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Pedro Campos

 

El trabajador cubano y la propiedad sobre los medios de producción

El artículo “Ejercicio de propiedad”, del compañero Jorge Luís Canela, Director del periódico Trabajadores, publicado el 1º de octubre en ese órgano de prensa, suscitó en mí un grupo de consideraciones con relación al tema de la propiedad sobre los medios de producción.


Reproduzco textualmente los siguientes párrafos del mencionado artículo: 

“Conceptualmente está claro que los trabajadores son los dueños colectivos de toda la riqueza material de nuestro país, pero la toma de conciencia de esa condición no está generalizada entre muchos de ellos ni incluso entre dirigentes sindicales y administrativos”. 

“Cada día los directores, administradores, jefes de taller, gerentes… toman decisiones para encauzar la labor de los centros que dirigen. Es lo normal, lo correcto, y lo hacen en cumplimiento de la tarea que se les ha encomendado, pero ellos individualmente no son los dueños, sino los representantes de estos. Y como en cualquier sociedad —capitalista o socialista—, ante los dueños hay que rendir cuenta”. 

También se aborda el tema de la insuficiente participación de los trabajadores en la toma de decisiones; la importancia de las asambleas de afiliados para la rendición de cuentas de la administración; la importancia de la participación de los trabajadores en la discusión de los planes económicos, etc. 

Dado que pretendo abordar este tema con absoluta honestidad, sinceridad y valentía, tal y como nos exhortara recientemente a hacer el Compañero Raúl, me siento obligado a plantearme dos imprescindibles interrogantes: 

1. ¿Ostentan real y efectivamente los colectivos de trabajadores la condición de dueños verdaderos de sus medios de producción? 

2. ¿Son los ejecutivos realmente los representantes de los trabajadores? 

Por no poseer formación especializada en temas sociológicos, más que teorizar o incursionar en manuales, postulados, disposiciones legales y otras, preferiría abordar las respuestas a partir de las vivencias acumuladas en más de 45 años de trabajo como parte de diferentes colectivos laborales. 

No resultaría difícil anticipar las respuestas que allí obtendría. Creo poco probable esperar de nuestros trabajadores de hoy, con niveles de escolarización y de preparación técnica muy superiores a los de la media mundial, con capacidad de discernimiento y de análisis muy por encima de la que tenía la clase trabajadora al triunfo de la Revolución, una respuesta que refleje verdadero convencimiento de ser auténticos dueños del centro de trabajo a donde diariamente acuden a proporcionar su fuerza de trabajo a cambio de un salario; auténticos dueños del centro de trabajo donde en la práctica no tienen participación decisiva, incuestionablemente protagónica, en la elaboración y aprobación de los planes de producción, dado que su conformación no se realiza desde la base; auténticos dueños del centro de trabajo donde el destino de los excedentes o ganancias obtenidas de un proceso productivo al que han aportado su fuerza de trabajo (y también los medios de producción, si es que fuesen los dueños) no es decidido por ellos; auténticos dueños de un centro de trabajo donde cotidianamente se toman múltiples decisiones de todo tipo, tanto por administradores como por ejecutivos de los niveles superiores, que no tienen por qué coincidir siempre con los deseos y necesidades del colectivo de trabajadores, y para las que en la mayoría de los casos no son consultados siquiera; y otras muchas razones más. 

Improbable también resultaría esperar que acepten como buena la definición de que un ejecutivo, que ellos no eligieron ni pueden revocar, sea un representante suyo y esté cumpliendo el mandato del colectivo laboral; un representante suyo con funciones y prerrogativas no otorgadas por ellos; un representante suyo con planes de trabajo aprobados y controlados por otros ejecutivos ubicados un peldaño más arriba, y también no elegidos por ellos; un representante suyo con poderes unilaterales para aplicar sanciones a sus miembros, sin tener que asegurarse de tener la conformidad de ese colectivo; un representante suyo con poderes para privar a cualquiera de los miembros de ese colectivo de su condición de dueño, al poder decidir medidas disciplinarias de separación definitiva de la entidad; etc., etc. 

Aceptar como válida la afirmación de que los administradores no son otra cosa que representantes de los verdaderos dueños, entendiéndose por tales a los colectivos de trabajadores, representa una contradicción insalvable ante la otra afirmación de que el sindicato tiene, entre sus funciones, la de defender los derechos de los trabajadores ante las administraciones. Afirmación esta última, por cierto, que resulta inobjetable. 

Creo sinceramente, y lo expreso con absoluta honestidad y respeto, que mantener por tiempo indefinido el discurso meramente exhortativo, dirigido a supuestos dueños no convencidos de que lo son, no producirá los esperados efectos en la necesaria toma de conciencia productiva en los colectivos laborales, en el fortalecimiento del tan importante sentido de pertenencia, en el verdadero y consciente comprometimiento con los resultados económicos de sus respectivas entidades. O los convertimos en verdaderos dueños, tal y cual lo son los miembros de las Cooperativas de Créditos y Servicios, que sí nombran y revocan a sus directivos, que sí dirigen y controlan sus procesos productivos, que sí deciden el destino de sus ganancias, o renunciamos a ese discurso. 

En los últimos tiempos se ha incrementando en nuestro país la polémica académica acerca del verdadero papel que en la sociedad socialista corresponde, en relación con la propiedad sobre los medios de producción, a la clase trabajadora. 

Visto a la ligera, tal polémica pudiera parecer intrascendente, por cuanto universalmente es entendida y aceptada la socialización de los medios de producción como condición indispensable para la construcción del socialismo. Sin embargo, es obvio que la polémica está enfocada en cómo interpretar y aplicar tal socialización. Mientras unos alegan que, en las condiciones de nuestro país, deberá el Estado continuar ejerciendo la propiedad sobre los medios de producción en representación de toda la sociedad, otros se inclinan por defender la tesis de convertir a los trabajadores en verdaderos dueños de los medios de producción y de las riquezas materiales obtenidas en el proceso de producción, a través de la entrega en usufructo de tales medios a los respectivos colectivos laborales y la consiguiente aplicación de sistemas de cooperativización a gran escala. 

En diferentes trabajos especializados sobre la construcción del llamado Socialismo del Siglo XXI, así como en las discusiones que actualmente se realizan en nuestra área geográfica en torno a tal tema, he creído interpretar, no obstante la muy menguada información a mi alcance, que no existen discrepancias importantes de tipo conceptual en cuanto a la esencia misma del socialismo, y que el debate gira en torno a las vías y métodos para alcanzarlo, apreciándose cierto consenso acerca de que éstas pudiesen ser diversas e, incluso, diferentes a las enunciadas por los clásicos del marxismo.

Rechazar tal posibilidad no es razonable sin negar las leyes de la propia dialéctica marxista, aunque creo importante no olvidar que en innumerables trabajos de Marx y de Engels quedó reflejada su plena identificación con la cooperativización como forma fundamental de socialización. Y Lenin, por su parte, reconocía un poco antes de morir no habérsele prestado suficiente atención a la cooperativización, y concluía que “sólo una cosa nos queda por hacer: organizar a la población en cooperativas”. 

No deja de resultar insólito que a pesar de inclinarse los clásicos del marxismo por la cooperativización, esta vía haya sido casi totalmente rechazada por los que han abrazado la ideología marxista, pues salvo contadas y temporales excepciones, en los países que han apostado por la construcción del socialismo ha predominado la concepción estatista de la propiedad sobre los medios de producción. 

De ahí que las experiencias prácticas acerca de la cooperativización socialista no sean abundantes. Si a esto sumamos la poca divulgación por nuestros medios acerca de los estudios que sobre tal modelo de propiedad socialista han realizado y realizan hoy algunos especialistas del patio, bien tomando como referente los resultados reales y concretos obtenidos a partir de la efímera existencia en Cuba de las Cooperativas Cañeras en los inicios de la Revolución, o bien los actualmente obtenidos por las Cooperativas de Créditos y Servicios en relación con sus homólogas estatales, se comprenderá la existencia de un sinnúmero de interrogantes acerca de la viabilidad de tal forma de propiedad. 

Tales interrogantes se incrementan exponencialmente cuando se intenta incursionar teóricamente en el terreno de la cooperativización en los sectores no agrícolas de la economía y de la sociedad, en los que, al menos en nuestro país, la experiencia práctica es nula.

Lo anterior conduce inevitablemente al hecho de que el trabajador medio actual apenas perciba, ni considere siquiera dentro de las posibles vías de perfeccionamiento de nuestro socialismo, como un recurso más a sopesar, las probabilidades de la cooperativización. 

Cierto es que se discuten problemas de todo tipo relacionados con las dificultades por las que atraviesa la sociedad: alimentación, vivienda, transporte, eficiencia productiva, salarios, corrupción, burocracia, y otros más; discusiones estas incrementadas a partir del discurso del compañero Raúl en Camagüey. Eso es muy positivo. 

Sin embargo, los que peinamos canas recordamos con añoranza aquellos primeros años de sano, masivo y fructífero debate teórico, cuando en cualquier lugar y momento podía encontrarse a grupos de trabajadores y de ciudadanos en general discurriendo sobre las bases del socialismo y sobre las vías para su construcción. Y en tiempos, incluso, en que el nivel educacional e ideológico de los mismos era abismalmente inferior al actual. La sociedad cubana, habiendo decidido ya en aquel entonces que la construcción del socialismo se convirtiera en el objetivo supremo de su quehacer económico y político, debatía abiertamente qué vías deberían utilizarse para ello. 

Hoy por hoy, transcurridos dos años ya del alerta de Fidel en su discurso de noviembre del 2005 en la Universidad de La Habana acerca del peligro de autodestrucción de la Revolución, y a casi tres meses de la exhortación de Raúl a la introducción de cambios estructurales y de conceptos, a la transformación de concepciones y métodos ya superados por la propia vida, no logra abrirse camino hacia el debate popular en nuestro país otra vía de perfeccionamiento que no parta de la propiedad estatal sobre los medios de producción. 

Considero derecho supremo de nuestra clase trabajadora discutir y decidir los métodos y vías para el perfeccionamiento de nuestro socialismo, habida cuenta que a su construcción se han consagrado ya varias generaciones de cubanos, y que de las decisiones que al respecto se tomen dependerá su bienestar y el de sus familias. Tal derecho es impracticable si no se conocen a cabalidad las bases teóricas del socialismo científico, si no se divulgan adecuadamente las diferentes vías para su construcción ni los aportes que en tal sentido realizan actualmente académicos y especialistas. Para decidir, y hacerlo acertadamente, es imprescindible un conocimiento abarcador, no excluyente de ninguna de las opciones con que se cuenta. 

Al cubano medio, a aquellos que no contamos con una formación académica especializada en cuestiones sociológicas, a aquellos que no tenemos pleno acceso a las nuevas propuestas de perfeccionamiento de nuestro socialismo, le gustaría contar con toda la información que le permita llegar a conclusiones propias acerca de los métodos y formas más adecuados para lograrlo. 

Es una tarea a la que nos han convocado Fidel y Raúl. Nuestra prensa pudiera ayudar grandemente en tal propósito. 

Cienfuegos, octubre del 2007.