Manuel García-C. Gómez, C U Q U I S Biografía lírica de un can
Una tarde tuve que castigarte, Cuquis ¡Cómo me dolió el dártelo! Fue
un domingo precisamente. Los domingos pasabas las mañanas atado a la
puerta del garaje o con la
tabla colgada al cuello; así no te salías de casa.
Por la tarde te soltaba; y gozabas y
agradecías la recobrada libertad. Aquella tarde de primavera, rayana ya
en el verano, fuimos paseando los dos carretera arriba Tú correteabas por
las fincas colindantes a ambos lados del camino real. Olfateabas perdidos
caminos, adivinando recientes pasos de algún gato o de alguna «Bonita»,
ya escondida en previsión de posibles peligros.
Yo iba leyendo una antología de poetas modernos. Para librarme del
cansancio y del mal sabor de boca que aquella lectura me producía con
tanto fárrago de líneas, escritas «sin ton ni son, sin regla ni compás»
y sin apenas verso aprovechable, me paraba de vez en cuando y me sentaba
en las paredes de las fincas, contemplando el luminoso paisaje de castaños
que cubre una de las laderas de las cuestas que cierran el valle.
Y te vi subir la pinada pendiente de un prado en el que pastaban unas
ovejas de largas y greñudas lanas; mochas de cuernos y pintadas cabezas y
patas. Ellas, al verte, levantaron sus
cabezas mirando temerosas con ojos de sorpresa. No te habían dado motivo
ninguno para aquel alocado ataque.
Todas se desmandaron al darse cuenta de tus dañinas intenciones. Porque
ibas con mala idea, Cuquis. Tú, sin hacer caso a mis urgentes llamadas al
orden, te lanzaste a perseguirlas corriendo tras una de ellas. La más
cercana; espantada, emprendió veloz carrera tratando de esquivarte.
Las otras cesaron en su carrera, bien alta su cabeza y observando tus
correrías tras su compañera. Ibas ciego tras ella, despertada tu codicia
de fiera salvaje primitiva, que no te dejaba oír mis voces de llamada. Salió
el ama de aquellos animales, que nada te habían hecho, despotricando
No te atreviste a bajar donde estaba tu amo temeroso ante la mala fechoría
que habías hecho, perruco. Porque sí, Cuquis, sí; te portaste mal, muy
mal. Y así, distanciados el uno del otro y tú recelando de cualquier
movimiento mío, llegamos a casa. No quisiste entrar; lo temías y con razón.
Pero al fin te
Poco después, cuando te llevé la cena, lamías, arrepentido, la mano que te
había azotado. Estabas pesaroso de tu mala acción ¿Verdad, Cuquis? Te
atusé la cabeza, te hablé compasivo y la alegría volvió a lucir en tus
miradas, agradecidas y nada rencorosas. 14 Subida al Moral. |
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