Nuestro
Mundo
La
ONU: Entre la reforma y la continuidad
El adiós a Kofi Annan
Eduardo Dimas
Hace
bastante tiempo un conocido diplomático, ya fallecido, de amplia trayectoria
en las lides internacionales, me dijo --quizás en un momento de sinceridad
poco usual en los de su profesión-- que la Organización de Naciones Unidas
era inoperante, pero era lo mejor que había podido crear la comunidad mundial
para mantener un cierto equilibrio entre los intereses de los estados. Y agregó
que, “en definitiva, la ONU era lo que las grandes potencias querían que
fuera”, en referencia, desde luego, a los 5 miembros permanentes del
Consejo de Seguridad, especialmente en aquel momento a Estados Unidos y la Unión
Soviética, las dos superpotencias.
De aquella confesión han pasado más de 20 años, pero la vida le ha dado toda
la razón. Tal vez le faltó decir, para mejor definirla –como hizo
recientemente un diplomático en activo-- que la ONU es el espejo donde se
reflejan, a veces de forma distorsionada por el discurso político, las
relaciones entre los estados, los intereses de unos y otros, grandes y pequeños.
Donde se resuelven o agravan las contradicciones derivadas de esos intereses,
de acuerdo a la correlación de fuerzas que prevalezca y, sobre todo, repito,
de lo que deseen los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, que,
regularmente, negocian en privado sus diferencias, se ponen de acuerdo o no y,
casi siempre, evitan confrontaciones que puedan acarrearles dificultades
mutuas.
La ONU ha conservado, desde su creación, en 1945, las mismas estructuras, más
algunos añadidos, y la misma Carta que regula su funcionamiento y las
relaciones entre los estados. El mundo ha cambiado sustancialmente en estos 61
años, para bien y para mal, pero la ONU, no. Y lo que un día funcionó y fue
hasta positivo, ya no lo es. Y, como en todo lo que tiene que ver con el
desarrollo de la humanidad, hay fuerzas que pretenden mantenerla como está,
porque conviene a sus intereses, y otras, numerosas pero débiles, que aspiran
a una mayor democracia en sus decisiones. Existen también los que quisieran
desaparecerla. Creo que no es necesario ser muy perspicaz para saber quienes
son: los que desean convertir el planeta en un coto privado de sus intereses.
De la reforma de la ONU se viene hablando hace más de 10 años, desde que
cumpliera los 50 años de fundada. En 1945, solo 52 estados firmaron su
constitución, pues el resto o eran colonias o habían estado del lado de los
perdedores en la Segunda Guerra Mundial, como fue el caso de Alemania, Japón e
Italia. El proceso de descolonización, que todavía no ha terminado, y el
desmembramiento de algunas uniones –como fue el caso de la Unión Soviética
y Yugoslavia-- hizo que el número de sus miembros aumentara hasta 192.
Sin embargo, la máxima organización mundial sigue conservando prácticamente
la misma estructura, los mismos niveles de decisión que la hace
particularmente antidemocrática en la coyuntura actual. Resulta paradójico y
absolutamente injusto, que las resoluciones aprobadas por la Asamblea General,
donde los 192 miembros tienen voz y voto, no sean de obligatorio cumplimiento,
mientras que las del Consejo de Seguridad, formado por 15 miembros y, sobre
todo por los 5 que tienen derecho de veto, si sean de obligatorio cumplimiento
para todos los estados. Si uno solo de los miembros permanentes veta una
resolución, por importante que sea para la humanidad en su conjunto, esta no
puede ser aplicada.
Existen diferentes criterios para reformar la ONU. Algunos gobiernos o grupos
de ellos han planteado que la reforma tiene que pasar por convertir a la
Asamblea General, la parte más democrática de la organización, en la única
que tome decisiones que sean de obligatorio cumplimiento, ya sea por mayoría
simple o por los dos tercios de sus votos. Otros, en cambio, a sabiendas de que
eso será imposible por la negativa de las grandes potencias, sugieren un
aumento hasta 9 u 11 del número de miembros permanentes con derecho de veto.
Los hay que se tranzan por elevar el número de miembros permanentes pero sin
derecho de veto y hay gobiernos –cada vez son más-- que plantean que lo que
resulta imprescindible, si realmente se quiere democratizar la ONU, es eliminar
el derecho de veto que hace que solo 5 naciones (Estados Unidos, Gran Bretaña,
Francia, China y Rusia), todas potencias nucleares, tengan más poder de decisión
sobre los acontecimientos mundiales que los 187 países restantes.
Pero, como quiera que “quien hizo la ley hizo la trampa”, en la propia
Carta de la ONU existe una cláusula que postula que cualquier cambio en la
estructura de esa entidad o en su sistema de decisiones, tiene que ser
aprobado… ¡adivinen!… por los 5 miembros permanentes del Consejo de
Seguridad. Parece un chiste, ¿no creen ustedes? Así que me “aventuro” a
augurar que las reformas que piden la mayoría de los miembros seguirán
esperando por las Calendas Griegas, a no ser que la correlación de fuerzas
mundiales cambie drásticamente, cosa que no se vislumbra en un futuro
inmediato.
Es evidente que las presiones para reformar la ONU continuarán por parte de
las naciones del llamado Tercer Mundo y de varios países desarrollados –y
algunos no tanto-- que se consideran con derecho a ser miembros permanentes del
Consejo de Seguridad. Brasil, Sudáfrica, Japón y Alemania han creado un
bloque de ayuda mutua para lograr ese objetivo. ¿Tienen derecho? Sin dudas.
Japón y Alemania son la segunda y tercera potencia económica mundial,
mientras que Brasil y Sudáfrica son los países más desarrollados de África
y América del Sur. La India, con más de mil millones de habitantes y dotada
de armas nucleares, tiene igual derecho. Italia, por su parte, aspira a que los
puestos destinados a Europa en el Consejo de Seguridad sean rotatorios y que
Francia y Gran Bretaña renuncien a ser miembros permanentes, cosa difícil
incluso de pensar. Como vemos, el panorama es bien complejo.
Mientras tanto, surgen nuevas ideas para cambiar el sistema de votación y
reformar la ONU. La Casa Blanca, por ejemplo, por boca de algunos de sus
funcionarios, ha sugerido que el sistema de votación debe ser proporcional a
la cantidad de dinero que aporta cada país para el mantenimiento de la ONU,
tal y como ocurre en el Fondo Monetario Internacional. La cuota norteamericana
es casi el 25% del presupuesto, así que sería el país que mayor cantidad de
votos tendría. De igual forma, pretenden aplicar fórmulas corporativas al
funcionamiento de la ONU para hacerla más efectiva. Esa propuesta ha sido
rechazada por la inmensa mayoría de los países, incluidos varios de los
miembros permanentes del Consejo de Seguridad.
Hace pocos días, el señor John Bolton, embajador de dedo de Estados Unidos
ante Naciones Unidas, dijo que si no se reformaba la ONU, Estados Unidos tomaría
las medidas que convinieran a sus intereses. Entre otras, rebajar la cuota que
le corresponde de acuerdo con su Producto Interno Bruto, lo que podría
provocar la bancarrota de la entidad, ya en crisis económica desde hace tiempo
si otros países no asumen esa suma.
Pero, lo peor de la ONU no es su situación económica, sino su pérdida de
credibilidad, en la medida en que los países más poderosos, encabezados por
Estados Unidos, han ido imponiendo su agenda y el doble rasero a la hora de
resolver los conflictos internacionales. Esto no es algo nuevo, pero se hace más
visible ahora en que una sola superpotencia trata de imponer sus intereses.
Un ejemplo típico de ese doble rasero es el caso de Irán, cuyo desarrollo
nuclear ha sido convertido artificialmente por Estados Unidos en un problema
internacional, a los efectos de aplicar sanciones a la nación persa, que
pueden incluir la opción militar. En cambio, la India, Pakistán e Israel
poseen ya armas nucleares, pero no han sido objeto de sanciones por parte del
Consejo de Seguridad ni Estados Unidos ni ninguno de los miembros permanentes
las ha solicitado.
En su discurso de despedida ante la Asamblea General de la ONU, el secretario
general, Kofi Annan dijo, entre otra cosas, al referirse al conflicto
palestino-israelí, que mientras el Consejo de Seguridad sea incapaz de poner
fin a ese conflicto y a los casi 40 años de ocupación israelí, “el respeto
hacia la ONU continuará declinando”. Y más adelante añadió: “Todos
debemos desempeñar nuestro papel en un verdadero orden mundial multilateral,
con una renovada y dinámica Naciones Unidas”. Es difícil que, en las
circunstancias actuales, eso pueda conseguirse. El propio secretario general
saliente no es ajeno al desprestigio del máximo organismo mundial.
Las palabras de Annan me hicieron recordar una frase de Richard Perle –ex
asesor del Pentágono y una de las figuras más connotadas del Proyecto para el
Nuevo Siglo Americano-- en un artículo publicado poco después de la
invasión a Irak: “Gracias a Dios, la ONU ha muerto”. Y otra del actual
embajador de EEUU ante Naciones Unidas, John Bolton, quien escribió que si se
destruyeran los 10 últimos pisos del edificio de la ONU, no pasaría
absolutamente nada.
¿Será el objetivo de la actual Administración de la Casa Blanca acabar con
las Naciones Unidas? La designación de Bolton, un enemigo acérrimo de la ONU,
sin la aprobación del Senado norteamericano, hizo pensar a muchos observadores
que ese era el verdadero propósito del gobierno de W. Bush, si esta no se
convierte en un apéndice de su política exterior.
Cuando termino este artículo, llega la noticia de la detención, en el
aeropuerto John F. Kennedy, de Ricardo Maduro, ministro de relaciones
exteriores de Venezuela, en una acción que quizás sea casual, pero que tiene
todas las características de ser una provocación burda y estúpida, pues un
funcionario diplomático goza de inmunidad según las leyes internacionales.
Eso se une a la prohibición, denunciada por el presidente Hugo Chávez ante el
plenario de la Asamblea General, de que le fue prohibida la entrada a Estados
Unidos a su personal de seguridad y a su médico. Ese no es el único caso.
Esos actos son totalmente contrarios a las obligaciones del gobierno de Estados
Unidos como sede de la ONU. ¿Estará la actual Administración creando las
condiciones para sacar la ONU del territorio norteamericano ante la
imposibilidad de salirse con la suya? Dadas las características del actual
gobierno de W. Bush, todo me parece posible.
Mientras tanto, continúan los reclamos de las naciones del Tercer Mundo de
reformar y democratizar la ONU. Ese fue uno de los acuerdos unánimes de la XIV
Cumbre del Movimiento de Países No Alineados, pero también de la XII y XIII.
Cabría preguntarse, pues, qué pasará con la ONU, convertida nos guste o no y
a pesar de las protestas, en una especie de instrumento de los intereses de los
más poderosos, pero, también, en la única organización donde pueden
denunciarse las presiones y los chantajes imperiales.
Sin la ONU, la humanidad volvería a la época de las cañoneras, que
caracterizó el siglo XIX y la primera mitad del XX y condujo a la Primera y
Segunda Guerra Mundial. En Estados Unidos hay importantes figuras de la extrema
derecha, como Newt Gingrich y James Wooley que dicen que la Tercera Guerra
Mundial ya ha comenzado. De ser así, las Naciones Unidas estorban. Por tanto,
hay que hacer todos los esfuerzos posibles para conservarla, transformarla y
fortalecerla, so pena de volver a la época del colonialismo bajo nuevas
formas. Como siempre, los invito a que mediten.
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