Vientos
de Paz y Justicia
Carlos
Juma
Algunas
veces me pregunto si los gritos por la paz y la justicia son
sólo míos. Me maravilla percibir enredada en mi piel la frágil
sensación de que no estoy solo y que somos muchos los que
perseguimos la paz como objetivo posible aunque esté enmarañada
en círculos sobre círculos.
Un
judío, muy apreciado por mí, rabino por más señas, al
que profeso un gran respeto, me recordaba hace casi
exactamente doce años que las causas del desencuentro entre
los dos pueblos mayoritarios que habitan Palestina eran
responsabilidad de los políticos y de los padrinos de la
guerra de cada cual.
Le creí a pies juntillas porque, entrelazados en mis
recuerdos de infancia, habita en la memoria de los relatos,
aquellas tiernas palabras de mi padre acerca de la
convivencia entre judíos, musulmanes y cristianos; las
acentuaba mi viejo, desgranando, en aquel divertido
castellano arabizado, anécdotas, en las que, miembros de
nuestra familia musulmana, cuidaban una ermita frente a la
Iglesia de Monte de los Olivos. Me hablaba de las vísperas
de los sábados y como encendían las velas para los judíos.
Supe que mi abuelo dejó su vida luchando por la libertad de
la Palestina bajo ocupación otomana sin percibir que era la
víctima del Primer Engaño Mundial.
Nadie acertaba a explicar las causas que hacían del cielo
de Palestina una tumba de disparos en los años que
siguieron a la Primera Guerra Mundial. Se suponía que se
recibiría el pago de tanta sangre con la creación de un
Estado Palestino Independiente una vez liberada del Imperio
Turco. Pero estaba al acecho el Tercer Elemento.
La lectura desapasionada de los orígenes del conflicto
palestino israelí lleva a conclusiones que hacen objetivo,
diana, causa y responsabilidad a los políticos mesiánicos
capaces de venderte una manta en agosto; a ese grupo de
personas que se aleja de su condición humana y desde la
atalaya de sus pirámides, divisan el reparto de las
tierras, de familias.
Te hacen entrega de pasaportes que acreditan tu condición,
-y aunque hoy se diga que de ciudadanos-, no pasas de ser un
vasallo de ellos, un contribuyente a su bienestar y el de
sus descendientes.
Han sido capaces de ampararse en el noble deseo del retorno
pisoteando y borrando derechos de otros; una raya por aquí
y otra por allá, Oriente Medio dividido por líneas
fronterizas, esto para ti y esto para mí.
No quiero evitar retrotraerme y enlazar los cientos de años
de coexistencia y de convivencia entre árabes y judíos con
esta inacabable historia de odios que hoy nos regalan los
políticos de uno y otro pueblo y afirmar que nada de esto
estaría sucediendo si aquellos y estos políticos hubiesen
tenido como respuesta del pueblo su grito y no su silencio o
su sometimiento.
Estoy seguro que no habríamos permitido levantar la mano de
unos contra otros porque aquel judío tiene nombre y aquel
árabe, musulmán o cristiano, también, y no es una guerra
entre unos y otros sino entre personas que, seguramente, en
el silencio de las treguas, se preguntan qué diablos hago
yo en esta guerra. Pues eso, exactamente, lo que han querido
y quieren los políticos al servicio de los señores de la
guerra, y no lo que quieres tú.
Hay que seguir ordenando silencio a esta señalada estirpe
de políticos, esclavos de los señores de la guerra, e
invitarles a que se vayan a comer fecalomas que entretengan
sus mandíbulas. Importa mucho silenciar esta fábrica de
miserias córtico frontales con los gritos de la gente que
ama la Paz y la Justicia.
Pues eso, “que somos gente pacífica y no nos gusta
chillar” (repetir cien veces aumentando el volumen de voz
lenta y progresivamente hasta la afonía).
Creo y confío en el ser humano que ama la Paz y la Justicia
y cuyos hechos hablan por ellos mismos. De los demás, por
las mismas razones los conoceremos.
¿En qué punto cardinal se anudan estos invencibles sueños?
|