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Félix Sautié

 

A propósito del discurso de Raúl Castro.
Cambiar para no dejar de ser

00:20h. del Sábado, 8 de septiembre. 

Evidentemente el Discurso de Raúl Castro en la ciudad de Camagüey en Cuba, el pasado 26 de Julio, ha tenido un gran impacto entre las personas preocupadas que pensamos y nos desvelamos ante las incertidumbres y problemas acumulados que se hacen presente como nunca antes en los actuales momentos de inflexión que estamos atravesando los cubanos. En este sentido, he escrito dos artículos al respecto del tema que han sido publicados en La República Digital, así como otras colaboraciones en diversos órganos de prensa con los que me relaciono, lo cual ha motivado algunas tertulias muy interesantes con amigos y viejos compañeros de la lucha revolucionaria que me han visitado. De todos estos encuentros y análisis hubo algunos de particular importancia, con compañeros muy cercanos. De esas conversaciones surgió esta tercera parte:”Cambiar para no dejar de ser”, en la que he procurado transcribir lo más fielmente posible pensamientos y criterios con los cuales estuve plenamente de acuerdo, los que pongo a consideración de los lectores de La República.

El impacto en la conciencia social de la población cubana del discurso del Primer Vicepresidente Cubano, en funciones de primer mandatario del país desde hace más de un año, está determinado, más que por su letra, por el espíritu de renovación y perfeccionamiento que transpira esa intervención. Es grato escuchar a un gobernante describiendo la situación del país en íntima sintonía con el estado de opinión prevaleciente en el seno del pueblo, sobre todo entre la gente de a pie, en tanto que se aparta por completo del triunfalismo y la autocomplacencia que suele caracterizar los planteamientos públicos de la dirigencia cubana, en cuyos análisis, cuando más lejos, sólo figura la admisión, ambigua y genérica, de "deficiencias". Sin embargo, la esperanzadora acogida que se le ha dispensado a la sólida disertación de Raúl ―que fiel a su estilo no se excedió de una hora―, obedece a la evidencia de una voluntad de cambiar todo lo que deba ser cambiado, uno de los aforismos expuestos años atrás por Fidel Castro en lo que se asume por la propaganda oficial como un decálogo, síntesis de la experiencia y de los fundamentos doctrinales del proyecto socialista de la Revolución Cubana. La noción de cambio es inherente a la razón de ser de un proceso revolucionario, incompatible con la rigidez, el inmovilismo, el aferramiento a esquemas que se tornan retrógrados, el dogma en suma. Cambiar, es decir, dejar atrás, superar, lo que resulta obsoleto; renovarse para escapar del anquilosamiento y la rutina; crear para darle una respuesta consecuente a los nuevos desafíos y a las exigencias que las propias conquistas sociales y ascenso de la cultura popular demandan, supone, ante todo, de una voluntad política. Esa voluntad, de la que Raúl ha sido expositor y comienzan a reflejar otros funcionarios del mas alto nivel partidista, sólo puede ser vista con temor por aquellos a quienes amenaza el fin de los métodos burocráticos, de ordeno y mando, afincados en una tergiversación de la hegemonía de la propiedad social y de la necesidad de criterios rectores en materia de planificación económica, que despoja a los colectivos laborales de un auténtico protagonismo y fomenta una actitud de pichón en el nido esperándolo todo de la generosidad y el tutelaje del Estado. Raúl enunció la necesidad de superar métodos, conceptos y estructuras que ya dieron todo de sí o se correspondían con circunstancias que se ha modificado de modo irreversible y ejemplificó esta demanda social con la realidad de la virtual crisis de la producción de alimentos (cuyos precios en el mercado internacional de vuelven prohibitivos), mientras decenas de miles de hectáreas de tierra fértil permanecen ociosas. En este sentido su razonamiento envuelve una comprensión que resulta decisiva para dotar a esa voluntad de cambio de una fundamentación rigurosa y objetiva: no se trata sólo de las ya conocidas y no por ello resueltas "deficiencias" tradicionales, ni tampoco únicamente de las consecuencias de la guerra económica que las sucesivas administraciones norteamericanas desataron contra Cuba hace ya casi medio siglo y han reforzado de continuo hasta el ensañamiento fundamentalista de la actual, se trata, además, de errores, cuya erradicación está en nuestras manos.

Nadie se llame, pues a engaño, la expectativa creada por las palabras de Raúl Castro en Camaguey el pasado 26 de julio y las que según Machado Ventura ―ejecutivo del Buró Político para el trabajo partidista― éste último pronunció en lugar de Raúl el pasado 5 de Septiembre en Cienfuegos, es una reafirmación del consenso nacional a favor de la consolidación del modelo socialista cubano, para lograr lo cual resulta obvio que está llamado a ser repensado y objeto de cambios a los que puede dársele el nombre que se quiera (reformas, perfeccionamiento, innovaciones) porque lo verdaderamente esencial es su finalidad: afianzar, robustecer los cimientos económicos, sociales, políticos y morales que ofrezcan alternativas de prosperidad y bienestar personal, familiar y social y, a su vez, excluyan cualquier veleidad que deje un flanco vulnerable para una restauración capitalista.

Ahora cuando se percibe revitalizada la estatura ética y política que constituye una de las explicaciones de la resistencia y la permanencia de la Revolución Cubana en el mundo unipolar y en la vecindad inmediata del centro hegemónico de la globalización neoliberal; cuando en el discurso político aflora la lucidez, la valentía y la humildad con la que en otras coyunturas se han enfrentado errores, en el momento en que la dirección del país ha convocado a los trabajadores, a los cuadros y militantes, a toda la ciudadanía, a estudiar y pronunciarse sobre los planteamientos de Raúl, se torna de igual modo palpable la urgencia de no incurrir en lo que sería la mayor y más lesiva de todas las equivocaciones: que este proceso transcurriera sin pena ni gloria, como un ejercicio litúrgico o cuando más, se limitara a una catarsis social. Se ha dicho con toda claridad, hace sólo unos días en Cienfuegos, que no basta comprender los conceptos generales expresados por Raúl y se ha hecho énfasis en la responsabilidad histórica que tiene hoy el pueblo cubano de demostrar no ya la justicia y el humanismo que pueden alcanzarse en una sociedad socialista, sino la posibilidad de alcanzar una gestión económica y social eficiente aún bajo las condiciones de hostilidad y agresiones. Este llamado a aportar iniciativas, criterios, sugerencias, alternativas, en el contexto concreto y real de cada cual, entraña un enorme compromiso político y moral para todos y cada uno de los que hemos saludado con sereno júbilo el análisis y las líneas generales del discurso de Raúl, sobre todo para aquellos especialistas, cuadros, técnicos, académicos, empresarios y dirigentes que hoy acumulan una rica experiencia de los procesos que vienen desarrollándose en nuestra sociedad y de cara a las realidades del mundo en que vivimos. Las incursiones de estudiosos de otras latitudes en la agenda cubana para la consolidación de un modelo socialista con futuro y que en un plano estrictamente teórico e intelectual pudiera propiciar un diálogo enriquecedor, habla sobre todo de la necesidad ya inaplazable de que asumamos esa agenda entre nosotros a partir del caudal de vivencias en carne propia que al margen de la buena fe o de las intenciones del investigador, nadie puede crear a escala de un laboratorio cuando se trata de la experiencia vital de un pueblo y del destino de una nación.

La pauta que el discurso de Raúl traza, su llamado a la creatividad, reclama de una respuesta concreta en cada ámbito; uno de ellos es, precisamente, el del pensamiento social, el de la sociología, el de las alternativas y variables económicas. A una distancia que pudiera medirse en años luz se encuentra aquella época en la que parecían existir paradigmas de la transición al socialismo; hoy acaso pudiéramos evocar como paradigmáticos para evitarlos y curarnos en salud, aquellos modelos que conducen al fracaso, a la negación de las esencias mismas del socialismo. A la sabiduría de lo que no debemos hacer, del camino que no debemos transitar, de las fórmulas que conducen a crear polos de pobreza, castas y a la proliferación de innumerables comportamientos corruptos, hay que sumarle, como ha sugerido Raúl, por el bien de nuestro pueblo y para cumplir con esa responsabilidad histórica de vindicar el socialismo como el futuro de la humanidad, la inteligencia y la valentía de extraer de nuestra realidad, de nuestras circunstancias, de nuestras tradiciones y del potencial humano que la Revolución ha creado, aquellas alternativas que nos conduzcan a cambios en los que probablemente debamos renunciar a esquemas por un tiempo considerados ideales y que hoy nos exponen, más temprano que tarde, al riesgo mortal de una regresión histórica en la que sucumbirían hasta los más preciados atributos de nuestra nacionalidad.