su afán es inventar
algo que no esté inventao.
¿Qué dirás que hizo antiyer?
En una taza de caldo
echar un puñao de azúcar
y otro de pimienta y ajos.
Tiene gracia.
                     Y tú verás:
Aquello sabía a rayos.
¡Como pa dale a machote!
¿Y cuando me guisó el ganso
con bellotas, porque oyó
que en Madrid se está estilando,
pistos de pollos y peras?
¡Amos!  ¡Pa dale un trastazo!
¿Por qué no la lleva al médico?
Ya la vio el veterinario,
que es igual, como quien dice.
¿Y qué dijo?
                     Que era un caso
de «esterismo». Y debe ser:
porque le ha dao po el esparto...
Y ha deshecho los jergones.
¿Para qué?
                  Pa dormir blando.
Como ha visto a los choferes
que las ruedas de los autos
se llenan a fuerza de aire,
en el jergón metió el caño
de los fuelles... y allí está
sopla que sopla hasta hinchalo.
        (Riendo.)
Después de todo es gracioso.
Sí.  Pa velo desde largo.




ESCENA VII
Dichos y RUFINO, INÉS y CATALINA, por el foro

Rufino
Catalina
Rosalía
Catalina
Rosalía

Inés

Tomiza

Rosalía
Catalina

Inés


Rosalía

Rufino

Tomiza
Rufino

Tomiza
Rufino
Tomiza
Rufino
Tomiza
Rufino

Tomiza
Rufino
Tomiza
Rufino





Catalina
Rosalía
Inés
Catalina

Rufino
 

¿Quién anda aquí?
                             ¡Rosalía!
  ¡Madre!
                  ¡Hija mía!,
         (Después de separarse de los brazos de su madre.)
¡Hola, Inés!
         (A Tomiza)
                  ¿Qué tal, Tomiza?
                                              Ya ves.
Dando guerra todavía.
Bien temprano se ha venido.
Sí. Se empeñó en madrugar
tu padre.
              Vamos a dar
los días a tu marido.
¿Dónde anda?
                       Pasó a ver
unas mulas.
             (A Tomiza)
                    Qué..., ¿le gustan?
Sí, señor.
                 Si las ajustan
le vamos a sorprender.
Dos yuntas tiene escogías...
¿Finas?
             Finas.
                       ¿Pelo?
                                  Negro.
Pues esas, por ser sus días,
se las regala su suegro.
¡Bien hecho!
                    ¿Qué te parece?
¡Que le va usté a dar un palo!...
Es que si se las regalo
mi yerno se lo merece.
Vamos a verlas.
    (Yéndose con Tomiza y dirigiéndose a las mujeres)
                          ¿Pasáis
vosotras?
               Ya pasaremos.
Ya las verán.
Ahora iremos.
Ahora no se irán.
Ya iremos.
Bien, pasad cuando queráis.
     (Sale con TOMIZA por la derecha.)




ESCENA VIII
ROSALÍA, INÉS y CATALINA

Inés


Rosalía
Catalina

Rosalía







Catalina
Inés

Rosalía
































Inés


Rosalía



Inés


Catalina




Rosalía
Catalina
Rosalía
Inés

Rosalía
















Catalina

Rosalía



Inés

Rosalía


Inés


Rosalía


Inés

¿Y dices que por fin
accedió tu marido
a marcharos al pueblo?
Sí. Ya se ha convencido.
Ya es hora de que salgas
de este encierro, hija mía.
¿Encierro? Si es mi gusto.
Si aquí me pasaría
lo que falta de vida
sin salir de mi casa.
Si aquí hay mucha alegría.
Pero claro, en el mundo,
todo tiene su tasa.
Hay que educar los hijos...
Y hay que hablar con la gente.
Yo aquí me moriría.
Pues a mí se me pasa
sin sentir todo el tiempo;
yo estoy divinamente.
Cuidar de mis gallinas,
repasar los costales;
arreglar de los rollos
lo que gastó la brega;
ver a mis corderillos
triscar por los eriales,
y bajo este sol vivo,
que las pupilas ciega,
contemplar todo el oro
de mis trigos candeales.
Escuchando canciones
que el viento desparrama,
tener aves y flores
por leales amigas;
y entre los ramilletes
de mis siembras en rama,
recibir el tributo
que se le debe al ama,
cuando al pisar los surcos
me besan las espigas,
y en blandos cabeceos
se inclinan a mi paso
cantando sus amores
en caricias de raso.
Aquí lo tengo todo.
Esposo que me adora;
hijos, dicha y hacienda.
¿Qué más puedo pedir?
A Dios ofendería
si me quejase ahora.
Tú dirás lo que quieras;
pero esto no es vivir.
Modo de ver las cosas;
tú naciste señora,
y yo, desde pequeña,
fui para labradora.
Igual que Juan Francisco.
¡Valiente par se junta!
¡De qué os serviría
que estudiaseis los dos!
Para coser costales
y él ir con una yunta,
maldito si aprovecha.
Calle, madre. ¡Por Dios!
¡Miserablones!
                        ¡Madre!
Lleva razón.
                     No lleva.
Si cada cual disfruta
con lo que le apetece,
y es lo que más le agrada
lo que mejor le prueba,
mi Juan Francisco goza
mirando cómo crece
la semilla que cubre
cuando empuja la esteva.
La que la tierra acoge
y en su entraña florece;
la que a su calor nace;
la que después se eleva
mostrando en cada tallo
que al viento se estremece,
una ilusión lograda
y una esperanza nueva.
No hay quien pueda con ella,
No sale de sus trece.
       (Después de una breve pausa.)
Pero la vida manda
y hay que vivir la vida.
Mañana nos marchamos.
¿Mañana?
                 Sí, mañana.
Ahogos me dan al pecho
pensando en la partida.
Pero, mujer, ¿qué dices?
Eso es que tienes gana
de que te digan tonta.
Llámame como quieras.
Mas si he de serte franca,
ya estoy arrepentida.
¿Qué quieres, estar siempre
lo mismo que las fieras?

 
 
 
 
ESCENA IX
Dichos y JUAN FRANCISCO por la derecha.

Juan Francisco


Inés

Juan Francisco


Catalina


Juan Francisco

Catalina
Juan Francisco


Juan Francisco


Juan Francisco

Catalina




Juan Francisco 

      (Que ha oído los últimos versos, en tono de broma...)
Pero, bueno, ¿qué eso?
¿Ya estamos de quimeras?
        (Dándole la mano)
Felices, campesino
Gracias, Inés.
Tanto bueno por casa.
¿Qué tal, abuela?
Bien. Mil felicidades,
gato montés.
¿Y mis nietos?
Al tinto la coronela
marcharon a por tallos.
¿Los tres?
                 Los tres.
Ya vendrán.
¿Lo habéis hecho?
                            Ahora veremos.
¿Y las chicas?
                      Guisando.
                                     Pues saca pan
y algo para que beban.
      (A Rosalía, que indica el mutis)
Te ayudaremos nosotras
     (Mutis las tres por primero izquierda, para salir a poco acompañadas de Teresa y Juana, trayendo vino en un jarro, una jarra pequeña y una media fuente con trozos de jamón, pan y un mantel, que colocarán sobre la mesa.)
¿Pero y estos, qué es lo que harán?

 
 
 
ESCENA X

Dichos y Rufino, Tomiza, José, Sebastián, Juan Ramón y gañanes.

Todos por la derecha.

Juan Ramón


Rufino
Sebastián

Juan Ramón

Tomiza
Sebastián

Juan Francisco






Tomiza
Juan Francisco

Sebastián
Juan Francisco
Sebastián
Rufino
Juan Ramón



Sebastián

Rufino
Tomiza


Sebastián
Juan Ramón
Tomiza
Juan Francisco

Rufino
Juan Francisco
Rufino
Sebastián
Rufino

Sebastián
Rufino
Juan Francisco
José
Juan Francisco
Sebastián


Rufino
Tomiza
Juan Ramón

Sebastián
Juan Francisco
Sebastián


Juan Ramón
Tomiza
Juan Ramón

Tomiza

Rufino


Sebastián

Rufino


Juan Francisco
Rufino



Juan Ramón





Tomiza
Juan Francisco

Gañanes
Teresa
Todos
Rosalía
Juan Francisco




















































Rosalía

Juan Francisco







Tomiza




Juan Francisco

Juan Ramón

Rosalía

Juan Francisco

Rosalía
Juan Francisco
Rufino


Catalina
Inés
Rufino


Sebastián

Juan Ramón
Sebastián

           (A Rufino.)
Arrepare usté, señor,
que son cuatro claveyinas.
Sí, pero tienen sus cosas.
         (Aparte)
Ya empezamos con rutinas.
Ya sabe usté que las rosas
son rosas y tien espinas.
Paecen algo repelosas.
Sangre que tienen. Más finas,
no se encuentran tan aínas.
¡Si son las mulas preciosas!
Las cuatro negras, mohínas,
güenas hechuras, garbosas,
mansas como golondrinas,
con siete deos, nerviosas.
¡Si son cuatro golosinas!
Las cabezas orgullosas...
Güeno, a ver cuándo terminas.
Oye, Sebastián; al grano.
El precio.
                 Pónselo tú.
No.
       Sí.
           No.
                 Por mi salú
que esto ya dura un verano.
        (A Sebastián.)
Pídele ya.
     (A Juan Francisco.)
                  ¿Como amigos?
Venga. Sin gitanear.
Va a hacer falta pa tratar
juez, secretario y testigos.
Pídele ya de una vez.
¿De una vez? Doce billetes.
¡Bien hablao!
                        Tú en tóo te metes.
      (A Rufino.)
Ofrezca usted.
                       ¿Yo?
                                Sí.
                                     Diez.
¡Tío Rufino!...
                         Ya está dicho.
Cobras cuarenta mil reales...
Y la razón.
                    No. Cabales.
Ya paga bien el capricho.
No salió mal el abuelo.
Las paga.
                 No es despreciarlas,
pero yo no puedo darlas.
Tiene que subir.
                           Al cielo.
Ya están bien.
        (A Tomiza.)
                     Si fueran suyas...
¿Plazos?
                A dinero sano.
        (Alargando la mano a Juan Francisco.)
Pues, Juan Francisco, la mano,
que las muletas son tuyas.
¡Regalás! ¡Diez mil beatas!
Si pagases tú...
                             ¡Chavó!
¿Qué?
            Que entonces pué que no
te paicieran tan baratas.
          (A Sebastián.)
Tú, cuando quieras cobrar
las mulas, vas a mi casa.
      (Sorprendido.)
¿A su casa?
                     Sí. ¿Qué pasa?
Se las quiero regalar
a mi yerno.
                    ¡Tío Rufino...!
Tú te callas. Es mi gusto,
por ser tus días, y es justo
que obedezcas. Venga vino.
(Los gañanes aplauden. Todos beben de la jarra pequeña, que irán llenando del jarro.)
Como Juan Ramón me llamo,
que m'ha gustao la salía.
      (Alzando la jarra, en acción de brindar.)
Por la señá Rosalía,
y por tóos.
        (Bebe.)
               Que brinde el amo.
       (A los gañanes que aplauden.)
Brindad vosotros.
                              No; usté.
Que brinde.
                    Que brinde.
                                          Brinda.
       (A Rosalía.)
¿Lo quieres, labios de guinda?
Si es tu gusto, brindaré.
          (A los demás, estirándose gallardo y majestuoso.)
¿Que brinde, amigos míos? Llenad la jarra.
         (La llena José y se la entrega.)
Brindaré por mi yunta; ¿por quién mejor?
Si es, con el clamoreo de la chicharra,
cuando el arado clava su fina garra,
la eterna compañera del labrador.
Si ella vive su vida y es el testigo
más cercano a sus gozos y a sus pesares;
si ella tiene consejos de buen amigo
al regar el barbecho que le da el trigo
con el sudor que vierte de sus ijares.
¡Por ella va mi brindis! Por esa yunta
de labor, que hace un trono de los terrones
y de la mies cereña, las procesiones,
cuando en el acarreo su fuerza junta,
luciendo sobre el lomo las guarniciones.
La que airosa pasea las barbecheras
y al pegarse a la tierra suda y resopla;
y al cantar las alondras más mañaneras,
acompaña el acento de sus colleras
al gañan cuando dice la primer copla.
La copla que se extiende por la llanura,
como pregón sincero de recia calma,
y es un clarín de guerra por su bravura.
La que sube a los labios sentida y pura,
porque el gañán la lleva dentro del alma.
Esa copla que es sangre por lo valiente,
y es chorro de agua clara de mansa fuente,
y es como flor de almendro por lo sencilla.
Y es serena y honrada, como la frente
de las gentes del campo de mi Castilla.
    (Cada vez más exaltado, con fervorosa devoción, que irá creciendo hasta el final)
Por mi yunta romera. Por la alazana.
Por la negra morcilla como la mora.
Por la roja encendida, como la grana.
Por la que al sol brillante de la mañana
luce sus gallardías de emperadora.
Por la que en los rastrojos la sangre deja.
Por la que como a novia se la corteja,
mira la gañanía por lo garbosa.
Por la que al andar clava la dura reja,
y hace abrirse la tierra como una rosa.
Por la que es entre todas la preferida.
Por esa noble yunta que quiero tanto,
voy a brindar al darle mi despedida.
      (Con la voz turbada por la emoción, secándose una lágrima.)
¡No extrañéis que mis ojos los nuble el llanto,
si al dejarla me dejo mi propia vida!
     (Conmovida. Abrazándose a él)
¡Juan Francisco!
      (Ya sin oírla.)
                             Bebamos, amigos míos,
por la sufrida yunta de la labor.
La que sabe del fuego de los estíos,
y entre nieves y vientos y entre rocíos
¡es el brazo derecho del labrador!
       (Unos se limpian los ojos, otros aplauden; Juan Francisco bebe, dando después el jarro a Sebastián, que lo hace a su vez)
¡Vaya sermón bien echao!
¡Cualquiera le mete mano!
     (A Juan Ramón.)
Ahí tienes. Anda, gitano.
      (Abrazando a Juan Francisco)
Ven a mis brazos, ¡salao!
       (A José, después que lo suelta Tomiza.)
Ensilla el caballo pío.
      (Que no ha dejado de meter mano al jamón y de beber)
¡Vaya jamón! Sabe a gloria.
      (a Juan Francisco)
¿Te vas?
                 Voy a ver la noria
que están poniendo en el río.
¿Pero vuelves a comer?
¡Claro, mujer! ¡Qué preguntas!
     (A Inés y Catalina.)
Como no sean las yuntas,
aquí no hay nada que ver.
¿Vamos a verlas?
                              Si.
                                    Vamos.
      (Yéndose con todos.)
      (Todos se marchan por la derecha, menos Sebastián y Juan Francisco.)
       (A Juan Ramón, que sale el último.)
Tú, Juan Ramón.
                             ¿Qué?
                                        Prepara
y soltar esa piara.     (Sale Juan Ramón.)




ESCENA XI
JUAN FRANCISCO y SEBASTIÁN

Juan Francisco
Sebastián

Juan Francisco
Sebastián
Juan Francisco
Sebastián

Juan Francisco

Sebastián
Juan Francisco


Sebastián
Juan Francisco
Sebastián



Juan Francisco
Sebastián



Juan Francisco
Sebastián




Juan Francisco
Sebastián





Juan Francisco
Sebastián






















Juan Francisco
Sebastián
 

¿Pero se van?
                       Nos marchamos
a la «Venta de la Estrella».
¿Sin comer?
                     Comeré allí.
Quedadse a comer aquí.
No, porque la espero a ella,
que viene a comer conmigo.
       (Sentencioso.)
Déjala.
               No. No la dejo.
Sebastián: oye un consejo,
que te lo da un buen amigo.
Deja a esa mujer.
                              No puedo.
¿No puedes?  Porque no quieres.
En la cuestión de mujeres
habla quien no tiene miedo.
¡Qué bien habla quien está
libre de su cegación!
Sebastián: piensa en razón.
¡Dejarla!  ¡No puedo ya!
Cuantas veces lo intenté,
más se entró en mi pensamiento.
No la olvido ni un momento.
Va a ser tu ruina.
                                ¡Lo sé!
Pero es más fuerte que yo
este querer sin hartura
que tengo a esa criatura.
¿Tú no la conoces?
                                  No.
Es artista y cordobesa,
con andares de gitana;
mira como una sultana
y habla como una princesa.
¡Si la vieras a caballo!
En Córdoba la encontré...
¿En Córdoba?
                          Sí. Allí fue,
cuando en la feria de mayo
las treinta mulas compré.
Comentando la corrida
en la que Antonio Cañero
sacando la jaca herida
puso el rejón más certero
que había puesto en su vida,
estábamos Paco Gil,
Pedro, el de Puente Genil,
y el Niño Sabio, el de Lora,
en la puerta el Mercantil
tomando una de «Pastora».
¡Qué trajín! ¡Cuánta alegría,
de aquel bullir que no cesa,
en el que contribuía
la gracia y soberanía
de la mujer cordobesa!
No te puedes figurar,
tú que aquello lo conoces
de cuando fuiste a comprar
la yegua, el rumor de voces
de la calle Gondomar.
Basta que tú me lo digas.
Como reguero de hormigas
las mujeres paseaban
y al pecho todas llevaban
flores en lugar de espigas.
Y entre mujeres y flores,
pasaban los domadores
por delante de nosotros,
luciendo sobre los potros
los atalajes mejores.
¡Qué de coches!  ¡Qué de troncos!,
donde los caballos broncos
mostraban todo su brío,
yendo los cocheros roncos
de tanto hablar al gentío.
Entre aquella animación,
un grito de admiración
alarmó a la gente seria;
cuando por la Concepción
se vio subir de la feria
el cuerpo más soberano,
más gallardo y más serrano
que viera del sol la luz,
sobre un potro jerezano
del mejor hierro andaluz.
¡Vaya mujer con hechuras,
luciendo el traje campero
de vistosas bordaduras,
al sonar las herraduras
del caballo postinero!
Ángel que tenga su cara,
No tiene Dios en los cielos;
Pues su hermosura es tan rara,
que si un ángel la mirara,
los demás sintieran celos.
*Como dos finos manojos
*de claveles reventones
*eran sus labios de rojos,
*y eran dos vivos crespones
*la luz que daban sus ojos.
*Era arrogante y morena;
*su pelo como la pena
*que desgarra las entrañas,
*y llevaba las pestañas
*de la propia Macarena.
Caballo mejor domao
ni mejor atalajao
ningún andaluz lo sueña,
ni traje mejor cortao
que el que lucía su dueña.
Era de plata el herraje
del freno y del hebillaje,
como el caballo de un rey,
y de oro fino de ley
los alamares del traje.
Y era tanta su destreza
para fijar con limpieza
los andares de la jaca,
que su garbo y gentileza
sobre todo se destaca.
Pues ya ves si llevaría
el potro con gallardía,
cuando hasta el propio Cañero
tiró a su paso el sombrero
diciéndole una alegría.
Mezcla de gitana y reina,
llegó entre palmas y olés;
espuelas de oro en los pies,
y por corona y por peina
un sombrero cordobés.
Al paso de su alazán
la gente se descubría
pues todo el mundo creía
que llegó el Gran Capitán
el alma de Andalucía.
Unas vueltas dio al paseo.
El potro, con su braceo,
no cabía en la ancha calle;
al compás del manoteo,
quebraba su lindo talle,
y aquella mujer preciosa,
de hermosura tan completa,
se iba meciendo orgullosa
como en la mejor maceta
se mece la mejor rosa.
Su gracia la requebré
cuando a mi lado pasó:
lo que dije no lo sé;
lo cierto es que me miró...
y es sus ojos me enredé.
Preso quedé en su mirar,
como en el día la aurora,
y estoy tan esclavo ahora
como la perla que llora
su esclavitud en el mar.
Hablé con ella; fue mía...
Puse en ella mi alegría,
mis afanes y mis penas,
y hoy por su gusto daría
más sangre que hay en mis venas.
Sé que no me pertenece,
que no es de mi condición.
¡Pero ya no hay solución!
¡Que el hombre siempre obedece
cuando manda el corazón!
           (Hay una pequeña pausa, en la que Juan Francisco mueve la cabeza
sentenciosamente.)




ESCENA XII
Dichos y JUAN RAMÓN, por la puerta de la derecha.

Juan Ramón
Sebastián







Juan Ramón

Sebastián




Juan Ramón


Juan Francisco


Juan Ramón

Sebastián
Juan Ramón










Juan Francisco
Juan Ramón



Sebastián


Juan Ramón
 

¿Qué hacemos con tu caballo?
Atarlo a la pesebrera,
y una vez que dejéis ya
en los porches las muletas,
lleváis al prado las otras;
y a eso de las tres y media
echáis a andar, y esta noche
vais a dormir a la venta.
Allí estaré yo.
        (Malicioso.)
¿Tú solo?
Anda y cuidar esas bestias;
que hay que vender otras dos
mañana, y si van estrechas,
ni están alegres ni gustan
ni hay para el trato defensa.
Bien. Juan Francisco: salú
pa gastalas. Saldrán güenas.
Que compre usté muchos pares.
Gracias. Y tú que lo veas.
Toma, para echar tabaco.
           (Le da un billete.)
           (Cogiéndolo.)
¡Chavó!
¿Eh? ¡Algo se pesca!
       (A Juan Francisco, en cómica exageración)
Muchas gracias, rey de España.
Premita Dios te se güelva
ca espiga un millón de duros;
ca grano veinte fanegas;
que tus hijos te se casen
con una infanta u princesa,
pa que te llenen de nietos
con sangre rial en las venas.
¡Que te aforres de billetes!
¡Y... que en tu vida te mueras!
Gracias, hombre.
¡Adiós, rumboso!
Emperador de esta tierra.
       (A Sebastián)
Hasta la noche, tú.
Adiós.
Y a ver si al pie de la letra
se cumple lo que yo he dicho.
       (Ya en la puerta.)
Descuida, que irán bien puestas.
       (Aparte.)
Hoy tenemos cupletista.
¡Lo mesmo que si lo viera!
         (Sale.)




ESCENA XIII
Juan Francisco y Sebastián.

Juan Francisco

Sebastián


Juan Francisco
Sebastián
Juan Francisco
Sebastián




Juan Francisco



Sebastián





Juan Francisco
 

¿Así, que pasas la noche
en la venta?
                    No lo sé;
porque a lo mejor me iré
a Madrid.
                ¿Cómo?
                              En su coche.
¿Tiene coche?
                        El otro día
se lo tuve que comprar.
¡Y que lo sabe llevar...!
¡Si la vieras cómo guía!
Con él viene.
                        Sebastián:
Piensa que en esas mujeres
no compensan los placeres
con los disgustos que dan.
Hablas bien... ¡Pero es en vano!
       (Inicia el mutis.)
Vaya; me voy, que la espero.
¿Cortando por el  sendero
salgo derecho al majano,
verdad?
       (Ídem.)
               Sí. Yo voy al río.
A la misma carretera.
       (Ya en la puerta.)
Que aunque la noria cualquiera
la coloca, no me fío.
        (Salen por la derecha.)




ESCENA XIV
ROSALÍA, TERESA, INÉS, CATALINA y JUANA, por la derecha

Rosalía

Juana


Inés



Rosalía



Inés



Catalina

Rosalía
Inés



Tomiza
Inés
Tomiza
Inés


Tomiza



Rosalía
Inés
Catalina




Tomiza
Rosalía



Tomiza

Inés

Tomiza

Inés
 

Esa comida, Juana.
Ayúdala, Teresa.
No tenga usted cuidado,
que ha de estar a su hora.
      (Salen TERESA y JUANA por la izquierda.)
Chica; yo no sería
por nada labradora.
Por todos los millones
yo no estaba aquí presa.
Pues siempre como ahora.
¡Si es un tiesto de flores!
¿No ves toda la dehesa
la alegría que tiene?
Y hablando de otra cosa:
¿Estará todavía
la del traje de seda
parada con el coche?
No me pongas nerviosa.
¡Jesús! ¡Jesús!
                       ¿Qué es ello?
Que al pasar la alameda
por poco si nos tira
la mulita dichosa.
       (Sale TOMIZA.)
Se espantó de algún auto.
De un auto fue.
                         ¡Rabiaran!
¡Qué mujer más hermosa
estaba en la cuneta
dando viento a una rueda!
¿Una mujer dando aire?
¡A ver si es mi mujer!
Pero... ¿guapa y en auto...?
La mía no pué ser.
¿Y estaba sola?
                          Sola.
       (Escandalizada.)
Eso no tiene nombre.
¡Ir una mujer sola,
como si fuera un hombre,
por el campo en un auto!
¡No será mala prenda!
Será de las que viven
sin gobierno ni rienda.
De esas libres de ahora
que nada le acobarda.
¿Sola y en artomóvil?
¡Será mala bigarda!
¿Será esa que dicen
que tiene Sebastián?
¿Sebastián tiene maja?
¿Pus no estudió pa cura?
Pero le echaron fuera
cuando aquella locura,
y le enseñó su padre
su oficio de chalán...




ESCENA XV Y ÚLTIMA
Dichos y JUAN FRANCISCO. Después TERESA, JUANA, RUFINO, TOMÁS y SEBASTIÁN

Juan Francisco

Rosalía
Catalina
Rosalía

Juan Francisco


Rosalía

Teresa

Rosalía


Juan Francisco





Rosalía
Juan Francisco


Sebastián


Juan Francisco
Sebastián


Juan Francisco


Sebastián
 

       (Fuera. Cerca de la puerta, llamando en un grito.)
¡Rosalía!
              ¡Dios mío!
¿Qué pasa?
      (Yendo a la puerta del foro.)
                      ¡Voy a ver!
¡Sacad un colchón! ¡Pronto!
que traigo una mujer
medio muerta.
     (En un grito.)
                        ¡Teresa!
      (En la puerta de la izquierda.)
Mande.
               ¡Corre! ¡Un colchón!
       (TERESA desaparece y vuelve a salir acompañada de JUANA, con el colchón, que colocan en el centro de la escena, en primer término.)
        (Para indicar que la sostengan mientras él se apea.)
¡Sujetadla!
         (Entran todos con SOLEDAD en brazos, y la colocan sobre el colchón, con todo el rostro cubierto de sangre, de una gran herida que desde la sien a la garganta le cruza la mejilla. La conducen a primer término, dando todos pruebas de gran ansiedad. Sale RUFINO.)
¿Está muerta?
                       No. Late el corazón.
Pronto, Juana. Agua fresca
para lavar la herida.
     (Entrando como una tromba.)
¡Ella! ¡Me lo temía!
¿Se mató?
                   No lo sé.
     (Lleno de dolor se tira, más que se arrodilla, a la cabecera.)
¡Soledad! ¡Soledad!
¡Mi Soledad, querida!
      (Que la está lavando la cara con el agua que llevó Juana.)
¡A ver, tú Rosalía!
Aflójale el corsé.
     (Besándola lleno de dolor.)
¿No me oyes, Soledad?
¡Oye, lucero! ¡Vida!

                           Voz    (Dentro, canta al mismo tiempo, dejando caer lánguidamente la copla en seguidilla manchega, mientras el telón va cayendo lentamente.)

¯ Coge el surco, Rumbona,
pasa cordera;
que está mí amor mirando
la sementera...
¯

(Se procurará que la copla, que figura cantarla un gañán labrando, acompañada por el lento sonar de los cascabeles de la yunta, empieza a cantarse al entrar Sebastián en escena.)
* NOTA.-Los versos marcados con asterisco los puede suprimir el actor si se hace larga la recitación.

T E L Ó N

FIN DEL PRIMER ACTO

     al acto 2º  —»   

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