Manuel García-C. Gómez, C U Q U I S Biografía lírica de un can
II. VINISTE A MI CASA Te contaré cómo viniste a mi casa. Verás. Hacía tiempo que tenía yo a Linda, hermana tuya, pero tres años mayor que tú. Había sido madre por segunda vez. La dejé con un solo cachorrillo, de negra y brillante capa; chato de hocico; ojos aún cerrados, y cuerpo rechoncho. Con patas débiles todavía para sostenerse sobre ellas ¡Qué madre tan solicita era Linda! ¡Con qué agresivo calor cuidaba del pequeño! Apenas se apartaba del rincón donde había hecho su cama. Cuando Linda salía a buscar la comida, chillaba exigente el cachorrillo. No le gustaba la soledad; sentía el frío de la ausencia materna. Quería yo que el hijo sustituyera a la madre, andando el tiempo. Una tarde tuve que ir a ver a la abuelita enferma, que luchaba con ansia por asirse a la vida, allá en el sanatorio de la capital. Y venció, Cuquis. Su naturaleza fuerte y sana superó la enfermedad; trabajo la costó, sí; pero venció. Cuando volví a casa, era ya de noche. Linda correteaba por la huerta, nerviosa y gimiente, buscando codiciosa por todos los rincones, por entre los rosales y grupos de dalias del ya reseco y abandonado jardín. La faltaba el cachorrillo. Alguien le había llevado. Tal vez, en alguna de sus salidas, vino algún gato, astuto y traidor; o alguna maloliente rata, y le arrebataron su cría. Linda, impaciente, seguía buscando sin poderlo encontrar ¡Cómo gemía la pobrecilla! Viendo su pena y dolido por ella, fui rápido a la casa donde ella había nacido. Allí me dieron uno de los perritos que Negrita tenía entonces, nacidos pocos días ha. Que satisfecho me volví a casa, pensando en Linda y en ti, Cuquis. Pues tú eras aquel perrito que me entregaron. Eras un can muy lindo, de capa negra como el azabache, con chapines blancos en las cuatro patas, y una blanca corbata en tu garganta negra. También la punta del entonces diminuto rabo, era blanca. Al verte, Linda te olfateó detenidamente y te admitió en su lecho con no buenos modales; no eras su hijo; bien lo había conocido ella. Tú empezaste a buscar, ansioso, la cálida ubre fuente bienhechora de vida. Al poco rato mamabas ya con quietud y sosiego. Ella, de pronto, sacó el genio y quiso morderte. Tímido, retiraste de la ubre maternal el hociquillo, relamiéndote satisfecho de aquella primera mamada. La reñí y la amenacé. Bajo humilde la cabeza y te dejo sacar de su espléndida ubre el dulce néctar, que rezumaba, al fin, de tu boca. Y ya desde aquella primera noche, cuidó de ti, Cuquis, como madre solicita y cariñosa. Tienes que estarle agradecido, perruco. 3 Te hiciste mozo. |
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