EL
TABLÓN: El artículo de hoy
Desde
La Habana
Examen de conciencia
El Coloquio de los intelectuales
Por Manuel Alberto Ramy
Hace
muchos años me enseñaron en la escuela algo
fundamental, el examen de conciencia diario, que
no es más que la revisión de nuestros actos de
cada día. Este proceso de mirar nuestro
interior también incluye la ausencia de actos,
es decir las omisiones. Lo fundamental de este
proceso reside en que su resultado obliga a
mejorarnos y a reparar lo mal hecho. Años después
conocí que a este hurgar en el área política,
se le llama autocrítica.
Lo que vale esta revisión de vida para cada
persona vale para el conjunto de la sociedad y
de sus instituciones. Todos estamos obligados a
bucearnos por dentro y asumir críticamente
nuestros actos. Es un compromiso ético
ineludible si deseamos mejorar como personas,
pero también como sociedad. Si todos
necesitamos ese proceso, que de asumirlo
seriamente lleva a rectificaciones, hay grados
de obligatoriedad. A mayor responsabilidad,
mayor exigencia.
Los intelectuales y creadores culturales deben
ejercitarse con denuedo en este empeño, porque
ellos dieron pensamiento, crítica y poesía a
lo que devino en la nación cubana, y deben
continuar aportando en los tiempos actuales.
Escarbarse la intimidad y ejercer la crítica
hacia el conjunto de la realidad nacional es
bueno y necesario. El discurso de Fidel Castro
en la Universidad de La Habana, en octubre de
2005, es un ejemplo.
La autocrítica y la crítica son instrumentos
para una mayor eficacia y ambos implican
participación y análisis sin ataduras, pero
creo que el proceso comienza por la persona,
pasa por el mundo de nuestra actividad específica
y después se expande a la realidad completa.
Así meditaba ante la Casa de las Américas el
pasado día 30 de enero, mientras miraba entrar
a la sede a numerosos artistas e intelectuales,
muchos de ellos conocidos míos. Sin embargo, no
vi entrar a ningún alto funcionario del aparato
ideológico del Partido Comunista, lo que me
hace pensar que las reflexiones debían
discurrir entre el gobierno --Ministerio de
Cultura-- y los creadores.
La prensa no estaba invitada, pero pude conocer
algunas de las intervenciones que allí se
pronunciaron. Si no pongo nombres a fragmentos
de algunos de los pronunciamientos es porque, si
bien confío en mis fuentes, carezco de
grabaciones que las avalen. Por lo tanto, las
comillas indican una cita, pero aproximada.
Prefiero poner el milagro, que es lo importante,
y no al santo.
En la sala Ché Guevara de la Casa de las Américas
El caso es que esa tarde más de 400
intelectuales se reunieron para analizar el
llamado Quinquenio Gris, debido a que la aparición
en la TV cubana de personas vinculadas a ese
nefasto período les trajo el pasado de
marginación, censura y despidos laborales.
(Tiempo después el Tribunal Supremo de Justicia
falló a favor de los excluidos y fueron
repuestos en sus cargos y compensados económicamente).
“No hemos sabido --y tal vez nunca sabremos--
si el disparate mediático respondía a una
insidiosa operación de rescate, a una
caprichosa expresión de amiguismo o a una
simple muestra de irresponsabilidad”, dijo en
su conferencia el ensayista Ambrosio Fornet,
quien tuvo a su cargo la exposición del tema,
refiriéndose a las apariciones televisivas.
La gente de la cultura no llegó gratuitamente a
ese coloquio, que precedido por un sinnúmero de
intercambios por correo electrónico que fueron
unificando posiciones y reclamando un espacio
para abordar el tema de conjunto. El sector
cultural no creo el conflicto; respondió porque
tiene memoria hipersensible y se aprestó a
conjurar un retorno dañino. Fue una reacción
absolutamente espontánea.
El espacio apareció bajo la sombrilla del
Centro Criterios que dirige el ensayista y crítico
Desiderio Navarro, Premio Nacional de Edición
2006. Pero dicho Centro es una institución autónoma
y con escasos recursos, por lo que Casa de las
Américas brindó la sala Che Guevara, de mayor
espacio, y la Unión de Escritores y Artistas de
Cuba (UNEAC) se hizo cargo de cursar las
invitaciones --a Criterios le era imposible
desde el punto de vista logístico.
Mientras, el intercambio de opiniones crecía y
el tema tocaba puntos importantes.
“(…) siento que el objeto último de este
debate es volcar el análisis del pasado en la
retorta del presente donde se está cocinando el
futuro de nuestro país. Habrá una reunión que
necesita romper el aislamiento público de este
debate”, dijo Enrique Colina en un correo días
antes del coloquio, y que en esencia ratificó
durante su intervención. Colina, crítico de
cine y realizador cinematográfico, condujo por
32 años el muy gustado pero desparecido
programa “24 por Segundo”.
En otro correo Reina María Rodríguez, conocida
poetisa cubana, decía: “Si no existe un
espacio público para la defensa de los
artistas; para sus ideas, el lugar para una
amplia polémica del espíritu, las diferencias,
la crítica y la confrontación del pensamiento
reactivado a cada momento, entonces, ¿qué nos
protege?”
Tuvieron el espacio y evidentemente estas
opiniones abordaban aspectos como las relaciones
de la cultura con la sociedad y hacer llegar a
ésta el tema en cuestión. Si las figuras
del Quinquenio Gris aparecieron en la TV, ¿por
qué no aparece el análisis? La pregunta se la
hicieron muchos. La extensión del coloquio y su
posible debate público, ¿no serviría al
enemigo?, argumentaban otros.
“(…) Pero así como no debemos olvidar que
en una plaza permanentemente sitiada, como lo es
nuestro país, insistir sobre discrepancias y
desacuerdos equivale a ‘darle armas al
enemigo’…, tampoco conviene olvidar
que los pactos de silencio suelen ser sumamente
riesgosos, porque crean un clima de inmovilidad,
un simulacro de unanimidad que nos impide medir
la magnitud real de los peligros y la integridad
de nuestras filas ( …) ”, dijo Fornet en su
exposición, y agregó que en la URSS los
obreros y militantes comunistas no salieron a
defender a la revolución “porque no
recibieron instrucciones de arriba”.
Para Fornet “la crítica y la autocrítica”
es “el único ejercicio que puede librarnos
del triunfalismo y preservarnos del deterioro
ideológico”.
Ya en manos de la UNEAC y mediante la asistencia
por invitaciones se lograba conciliar la mayor
presencia posible de los interesados y el
control necesario, a fin de evitar
provocaciones. No las hubo y de haberse generado
habrían servido a una mala causa.
Abel Prieto, Ministro de Cultura, quien habló
después de Fornet, definió la postura oficial,
la que según informes de asistentes puede
resumirse así: primero compartió la preocupación
del sector cultural ante las desatinadas
presentaciones por televisión. Al respecto
precisó que Raúl Castro, presidente en
funciones, había ordenado una investigación a
fondo de dichas presentaciones cuyo resultado
sería informado a la comunidad cultural.
También, además de defender la declaración
que al respecto hizo la UNEAC (ver “Radar
Cubano” en Progreso Semanal, 25 de
enero de 2007), el ministro manifestó que el
tema debía ser discutido en el ámbito cultural
y en cada una de las asociaciones especializadas
que componen a la UNEAC (escritores, artistas plásticos,
artes escénicas, radio y TV), para elevarlas al
próximo congreso de la organización que se
celebrará a finales de este año. Esta
declaración vale por discutir dentro de las
instituciones establecidas. Llamó a salvar la
unidad desde el debate, a la vez que discrepó
del contenido de algunos de los correos que han
circulado porque, según él, no reflejaban la
realidad completa.
Para muchos de los intelectuales, la declaración
de la UNEAC publicada en el periódico Granma
fue insuficiente y deja al lector ajeno al medio
cultural sin saber qué sucedió, ignorante de
los motivos de esa declaración publicada en los
diarios nacionales. Cabría preguntarse qué
hizo la prensa, ya que podría haber producido
artículos que explicaran lo ocurrido, así como
los objetivos de la reunión.
Por su parte varios de los asistentes al
coloquio expresaron opiniones como las que a
continuación cito, sin ser textuales y sin
mencionar nombres. Insisto en el milagro.
“El debate debe pasar a la acción,
materializarse en hechos concretos y crear
espacios de participación donde todos
encuentren su lugar, nos den sugerencias e
ideas. (….) Debe seguir y expandirse. Siempre
habrá alguien que se resista, porque el
pensamiento dogmático está por todas partes,
pero hay que salir adelante con ideas y
reuniendo a la gente. Todos estamos de una forma
u otra dentro de la revolución. ”
Otro de los que expusieron sus ideas dijo no
compartir “las miradas pesimistas sobre el
pasado o el futuro. Es necesario el debate y la
participación y evitar trazar límites acerca
de lo que puede o no decirse, porque hay muchos
que en diferentes lugares y niveles
desgraciadamente trazan límites. (…) Hay
miedos, pero debemos enfrentarlos con decisión,
civismo y participación”.
Mientras esto sucedía en el interior del
edificio, afuera, en las aceras, varias decenas
de jóvenes estudiantes de Arte solicitaban
entrar, participar, e inquirían por qué a
ellos no se les había dado invitaciones.
“¿Cuántas invitaciones se destinaron a
miembros de la Asociación Hermanos Saíz que no
fueran del Consejo Nacional? ¿Por qué la UNEAC
regenteó todo el proceso organizativo, llevándose
una inmensa cantidad de cupos? ¿Y la
Universidad de La Habana dónde queda?”,
preguntaba Isbel Díaz Torres, escritor y
miembro de la Asociación Hermanos Saiz,
organización de los jóvenes creadores. En su
correo, Díaz Torres agrega confiar en que para
las próximas conferencias habrá espacios para
ellos.
“Las explicaciones que les fueron dadas
--ciertas, por cierto, las referidas al tamaño
del local y a sus limitaciones arquitectónicas--
no fueron recibidas con satisfacción, como
tampoco, “hace veinte años, nos hubieran
dejado satisfechos a nosotros razones
semejantes”, afirmó posteriormente en correo
electrónico el escritor Sigfredo Ariel, quien
asistió al evento.
Momentos antes una de las participantes al
coloquio durante su intervención decía: “Yo
he tenido que dialogar con mi hijo de 19 años,
para tratar de entenderlo, y también he tenido
que cambiar. Los tiempos son otros y no podemos
seguir demorando el debate de nuestros
problemas”.
Uno de los más jóvenes presentes en el
coloquio --el promedio de edad rebasaba los
cuarenta-- señaló que “Los jóvenes sobre
todo tienen que tener un papel esencial en esto,
pues ellos serán el futuro. ¿Les hemos
preguntado si el socialismo que tenemos es el
que ellos desean tener? ¿Sabemos realmente cuáles
son sus inquietudes o su concepto de felicidad?
Tal vez tengamos que replantearnos nuestro
socialismo, hacerle cambios. Hay que entender y
analizar los fenómenos sociales, pero hacerlo
ahora, no mañana”.
Otra asistente, después de afirmar la necesidad
de “abrir espacios al debate y a la polémica”,
se preguntaba: “¿Qué le vamos a decir a los
jóvenes cuando salgamos de aquí? ¿Qué les
vamos a explicar?”
El Ministro estimó necesario ir a la
Universidad y hablar con los jóvenes. Pero no
quedó ahí. Abel Prieto y el conjunto de los
participantes coincidieron en algo esencial: el
Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT),
debía responder a la política cultural
trazada, dejar de actuar como un ente ajeno y
hasta contradictorio.
Desde el punto de vista de la efectividad de la
política cultural, la incorporación del ICRT
es tema medular. La cultura o la anticultura no
la disemina un ministerio, sino un pequeño
aparato que se llama televisor. “Ese es el
verdadero ministerio de cultura”, afirmó un
amigo hace años. Cierto. A través de la
pantalla chica viajan cultura y valores o sus
opuestos de acuerdo con la preparación,
capacidad de quienes la hacen o deciden qué se
transmite o qué no. Analizada a fondo, nuestra
TV deja mucho que desear.
¿Será posible que entre por el carril de la
cultura definida y trazada? No tengo respuesta sólida.
Me gusta soñar, pero con los pies en la tierra.
Ahora, la pregunta: ¿qué significó este
Coloquio?
Primero: Estamos ante un hecho inédito, no solo
por el evento destinado a analizar un tema
engavetado por años, sino que fue generado
mediante correos electrónicos y convocado por
una institución pobre, pero autónoma: el
Centro Criterios.
Segundo: Anotaría que todas las opiniones
fueron expresadas con absoluta libertad y no
quedaron en el estricto marco cultural, sino que
abarcaron temas sociales y políticos.
Tercero: Si para muchos mantener el debate en el
ámbito cultural es insuficiente, se debe
reconocer dos puntos esenciales a mi juicio.
Uno, pensar, autocriticar y criticar desde la
propia institución con esa unión de criterios
bien registrada en declaraciones y correos, que
fortalece a la institución y la obliga a ser más
representativa y eficaz. Y segundo, como
consecuencia de lo anterior, el fortalecimiento
institucional sirve de palanca y soporte para
que los cambios que haya que producir no caigan
en terreno que niegue las esencias del proceso
revolucionario. Las necesidades renovadoras, en
mi opinión, deben partir de las propias
instituciones, aunque sus consecuencias
impliquen modificaciones de las mismas y del
extrarradio.
Cuarto: fue prácticamente unánime la necesidad
de abrir espacios para el debate y el ejercicio
del criterio, y que estos de alguna manera sean
reflejados en el conjunto de la sociedad.
Quinto: si bien muchos estudiantes no pudieron
asistir, evidentemente surgió un compromiso tácito,
en algunos casos, y expreso, en otros --como el
del Ministro de Cultura de ir a la
Universidad--, y llevar el tema a esas sedes.
Por correos recibidos post-coloquio aprecio que
algunas personas de las que participaron llevarán
por sí mismas a sus respectivas aulas el tema
del Quinquenio y otros análisis.
Sexto, y muy importante: lo acontecido es
coherente con los llamados de Raúl Castro a
debatir los problemas en el lugar adecuado.
Séptimo: La aspiración “anexionista y
desintegradora”, como la calificó alguien, de
algunos –no todos-- que desde fuera del país
intentaron participar oportunista y aviesamente
en el debate fue conjurada. Pero desde el
exterior hubo también voces de apoyo y de
aliento a la discusión desde la perspectiva
unificadora.
Esto parece ser solo el comienzo. La próxima
Feria Internacional del Libro de La Habana, en
la que cientos de narradores, poetas,
ensayistas, críticos e instituciones culturales
tienen un papel preponderante, hace que el
coloquio y los debates tomen un respiro, para
luego volver con las conferencias ya anunciados
y las nuevas discusiones. Según comentarios del
Ministro de Cultura y de ejecutivos de la UNEAC,
es imprescindible incluir a los jóvenes
creadores, conocer su perspectiva y opiniones.
Pero sobre todo, discutir a fondo, analizar el
pasado, rechazar las tendencias fallidas que en
esencia son contrarias a la política cultural
del país e inaugurar espacios permanentes de
discusión. Porque ante la ausencia del debate y
el análisis desde una perspectiva
revolucionaria, el vacío sería llenado
seguramente por quien siempre está a la espera.
Manuel Alberto Ramy es jefe de la corresponsalía
de Radio Progreso Alternativa en La Habana,
Cuba, y editor de la versión en español de
Progreso Weekly/Semanal.
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