El papel del dinamizador/tutor en el mundo del e-learning
(aprendizaje virtual) es materia de discusión encendida y permanente.
Pero tal vez lo que más me sorprende es que nadie se pregunta ni pone
en duda el papel del profesor en la educación presencial. Menos aun se
discute sobre el rol del alumno. Ni siquiera hay dudas sobre lo que
significa aprender, sobre la inteligencia o el conocimiento, cuando es
muy poco lo que sabemos al respecto. A mí me parece evidente que el
papel del tutor virtual es el mismo que el del profesor presencial:
ayudar a que los alumnos aprendan y, más concretamente, favorecer que
las personas aprendan a pensar y decidir por sí mismas. Idealmente,
instalar en ellas el amor por aprender. Más detalladamente, y como
argumentaré en las siguientes páginas, pienso que el tutor tendrá dos
papeles decisivos:
1. Ofrecer feed-back.
2. Manejar y reforzar relaciones entre personas.
La razón me parece obvia. Los tutores van a tener que especializarse en
aquello en que sean mejores que los ordenadores. Aspectos como
relacionarse con los demás, comunicarse efectivamente, funcionar en la
compleja sociedad actual o manejar el estrés son cruciales y tienen un
componente humano muy importante. Podemos poner a los ordenadores a
buscar, almacenar, memorizar y entregarnos información mientras las
personas dedicamos nuestro tiempo, esfuerzo y cerebro a pensar, soñar e
imaginar. Hay que dejar que los ordenadores hagan el trabajo sucio.
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1.
| Ni siquiera somos conscientes del problema |
Hace algunos años, fui alumno de un máster en Internet management
en Barcelona, donde durante bastantes meses compartí aula con
profesionales del mundo de la banca, telecomunicaciones, informática o
seguros. Claro está, eran tiempos anteriores al estallido de la
burbuja, la fiebre de Internet estaba desatada y reinaba el entusiasmo.
Recuerdo muy especialmente lo que sucedió con el profesor responsable
del módulo "Marketing en Internet". Nada más entrar en su primer día de
clase, se presentó como socio de una consultora especializada en
aplicación de nuevas tecnologías al marketing y e-business
(negocio electrónico). Nos preguntó a cada uno a qué nos dedicábamos,
qué esperábamos del máster, qué era lo que más nos interesaba en
concreto, e inmediatamente nos repartió unos papeles. Eran el enunciado
sobre el caso de e-bay. Nos pidió que nos reuniésemos en
grupos, nos pusiésemos a trabajar y media hora más tarde presentásemos
al resto de la clase nuestras conclusiones sobre las preguntas que nos
planteaba.
La reacción de casi todos mis compañeros fue la misma: "Pero bueno, ¡a
este hombre le pagan mucho dinero por enseñarnos y no por estar sentado
sin hacer nada mientras nosotros trabajamos!". La sensación de malestar
y resistencia fue intensa y duró largo rato. Concretamente duró hasta
que dio comienzo la primera discusión en grupo y todos empezaron a
darse cuenta de que los que teníamos que hacer el esfuerzo por aprender
éramos obviamente nosotros. De repente pareció evidente que aprender no
es lo mismo que enseñar, y que en realidad surge desde dentro y no
viene de fuera aunque durante años casi ninguno se había planteado esta
aparente obviedad. Educare
en latín significa "sacar hacia fuera lo mejor de uno mismo". Los
alumnos no somos depósitos de un coche que hay que llenar
constantemente de gasolina. Al finalizar cada módulo, debíamos rellenar
unas encuestas de evaluación de los profesores. Este profesor fue el
mejor evaluado con mucha diferencia sobre el resto del claustro, cuya
característica común era llegar cada uno con un portátil con mayores
prestaciones que el profesor anterior y avasallarnos con sus PowerPoint
espectaculares e interminables. "Marketing en Internet" se convirtió en
la clase que esperábamos impacientemente y que todos echamos mucho de
menos cuando finalizó.
El papel del dinamizador/tutor en el mundo del e-learning
(aprendizaje virtual) es materia de discusión encendida y permanente.
Hasta cierto punto es normal, al fin y al cabo es una moda que a
algunos les rinde muchos beneficios. Pero tal vez lo que más me
sorprende es que nadie se pregunta ni pone en duda el papel del
profesor en la educación presencial. Ni tampoco el rol de la escuela,
que todavía opera con la mentalidad de fábrica de producción en serie
de seres humanos para la que nació durante la Revolución Industrial.
Menos aun se discute sobre el rol del alumno. Ni siquiera hay dudas
sobre lo que significa aprender, sobre la inteligencia o el
conocimiento, cuando es muy poco lo que sabemos al respecto. Demasiadas
certidumbres.
A mí me parece evidente que el papel del tutor virtual es el mismo que
el del profesor presencial: ayudar a que los alumnos aprendan y, más
concretamente, favorecer que las personas aprendan a pensar y decidir
por sí mismas. Idealmente, instalar en ellas el amor por aprender. Más
detalladamente, y como argumentaré en las siguientes páginas, pienso
que el tutor tendrá dos papeles decisivos: ofrecer feed-back y manejar y reforzar relaciones entre personas.
La razón me parece obvia. Los tutores van a tener que especializarse en
aquello en que sean mejores que los ordenadores. Aspectos como
relacionarse con los demás, comunicarse efectivamente, funcionar en la
compleja sociedad actual o manejar el estrés son cruciales y tienen un
componente humano muy importante. Podemos poner a los ordenadores a
buscar, almacenar, memorizar y entregarnos información mientras las
personas podemos dedicar nuestro tiempo, esfuerzo y cerebro a pensar, a
soñar y a imaginar. Hay que dejar que los ordenadores hagan el trabajo
sucio.
Al igual que ilustraba en el caso inicial, cuando un profesor plantea
una sesión donde los que deben hacer el trabajo son los alumnos, éstos
reaccionan negativamente y a la defensiva, ya que se pone en peligro su
status de comodidad al que se han acostumbrado. Han perdido toda
iniciativa, se han vuelto conformistas, reflexionar se ha convertido en
una excepción y su principal objetivo consiste en superar los exámenes
y obtener un título. No nos engañemos, los alumnos no van al colegio o
a la universidad por el deseo de aprender, sino para conseguir títulos,
y para ello es imprescindible aprobar exámenes. No hay más que hacer la
prueba y preguntárselo. Lo que no entra en el examen ni siquiera se
tiene en cuenta. Este hecho hace que la evaluación sea la que guía todo
el proceso educativo, lo que constituye una trampa mortal en la que
estamos atrapados hace largo tiempo. Lo que importa es aprobar, no
aprender. Lo que importan son las notas y no los conocimientos, el
entendimiento, las habilidades ni el desempeño. Si todos los niños
sacasen buenas notas, ¿se acabaría el problema de la educación? Si lo
pensamos fríamente, la universidad forma académicos, profesores de
primero de carrera, pero no profesionales. Por ejemplo, yo en su
momento estudié la carrera de Derecho. ¿Alguien puede imaginar una
profesión más casuística que la de abogado? Me voy a reservar mi
opinión sobre los profesores que tuve durante la carrera, pero les
puedo asegurar que lo que estudia un alumno de Derecho y la vida
profesional de un abogado no se parecen prácticamente en nada. Aunque
esto daría para otro capítulo entero, es necesario puntualizar algunos
aspectos relacionados con el aprendizaje si no queremos seguir
perpetuando los errores en el mundo virtual.
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2.
| ¿Qué significa aprender? |
Da la sensación de que todo funciona a las mil maravillas, alumnos y
profesores felices en sus papeles milenarios, pero las señales que
llegan del sistema educativo indican lo contrario. La escuela y la
universidad debieran trabajar para educar y formar a los ciudadanos que
la sociedad necesitará para el siglo XXI, para la sociedad del
conocimiento donde los negocios son cada vez más complejos, el cambio
es continuo y la incertidumbre es una constante. Sabemos que para
desenvolverse en este entorno, ya no sirve tan sólo lo aprehendido
durante el colegio y la universidad. Los entornos cambian
vertiginosamente y las personas utilizan y reutilizan información y
conocimiento para crear y generar nuevo conocimiento que tiene que
ofrecer ventajas competitivas. Y para ello es imprescindible ser capaz
de encontrar información, seleccionarla (evaluar y juzgar la que es
útil) y aplicarla en la práctica. No hablo de copiar y pegar (copy-paste); hablo de análisis, evaluación y síntesis (thinking skills).
Y saber buscar es, esencialmente, saber preguntar. Nuestra educación
apenas enseña a preguntar, a indagar, a dudar. En el aula hay poco
diálogo y demasiado monólogo. La pregunta es el detonante del
conocimiento, como veremos más adelante. Las grandes preguntas son las
que han hecho que la humanidad avance y progrese en sus logros, pero la
pregunta es incómoda para muchos profesores.
La imaginación es una poderosa herramienta para aprender, aunque por
desgracia tiene poco protagonismo en un sistema educativo que premia la
memorización, lo previsible. La imaginación es una de las llaves para
la innovación, pero es difícilmente controlable y mensurable, y por eso
es más sencillo excluirla. Sin embargo, hay que hacer una primera
distinción: no es lo mismo saber acerca de que saber hacer.
El conocimiento no tiene excesivo valor si no se pone en práctica. Por
esa razón, el objetivo último del aprendizaje es modificar el
comportamiento de un alumno para que haga las cosas de manera diferente
y mejor que antes. La realidad, no obstante, parece estar bastante
lejos de cumplir esa aspiración. La formación presencial tiene graves
deficiencias, y gran parte de esas deficiencias pasan por el papel que
desempeñan maestros y profesores dentro de un sistema perverso que mide
el aprendizaje en relación directa con los exámenes y las notas de los
alumnos. Si lo pasamos por alto, nos estamos abocando directamente al
fracaso, como está ocurriendo con muchos de los proyectos de
aprendizaje virtual. Nuestra noble intención es ayudar a los niños a
entender el mundo que les espera, el camino que apenas comienzan a
transitar. ¿Alguien se imagina aprender a conocer un país mediante un
mapa sin pisar ni recorrer jamás ni uno solo de sus caminos? ¿Y si
además simplificamos el proceso y ni siquiera es un mapa lo que
empleamos, sino algunos recorridos concretos de ese mapa? Inconcebible,
pero es lo que hacemos diariamente en los colegios desde hace muchos
siglos.
La tecnología es un gran acelerador de procesos y modelos cuando éstos
funcionan adecuadamente. Lo que ocurre es que añadir tecnología a un
modelo deficiente no sólo no lo mejora, sino que lo empeora. Por tanto,
este artículo hace referencia al rol del profesor independientemente de
que se desempeñe de forma presencial o en línea, porque el aprendizaje
es independiente del ámbito en el que tiene lugar. A fin de cuentas, de
lo que se trata es de que ya no hablemos de formación a distancia, sino
de formación SIN
distancia, y, por ello, antes de abordar las mencionadas funciones
esenciales del tutor, es necesario precisar claramente lo que
entendemos por aprendizaje.
El aprendizaje es un fenómeno social que acontece en el ámbito personal y como tal es intransferible.
Soy yo el que aprendo y, al igual que pasa, por ejemplo, al comer,
dormir o correr, nadie puede hacerlo por mí. Lo mismo sucede con las
emociones, que tienen un papel determinante en el aprendizaje. Son algo
privado e imposible de compartir en toda su profundidad. La emoción
conduce a la acción (del latín motere, "movimiento"), algo
contradictorio con la pasividad de las aulas. Aprender consiste en
acumular experiencia reutilizable en el futuro, y para ello necesita
motivación, necesita tiempo y necesita práctica. Aprender es casi un
sinónimo de predecir lo que va a ocurrir empleando la memoria de
nuestras experiencias para recordar lo que ya ocurrió. El resultado de
aprender es la experiencia y palabras hermanas como experimentar (hacer, probar, practicar) y experto
(quien acumula gran cantidad de vivencias, casos y problemas
resueltos). Lo que aprendemos forma parte de nosotros, de nuestro
bagaje, y nos lo llevamos puesto donde quiera que vayamos. Ahora bien,
esto no significa que el aprendizaje sea individual y aislado. El
hombre es un ser social y aprende DE otros y CON otros, y la historia y
la naturaleza humana nos demuestran que preferimos el aprendizaje
colectivo. El ser humano necesita el contacto con sus semejantes para
sobrevivir, y lo mejor de nosotros surge en la relación y el contacto
con otros. Este aspecto es especialmente relevante en el mundo
profesional. Se valora más aprender de los pares, de un colega que vive
la misma realidad y los mismos problemas, que de un ponente brillante,
por lo general ajeno al día a día y, por tanto, demasiado teórico. Una
comunidad de práctica es un muy buen ejemplo de ello. Existen conocidos
casos de seres humanos que vivieron aislados de todo contacto con el
hombre y que no pudieron avanzar demasiado en su aprendizaje
simplemente por su falta de pertenencia a una comunidad de iguales con
quienes compartir, reflexionar, discutir y, en definitiva, evolucionar
y aprender. El ser humano lo es desde la genética, pero sobre todo
desde la pertenencia a un grupo social organizado.
Los psicólogos afirman que sabemos muy poco todavía acerca del
funcionamiento del cerebro, sobre la memoria, la motivación, sobre cómo
aprendemos realmente y el papel que desempeñan las emociones. Pero, por
otro lado, llevamos algunos miles de años observando al ser humano
aprender y evolucionar a partir de los escasos instintos básicos con
los que nace, como mamar, llorar y poco más. Si seguimos la pista de un
recién nacido durante 4 años, por ejemplo, comprobamos que es capaz de
aprender una increíble cantidad de cosas, y todas ellas sin necesidad
de sentarse a hacer ningún curso, ni estudiar, sin ni siquiera saber
leer, escribir e incluso hablar. No saben que aprenden, no son
conscientes de ello, pero tienen objetivos: hablar para comunicarse,
andar para explorar sitios, etc. Son auténticas máquinas de aprender.
Están motivados y aprenden a base de cometer errores que los padres
siempre entienden como imprescindibles en este proceso. ¿Alguien ha
visto a un niño deprimido por sus errores o que ha decidido dejar de
intentar aprender a andar o a hablar? El aprendizaje además es situado,
lo que se aprende está íntimamente relacionado con el cómo se aprende. En teoría, debiera ser posible aprender a hablar estudiando el diccionario, pero la realidad es muy distinta.
Según esto, las personas tendríamos que ser iguales como gotas de agua,
ya que llevamos un proceso educativo idéntico, estudiamos las mismas
asignaturas, hacemos los mismos exámenes, avanzamos al mismo ritmo.
Menos mal que aunque no seamos conscientes de ello, el aprendizaje
forma parte de nuestro día a día y depende sobre todo de nuestra
capacidad de vivir experiencias y de indexarlas adecuadamente para su
utilización posterior. De no ser así, hace mucho que habríamos muerto,
atropellados, por ejemplo, por un coche en un semáforo. Además, el aprendizaje está íntimamente ligado al hacer.
Se trata de una experiencia activa de construcción de conocimiento
frente a las habituales experiencias de recepción pasiva de
información. Aprender no consiste en acumular datos ni memorizarlos.
Estudiar no tiene sentido aunque el colegio insiste en la relevancia de
saber la respuesta correcta igual que en los concursos televisivos. Lo
peligroso es que el e-learning camina en la misma dirección. La
vida, sin embargo, no es tan sencilla. Nadie aprende escuchando a un
profesor ni leyendo en una pantalla, sino haciendo, investigando,
explorando, probando y, sobre todo, haciéndose preguntas, siendo
curioso. Hacerse preguntas es una de las claves que lo explica todo. A
lo largo de la vida la habilidad básica y donde realmente se demuestra
la inteligencia es a la hora de hacer y hacerse preguntas. Debemos
luchar contra la tradición, porque en el colegio nos enseñan a
memorizar, pero no a hacernos preguntas. Por eso resulta un reto
complejo, porque el que pregunta se convierte en protagonista activo
que construye su conocimiento en la búsqueda de respuestas. En cierta
manera es muy sencillo, todos estamos capacitados para hacernos
preguntas, no hace falta esfuerzo físico, una mente privilegiada ni
status económico, sino el mínimo de inteligencia que todos los humanos
tenemos y un poco de imaginación. Es el camino para tratar de ampliar
el ámbito de las cosas que sabemos y apropiarnos de las que no sabemos.
La pregunta es el punto de partida, el disparador. Con todo, en
realidad seguimos obsesionados en medir la inteligencia usando
criterios artificiales que arrojan poca luz sobre este espinoso asunto.
El aprendizaje natural del ser humano parte del modelo del aprendiz, se
aprende haciendo, cometiendo errores, reflexionando sobre las causas y
rectificando para buscar soluciones, casi siempre con ayuda de alguien
más experimentado.
La conclusión es muy simple: para aprender es fundamental tener
objetivos que alcanzar, metas que cumplir. Por tanto, es imprescindible
la motivación y el interés. Primero la práctica, la acción; luego la
teoría. Parece sencillo, pero no lo es. Cualquier intento de facilitar
el aprendizaje, por los medios que sea, que no parta desde los
intereses, las preocupaciones, las necesidades de aquéllos a quienes va
dirigido, está condenado a tener problemas. El alumno es el verdadero
protagonista. Sin embargo, si echamos la vista atrás y tratamos de
recordar las diferentes experiencias educativas que hemos experimentado
a lo largo de nuestra vida, veremos que apenas cumplen esas premisas.
Por regla general, la mayor parte de ellas eran monopolizadas por
profesores que acaparaban el espectáculo, muchas veces situados en un
estrado como símbolo de su autoridad y jerarquía. Cuando estábamos en
el colegio, jamás olvidamos que el profesor tenía el poder absoluto de
poner las notas y aprobar o suspender a los alumnos. Tal vez cuando no
exista esa relación, les sea más sencillo conectar con los intereses
reales de sus clientes, los estudiantes. Su labor consistía en impartir
lecciones magistrales, recitar cantidades industriales de datos e
información que atravesaban nuestro oído sin pasar por el cerebro y sin
dejar huella ni impacto profundo. Por eso, no es que lo hayamos
olvidado, es que nunca lo llegamos a aprender. La premisa era: yo sé,
tú no sabes, yo te cuento. Hablaban y hablaban durante horas, durante
días, durante años a legiones de alumnos diferentes pero que siempre se
comportaban igual. Debe de resultar duro saber de antemano que los
alumnos que están enfrente no tienen apenas interés en aprender lo que
el profesor tiene la obligación de enseñarles. Hoy el profesor sigue
haciendo el 95% del trabajo. El aprendizaje depende demasiado del
profesor, y ya hemos comprobado en carne propia que hay profesores
buenos y malos. Todavía no se tiene en cuenta la eficiencia de
desarrollar una sola vez un contenido de calidad en lugar de que haya
miles de profesores impartiendo sus propios cursos una y otra vez, año
tras año. Para cerrar el círculo, tratamos de medir el conocimiento de
los alumnos mediante exámenes. Nosotros, los alumnos, nos limitábamos a
escuchar, callados durante horas, tratando de no dormirnos, a memorizar
lo necesario para aprobar el examen y continuar avanzando. Éramos meros
asistentes, casi nunca participantes. Nadie nos preguntó jamás por
nuestros intereses, por nuestras necesidades, casi nunca se trató de
hacerlo entretenido. Curiosamente, el único negocio donde el cliente
nunca tiene la razón. Al cabo de pocos meses habíamos olvidado casi
todo lo "aprehendido", y respecto a lo poco que recordábamos, éramos
incapaces de encontrarle aplicación práctica. ¿Integrales y derivadas?
¿Latín? ¿Trigonometría? ¿Las leyes de Mendel? ¿La tabla de los
elementos? Y, sin embargo, ¿dónde aprendemos comunicación, relaciones
sociales, a razonar, a hablar en público y presentar y defender
nuestras ideas ante otros? Ese tipo de cosas sólo se aprenden con mucha
práctica. Pensar que esta labor del profesor es enseñar y esta
actividad del alumno es aprender es una ilusión, y para un profesor
vocacional es simplemente frustrante.
Internet ha favorecido el acceso de la información y facilitado su distribución. La educación viene a nosotros. Anytime, anywhere.
Genial. Lo grave es que el problema continúa siendo el mismo. La
versión en línea se limita a virtualizar lo presencial. El alumno sigue
siendo el mismo espectador que era antes y además ahora está solo, con
un artefacto tecnológico por medio (el ordenador) y las autopistas de
la información, que rara vez se comportan como tales. Por si fuera
poco, la mayor parte de los contenidos dejan mucho que desear, tal y
como sucede con la mayoría de los cursos presenciales. La calidad de
los contenidos no se mide por la cantidad de diapositivas ni por el
número de páginas de los manuales, del mismo modo que una película no
es buena en función de sus efectos especiales o su duración. Nada de
esto es sinónimo de aprendizaje. Por tanto, ¿de qué nos sirve tener
acceso fácil y rápido a unos contenidos pobres? Lo peor de esta
herencia milenaria es que se genera una inercia de asumir el
aprendizaje como algo externo, que viene de fuera y donde nosotros no
somos los auténticos protagonistas ni responsables. Por ello, cuando
queremos aprender algo nuevo, automáticamente pensamos en conceptos
artificiales como escuelas, aulas, cursos, asignaturas, exámenes, donde
esperamos que un profesor nos explique cómo son las cosas. Y todos
sabemos que describir una situación jamás sustituye el vivir esa
situación en primera persona. Somos lo que hemos vivido y, por tanto,
experimentado y almacenado e indexado en nuestra memoria. Ni más ni
menos. El refrán "Del dicho al hecho hay un gran trecho" lo refleja
perfectamente.
El e-learning no consiste solamente en navegar por
Internet o en descargar contenidos o acceder a diferentes recursos.
Aprender por medio de un ordenador no tiene nada que ver con aprender
en el aula, es más complicado, a priori, hay que tener en cuenta más
obstáculos, es un medio diferente que exige enfoques diferentes. La
ventaja es que los ordenadores tienen el potencial para dejar de ser un
medio de hacer las mismas cosas más rápido y convertirse en una forma
de hacer las cosas de una forma diferente. El ordenador es un doing device,
un aparato para hacer cosas, y no para pasar páginas ni para escuchar
pasivamente. Para eso ya está la televisión. Pulsar iconos no es
sinónimo de interactivo; la interactividad no está en el click, sino en el think. El e-learning
no significa leer en la pantalla del ordenador lo que antes leíamos en
un papel, ni multimedia (animaciones espectaculares, sonidos, imágenes,
vídeos) es sinónimo de aprendizaje. La solución no es más tecnología,
más ancho de banda, procesadores más rápidos. El profesor seguirá
siendo la figura protagonista, pero mientras tanto hoy los ordenadores
apenas se utilizan como herramientas facilitadoras de aprendizaje. Es
más, en muchos casos quedan marginados en un "aula de informática"
donde no molestan ni interfieren en el normal desarrollo de las clases.
¿Se imaginan una empresa donde todos los ordenadores estuviesen
agrupados en una sala?
Parece una evidencia que la mayor parte de los niños y adolescentes se
inician en el mundo de la informática por medio de los videojuegos.
Deberíamos preguntarnos por qué los niños son capaces de pasar horas
jugando a sus videojuegos, donde aprenden bastantes más cosas de las
que en principio podría parecer, y sin embargo son incapaces de prestar
atención a las asignaturas del colegio. El reto consiste en cómo
mantener a los alumnos interesados lo suficiente como para que no se
aburran y aprendan algo. Si frustramos a los niños desde el colegio,
que es cuando empiezan, ¿cómo queremos que mantengan la pasión y el
amor por aprender? Si no cambiamos, los niños nos van a hacer zapping a
nosotros. Hay muchos profesores que saben utilizar el PC, pero no lo
emplean para la enseñanza. Tenemos que hacer lo necesario para que la
experiencia de aprendizaje sea efectiva, no lo que es fácil o barato, y
las tecnologías nos pueden prestar una inestimable ayuda en ese
intento. Seymour Papert sostiene que el ordenador es un medio de
expresión humana, y aunque no ha encontrado a sus Shakespeare, Leonardo
da Vinci o Einstein, no tardará en hacerlo. Resulta llamativo comprobar
como todas las facultades de Pedagogía se dedican a perpetuar el
sistema. Se estudia y se ensalza el constructivismo, pero los
profesores que salen de las universidades siguen comportándose como
bustos parlantes, preocupados sobre todo por investigar y publicar. Sin
embargo, cada día parece más obvio lo importante que resulta para un
profesor ser capaz de guiar y aconsejar a los alumnos, afrontar
diferentes problemas "psicológicos" (vivimos la era de las enfermedades
mentales, ya no trabajamos con el cuerpo) y manejar a alumnos/personas
en situaciones muy complejas. Como dijo John Dewey hace ya mucho
tiempo, "que la educación no es un asunto de narrar y escuchar, sino un
proceso activo de construcción, es un principio tan aceptado en la
teoría como violado en la práctica".
Cualquier proveedor de productos o servicios que opera en nuestro
universo experimenta y evalúa constantemente sus resultados para tratar
de ofrecer aquello que satisface las necesidades de sus
usuarios/clientes. Los coches, los ordenadores, la salud, el
transporte... pongan el ejemplo que quieran y verán cómo han
evolucionado durante los últimos cincuenta años: su calidad ha mejorado
enormemente, su precio ha disminuido, etc. Sin embargo, ¿cuánto ha
cambiado la educación en los últimos siglos? Otra aberración más de un
sistema desfasado.
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3.
| Primera característica: el feed-back |
En mi opinión, la primera tarea fundamental de cualquier profesor es ofrecer feed-back adecuado.
Es decir, entregar al alumno información pertinente sobre lo que está
haciendo de manera que le permita entenderlo e incorporarlo (integrarlo
en su cuerpo) como parte de su experiencia personal y vital. Pero para
que haya feed-back, es condición sine qua non que el alumno
tenga un proyecto que realizar, un contexto de trabajo, un rol que
desempeñar, objetivos que cumplir, actividades, tareas, problemas,
errores. ¿Ocurre esto a menudo? Rara vez. Para ofrecer feed-back,
el alumno se tiene que estar cuestionando algo, y esto exige compartir
la experiencia con compañeros que también se lo cuestionan y expertos
disponibles para ayudarle, expertos que les están ayudando a HACER
algo. Un experto sabe muchas veces lo que funciona, pero sobre todo lo
que no funciona, el conocimiento negativo. En realidad, dar feed-back
es lo más importante que los padres aportan a esos niños pequeños que
mencionábamos antes. A partir de los 5 años, a los niños que al
comienzo valorábamos tanto por sus preguntas, ahora los premiamos por
sus respuestas. ¿Qué ha ocurrido? Ha empezado el colegio, una sucesión
de ritos donde lo que importa es la predecibilidad y el control, la
esencia de las burocracias. Para el resto de su vida, asumirán que el
aprendizaje sucede en el aula.
Entrar en un aula debiera significar un paso adelante, hacia el futuro,
y no hacia atrás. Los cursos suelen ser una colección teórica y
abstracta de asignaturas, capítulos, temas, etc., que a veces incluyen
ejercicios. Pero claro, ocurre que la vida no está organizada en
asignaturas, al igual que los hombres no trabajarán separados de las
mujeres aunque todavía existen muchos colegios de niños separados de
los de las niñas. El conocimiento no es un producto tangible y
explicitable y divisible en moléculas más pequeñas. En un aula, por
tanto, ofrecer feed-back
es tarea casi imposible, porque los alumnos rara vez tienen retos que
alcanzar, practican poco y preguntan menos. Si no hay una causa, si no
hay un porqué, no hay aprendizaje, sólo memorización. ¿Quién no
recuerda ese eureka, ese clic, que se produce cuando por fin entendemos
algo que por alguna razón éramos incapaces de comprender?
Con ratios que van de 1 profesor a 30, 60 o 200 alumnos las cosas no
son fáciles, de ahí viene que las simplifiquemos inventándonos los
exámenes como sistema para medir conocimientos. No nos engañemos, en un
examen, lo que medimos es la memoria, pero nunca el entendimiento;
medimos la capacidad de aprobar exámenes. Y no importa mucho que dos
meses después el examinado ya no recuerde gran cosa de lo que
supuestamente aprobó. Los exámenes son individuales y fomentan la
competición y no la colaboración. Además insistimos en enseñar cosas
que ya sabemos que no serán de gran utilidad para la mayoría, y, sin
embargo, dejamos de enseñar otras que resultan imprescindibles para
desenvolverse en el mundo que nos rodea. Aspectos relacionados con la
inteligencia emocional, la capacidad de comunicarse y relacionarse con
los demás, trabajar en equipo, aprender a aprender y a pensar, etc.,
¿sería mejor nuestro mundo si todas las personas hubiesen sacado
matrículas de honor en sus exámenes de matemáticas? ¿Cuántas personas
hacen de las matemáticas su profesión? ¿Alguien cree que la mejor forma
de educar a los ciudadanos críticos y autónomos que demanda la sociedad
actual es mediante clases magistrales? ¿Qué hay en una clase que no
haya en un libro? Sólo las respuestas a preguntas imprevistas de los
alumnos, lo que, por lo demás, es poco frecuente.
Los alumnos, principalmente en la universidad, descubren que pueden
faltar a clase y les va igualmente bien. Nos transformamos en grandes
escuchadores y escritores. Lo malo es que rara vez escuchamos o
escribimos nuestras propias ideas, nuestros propios pensamientos. Casi
siempre repetimos lo que otros hicieron, dijeron, opinaron. Repetimos
lo que el profesor quiere oír, pero casi nunca creamos cosas propias,
casi nunca investigamos, formulamos hipótesis y las verificamos. Esto
significa que estamos dilapidando el enorme caudal de energía y
creatividad que todo ser humano lleva dentro. Nadie nunca protesta que
al hacer yo un examen, por regla general, me pregunten acerca del 20%
del total de la materia. ¿Qué pasa con el otro 80% que no me preguntan?
Nadie verifica si lo sé o no lo sé. La realidad demuestra que no
importa demasiado. Tras el examen, si mi nota es un 5, me quedo sin
saber en qué aspectos me equivoqué y por qué. No hay retroalimentación
de ningún tipo y el alumno continúa avanzando en su interminable
carrera de obstáculos. ¿Puedo averiguar quién es un buen cocinero
gracias a un examen de respuesta múltiple? Seamos serios, estamos
hablando de desempeño y no hay examen escrito u oral capaz de medirlo.
En un curso virtual, las cosas no varían demasiado. La mayor parte de
las veces el feed-back lo da la máquina mediante dos palabras: correcto o incorrecto (pruebe con otra respuesta).
Nada más. ¿Incorrecto por qué? ¿En qué me equivoqué? ¿Cómo me puedes
ayudar a entender mi error y buscar alternativas que funcionen mejor?
¿Me puedes mostrar un ejemplo? ¿Podrías hacerlo tú para que yo vea cómo
se hace? Cuando el feed-back lo da una persona, la respuesta no varía demasiado.
Con Internet, estamos continuamente oyendo hablar del 1 to 1, y esto significa no sólo un trato personalizado, sino un feed-back
personalizado y constructivo. Podríamos diseñar un gran curso de cocina
que mezclase unos módulos presenciales teóricos y otros vía e-learning.
El programa abordaría asuntos que irían desde cómo seleccionar los
alimentos, hasta cómo escogerlos y comprarlos en el mercado, multitud
de recetas y trucos para prepararlos, consejos para servirlos, vídeos
de grandes cocineros, etc. A nadie se le pasaría por la cabeza que la
parte principal del curso no fuese practicar en los fogones con
sartenes y demás utensilios y quemar unos cuantos platos antes de
empezar a progresar. Pues bien, la mayor parte de los cursos, desde
negociación hasta dirección de reuniones, inteligencia emocional o
finanzas, se centran en todo menos en practicar las tareas reales. Es
decir, nunca negocias con nadie, jamás diriges reuniones, no empatizas
con otros y rara vez realizas la cuenta de explotación de una empresa.
Mucha teoría y nunca práctica. Obviamente algunas habilidades deben
hacer más hincapié en un trabajo presencial y otras pueden descansar
más en lo virtual, en unos casos son aprendizajes más emocionales, en
otros son más intelectuales. Sin embargo, si esos cursos no se parecen
al trabajo para el que tratan de prepararte, no sirven de nada. En
definitiva, aunque el objetivo consiste en enseñar a los alumnos a
cocinar, creemos lograrlo por el mero hecho de preparar y distribuir
unos materiales bien diseñados, colgarlos en una plataforma, crear una
pseudocomunidad y poner unos cuantos tutores como apoyo pero con escaso
valor para ayudar al alumno en un aprendizaje auténtico. Y en realidad,
lo que deberíamos exigir a ese tutor es que se comporte como un coach
('entrenador'), accesible siempre para ayudar al alumno cuando tenga
problemas para alcanzar los retos que muchas veces ese mismo tutor le
ha planteado.
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4.
| Segunda característica: gestionar personas y gestionar relaciones entre personas |
Otro de los aspectos fundamentales de un profesor es el de gestionar personas (y, como hemos destacado, ofrecerles feed-back pertinente y permanente), pero sobre todo gestionar relaciones entre personas.
Es evidente que actualmente ya existe gran cantidad de software y
contenidos que cubrirán casi todas las áreas del conocimiento habidas y
por haber. Por eso, la responsabilidad principal de los tutores no
consistirá en ser expertos en sus asignaturas, algo que los ordenadores
ya suplen actualmente con mucha eficacia, sino en ayudar en el
aprendizaje de habilidades sociales y de relación interpersonal, un
ámbito donde la presencialidad tiene un papel crucial, pero donde la
virtualidad hace tiempo que nos ha demostrado sus enormes posibilidades.
Trabajamos en equipos, vivimos en familias, nuestras relaciones con los
demás son una parte fundamental de nuestra existencia. Si miramos a
nuestro alrededor podemos valorar la importancia que tienen en nuestra
vida las relaciones que mantenemos con nuestra familia, con nuestros
amigos, con nuestros colegas de trabajo, con clientes, vecinos,
compañeros de deporte, de escuela. Cuando estas relaciones no
funcionan, lo que se resiente no es nuestro bienestar, sino nuestro
estar bien. Si uno echa un vistazo al retrato robot del tutor virtual
que definen los expertos, se encuentra casi siempre con las mismas
obviedades: facilitador, dinamizador, motivador, guía, acompañante.
Todos estos términos se manejan con demasiada superficialidad. ¿Qué
significa realmente dinamizar o motivar personas? ¿Es tan sencillo como
parece? ¿Consiste en enviar correos electrónicos con regularidad
pidiendo que los alumnos participen o recordándoles que para una fecha
determinada deben haber completado la unidad 5?
Vivimos en el mundo de la comunicación. Los medios de transporte son
comunicación, el genoma humano es comunicación, la educación es
comunicación. Cada vez nos relacionamos e interactuamos con más
personas que están en lugares distintos y empleando diferentes medios.
Internet es una red, el primer medio que permite la comunicación de
todos con todos y donde cualquiera puede ser al mismo tiempo proveedor
y consumidor, receptor y emisor de conocimiento. Trabajar en equipo es
un requisito imprescindible para operar en el mundo de hoy. El único
camino para generar valor y desenvolverse de manera óptima es cooperar
con otros, dentro y fuera de la empresa, generar confianzas, co-laborar
(trabajar juntos), crear redes, formar comunidades, construir alianzas.
Las relaciones entre las personas son la clave para que esto ocurra y
unas mejores relaciones hacen verdadero el dicho de que "el todo es
mucho más que la suma de las partes". La coopetition empieza a desplazar a la competition.
Les Luthiers tenían una ingeniosa frase: "Lo importante no es saber,
sino tener el teléfono del que sabe". De un tiempo a esta parte, todo
el mundo está de acuerdo en la importancia de la inteligencia
emocional. El best-séller de Goleman está en todas las estanterías de
los directivos que se precien de serlo, sean de RRHH o no. Pero, ¿dónde
está la IE en la formación? ¿Y en el e-learning? La vida se
compone de situaciones reales donde tomamos decisiones, pocas veces
racionales, y donde vivimos las consecuencias de dichas decisiones.
Es un cúmulo de relaciones, conversaciones, ambigüedades,
desacuerdos, malas interpretaciones, intuiciones y conflictos con seres
humanos. Como dijo un viejo amigo mío, en una memorable ocasión: "Soy
un ser analítico, pero emocional". Los problemas que afrontamos
cotidianamente no vienen por la falta de conocimiento ni de capacidades
o habilidades, y no se solucionan por la vía racional. Ni la ciencia ni
la tecnología resuelven los problemas humanos. Es una cuestión de
relaciones, de convivencia, es decir, de sentidos, emociones, y esto no
se trabaja en las aulas tradicionales ni en el e-learning
tradicional. No deberíamos olvidar que el conocimiento está en la
cabeza, pero también en el corazón. Las personas aprendemos y
compartimos cuando nosotros queremos (voluntad) y somos responsables de
nuestras relaciones con otros. La gente piensa a su manera y no "de la
manera correcta", piensa lo que quiere y como quiere. Las actitudes
tienen un peso muy importante, y eso no se relaciona con la
racionalidad, sino con la emocionalidad, el entorno cultural y la
calidad de las relaciones.
En cualquier institución, se lleva un control exhaustivo de las
materias primas, de los productos, de los datos que circulan por las
redes e incluso de las personas, pero rara vez de las conversaciones
entre esas personas. La conversación es posiblemente una de las
muestras máximas de la inteligencia humana, y si no piensen en lo
simple que resulta programar un ordenador para que juegue al ajedrez o
realice cálculos laboriosos y lo complicado que resulta diseñar una
ordenador capaz de mantener un diálogo coherente e "inteligente".
Conversar no es intercambiar información para tomar decisiones.
Conversar, como proclama Maturana, es construir y transformar la
realidad junto con el otro, sin ánimo de convencerle con argumentos que
buscan la verdad. Desde este prisma es donde escuchar
se torna en capacidad decisiva, un escuchar activo donde lo importante
es hacerse cargo de los intereses y las necesidades del otro, en
nuestro caso del alumno.
En este ámbito adquieren un valor decisivo aspectos como la gestión de
uno mismo (autoconfianza, integridad o autocontrol) y la gestión de
relaciones con otros (el trabajo en equipo, el liderazgo, la
comunicación o la multiculturalidad). Toda esta realidad, este mundo en
red y al mismo tiempo enredado, exige que el tutor sea proactivo y
nunca reactivo. Su misión fracasa si no logra el objetivo de que el
alumno aprenda a hacer y no a aprobar exámenes. Debe ser especialmente
diestro en sintonizar con personas, en detectar estados de ánimo y
sensibilidades, y, como se dice en el mundo del deporte, debe ser muy
hábil a la hora de "leer los partidos". El aprendizaje, la colaboración
o la confianza no suceden sin más y de forma automática. Hay que
provocarlo, inducirlo, alimentarlo, fomentarlo, crear las condiciones
idóneas para que tenga lugar y, sobre todo, mimarlo y cuidarlo para que
se perpetúe. Para lograrlo, el tutor tiene que desarrollar esa labor
intangible guiando a los alumnos hacia los recursos, hacia los
contenidos, hacia los expertos. En términos de marketing, hablaríamos
de fidelización.
¿Cómo le demuestro al alumno que mi apoyo y mi colaboración le dan un
valor añadido fundamental a su aprendizaje? Debemos aprovechar algunos
beneficios de la virtualidad, donde, por regla general, el alumno
participa más (no tiene vergüenza de levantar la mano en clase), tiene
más tiempo para reflexionar y analizar lo que va a preguntar u opinar
y, además, queda registro escrito de todo.
En este nuevo ámbito se produce una transformación profunda, porque ya
no importa que el profesor sea el que más sabe de un tema determinado,
ya no es el depositario único de todo el conocimiento. Importa, sobre
todo, que desempeñe ese rol de tutor socrático, que propone la duda, la
autorreflexión y el descubrimiento personal. Aunque en su momento no lo
considerásemos así, el mejor profesor no era el que nos daba la
respuesta correcta, sino quien nos ayudaba a que la encontrásemos por
nosotros mismos. En el desempeño de esta función vamos a encontrar cada
vez más tutores provenientes del mundo profesional que del académico,
con la ventaja de que los tutores virtuales, al igual que los alumnos,
pueden realizar su trabajo con independencia del lugar físico, lo que
abre enormes posibilidades para contar con los mejores expertos donde
quiera que se encuentren.
Ahora bien, un buen profesional no es automáticamente un buen profesor,
y un buen profesor presencial tampoco es un buen formador en línea. Un
profesor debe aprender a enseñar para luego enseñar a aprender (y no tanto ser el mejor experto en su materia). Un alumno debe aprender a aprender y, en cierta medida, a desaprender.
Para aprender hay que soltar y abandonar la certidumbre. Si pienso que
no necesito saber y que quien tengo delante no tiene nada que
enseñarme, entonces no le escucho, ya que sólo quiero que confirme lo
que pienso. Así pues, NO reflexiono, no me hago preguntas y, por tanto,
NO aprendo, porque me domina la soberbia, se bloquea el interés, la
innovación y el aprendizaje. Innovar significa cambiar y no clonar, que
es lo que venimos haciendo durante siglos. Desaprender no significa
olvidar todo lo aprendido, todo el camino recorrido hasta la fecha,
significa estar abierto a reconocer lo que sigue siendo válido y lo que
hay que adaptar. Abierto a poner en duda. Todos hablamos desde lo que
hemos adquirido de otras personas que hemos conocido, somos una
combinación de esas personas, muchos de cuyos valores retenemos. Por
tanto, el primer requisito es querer aprender, hay que mantener viva la capacidad de sorprenderse.
Los tutores serán seleccionadores y filtradores de información, facilitadores del feed-back
adecuado, y se les valorará más por saber enseñar que por su
conocimiento de una materia específica. Los alumnos acabarán siendo
verdaderos infotectives, corriendo siempre el riesgo de caer en la sobredosis de información conocida como infoxicación.
Ante esta avalancha, apoyarnos solamente en nuestra memoria ya no
basta, aunque nos sirve de inestimable ayuda. Los buenos maestros
alientan la experimentación y el no tener miedo al error y reconocerlo
como oportunidad para mejorar y aprender, considerándolo un derecho
fundamental del ser humano. "Perdiendo aprendí: más vale lo que aprendí
que lo que perdí." Y es en esta labor donde tiene realmente sentido
aquello de guiar, escuchar, motivar, aconsejar, preguntar, moderar,
impulsar, animar y facilitar. El tutor virtual es responsable, por
tanto, de garantizar la colaboración, cooperación, compartición,
construcción, comunicación, cohesión y dinamización. Son agentes y
campeones del cambio, portavoces de esta desconocida cultura de
compartir. Debemos tener presente que, en cierto modo, la Web fue
concebida en sus inicios como un proyecto para la gestión del
conocimiento y la compartición de información entre los científicos del
CERN.
La información se transmite por las redes, el conocimiento se construye
por la educación, y por eso los tutores siempre tendrán un rol esencial
escuchando, motivando, preguntando, acompañando, facilitando por medio
de ese nuevo concepto de conversación.
Muchos entornos de aprendizaje basan su estrategia en crear una
comunidad, colocar tutores, foros, chats, bibliotecas, contenidos, etc.
La comunicación tiene una enorme importancia en este proceso, pero más
que la comunicación, el diálogo, el intercambio que me hace reflexionar
acerca de lo que el otro me dice, compararlo con mi propia opinión y
construir una respuesta. No aprendemos gran cosa de los que piensan
igual que nosotros. No obstante, de nuevo caemos en el error de pensar
que creando un entorno rico en relaciones y comunicaciones, las
personas aprenderán de forma automática. ¿Alguien cree que podrá
aprender a cocinar por el hecho de pertenecer a una comunidad de
expertos en el tema, por el hecho de leer artículos, participar en
foros, chats, etc.? Falso. Aprenderá haciendo, esto es, cocinando, y
cuanto más practique, mejor. La idea suele resultar chocante, pero,
como mencionamos anteriormente, primero debe ser la práctica y luego la
teoría. Si yo no me hago una pregunta, no aprendo. Si no me la estoy
haciendo, ¿qué sentido tiene todo ese entorno rico en recursos con
expertos, contenidos, relaciones, etc.? Las comunidades de práctica
llevan ese calificativo porque están ligadas a la experiencia, y no a
la teoría. El conocimiento abstracto ha impuesto su dictadura durante
demasiado tiempo.
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5.
| ¿Qué nos deparará el futuro? |
Seamos conscientes de que estamos
hablando de un cambio drástico y, por tanto, realmente complicado. Le
estamos pidiendo al profesor que ceda su protagonismo, renuncie a su
autoridad y desempeñe un rol para el que nadie le ha preparado,
incluyendo al mismo tiempo una dolorosa revolución tecnológica.
Creo que todos reconocemos que los profesores desempeñan un papel
crucial. Pasan más tiempo con los niños que los propios padres, y
tienen en sus manos la enorme responsabilidad de co-educarlos. Sin
embargo, apenas se les dan herramientas y recursos y en la práctica no
les reconocemos ese papel esencial.
La conclusión es clara: no podemos seguir enseñando las mismas cosas y
de la misma manera. La educación y la formación son aburridas,
demasiado serias, y dejan escaso margen al entretenimiento. Los
profesores deben tener un papel diferente, y que será más importante
que el que han desempeñado hasta ahora, porque la información y el
conocimiento que antes transmitían hoy ya están disponibles en
múltiples formatos. En lugar de estar encerrados en un aula,
participarán en el diseño de cursos y simulaciones, en la construcción
de plataformas, de herramientas de autor, en la tutorización,
seguimiento y evaluación de alumnos, en la selección de contenidos, en
el diseño de itinerarios formativos y currículos, en la gestión de
conocimiento, en los equipos de desarrollo de productos. Este panorama
también tiene sus peajes. El tutor debe aceptar que efectivamente los
alumnos saben más que ellos en algunas cosas y que, por tanto, en
ocasiones los roles se intercambian, lo que posibilita una inmejorable
oportunidad para aprender. Debe también comprender que se trata de
enseñar a las personas a pensar y que para ello tenemos que inducirles
objetivos, hacer que fallen las expectativas, ayudarles a entender por
qué y facilitarles herramientas para que corrijan su teoría y aprendan.
En un curso bien diseñado, un alumno habrá tenido éxito, y por tanto un
tutor también, si ha aprendido a HACER (desempeño) y no sólo a saber
(información); sin perder de vista que lo importante es lo que necesita
saber el alumno y lo que le interesa, no lo mucho que sepa el profesor.
Es una oportunidad única de revalorizar el esencial rol social de los
profesores, hoy en día fuertemente desprestigiado y desprotegido.
Para finalizar quiero dejar una pregunta simple y una reflexión en el
aire: ¿Cuántos profesores/tutores, directores de formación o directores
generales involucrados en estos asuntos han hecho un curso de e-learning
como alumnos? ¿Y cuántos estarían dispuestos a cursar un MBA en línea
teniendo la posibilidad de hacer un MBA presencial? Se sorprenderán con
la respuesta, y es que, como dice un conocido refrán, no es lo mismo
predicar que dar trigo.
La tarea que tenemos por delante es, al mismo tiempo, un reto tentador
y una aventura gigantesca. Quiero creer que caminamos hacia una
sociedad de hombres más libres, de personas cada vez más autónomas y
más capaces de tomar el control de sus vidas. Antes se educaba para
aprender a obedecer y luego trabajar en una fábrica/empresa donde
seguir obedeciendo. Hoy queremos personas emprendedoras, que piensen
por sí mismas, y para lograrlo hay que enseñarles de otra forma,
entregarles todo el poder. Para guiar y controlar su vida no podrán
dejar nunca de aprender, no hay garantía alguna de que lo que hoy les
sirve mañana siga siendo útil. Pero esto significa que si unos ganan
libertad y control, otros la pierden, y ya sabemos lo humanamente
complicado que resulta renunciar al poder. Los tomadores de decisiones,
las personas que dirigen empresas, sistemas educativos y gobiernos, y
que lo harán todavía durante bastantes años, nacieron, crecieron y se
educaron en un modelo tradicional. No tuvieron contacto con un
ordenador hasta que empezaron a trabajar y tienen, con honrosas
excepciones, un concepto poco innovador y moderno del aprendizaje.
Tengamos esto siempre presente para moderar el optimismo que en
ocasiones se desborda.
Por último, y para no generar falsas expectativas, hay que advertir que
no van a aprender gran cosa por leer este artículo. Como mucho, me
conformo con que encuentren algunas ideas inspiradoras y otras
provocadoras, pero poco más. Y las razones son simples. En pocas
semanas se olvidarán de la mayor parte de lo que lean. Además, no se
aprende en fecha fija, sino cuando se necesita para resolver algún
problema (just in time).
Y lo realmente importante son las preguntas que surjan en sus cabezas
cuando lean estás paginas, preguntas que muchas veces quedarán sin
respuesta. Así pues, les recomiendo que recopilen y contrasten tan
amplio espectro de opiniones sobre el tema como sea posible en lugar de
fiarse de un solo experto, institución, informe o incluso de este
artículo.
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MARTÍNEZ, Javier (2004). El papel del tutor en el aprendizaje virtual [artículo en línea]. UOC. [Fecha de consulta: dd/mm/aa]. <http://www.uoc.edu/dt/20383/index.html>
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[Fecha de publicación: febrero de 2004]
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