(Diálogo desarrollado entre el director del colegio y los alumnos de una clase de alumnos, -niños-bien-, problemáticos, repetidores e inconformistas:)

...

-Eso es ilógico. Nuestros padres pertenecen a otra generación. No nos entienden ni los entendemos, además...

-Todos los adultos son iguales. A los muchachos nos odian porque somos diferentes. Ya se les olvidó que ellos también fueron rechazados por sus padres. Es una ley natural. Yo no me llevo bien con mis papás porque es lo natural.

-¿Natural? -contestó violentamente el licenciado con la quijada extrañamente desacomodada de su lugar-. Yo si te voy a decir lo que no es natural: que un joven neófito e improductivo venga en coche a una escuela de paga, cargando su teléfono celular en la mochila.

-El dinero no lo es todo -se defendió Adrián.

-No lo es todo, pero vienes en carro ¿no? Y tienes para ponerle gasolina, vistes bien y, al igual que tus compañeros presentes, tienes una casa a donde ir cuando sales de aquí... Y en esa casa hay una recámara donde duermes. No lo es todo, es cierto, pero ¿qué tal lo disfrutas? ¿Qué tal lo disfrutan todos ustedes?

No fui el único que quiso rebatir. El descontento era general. pero el maestro alzó aún más la voz para evitar ser interrumpido.

-Sus padres no son malos. reconózcanlo. No tienen en lo absoluto malas intenciones para con ustedes! ¡La vida de ellos gira alrededor del trabajo y la imponente responsabilidad de dirigir un hogar en el que no quieren que falte nada! ¡Con gran esfuerzo han ganado lo que tienen, para regalárselo a ustedes! Entiendan eso! Si ellos son tan despreciables y no merecen su amistad. ¿por qué ustedes reciben sus regalos? ¿Cómo pueden ser ustedes tan viles para zamparse lo que les dan sin protestar y a cambio, por lo bajo, aborrecerlos? ¿No les parece una bajeza? Si tan razonablemente argumentan que no quieren saber nada de ellos, ¿qué hacen allí viviendo a su lado? ¿Por conveniencia'? Tomando la casa como un hotel, ingiriendo a diario comida que no tienen idea de cómo se consiguió ni preparó. listos siempre para exigir bienestar sin estar de ningún modo dispuestos a corresponder. Y no me vengan con que es obligación de ellos darles dinero, comida y casa porque hay muchos, muchísimos padres que no lo hacen -bajó un poco el tono de su elocución para proseguir con el aire de quien confiesa un gran temor-. Yo tengo dos hijos y vivo por ellos. Todo lo que hago, de una u otra forma, es en pos de su bienestar y -bajó la cabeza consternado . ¡qué injusto y triste sería para mí que dentro de poco decidan ignorarme sólo porque a su juicio no he sido el padre ideal! Y lo peor es que seguramente será verdad: no lo habré sido, pero Dios sabrá cuánto habré luchado por serlo. Si mis hijos y yo llegamos a sentir un antagonismo como el que se ha referido aqu, más honesto será que vivamos lejos. ¿Entienden esto? ¿Qué hacen ustedes en la casa de sus padres si ellos no merecen su amistad? ¿Extraerles lo que ellos producen como verdaderos parásitos?

...

-Piénsalo un poco. No hay nada como nuestro hogar, por más defectos que tenga. Si huyes tendrás que buscar refugio en casa de algún amigo o familiar para convertirte, ahora sí públicamente, en un arrimado mantenido, y eso mientras te aguanten. ¿Buscarás trabajo? ¿Y de qué? Si no sabes hacer nada. No estás capacitado. Andarás rodando de un lado a otro como vagabundo y dejarás de estudiar. Tal vez consigas empleo de mozo y te hables de "tú" con las escobas y los desinfectantes para baños; serás tratado como un borrico por la gente y aprenderás a odiar cada día más a tus progenitores, a la par que recordarás tu cama suave, tu hogar limpio, tu sopa caliente, luchando por salir del fango y hundiéndote en él cada día más. Conocerás muy de cerca la droga, la prostitución, la delincuencia y todo porque eres un necio que se cree injustamente tratado por sus padres, cuando seguramente has sido tú quien los ha calificado con injusticia.

 

Sin darme cuenta había ido retrocediendo paso a paso hasta volver a mi lugar. Sentí una terrible presión en mi pecho a punto de estallar. Me desplomé en la banca y bajé la cabeza. Tadeo Yolza continuó hablándome con voz más pausada y suave.

-No seas tonto. Tienes una familia. ¡La tienes! ¿Cuánto vale lo que tienes? Si te dieran cien millones de pesos por la vida de tu madre, ¿permitirías que se muriera? Si te pagaran doscientos por tu papá, ¿lo dejarías morir'? Tú posees lo que muchos jóvenes quisieran: unos padres que. es cierto, no son perfectos, pero a su manera sólo viven para darte lo mejor. No te corresponde juzgarlos ni criticarlos; te corresponde amarlos, perdonarlos. Con tus actitudes rebeldes lo único que consigues es que ellos te traten con energía, confundidos y temerosos porque quieren educarte y tienen muchas dudas sobre cómo hacerlo. Nadie les enseñó a ser padres. Pero puedes estar seguro de que sus intenciones son las mejores y anhelan proceder con bondad. Dices que no saben escucharte, pero ¿por qué han de hacerlo si tú tampoco los escuchas? Y no me refiero al acto de callar cuando te hablan; me refiero al hecho de interesarte en sus sentimientos (porque ellos también tienen sentimientos y sufren y temen igual que tú!), de preguntarles sobre sus tensiones y problemas, de darles una opinión sincera al respecto, de adentrarte realmente en sus vidas con el interés y agrado de alguien que los ama de verdad.

Una lágrima cayó sobre la paleta de mi banca y mi visión nublada se aclaró un poco. Cuando éramos más chicos, mi padre solía comentarnos las cosas que le ocurrían en el hospital y todos opinábamos. Poco a poco él se fue percatando de que sus asuntos ya no nos interesaban y dejó de platicar. Todo se combinaba en esa repentina tribulación: la comprensión de lo que seguramente estaba sufriendo mi hermano prófugo, la reflexión de lo mucho que mis padres debían quererme y el severo autojuicio de ser un vástago asaz ingrato.

-A ellos les fue mucho peor en su infancia -continuó el licenciado, ahora con el tono sereno y consolador que le caracterizaba-. Tú conoces su historia. Tus padres arrastran frustraciones y complejos que les fueron inculcados en lo más profundo de su ser hace muchos años. Neurosis inconscientes que les impiden actuar como a ti te gustaría, pero se han superado mucho, tú lo sabes. No los condenes por lo que no han logrado hacer. No los juzgues, ¡ámalos! ¡Así como son! Aprende a acercarte a ellos, hazlos partícipes de tu vida, cuéntales tus cosas y enséñales a escucharte, y si lo hacen mal perdónalos. No intentes expiarlos. Tus padres pagarán sus errores porque la vida no perdona los errores de nadie; pero evita convertirte en el verdugo ejecutor, puesto que tú, como hijo, también pagarás, y muy caro, los errores que cometas con ellos...

Apreté los puños tratando de controlarme, pero fue inútil. Comencé a llorar en silencio y con la cabeza baja. De cualquier modo todos mis compañeros se dieron cuenta.

Me dolió mucho cruzar el puente de la humildad por primera ocasión en mi corta existencia. Sobre todo porque ocurrió en público. Unicamente recuerdo haber llorado con tanta aflicción dos veces en la vida. Esa fue la primera.

 

Extracto de la obra de
CARLOS CUAUHTÉMOC SÁNCHEZ

 

 

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