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Cómo
acercarse al arte
En
estos tiempos, el arte es una nueva forma de pensar la realidad. Una obra
será siempre encuentro y testimonio. Tal vez lo primero que importe
sea el propio diálogo con el asombro.
Una
obra de arte será siempre encuentro y testimonio. Sobre todo eso: testimonio.
De ese ayer y de este hoy. Del aquí y ahora. Perspectiva que abre la posibilidad
de infinitas miradas y que debería ahuyentar cualquier temor antes de
abordar esa singular experiencia entre el artista, su obra y el público.
Acaso en ese primer momento no haya que "entender", ni pasar por el tamiz
de la razón las sensaciones propias. Ni siquiera deba contar si se está
de acuerdo con lo que el artista quiso expresar. Tal vez lo primero que
importe sea nada menos que el propio diálogo con el asombro, las formas
y el detalle. Encontrar el hueco por donde los sentidos puedan meterse
dentro de ese objeto y degustarlo.
"Es muy difícil hablar del encuentro entre una persona y una obra de arte.
Ni desde el punto de vista del artista, donde el cómo, el porqué y el
para quién son totalmente diferentes para cada uno. Ni desde el público,
que no tiene cómo, por qué ni a quién comunicar su experiencia. Lo que
tenemos es el deseo común de que ese encuentro se produzca", repasan Tamara
Stuby y Esteban Alvarez.
Stuby y Alvarez son una pareja de artistas que organizan conferencias
sobre arte visual en la Alianza Francesa, donde suele debatirse ese punto
de interacción. Desde ese deseo común, entonces, se podrían plantear dos
maneras de "ver" arte. Como una mera colección de obras bien dispuestas
en un museo o en manos particulares. O como un proceso creativo que refleja
la vida. Y es en esta segunda opción, donde el arte se convierte en encuentro.
Pero claro, una obra siempre estará acompañada por otros fenómenos comunes
que determinarán su lectura: el contexto, sus características específicas,
culturales, históricas; la influencia de los especialistas, el aporte
de los medios. "Reconocer, describir y opinar sobre estas influencias
es una formar de ampliar y enriquecer esa experiencia central del quehacer
artístico, que es el encuentro con la obra", apuntan Stuby y Alvarez.
Es cierto que, a diferencia de lo que sucede con la literatura y la música,
el campo de las artes visuales se desarrolla por lo general en recintos
dedicados, como las galerías. Sin embargo, en los últimos tiempos, en
Buenos Aires fue creciendo cada vez más la oferta. Hay espacios nuevos
donde los artistas presentan sus trabajos, que están al alcance de cualquiera
que tenga un mínimo interés.
Incluso muchos de ellos también exponen su propia búsqueda de una experiencia
más directa con el público, despojando o minimizando la influencia de
estructuras formales y llevando sus trabajos a intervenciones callejeras
o lugares masivos. "A diferencia de lo que sucede en otros países, acá
los objetos de cultura están muy vinculados a la vida cotidiana. Esto
hace que haya más variedades y una interacción entre el artista y el público",
delinea Stuby, una estadounidense que decidió instalar su vida y su taller
en Avellaneda, hace ya algún tiempo.
Sin embargo, muchas veces la percepción es otra. "En la Argentina siempre
se creyó que el arte era elitista. Pero no tiene que ser así. Los productos
de arte tienen que ser masivos", apunta el artista Alfredo Cataldo. Y
realmente lo cree. Hace poco hizo unas monedas donde unió dos elementos
que podrían pensarse alejados: el arte y el fútbol. Las monedas hechas
en peltre y bañadas en plata homenajean campeones locales como Racing
y River; y a los españoles Real Madrid y Valencia.
"Es una forma de llegar a la gente con una cosa popular; una pequeña pieza
de arte que por su precio está al alcance de todo el mundo", explica.
Y no es el único abordaje. Convencido de que además una obra de arte debe
ser testimonial, creó una serie de cajas donde expone, entre otros temas,
el corralito financiero. Allí, la angustia y la perplejidad atraparon
la mirada de Freud junto a los dólares ausentes.
"El arte tiene que obligar a pensar; tiene que ser como una militancia",
define el escultor Julián Agosta, en medio de su taller, rodeado de Sobrevivientes.
Acaso como un símbolo de una época signada por las rupturas, esas piezas
de hierro tienen la particularidad de ser partes de otras que la antecedieron
y que un día Agosta decidió fragmentar y volver a jugar con ellas, para
dar nacimiento a otras nuevas. Esas que hoy sobreviven. Aunque puede ser
que no por mucho tiempo.
Agosta sostiene que no hay mejor encuentro entre el artista y el espectador
que compartir la emoción. "En una obra siempre hay normas objetivas, como
el color, las tensiones, el equilibrio, la composición, las energías.
Lo demás es subjetivo. Aquello que no tiene un patrón de medida, pero
que sí puede llegar a emocionar", define. La emoción por sobre la razón.
La forma en que un objeto no quede frío, despojado de humanismo.
Incluso, la expectativa de Agosta es que el espectador se emocione con
una interpretación contraria a la que él tiene. "Busco que ese objeto
adquiera fundamentalmente un compromiso, como hombre y como artista, con
el tiempo que nos toca vivir", sustenta.
Algunos especialistas sostienen que no existe un juicio definitorio que
valga sobre el trabajo de otro. Y postulan que es el mismo trabajo el
que dice lo que hay que escuchar. Y hoy, el arte da cuenta del tiempo
presente. Transforma sus crisis y tensiones en imágenes, provoca una respuesta,
da un testimonio, abre el espectro de la relación personal con el mundo.
Eso ocurre en la fotografía, que ya no sólo es un medio de información
y documento, sino un medio de expresión y experimentación artística. Una
nueva forma de pensar la realidad. Aun cuando haya temas universales que
estarán siempre presentes: el amor y la angustia; la pérdida y la muerte;
el cuerpo y el sexo; el sufrimiento y el deseo; el placer y el poder.
Al fines del siglo XIX, los artistas se preguntaban qué era la belleza.
Este nuevo siglo arrancó preguntando qué es el arte, en medio de las fragmentaciones
sociales, los cambios culturales, políticos y económicos. Y es entonces
cuando el encuentro y el testimonio se vuelven inexorables.
Alba
Piotto,
Clarin, Sábado 13 de julio de 2002
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