Más allá de las hambrunas
Rafael Morales
Cuando el hambre crece y el pan
escasea se forman grandes colas en las panaderías. Entonces aparece el policía
encargado de guardar el orden. Suele ocurrir que el gendarme cumple con su
trabajo, pero además lleva a su familia los mejores panecillos y los más
calientes. Se trata de una forma de la corrupción primaria del burócrata que
nace de la miseria. Supongo que a nadie le parecería una buena idea que las
autoridades suspendieran el reparto del pan entre la población tras descubrir
la corruptela. Pues bien, la ONU acaba de castigar a Uganda porque descubrió
corrupciones en la gestión de las aportaciones internacionales para combatir el
sida y otras enfermedades. Ha congelado la ayuda.
Conocíamos los niveles de miseria que las orientaciones
neoliberales apadrinadas por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional
(FMI) está cosechando en la mayor parte de este planeta. La mitad de la población
mundial sobrevive con menos de dos euros al día. Unos 600 millones de niños
asiáticos viven en la pobreza y la mitad de esa población más joven carece de
acceso al agua potable, los alimentos, la salud y la educación. No cansaré con
demasiadas cifras. La ONU acaba de reconocer que, a pesar del cacareado
crecimiento económico mundial, las fracturas entre ricos y pobres aumentaron
durante los últimos diez años. Cientos de millones de seres humanos pagaron
con hambre, enfermedades y muertes (un verdadero genocidio económico) el estúpido
principio según el cual el crecimiento trae automáticamente el bienestar.
¿Seguimos empeorando? Desde luego. El secretario general Kofi Annan, la ONU y
la mayor parte de las organizaciones humanitarias internacionales llevan semanas
clamando por la solidaridad con los hambrientos a punto de perecer (más de tres
millones y medio de personas) en Níger, el país más pobre del mundo después
de Sierra Leona. Digo que empeoramos porque aquí ya no se trata de una
consecuencia más o menos previsible de un sistema de relaciones económicas
internacionales siniestro, sino de certezas absolutas. Todo el mundo sabía
desde el año pasado que las malas cosechas ayudarían a provocar esta hambruna
en Níger y en otros países de la región. Hubo tiempo de sobra para preparar
los mecanismos de solidaridad y evitar la catástrofe, pero no se hizo prácticamente
nada aunque sobraban y sobran los recursos.
Y vamos tocando fondo. Vimos que la mitad de la población mundial sobrevive con
menos de dos euros al día. Pues bien, la proporción de ugandeses en estas
condiciones agónicas asciende al 97%. Que la corrupción de funcionarios
gubernamentales florezca en esa situación forma parte de la lógica elemental
de la lucha por la sobrevivencia. Naciones Unidas creó en 2002 el Fondo Global
contra el sida, la tuberculosis y la malaria. Uganda venía beneficiándose (y
supongo que así será en el futuro) de este fondo por medio de cinco ayudas
destinadas a combatir aquellas enfermedades. Pero la ONU ha descubierto
evidencias de mala gestión por parte del ministerio de Sanidad del presidente
Museweni e inmediatamente decidió “congelar” las ayudas. De un millón y
medio de infectados sólo por el sida, apenas 100.000 reciben un tratamiento
adecuado. Entonces, ¿tienen que pagar estos enfermos, los pocos que reciben la
miserable ayuda internacional, los desmanes de su Gobierno? Sancionen, si así
procede, a Museweni y a sus ministros, pero sigan ayudando a los afectados. No
dejen de repartir el pan.
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