Georges Perec

Je me souviens.
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Juan Bonilla

Hace años que colecciono ejemplares de Je me souviens, libro que Georges Perec publicó en 1978 y que se ha reeditado en muchas ocasiones desde entonces. Lo componen cuatrocientas ochenta anotaciones que comienzan todas con las tres palabras del título (Yo me acuerdo). Las anotaciones no alcanzan nunca las diez líneas, a la mayoría de ellas les basta un par de líneas. Pondré unos ejemplos: "Me acuerdo de que mi tío tenía un CV11 con matrícula 7070RL", "me acuerdo de Zatopek", "me acuerdo de Xavier Cugat". Es evidente que Je me souviens es un libro donde abundan los nombres propios, y en ese sentido tengo una malsana curiosidad - que se quedará insatisfecha- por ver una futura edición crítica de este título preparada por un minucioso especialista que se proponga anotarla y contar a sus lectores que Zatopek era un atleta, o que Xavier Cugat era un músico.

Casi se podría utilizar el libro de Perec para hacer un austero recorrido por lo que fue el siglo XX. Perec se propone sólo enunciar el esqueleto de una serie de recuerdos: el resultado es una larga lista que literariamente es puro hueso, un esquema que solicita del lector que sea él quien ponga la carne si quiere hacerlo o sencillamente se conforme con el inventario que ha reducido la memoria del autor. Por que el lector de Je me souviens es tratado por Perec como un distinguido colaborador, casi el co-autor imprescindible para que el libro tan aparentemente debido a la mera ocurrencia cobre su sentido final. De hecho, en todas las ediciones que he visto de Je me souviens, el editor, a petición de Perec, agrega unas páginas en blanco invitando a los lectores a que contribuyan al experimento del autor, escribiendo sus propios "me acuerdo".Hay que decir que si decidimos que Je me souviens no es más que una ocurrencia afortunada sin demasiada vitalidad literaria, tendremos que saber que la ocurrencia ni siquiera es de Perec, sino de Joe Brainard, un pintor norteamericano que en 1970 publicó un cuaderno de 32 páginas titulado "I remember", en 1972 publicó otro cuaderno de 70 páginas titulado "More I remember" y en 1975 recopiló todos sus "me acuerdo" en un volumen de 128 páginas. Brainard también se limitaba a enunciar recuerdos sin contarnos nunca que era lo que recordaba de aquellas personas o cosas a las que recordaba.


Como en la mayoría de los casos de coleccionismo, he de decir que mi colección de ejemplares del libro de Perec no comenzó con el primer ejemplar que tuve, sino con el segundo o quizá con el tercero. Recuerdo que después de leer el libro por vez primera, me dediqué a manchar una libreta con mis "me acuerdo": cuando dispuse de más de cien, elegí los treinta mejores para copiarlos en las páginas en blanco que se añadían al final en el libro de Perec. Es un ejercicio que recomiendo a todo escritor que presienta atravesar por una etapa de bloqueo. "Me acuerdo del Skylab", anoté entonces y, meses después, al repasar mi lista de recuerdos, tiré de esa anotación y escribí un relato sobre aquel cohete sobre el que la NASA perdió el control. "Me acuerdo de Underground de Emir Kusturika", "me acuerdo del mono azul que fue el primer regalo que le hice a mi sobrino", "me acuerdo de todos los años que me diste aquella noche".


Pero mi colección de Je me souviens, como digo, habría de iniciarse meses más tarde cuando encontré un ejemplar de una edición publicada en 1986. Por supuesto, las páginas añadidas por el editor invitando al lector a sumar sus "me acuerdo" a los de Perec ya no estaban en blanco, sino ocupadas por una caligrafía microscópica con la que el anterior propietario del libro había escrito su batería de "me acuerdos". Estaban escritos en catalán, y compré el libro sólo por leer tranquilamente aquellos recuerdos de un lector anónimo que había querido contribuir al excelente proyecto de Perec. "Me acuerdo del primer perro que tuve, era ciego y diabético", "me acuerdo del sonido del mar por la noche", "me acuerdo de los muslos de un portero brasileño llamado Leao".


Yo no había tenido un perro ciego, pero conozco la música nocturna del mar y, de crío, el primer partido de fútbol al que mi padre me llevó fue un Barcelona- Palmeiras en el que Leao defendía la meta del equipo carioca. De aquella batería de "me acuerdos" de aquel lector anónimo yo podía haber escrito casi la mitad, y pensé que me bastaría con adquirir las experiencias enunciadas en los otros "me acuerdos" para ser él. Podía empeñar unas semanas en ese proyecto para convertirme en otro, o mejor dicho, para convertir a ese lector en mí, para añadir la memoria de otro a la mía: ¿no es al fin y al cabo eso la literatura? También pensé que lo que había pretendido Perec al invitar a los lectores a sumar sus listas de recuerdos a los suyos, era crear un país distinto, un lugar imaginario hecho con recuerdos reales, una cofradía de seres que alzan con sus líneas, una ciudad invisible hecha de esqueletos de memoria. Confirmé estas intuiciones al hacerme con el tercer, con el cuarto, con el quinto ejemplar de Je me souviens, todos ellos heridos en sus últimas páginas por los recuerdos de sus lectores. "Me acuerdo que en los días de lluvia encendían las luces de las clases en el colegio y eso me producía extrañeza", anotaba uno. Ese recuerdo también es mío, ese recuerdo lo tengo, no tendría que agregar ninguna experiencia a la mía para, en ese punto, ser ese lector anónimo que fue propietario de mi quinto ejemplar de Je me souviens.

[…]
"Me acuerdo de las manos de mi madre" decía otro lector de Je me souviens, y ese lector podía ser yo. "Me acuerdo de las palabras del replicante de Blade Runner". Yo también. "Me acuerdo de La esfera y la cruz de Chesterton". Yo no, tengo que leerlo, me compré un ejemplar en una librería de vejo. "Me acuerdo de Ken Ryker". No sabía quien era: ¿un amigo del lector de Je me souviens?, ¿un escritor?, ¿un personaje? Me conecté a Internet, entré en la página de un buscador y pedí que me dieran noticias del tal Ken Ryker. A parecieron seis posibilidades. Bastó acudir a la primera de ellas para enterarme de que Ryker era un hermoso actor porno, una estrella de cuerpo irreprochable difícil de olvidar.
Coleccionando ejemplares de Je me souviens, lo que hago es coleccionar experiencias que me faltan.


Georges Perec quiso darnos una lección con su libro tan aparentemente banal y a la vez tan absoluto, tan poca cosa y a la vez tan inalcanzable, tan abierto a los otros y a la vez tan personal, tan interminable y a la vez tan imposible de comenzar. Reduciendo su memoria a una pila de frases sin atractivo literario, nos enseñó que la literatura en esencia es eso: ofrecer memoria, invitar a hacer memoria, compartir recuerdo, añadir recuerdos a la bolsa donde guardamos todos los "me acuerdo" que son nuestra vibrante necrológica, que nos hacen ser quienes somos, criaturas que se diferencias apenas en el hecho de que uno se acuerda de los muslos de Leao y otro de las piernas veloces de Zatopek.

Completo en: 'Nosotros los solitarios'
Editorial Pre-Textos, 2001
Valencia

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