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De
figuritas y piedras
Tan
importante como la extensa trayectoria de Luis Wells (Buenos Aires, 1939)
es su capacidad de realizar una obra siempre actual, que parece acudir
a imágenes arqueológicas del pasado casi como excusa para situar a sus
protagonistas de aspecto futurista dentro del paisaje de la pintura. Precisamente,
la muestra que ahora presenta la galería Principium discurre entre la
pintura y la escultura.
La obra aparece jugando a un equilibrio entre opuestos, mientras conjuga
elementos geométricos y sensuales líneas en la construcción de similares
protagonistas.
Las
alusiones a las plantas de templos y esfinges sagradas que remiten a los
egipcios le otorgan una solemnidad a sus trabajos que los ágiles personajes,
esquemáticos y casi caricaturescos, desmienten. ¿Por qué estas figuras
tan activas se hallan retratadas en medio de un paisaje quieto y desértico?
¿Lo efímero de la vida se contradice con las piedras inmemoriales? Wells
despliega su oficio en estas piezas elegantes que incorporan -como siempre
lo ha hecho el artista- con naturalidad cambios y permanencias. Claro
que también parece divertirse, como cuando construye una escultura -originariamente
un espacio de homenaje- de madera terciada, de apariencia ceremoniosa
y hierática, y la llama Madame Plywood (Señora madera terciada).
¿A
quién celebra? El espectador puede especular con el humor del artista,
que más allá de cualquier ironía confirma nuevamente su talento, que paseó
por París y Nueva York, y ahora está a consideración de todos en Buenos
Aires.
Por
Victoria Verlichak, revista Noticias, 21 de septiembre de 2002
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La
trama secreta
La
pintura no figurativa de Luis Barragán descubre un mundo de ritmos y colores
que supera su apariencia inmediata; lo evidente y lo insinuado en la obra
de Eduardo Médici
Hace
varios años que no se veían pinturas de Luis Barragán; pero el silencio
fue sólo de aparente inactividad a juzgar por las fechas de los catorce
óleos que expone en estos días. Once son de los años noventa; las tres
restantes de 2000 y 2001. Significa esto que sus ya largos ochenta y tantos
años de edad (nació en 1914) no mermaron una vocación cuyo antecedente
inicial se manifestó oficialmente en 1939, con su participación en la
primera exposición del grupo Orión. Esa breve referencia temporal a su
acción significa que las piezas que lo representan en estos días son trabajos
de la más plena madurez que, en la medida que lo reafirman, actualizan
su pensamiento. De ahí, el equilibrio de su realización; la pureza de
su factura, límpida y convencida en la materialización de las ideas. De
todos modos, no está de más recordar que después de una corta etapa de
orientación surrealista, hizo una figuración esquemática parecida a la
de la pintura bizantina y que, finalmente, pasó a la no figuración absoluta,
por la que hoy se lo reconoce. Desde entonces (mediados del siglo pasado,
aproximadamente), viene realizando con persistencia encomiable el proceso
de depuración de un estilo propio cuya densidad proviene tanto de los
ritmos, como de los colores y las texturas que lo configuran.
Son
obras de inspiración musical cuyo contenido es legible si se piensa en
los factores intrínsecos de una transposición fuertemente subjetiva que
representa lo que los sonidos sugieren en el campo de las formas y los
colores. Muchos pintores ponen música para trabajar y hasta es frecuente
que representen lo que los sonidos les inducen. La psicología llama sinestesia
a esa asociación de sensaciones, entre las cuales se da más frecuentemente
la que suele denominarse audición coloreada. Muchas personas son capaces
de experimentar ese fenómeno que, en sus manifestaciones menos específicas,
se produce de un modo más o menos general. Esa unión de diferentes dominios
sensoriales es la que nos hace hablar, por ejemplo, de colores estridentes
o de sonidos oscuros.
Las
piezas aludidas muestran la culminación de su trabajo sostenido por una
estructura visible que se caracteriza por las cuestiones formales a las
que hicimos referencia, pero también por un andamiaje secreto que complementa
distintas zonas de sus cuadros. Hay relaciones metódicas y razonadas que
solidifican el orden acompasado de las pausas, los cortes y el grosor
vibrante de la materia; son voces de fondo que se revelan de un modo menos
inmediato. Tales correspondencias matizan de una manera apenas perceptible,
aunque eficaz, los fondos y las superficies de color que definen la apariencia
por los contrastes. Una lectura posterior enriquece el descubrimiento
de rastros que humanizan los efectos más notables con pequeñas excitaciones
y estímulos que actúan sobre la sensibilidad.
Las
funciones de una estructura compositiva suelen representar sensaciones:
la horizontal, de calma; la ascendente, de alegría; la descendente, de tristeza,
y las líneas intermedias, las demás. Pues bien, es allí, donde las diagonales,
que dan la noción de movimiento, dominan el sistema rector de las curvas
y rectas que se contrastan entre los límites ortogonales de los cuadros.
Una especie de contrapunto geométrico ocasiona la movilidad visual de líneas
y planos que se entrecruzan como manifestaciones proteicas del impulso básico
que los determina. Es el soporte material del calor que trasmite con emoción
una sensibilidad nada vulgar.
Barragán
hizo estudios regulares en nuestras escuelas nacionales de arte y representó
a nuestro país con once obras en la XII Bienal de San Pablo (1973).
En
1970 obtuvo el gran premio de honor del Salón Nacional; un año después,
el Palanza. En 1977, se incorporó como miembro de número a la Academia Nacional
de Bellas Artes.
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Sutilezas
reveladoras
Lo
primero que se advierte en las pinturas de Eduardo Médici (1949) es que están
compuestas por formas circunferenciales que se distribuyen variablemente aunque
con alguna tendencia a la simetría. Tan limitado repertorio de elementos le
basta, no obstante, para crear una serie de piezas que parecen representar un
microcosmos molecular. Combina unidades estructurales de la misma conformación
sobre fondos monocromos apenas modificados por leves líneas de color.
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La
regularidad de las formas y el tratamiento que las define aparentemente desvinculan
esos trabajos de otros anteriores, en los que Médici manifestaba interés por
la fotografía. Algunos, como por ejemplo los que envió a la exposición colectiva
sobre el cuerpo a la que nos referimos en nuestra edición del domingo pasado,
son fotos sobre tela intervenidas pictóricamente. Los que expone ahora son de
ejecución puramente manual. El hecho establece una diferencia de forma en el
tratamiento de su propia obra. El punto de partida es diferente, tal vez porque
los fines son otros; en consecuencia, los resultados también lo son. Una concepción
decididamente abstractiva parece presidir el espíritu de esas composiciones,
aunque algunas tienen imágenes apenas esbozadas de características figurativas.
Aumenta en ellas el poder de sugestión.
Médici
(también es licenciado en psicología) estudió con Anselmo Piccoli y comenzó
a exponer de modo individual en 1979.
Por
Aldo Galli, La Nacion, 22
de septiembre de 2002 |
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