III.- TE HICISTE MOZO

Creciste. Jugueteabas, travieso, con Linda, tan paciente. Alguna vez, ya cansada, parecía reñirte. Te sosegabas un poco; pero volvías juguetón. Entonces ella optaba por marcharse corriendo por la huerta y por detrás de la casa. Tú la seguías sin poder alcanzarla.

Te hiciste mozo. Tenías ya fuerza suficiente para llevar tu vida independiente de la de Linda. No eras de talla; saliste pequeño, pero bien formado con largas patas, nervudas y fuertes como las de Chusco, tu padre; aquel perro de Toña. No saliste con tan mal genio como él tenía; a veces me ladraba al ir a decir misa. Estilizado y cenceño era tu cuerpo; recio de cuello, fina la cabeza y alargado el hocico. Se diría que entre tus antepasados tuviste un bisabuelo galgo. Tu pelamen azabachado, corto y fino como el charol. Qué gusto te daba que te cepillara todas las mañanas.

Saltabas la tapia de la huerta en ágil salto y salías a la carretera. Y, aún sin educar, corrías tras las bicicletas ladrando y como queriendo morder a los ciclistas. La verdad era que los mozalbetes te hacían rabiar y tú los seguías ladrando. Vez hubo que estuviste en peligro de ser atropellado. Eras temerario, Cuquis; mucho te costó aprender.

Como pisabas el prado del vecino y éste se me quejó de ello, te castigué a llevar arrastrando una tabla. Te coloqué un collar y de él pendía, con larga cadena, un trozo de tabla que frenaba tu soltura y agilidad. Viéndote sufrir, opté por quitártela, porque, además, me rompías las plantas de los parterres del jardín, entre las que te enredabas con demasiada frecuencia, con harto disgusto mío y de la abuelita Florentina, siempre tan cuidadosa de las flores. 

4 Tu hermana Linda.