El
imperio derrotado y desnudo
Marina
Menéndez Quintero
La
prepotencia imperial humillada y ofensiva en su total desnudez. Eso fue lo que
pudo contemplar el mundo este martes, en la escenificación de ese combate sin
par que protagoniza Cuba resistiendo —y venciendo—, el bloqueo de Estados
Unidos.
Ya lo había
advertido el canciller Felipe Pérez Roque en el breve contacto telefónico que,
a mediados de sesión, sostuvo desde el Palacio de la ONU con el viceministro,
Abelardo Moreno, quien le timbraba desde La Habana. “Están derrotados”,
aseguró el titular cuando explicaba el motivo de la marcha atrás dada por los
diplomáticos de Washington.
Anotados
inicialmente en la lista para usar de la palabra durante las intervenciones
previas a la votación, se habían borrado, reservando su “discurso” para el
momento en que los representantes de cada país argumentasen el voto. Entonces,
Cuba habría hablado ya.
Para todos los
que teníamos el privilegio de seguir punto a punto, con imagen y sonido, la
trascendente jornada de este martes en el LX período de sesiones de la Asamblea
General, era evidente que los representantes norteamericanos estaban, en efecto,
apabullados.
Al filo de las
12 del día (hora de Nueva York), las cámaras los captaban en su escaño en
medio de furtivas mini conferencias, atizándose uno los vellos del ralo y casi
invisible bigote mientras —¡seguro!— le sugería al otro qué decir;
agachados bajo la andanada con que distintos embajadores fustigaban la descarada
persistencia de Washington, que no solo pretende asesinarnos a los cubanos sino,
además, maniatar y castigar a quien establezca puentes desde cualquier punto
del planeta.
Claro que para
la Casa Blanca resulta cada vez más difícil afrontar este momento, repetido
ayer por decimocuarta vez sin que el insano y obsesivo afán de doblegar a la
Revolución permita a aquellas cabezas pensantes entender que el bloqueo es un
absurdo obsoleto, no por eso menos genocida e ilegal. La víspera lo rechazaron
¡182 naciones!
Tenían que
haber llevado un escudo protector, pero allí no se permiten; así que a los
diplomáticos estadounidenses solo les quedaba cerrar los ojos ante las evidencias
del fracaso en que acabaron sus carreras
de los días precedentes, en búsqueda de adeptos.
Tampoco ayer
alguien los escuchó en su postrer y último llamado por hacer su derrota menos
sonada, salvo Israel —incondicional socio de fechorías—, y los mini-estados
Islas Marshall y Palau, territorios que desde la Segunda Guerra Mundial hasta
hace poco fueron, virtualmente, sus colonias.
“La verdadera
fortaleza consiste en demostrar la sabiduría de reconocer los propios
errores”, les había conminado el embajador de Belarús. “Es decepcionante
comprobar que siguen existiendo prácticas discriminatorias”, señaló, al
directo, el de Laos. “Esperamos que Estados Unidos acepte y respete los
llamados de la comunidad internacional”, reclamó Siria. “No hay, ni puede
haber un solo modelo de democracia ni un solo modelo de desarrollo”, dijo el
representante de Venezuela al recordarles los olvidados preceptos básicos de no
intervención en los asuntos internos de los otros, y el respeto a la soberanía...
Parecía que
los tirones de orejas no podían ser más. Pero el sólido, detallado y
reivindicativo discurso de nuestro Canciller, debió dejarlos en una pieza.
Convincentemente
brillante en su autenticidad, la intervención del Ministro de Relaciones
Exteriores honró a este pueblo. No fue necesario hacer historia. Para demostrar
la agresividad e ilegitimidad del bloqueo, bastó a Pérez Roque una síntesis
apretada de los últimos pasos hostiles implementados contra los cubanos —de
aquí y de allá— por Bush. Lo que con razón Felipe denominó la “histérica
escalada” de agresivas medidas implementadas desde el año 2004 en detrimento,
incluso, de los propios ciudadanos de Estados Unidos.
Empero, nada
permitió aquilatar mejor la hipocresía, el doblez, la chantajista y obtusa
posición que mantiene a sucesivas administraciones norteamericanas
imperturbables ante tanto descalabro, como escuchar a su propio representante.
La intervención,
a seguidas de la de Cuba, fue una necia sarta de requisitos; un recetario sin
originalidad que demostró —como advirtiera antes el Ministro— la carencia
total de razones de parte del Imperio. Fue, en resumen, una reiteración del
plan anexionista con que nos quiere dormir Bush.
“Libre”
comercio, sindicatos “independientes”, empresa “libre”... “Voluntad
política” y “un esfuerzo” para que se dé la “transición”. Con tales
términos quiso disfrazar el yanqui lo que, en verdad, era un listado de
condicionamientos que para los cubanos solo tiene un significado: devolvernos al
pasado; o repetir aquí el devastador esquema que hoy le ha ganado,
precisamente, a Estados Unidos, una terrible derrota diplomática en esta América
Latina que tampoco casi le obedece. Que, a tramos, se le insubordina.
Prepotencia,
intolerancia, miopía... Eso es lo que quedaba a la luz mientras la política
norteamericana hacia Cuba, allí mismo, en el plenario de la ONU, se desvestía.
Sin recato, al aire estaban en Nueva
York las menudencias de la obsesiva agresividad anticubana de Washington. ¡Claro:
y también, otra vez, su imperdonable olvido de que los cubanos no nos vendemos,
no claudicamos, y mucho menos, a estas alturas, nos engatusa algún desventurado
strip-tease.
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