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Félix Sautié

 

En pos de un diálogo con todos y para el bien de todos
00:21h. del Sábado, 7 de julio. 

No son pocas las voces que lentamente van rompiendo el silencio sobre la necesidad de un diálogo en Cuba. 

La conciencia de que nos encontramos en un verdadero momento de inflexión histórica, se abre paso por encima de los triunfalismos desmedidos y de las sacralizaciones que convierten en tabú a cualquier idea o planteamiento que se salga de los estrechos marcos de referencia que se han establecido por el pensamiento oficial al uso, que incluye por parte de los que al decir del Che devienen alabarderos del pensamiento oficial y becarios del presupuesto del Estado, los ataques y la condena intransigente a quienes planteen algo distinto.

Yo pienso que va siendo tiempo para aterrizar y poner los pies sobre la tierra firme en una realidad presente, que va más allá de los deseos que al respecto se tengan como muy válidos, así como de las visiones idílicas y edulcoradas que se repiten hasta la saciedad para auto convencerse de los propios deseos de quienes las repiten aún por encima de lo que realmente sucede. 

Con estas visiones idílicas, en múltiples ocasiones se propicia el ejercicio de un sentimiento de desmedida superioridad y chovinismo que nos lleva a darle consejos a todo el mundo geográfico en el cual somos incluso tan solo una mínima porción de territorio planetario, sin mirar por nuestra parte a la viga que se encuentra en nuestros propios ojos. 

Yo pienso honradamente que va siendo tiempo de dejar a un lado las lecciones que damos a los demás, para ponernos para nuestras cosas y problemas que resultan ser muchos, muy variados y complejos, algunos de los cuales se dilatan excesivamente en el tiempo y mantienen a la población de a pie, en un perenne estado de indefensión ante un lenguaje oficial que aparece por todos los medios locales sin darle cabida ni posibilidades a sus inconformidades silenciosas, a sus deseos reprimidos y a sus necesidades insatisfechas que se ven agravadas por un burocratismo generalizado y una corrupción extendida que han hecho de la palabra “resolver” una fórmula mágica que no respeta principios éticos, ni propiedades por muy estatales y legalizadas que sean. Estas situaciones entre otras cosas, se mantienen sostenidas por una “indolencia comprensiva” por darle alguna denominación meramente identificativa y por el accionar de la fuerza contradictoria propia de los fundamentalismos desarrollados por quienes no se atreven a pensar objetivamente por sí mismos y por quienes convierten en una norma cotidiana al rechazo de todo pensamiento que les resulte disonante con los ritmos y las armonías musicales que lo establecido determina como lo bueno y lo positivo. 

Estos hechos aceleradamente van acabando con el tiempo útil para que se puedan poner en práctica sin grandes incidencias indeseables, las soluciones necesarias e imprescindibles dirigidas a evitar la posibilidad de que las varias veces anunciada autodestrucción pueda consumarse. Esto no he sido yo el primero en decirlo a pesar de que múltiples veces no me canso de citarlo. 

Esta es una posibilidad planteada por el propio Fidel no hace tanto tiempo, pero que considero no ha sido posible debatirla con toda la participación y amplitud que internamente debería haberse hecho.

La acción de los que se encuentran detenidos en el tiempo ha sido y es contraria y determinante para que este diálogo necesario se realice en definitiva, porque muchos de ellos piensan exclusivamente en clave de los años 50 sin entender el paso del tiempo, ni a las nuevas generaciones que han surgido, así como ni a las renovadas circunstancias, coyunturas y problemas que se presentan en nuestro mundo de hoy, mientras que otros parten de un simplismo originado por la superficialidad de su pensamiento subordinado por el miedo a perder el estatus o simplemente por adhesión a una doble moral que nos ha invadido como pandemia contra ética, que cada vez se hará más difícil de erradicar si no se actúa consecuentemente a favor de una libertad de conciencia y de expresión capaz de impedir el surgimiento del miedo a expresar sus criterios y opiniones que caracteriza a los que no se quieren buscar problemas y que poco a poco mina las esencias éticas que han dado base a nuestra identidad nacional. 

Hace algún tiempo que he estado escribiendo sobre la necesidad del diálogo y me he expuesto a las descalificaciones, los silencios y las exclusiones sutiles; por eso ahora que algunos con autoridad institucional plantean públicamente esta necesidad de dialogar como algo imprescindible, saludo sus planteamientos y los apoyo con todas mis fuerzas. 

En este mismo orden de pensamiento, quiero como parte del diálogo que plantean, exponer algunas consideraciones que opino son básicas al respecto de su convocatoria, con el propósito por mi parte de que ese diálogo resulte ser verdaderamente efectivo: en primer lugar debería comenzar sin exclusiones preconcebidas ni fulminaciones previas de criterios planteados, de forma que tan solo se auto excluyan aquellos que no encuentren consenso para sus ideas; tampoco por parte de quienes detenten los timones de mando de la sociedad deberían acudir a este diálogo con una actitud de infabilidad pontificial ni mucho menos de pretendida superioridad moral y política porque las certezas absolutas, los autoritarismos contra natura y los paternalismos extemporáneos entonces darán al traste con toda posibilidad de conversación civilizada que ni siquiera llegue al rango de diálogo. 

No debería ser solo un diálogo entre los medios intelectuales ni mucho menos entre cenáculos establecidos de un lado y del otro, en mi modesto criterio debería ser todo lo amplio y abierto que fuera posible, potenciando en primera instancia la participación de los trabajadores así como del pueblo de a pie en general, con una agenda abierta que posibilite la inclusión de todos los problemas que actualmente se afrontan en la base y que constituyen sus preocupaciones más perentorias. 

Albricias por los planteamientos de un diálogo de todos con todos, que acoja como principio esencial el concepto martiano que tantas veces hemos repetido los cubanos de un lado y de otro: Con todos y para el bien de todos