LA QUEMA

sainete

de Serafín y Joaquín Álvarez Quintero

Despacho elegante en casa de Valentín, muchacho adinerado, en Madrid. Puerta al foro. Chimenea encendida a la derecha del actor. Mesa grande en medio de la estancia.
Un bargueño a la izquierda. Es de noche. Luces.

(Valentín se ocupa en trasladar silenciosamente del bargueño a la mesa infinidad de recuerdos de amores pasados: cartas, retratos, flores, cintas, cabellos, abanicos, etc. Sonríe melancólicamente. Al cabo suspira y exclama:)
VALENTÍN —> ¡Ay!... ¡Llegó la hora! No diré que la hora fatal, pero llegó la hora. ¡La hora de la quema! ¡La leña de la chimenea se me antoja que arde con fruición, como esperando un pasto exquisito! Y lo es, ¡qué demonio! ¡Prendas de amor!... ¡Verdades y mentiras!... ¡Besos y lágrimas!... ¡Al fuego, al fuego! Conservaros ya sería un peligro... y una traición. ¡Ay!... Pero no deja de costar algún trabajillo... Advertiremos a la doncella, no vaya a alarmarse si huele un poquito a chamusquina. Y me prevendré contra cualquier inoportuno.
(Va a tocar un timbre, pero antes de que su mano pueda llegar a él, Delfina, la doncella, asoma en la puerta del foro con una elocuente sonrisa. Es una doncella muy lista, que se hace la tonta).
DELFINA —> ¿Llamaba el señorito?
VALENTÍN —> ¡Caramba! Iba a llamar, precisamente.
DELFINA —> ¿Le adivino los pensamientos al señorito?
VALENTÍN —> Por las señas...
DELFINA —> ¡En qué puedo servirle?
VALENTÍN —> La señora, ¿bajó al entresuelo?
DELFINA —> Sí, señorito; y seguramente no subirá hasta las once, que es su hora.
VALENTÍN —> Muy bien.
DELFINA —> Estamos como quien dice solos.
VALENTÍN —> Por eso te llamaba.
DELFINA —> (Tomando el rábano por las hojas) ¿Sí?
VALENTÍN —> (Sin darse por aludido)  Sí. Tengo que hacer. Venga quien venga, yo no estoy para nadie.
DELFINA —> Entendido. El señorito no está para nadie. ¿Es eso?
VALENTÍN —> Eso es.
DELFINA —> ¿Y si le llaman por teléfono?
VALENTÍN —> Tampoco estoy.
DELFINA —> ¿Sea quien sea?
VALENTÍN —> Sea quien sea.
DELFINA —> Entendido.
VALENTÍN —> Si hueles a quemado, no te asustes.
DELFINA —> ¿Se va a rizar el señorito?
VALENTÍN —> ¡No! Voy a quemar unos papeles.
DELFINA —> ¿Desea el señorito algo más?
VALENTÍN —> Nada más.
DELFINA —> (En la brecha siempre)  ¿Nada más?
VALENTÍN —> Nada más, nada más.
DELFINA —> Pues yo quería decirle al señorito que mañana recibirá mi humilde regalo.
VALENTÍN —> ¡Por Dios, Delfina! ¿Para qué te has metido en eso?
DELFINA —> Señorito, ¿qué menos había yo de hacer? Va el señorito a tomar estado... Un recuerdo de esta modesta servidora... Son dos aritos de servilleta. Así se acordará el señorito de mí siempre que se limpie la boca.
VALENTÍN —> Muchas gracias.
DELFINA —> ¿Algo más?
VALENTÍN —> Ya te he dicho que nada más. A ver cuándo nos das tú también un buen día.
DELFINA —> ¡A ver cuándo me lo dan a mí! Pero es lo que dice la señora, su mamá de usted, refiriéndose justamente a la boda del señorito con la señorita Teodora...
VALENTÍN —> ¿Qué dice? ¿Qué dice mi madre?
DELFINA —> Que ahora en Madrid no se casan más que las viudas. Como la señorita Teodora es viuda...
VALENTÍN —> ¡Ah, sí! Eso dice.
DELFINA —> Pero si para quedarse viuda hace falta haberse casado primero, pues... ¡es muy difícil casarse!
VALENTÍN —> Es verdad.
(Pausa)
DELFINA —> De manera que el señorito no está para nadie absolutamente.
VALENTÍN —> Absolutamente.
DELFINA —> Con permiso, pues.  (Hace ademán de irse)
VALENTÍN —> Cierra la puerta.
(Delfina, creyendo que al fin llegó lo que esperaba, obedece y se queda dentro)
DELFINA —> Ya está.
VALENTÍN —> No, mujer; cierra cuando te vayas.
DELFINA —> ¡Ah... vamos!..  (Se retira un tanto chasqueada y cierra la puerta después)
VALENTÍN —> También me ha costado trabajo estar formalito; pero debo acabar para siempre con estas chiquilladas. Y... ¡vamos allá! A salir de esto cuanto antes. ¿Por dónde empezaré al sacrificio?   (Tomando un paquete)   ¿Qué dice aquí?  (Lee)  «Documentos de Juanita la Golfa». ¡Ja, ja, ja! ¡Buen principio! ¡Documentos!... ¡No estará el certificado de buena conducta!
(Leyendo luego sucesivamente en otros paquetes)   ¿Y aquí? «Brisas del Tormes». ¡Ah! ¡La salmantina que me volvió loco! «Brisas del Betis». ¡Canela! «Estafeta romántica». ¡Bueno va! ¡El crimen pide crímenes! «Estafeta picante». ¡Toda la lira! ¿Y estos claveles secos? «Siete de mayo de...» ¡Dios mío! ¡Cualquiera se acordaba! Pero ¡qué hombre más ordenado he sido siempre! Me está gustando la clasificación. Es una maravilla. Si yo hubiese estudiado algo alguna vez, hubiera sido archivero-bibliotecario. (Examina con callada delectación el tesoro de sus archivados recuerdos, mientras tararea una musiquilla popular)   ¡Cuánta cosa!... ¡Cuánta cosa hay aquí!...
(Ábrese sigilosamente la puerta del foro y aparece, seguida de Delfina, Teodora, la bella viuda con quien va a casarse Valentín)
DELFINA —> Señorito.
VALENTÍN —> (Sobresaltado)  ¿Quién? (Atónito)   ¡Teodora!
TEODORA —> ¿Qué tendrá que hacer este hombre en su casa, que no está para nadie absolutamente?
VALENTÍN —> ¡Teodora!
DELFINA —> No hay regla sin excepción, ¿verdad, señorito?
VALENTÍN —> No, no la hay...
TEODORA —> ¿Te he dado un susto, Valentín?
VALENTÍN —> (Turbadísimo, a pesar suyo)   No, criatura... Es que estaba tan lejos de...
TEODORA —> Venía a ver a tu madre. ¿No me habías dicho tú que ibas al Real?
VALENTÍN —> Sí, pero... Me emperecé, ¿comprendes?... ¿A mi madre venías a ver? Está en el entresuelo... Le mandaré recado... Pero vámonos al salón, que allí hará más frío...
TEODORA —> ¿Qué dices, hombre?
VALENTÍN —> Nada... Vámonos al salón... Este despacho es un chicharrero... (A Delfina)   Y tú, ¿qué aguardas? Ya te avisaré si te necesito...
DELFINA —> Bien, bien. Con permiso de los señores.
(Marchase sonriente)
VALENTÍN —> Es tonta.
TEODORA —> ¿Es tonta?
VALENTÍN —> ¡Qué sorpresa me has dado!... Y ¡qué guapa vienes!... Anda, vámonos al salón...
TEODORA —> ¿Al salón? ¡Quiá! De aquí no nos movemos sin que tú me expliques qué azoramiento es éste...
VALENTÍN —> ¿Cuál?
TEODORA —> Éste: el tuyo. Si estás pálido; si estás yerto; si tartamudeas... ¡Si pareces un ajusticiado!... ¡Si no das pie con bola desde que llegué!...
VALENTÍN —> ¿Yo?
TEODORA —> ¡Tú! Es infantil que disimules... Has querido comerte con los ojos a la doncella porque burló tu orden... ¿Qué hacías?
VALENTÍN —> ¡Qué sé yo! ¡Cualquier cosa! Enredando...
TEODORA —> Enredando, ¿eh? ¡Ahora es cuando estás enredando! ¿Qué hacías? ¡Pronto!, ¡pronto! ¿Qué hacías? ¡Sin vacilar! ¡Porque tú sabes bien lo que hacías! ¿Qué hacías? ¡A mí no me engañas! ¡A mí me debes toda la verdad! ¡Entre nosotros dos ya no caben secretos! ¡Vamos a casarnos la semana que viene! ¿Qué hacías?
VALENTÍN —> ¡Yo no sé lo que te figuras cuando me dices esas cosas! ¿Adónde te lleva el pensamiento, mujer? Anda, anda, déjate de bobadas y vámonos allá. Le avisaremos a mi madre...
TEODORA —> ¡Quiá! ¡Te repito que no! ¡Nada! No te compongas... Basta que trates de ocultármelo para que yo me empeñe... ¡Aquí hay gato encerrado! ¡Aquí hay misterio! ¡Aquí hay crimen!
VALENTÍN —> (Riendo)  ¡Crimen, dice!
TEODORA —> ¡Si tú no me lo declaras, lo averiguo yo!  (Va resueltamente a la mesa)
VALENTÍN —> ¡No toques ahí, Teodora! ¡No toques ahí!
TEODORA —> ¿Hay peligro de muerte?
VALENTÍN —> ¡No toques ahí, te lo ruego!
TEODORA —> Ni tú te pongas tan solemne, porque es inútil. Pero, en fin, sin tocar. ¿Qué papeles son éstos, niño? ¡Por supuesto, que no hay más que verlos para figurárselo! ¿Estábamos de liquidación amorosa?
VALENTÍN —> Te equivocas, niña. Estos papeles no son míos. Son cosas de mi abuelo... que iba a quemar. Respétalos.
TEODORA —> De tu abuelo, ¿eh?
VALENTÍN —> De mi abuelo.
TEODORA —> ¿Con cintitas color de rosa, color de heliotropo, color celeste...? ¡Cuéntaselo a tu abuelo! A ver, a ver...
VALENTÍN —> ¡Teodora!
TEODORA —> Descuida: los tocaré con mucho tino.
VALENTÍN —> ¡Teodora!
TEODORA —> Descuida, hombre...
VALENTÍN —> ¡Te prohíbo que llegues ahí!
TEODORA —> ¡Ah! ¿Me lo prohíbes? ¡Pues ahora es cuando voy a revolverlos todos!
VALENTÍN —> ¡No!
TEODORA —> ¿Cómo que no?
VALENTÍN —> ¡Por Dios, Teodora!
TEODORA —> ¡Por la Virgen! A ver este retrato.
VALENTÍN —> ¡Bueno!
TEODORA —> (Leyendo la dedicatoria):  «A mi granuja, su Gorfa. ¡Vaya cardo!»  (Mirándolo con mucha gracia):  ¡De tu abuelo! ¡Qué duda cabe! ¡Buen pirandón era tu abuelo! Académico de la Historia, pero ¡buen pirandón! ¿A quién saldrá el nieto tan seriecito? Y, ¡qué cara de... de sinvergonzona tiene ella!
VALENTÍN —> Bien, Teodora; con absoluta formalidad: deja eso... y vámonos de aquí. Efectivamente, me has sorprendido en una revisión de cosas íntimas, de cosas de un pasado del que me avergüenzo... o del que no quiero acordarme... ¿Ves esa lumbre? Esperando están sus llamas todo esto para devorarlo... Por nuestro cariño te juro que iba a quemarlo todo. Por eso no estaba para nadie esta noche.
TEODORA —> ¿Ni para mí?
VALENTÍN —> ¡Para ti menos que para nadie! ¡Compréndelo!
TEODORA —> Lo comprendería si yo fuese una solterita inocente; pero una viuda, Valentín, bien puede enterarse de ciertos secretillos... ¿No? Vamos a emprender los dos juntos la tarea de quemarlos. A ti mismo debe satisfacerte, por mí. ¡Qué plato de gusto! ¡No soñaba yo con esta noche!
VALENTÍN —> ¡Ni yo tampoco!
TEODORA —> ¡Dios me ha traído esta noche a tu casa!
VALENTÍN —> ¡Ay Dios!
TEODORA —> ¡Hombre! ¿Qué cosa es esta tan minúscula? Un sobrecito de tarjeta... ¿Qué guardará? ¡Tan mono!
VALENTÍN —> ¡Teodora!
TEODORA —> ¡Un ricito! ¡Si es un ricito! Debí imaginarlo. ¡Y de una morena! ¡Y de la nuca, de la nuca; es de la nuca! ¡Otro abuelo! ¿Es éste quizá el abuelo a que te referías? Anda, quémalo; toma. Quémalo, quémalo, precioso.
VALENTÍN —> (Sumiso)   Ya está.
TEODORA —> ¡Cómo cruje! ¡Como se te salten las lágrimas, te salto yo los ojos!
VALENTÍN —> No se me saltan, no.
TEODORA —> ¡Uy, qué mal huele el dichoso abuelo! ¿De quién era, tú?
VALENTÍN —> ¡Yo qué sé!
TEODORA —> Estás frenético. De buena gana me ahogarías.
VALENTÍN —> ¡Es que no viene a nada esta escena!
TEODORA —> (Leyendo en un paquete):  «Documentos de Juanita la Golfa». ¿Otra golfa? ¡Ya van dos golfas, tú!
VALENTÍN —> Es la misma.
TEODORA —> No lo sé. El golfo sí es el mismo. Y ¿qué documentos son éstos?
VALENTÍN —> ¡Calcula! Cartas de una infeliz que a mí me hacían gracia en aquel tiempo. Chiquillerías; cosas de estudiante...
TEODORA —> Pues si a ti te hacían gracia, de seguro me la hacen a mí. ¿No crees?
VALENTÍN —> ¿Vas a leerlas?
TEODORA —> Voy a curiosear el estilo.
VALENTÍN —> Mira que... En fin, ¡lo que te dé la gana!
TEODORA —> Pero ¿por qué te enfadas, hombre? ¡Si me enfadara yo!... (Leyendo):  «Sangre de mis venas... Negro de mis ojos...»  (Arrepentida)   Sí, esto va a ser muy fuerte. Toma, toma. Al fuego.
VALENTÍN —> Al fuego.
TEODORA —> Vamos a seguir con los retratos. ¿Quién es ésta? ¡Qué ridícula está la pobre con ese sombrero tan chico! No lo tomes a mal.
VALENTÍN —> Te advierto que ésa sí que no es cosa mía. Fue una amiga de Antonio Sigüenza... Cuando él se casó me envió el retrato para que yo se lo guardase...
TEODORA —> ¿Por si venían mal dadas en el matrimonio? Pero ¿quién es ella? A mí esta cara no me es desconocida.
VALENTÍN —> No lo extraño. En el teatro la habrás visto cientos de veces.
TEODORA —> ¿Es actriz?
VALENTÍN —> No; pero va mucho a los estrenos. Es una pajarita, una entretenida...
TEODORA —> ¿Una entretenida?
VALENTÍN —> Sí.
¿Tú sabes cómo yo defino a esas mujeres?
VALENTÍN —> ¿Cómo?
TEODORA —> Una entretenida es una mujer que se aburre con el que la entretiene... y se entretiene con un amigo del que la aburre. ¿Está bien la definición?
VALENTÍN —> ¡Admirable! Pero yo no he sido ese amigo.
TEODORA —> ¡Ejem!
VALENTÍN —> No he sido, no; palabra.
TEODORA —> Por si acaso, entonces, la libraremos de la quema. Ahora, que tú no has de guardar el retrato más tiempo. Mándaselo a otro amigo soltero de confianza... y que siga así el depósito de la joya.
VALENTÍN —> Se hará como lo pides.
TEODORA —> ¡Y si no, que me lo encuentre yo en algún mueble cuando estemos casados!
VALENTÍN —> No temas.
TEODORA —> ¿Y estas cartas del lazo lila?
VALENTÍN —> (Gravemente)  Dame esas cartas.
TEODORA —> «Estafeta romántica», dice el sobre.
VALENTÍN —> ¡Dame esas cartas!
TEODORA —> (Remedándolo)   ¡No quiero!
VALENTÍN —> ¡Por Dios, Teodora! ¿No ves el tono en que te hablo? Dame esas cartas. Son algo distinto de todo...
TEODORA —> Pues, hijo, ¡tú las tienes con las demás!
VALENTÍN —> Porque su destino esta noche iba a ser idéntico; porque ya todo ello es letra muerta para mí...
TEODORA —> Entonces, ¡qué te importa que yo lo vea?
VALENTÍN —> Es una delicadeza del recuerdo, Teodora. Se trata de una mujer casada... No encontrarás su firma; pero, tal vez, leyendo alguna carta puedas adivinar quién es ella... ¿Para qué quieres saber su nombre?
TEODORA —> ¡Para odiarla!
VALENTÍN —> ¿Para odiarla si en aquella fecha yo no te conocía?
TEODORA —> Y eso ¿qué más da?
VALENTÍN —> Echa al fuego esas cartas sin verlas, te lo suplico.
TEODORA —> Transigiendo, después de pensarlo un instante. Me parece que le guardas tú más consideración de la que merece... Cuando ella te ha dejado sus cartas...  (Con ironía)  En fin, ¡es un caso de honra! ¡Es un secreto! (Burlonamente)  ¡Que el fuego se lo trague!  (Antes de echar el paquete a la chimenea):   ¿Son de Sarita... H?
VALENTÍN —> (Perplejo)  ¿Lo sabes tú?
TEODORA —> ¡Lo sabe hasta el marido!
VALENTÍN —> ¿El marido?
TEODORA —> ¡No te vaya a dar un soponcio! El marido, el pobre... X, le llamaremos X, ¿no? —¡claro que no es el de los rayos!—, yo no sé si lo sabe o deja de saberlo; pero yo, como ves, estoy al cabo de la calle... ¡De la calle Valverde, donde eran las cititas!...
VALENTÍN —> ¡Teodora!
TEODORA —> Porque supe de estos amoríos, precisamente de éstos, me entraron a mí ganas de conocerte y de tratarte... Y frecuenté la casa de tu madre con las de Caín... Y me caíste en gracia... ¡mire usted qué demonio!... y yo no te fui del todo indiferente... ¡mire usted qué diablo!... y dentro de unos días vamos a ir juntos al altar...  (Releyendo el sobre):  «¡Estafeta romántica!» ¡Vaya un romanticismo el vuestro! ¡El romántico en todo caso era X... que estaba en la luna!  (Decidiéndose)  ¡Ea, ea!, ¡a arder, a arder con las demás! ¡Bien juntas estaban! ¡Todo es uno y lo mismo!  (Las echa al fuego)  ¡Engaños y mentiras que parecen verdad un momento!
VALENTÍN —> O verdades que pasan...
TEODORA —> Si fueran verdades, durarían siempre... ¡Ay, qué nerviosa me ha puesto el tal paquetito! ¡Cruje, cruje más, condenado! ¡Maldito seas!
VALENTÍN —> Vamos, tranquilízate... Y dejemos ya esta antipática revisión. Es enojoso, es absurdo, es ridículo continuarla... Ya que has descorrido el visillo un poco y has satisfecho tu curiosidad de mujer, dejémoslo, Teodora... No conduce a nada... ¿Qué tiene que ver nuestro cariño con nada de esto?...
TEODORA —> ¡Eso es lo malo, Valentín; que sí tiene que ver! ¡Estas son hojas de tu vida! ¡Hojas secas, si quieres, pero de tu vida! ¡Quémalas, quémalas todas sin mirar ya más! ¡Quémalas pronto! ¡Yo ya no quiero ni tocarlas! ¡Y vámonos de aquí! ¡Porque si no nos vamos, voy a concluir por querer echarte a ti también a la chimenea!
VALENTÍN —> ¿A mí también?
TEODORA —> ¡Sí, también!  (Mirándolo amorosamente):  Bueno, a ti no... (Con rabia contenida):   ¡Pero, como ganas, ya me dan!
VALENTÍN —> ¡Ja, ja, ja!
TEODORA —> Y no me vayas a salir ahora con que tú te abrasas en mis ojos, porque te rompo una silla en la cabeza.
VALENTÍN —> ¡Ja, ja, ja! Vámonos, vámonos allá dentro... Le avisaremos a mi madre...
TEODORA —> (Fijándose de improviso en un retratito y cogiéndolo trémula): Pero ¿qué es esto, Valentín?
¿Quién es este nene?
VALENTÍN —> ¿Eh?
TEODORA —> ¡Este nene! ¿Quién es este nene? ¡Pronto!, ¡pronto! ¡Sin pensar!, ¡sin dudar! ¿Quién es este nene? ¡Se parece a ti!, ¡se parece a ti! ¿Quién es? ¿De quién es? ¡Por ésta no paso! ¡Esta me esperaba todavía! ¡Por ésta no paso! ¡Niños ajenos, no! ¿Quién es? ¿Vive o no vive? ¡Si es una estampa tuya! ¡Por ésta no paso, Valentín! Bien está el romanticismo de la calle Valverde; pero ¡un paquetito de cartas de carne y hueso, es mucho pasar!
VALENTÍN —> Mujer, por Dios, no te acalores... Fíjate bien en la fotografía...
TEODORA —> ¡Ya, ya me fijo!... ¡Cuanto más la miro, más parecido le encuentro a ti!...
VALENTÍN —> ¡Como que soy yo, tonta!
TEODORA —> ¿Tú? ¿Eres tú? ¿No me engañas?
VALENTÍN —> ¿Qué he de engañarte? Míralo...
TEODORA —> Sí, sí... eres tú... Eres tú... ¡Qué mono estabas!... ¡Has cambiado mucho!...
VALENTÍN —> ¡Mucho! Ahí tenía cinco años... ¡Llevo cambiando veintisiete!...
TEODORA —> ¡Pero todavía no me sale el susto del cuerpo! Y ¿cómo tienes a esta criaturita entre toda esta gente?
VALENTÍN —> ¡Por causa de alguna caprichosa que querría conocerme de niño!...
TEODORA —> ¡Vaya una compañía para un párvulo!  (Barajándolo todo):  ¡Hay que ver! Una golfa, otra golfa más, una cursi, una fea, flores, moñajos, papelorios, un ochavo moruno... ¿Por qué no te haces con él un alfilerito de corbata, rico? ¡Imposible! ¡imposible! ¿Para qué habré yo visto estas porquerías? No ha sido Dios, ha sido el diablo quien me ha traído esta noche a tu casa. ¡No me puedes querer como yo te quiero! ¡Te han gustado muchas, mujeres! ¡Te han gustado todas!
VALENTÍN —> ¡Todas, no!
TEODORA —> ¡Todas, sí! O a lo menos, una sí y otra no. ¡De cada tres, una! ¡Tienes el corazón hecho una criba! ¡No me puedes querer como yo te quiero!
VALENTÍN —> Teodora, ¡por los clavos de Cristo!... ¿Vas a llorar? ¡Mira que son ganas de atormentarte!... Ya sabía yo que esto era una imprudencia... No seas simple; no llores... Agua pasada no mueve molino. Tú misma, ¿no has querido también a otro hombre?
TEODORA —> ¿Vas a comparar, mamarracho? ¡Yo quise a mi marido! ¡A un hombre solo! ¡Pero tú tienes ahí cartas de un batallón! ¡Son muchas contra uno!
VALENTÍN —> (Galante)  Di mejor es una... contra todas.
TEODORA —> ¡Muy bonita frase!
(Gimotea, entre frenética y nerviosa)
VALENTÍN —> ¡Vaya por Dios! Si me hubieras hecho caso desde el principio... (Cautelosamente, coge de pronto de entre todos un retratíllo predilecto, y con el mayor disimulo lo esconde bajo un libro en otro mueble. Teodora se da cuenta de ello)
TEODORA —> (Suspirando)  ¡Ay!...
VALENTÍN —> Vamos, Teodora; vamos. ¿No es todo esto una niñería? ¿No alardeabas de mujer de experiencia? ¿No te basta poder echar por tu mano ahora mismo al fuego todas estas memorias que así te han trastornado? ¿Qué más quieres?
TEODORA —> (Serenándose)  Tienes razón: he sido una pazguata. ¿Qué vale nada de eso ya? Quien ama el peligro... Ahí creo que está tu madre. ¿No la oyes?
VALENTÍN —> No... Voy a ver...
TEODORA —> ¿Te atreves a dejarme aquí sola?...
VALENTÍN —> ¿Qué mayor prueba puedo darte?...
(Vase por la puerta del foro, mirándola. Ella inmediatamente se levanta y va como una flecha a coger el retrato escondido)
TEODORA —> ¡Bueno va! ¿Quién será esta mona? Sin dedicatoria y sin firma. ¡Es lo mismo! Ya sé yo que con esta chata es con quien hay que tener cuidado. Al fuego, que no se me despinta. Y ahora, en su lugar, un retratito mío. Las bromas, pesadas o no darlas.  (Dice y hace con travesura y delectación indecibles)  ¡Y aquí no ha pasado nada, mi amor!  (Se sienta como estaba)
(Valentín vuelve)

VALENTÍN —> No, pues no era mi madre.
TEODORA —> ¿No?
VALENTÍN —> No. La mira receloso.
TEODORA —> ¿Qué me miras así?
VALENTÍN —> ¿Qué diablura has hecho? ¡Porque tú has hecho alguna diablura!
TEODORA —> ¿En tan poco tiempo?
VALENTÍN —> Te basta un segundo. El baile de tus ojos no miente. ¿Qué diablura has hecho, Teodora?
TEODORA —> Pero, hombre, ¡si no me he movido de aquí!
(Valentín mira a todas partes y al cabo nota la falta del retrato de ella)
VALENTÍN —> ¡Ah!, ya sé. Tu retrato.
TEODORA —> ¿Eh?
VALENTÍN —> Tu retrato, sí. No te hagas la boba. El que estaba ahí: ¿qué has hecho de él?
TEODORA —> Pero ¿había ahí un retrato mío?
VALENTÍN —> ¿Qué has hecho de él?
TEODORA —> ¿No lo habrás guardado tú en alguna parte para que no viese esta escena?
VALENTÍN —> (Recelando siempre)  No... yo no...
TEODORA —> Mira a ver debajo de aquel libro...
VALENTÍN —> ¿Eh?
TEODORA —> Mira, hombre; mira. O miraré yo.
VALENTÍN —> ¡No! Levanta el libro y saca la fotografía, demudado. ¡Teodora! Pero, ¡qué cosas tienes!
TEODORA —> Pues ¿y tú, Valentín?
VALENTÍN —> ¡Perdóname!
TEODORA —> ¡Perdóname! ¡Aquí no hay bula para ninguna chata! ¡Ahí la tienes quemadísima en la chimenea!
VALENTÍN —> Perdóname otra vez. ¡Perdóname siempre!
TEODORA —> ¡Sí que tendré que perdonarte!
VALENTÍN —> ¡Tú sola mandarás en mí!
TEODORA —> ¡Ah, no te quepa duda!  (Valentín le da un beso al retrato)   ¡Qué tonto!...  (Él, entonces, va a acercársele para besarla. Ella lo detiene) Ahora te esperas, en castigo. ¡Alguno has de tener! Yo también he llevado el mío. ¡Por curiosa! ¡Por impertinente! ¡Por olvidadiza!
VALENTÍN —> ¿Por olvidadiza además?
TEODORA —> Sí; porque hace tiempo que en mi álbum me escribió un amigo poeta:
                                                         Cuando un amor te brinde paz y gloria,
                                                         no le preguntes a ese amor su historia.



FIN



Madrid, abril, 1922

  AUTOPROMOCIÓN  

      página por gentileza de 
  Jesús Herrera Peña