Las relaciones
entre los sexos han sido desde el comienzo de la historia y
seguirán siendo seguramente para siempre, generadoras de tanta
teoría como práctica, de tanta literatura como política, de tanto
drama como poesía y de tanta felicidad como tragedia para los
humanos sexuados por naturaleza.
Entre todas las
alternativas que se han ofrecido históricamente como explicación y
como elemento dinamizador de este sugerente y complicado asunto,
el feminismo figura sin duda como la más notable, amplia,
elaborada y eficaz en todos y cada uno de los ámbitos de actividad
humana.
Tiempo habrá
para discutir qué es el feminismo y cómo y hasta qué punto ha
conseguido penetrar la sociedad actual, interpretándola,
condicionándola y orientándola hacia objetivos adaptados a sus
análisis y pretensiones.
En cualquier
caso, se ha de admitir que el feminismo ha hecho un gran aporte al
corpus doctrinal de la humanidad así como a la práctica social y
política del último siglo. Sin embargo, el propio itinerario
seguido por las feministas para arribar al destacado nivel social
en que operan en la actualidad, al menos en el área geográfica
que, para entendernos, denominaremos occidental, ha marcado su
progreso y sus iniciativas de muchos y variados modos: el más
singular, el posicionamiento frente al varón que, a salvo de mejor
análisis, se ha de calificar sin más como de hostil.
En distintos
grados y con todas las salvedades que se quiera, lo cierto es que
el feminismo se coloca frente al varón como frente al enemigo, sea
histórico, sea político, laboral, sexual, literario o simplemente
doméstico.
Este criterio
de animadversión ha calado profundamente en la sociedad actual y
ha conducido a situaciones que, si no fuera por su componente
dramático en muchos casos, podríamos calificar de ridículas.
Que los varones
no hayan hecho frente hasta ahora a ese poderoso lobby -calificado
por alguien como "internacional feminista"- es una circunstancia
curiosa que, paradójicamente, arraiga en el propio machismo que
tanto presumen de combatir las aguerridas teóricas y parroquianas
del feminismo así como sus compañeros de viaje masculinos.
En este punto,
los miembros de este colectivo se manifiestan preocupados por el
encarnizamiento con que las feministas mantienen su pretensión de
ser víctimas del complot histórico y omnivalente mantenido contra
las mujeres por los hombres y por las consecuencias que, a
cualquier nivel, genera semejante disparate teórico. Entre las más
irritantes, la lucha desarrollada por las feministas para
culpabilizar al varón por todos y cada uno de los desajustes que
la naturaleza, la historia, la vida y la sociedad producen en las
relaciones entre los sexos.
Ocurre así que
se ha llegado a un extremo en que cualquier mecanismo se pretende
válido a los efectos de conseguir un achatamiento de la presencia
masculina, una criminalización de cualquier incidencia relacional,
un recorte sistemático de las perspectivas del varón, una absurda
pretensión de feminizar la sociedad, la justicia, la política y
hasta el sexo y el futuro que, con todo descaro, pretenden las
feministas que será "femenino": todo en función de la supuesta
discriminación de la mujer, todo en nombre de la famosa
"discriminación positiva", a favor de ella.
Por el
contrario, los miembros de este colectivo mantienen que el
feminismo y sus teorías y sus propuestas, así como la orientación
de su práctica se han de poner urgentemente en cuestión.
Mantienen que
el feminismo se ha convertido en un elemento anclado en el pasado
y ayuno de soluciones realmente eficaces para un futuro fructífero
en el ámbito de las relaciones entre los sexos: desde luego, los
varones no van a entrar por el aro de las fantasías feministas.
Pero es posible que las alternativas feministas no sean ni
siquiera generadoras de ilusión para las propias mujeres a las que
aquéllas se empeñan en considerar inferiores, incapaces de
defenderse y defender sus afanes por sí mismas, necesitadas
permanentemente de las muletas del estado, de la policía, el
fiscal, el código penal y la subvención institucional, cuando no
condenadas a imitar esquemas periclitados o abocados a desaparecer
en un mundo como el que encaramos al iniciar el siglo XXI.