Una guerra olvidada y también perdida
Juana Carrasco Martín
(6 de Julio de 2005)
LA
frase da mucho que pensar: “Las naciones libres son naciones pacíficas. Las
naciones libres no se atacan unas a las otras. Las naciones libres no
desarrollan armas de destrucción masiva”. Podríamos concordar con ello, lo
paradójico es que quien la pronunció para que fuera cumplimiento de otros y
justificación para su proceder contrario es nada menos que George W. Bush.
Pero
viene al caso recordarla en la primera guerra con que el nada pacífico régimen
bushiano inauguró su cruzada, la de Afganistán. Sobre todo porque los
acontecimientos más recientes están confirmando que el flujo permanente de
malas noticias no procede solamente de Iraq.
En
el país mesopotámico más de 1 750 soldados muertos indican que la
resistencia, en lugar de “debilitarse”, como proclaman en Washington, lleva
una espiral ascendente y no corresponde ni exclusiva ni mayoritariamente a los
llamados combatientes extranjeros ni al terrorismo internacional, a quienes el
Pentágono y el equipo casablanquino atribuyen todas las acciones.
En
Afganistán, la insurgencia es vinculada por el Pentágono y la prensa
estadounidense al antiguo gobierno Talibán, y ésa es efectivamente una de las
fuentes del actual estallido de violencia, y a los remanentes de la organización
terrorista Al-Qaeda, aunque la complejidad de esa sociedad, en guerra permanente
desde hace dos decenas de años, más la presencia de las fuerzas de ocupación
extranjeras, hace prudente dejar una puerta abierta para otros posibles
protagonistas, entre quienes no pueden obviarse los señores de la guerra y del
gran negocio de la droga…
Las
semanas más recientes son testigos de combates diarios, derribo o
“accidentes” de helicópteros, unidades de tropas elites estadounidenses
perdidas, estallidos de bombas, atentados a miembros del gobierno establecido
por el padrinazgo y la voluntad de los invasores. Como consecuencia más
palpable e inmediata, en no pocos poblados y ciudades de Estados Unidos hay luto
por sus muertos en Afganistán, también entre las familias del personal militar
afgano y en las filas de los combatientes que resisten.
La
realidad nubla el optimismo del pasado abril, cuando el más alto oficial de
mando estadounidense en esa nación del Asia Central, teniente general David
Barno, visionaba: “…La mayoría (del Talibán) estará colapsando y uniéndose
a los procesos políticos y económicos afganos” dentro de un año.
Sin
embargo, el 2005 está siendo el año más peligroso y mortal para las tropas
estadounidenses en Afganistán desde el 2001, al punto que han muerto en el
primer semestre 54 efectivos, llevando el número total, cuando recién
comenzaba julio, a 208 bajas.
En los días
más recientes, el derribo con un lanzacohetes de un helicóptero militar
norteamericano MH-47 en la región montañosa fronteriza con Paquistán, con el
saldo de 16 efectivos de las Fuerzas Especiales muertos, más la desaparición
en el Este del país de un team de reconocimiento de los SEALS de la
marina y de las fuerzas especiales del ejército
que participaban en la Operación Ala Roja (Red Wing), un intento
infructuoso de derrotar a los combatientes en la provincia de Kunar, tensa la
situación.
Y ya
estaba complicada con la muerte de otros seis estadounidenses en junio, a causa
de bombas en el camino, un arma empleada con efectividad por la insurgencia
iraquí y ahora en vigor también en Afganistán.
Para
quienes persisten en mantener la presencia norteamericana allende sus fronteras
bajo el pretexto de la guerra contra el terrorismo, las estadísticas deben
verse como señal de que el gobierno afgano está amenazado y requerirá durante
años el soporte de los 18 000 soldados de EE.UU., que por cierto en el primer año
de esta guerra llegaron a ser sólo 8 000 efectivos.
Así
lo pronostica el Centro para la Seguridad Internacional y una Política de
Defensa de la Rand Corp.
El
panorama complica el camino hacia las elecciones nacionales planificadas para
septiembre, y ya se habla por la oficialidad del Pentágono de emplear igual táctica
que en Iraq: incrementar “temporalmente” sus fuerzas emplazadas en Afganistán
para responder a los ataques, aunque todavía el Comando Central no ha hecho tal
requerimiento.
Cientos
de tropas estadounidenses peinan ahora esas áreas y se adjudican haber matado a
combatientes talibanes en la provincia de Uruzgan, aunque informaciones de
prensa hablan de víctimas civiles en los bombardeos realizados por los
ocupantes.
Sin
embargo, hay más ataques, mejor organizados, más letales y extendidos a varias
regiones afganas, como anotaban algunos expertos. Por esa razón, no sólo
Estados Unidos considera el incremento de sus fuerzas, sino que se planea el envío
de tropas adicionales por parte de la OTAN a las zonas del Este y el Sur de
Afganistán.
En el análisis,
aunque sea somero, de la realidad afgana, no puede olvidarse que Estados Unidos
y sus aliados están intentando llevar por la fuerza una “democracia” al
estilo occidental y una cultura, ajenas por completo a una cultura y una
sociedad totalmente diferentes, enraizadas en un país extremadamente pobre,
pero no dude nadie que orgulloso de sus tradiciones islámicas, aunque ellas
puedan ser demasiado estrictas a los ojos del engreído Occidente...
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