BARRIO DE POZAS

                         Barrio de Pozas. soles rojos en aquellas tardes de otoño

en las que una ciega, que apoyaba sus míseras pertenencias en la herrumbrosa verja del Buen Suceso, cantaba, con buena voz y mejor estilo, sucesos tremendos , que aunque viejos ya y sabidos, volvían a revivir en aquella límpida voz que se hacía acompañar de una vieja guitarra.

El gacetillero que tenía su chiscón en un portal de la esquina de la Plaza de España, voceaba su variada mercancía calle abajo: revistas femeninas con los últimos figurines llegados de París, panfletos políticos, pliegos de cordel, viñetas para los más pequeños...

Subían las carretas del lado del Manzanares con su carga de jara camino de los hornos de las panaderías; el carro del aguador se paraba en la esquina a hacer el reparto, la mula golpeaba con sus cascos los adoquines recién colocados... El coche de algún principal, cochero y lacayos de vistosa librea se abría paso, tirado por hermosos caballos, hacia alguna de las nuevas construcciones que se venían levantando últimamente en la zona, construcciones lujosas de amplios ventanales y rodeadas de hermosos jardines y altas verjas, en las que la nueva burguesía o la antigua nobleza con posibles, venía a refugiarse huyendo del abigarrado y antihigiénico centro.

... y la nueva barriada obrera de Pozas, con sus casas apiñadas y sus patios minúsculos en los que las mujeres tendían la ropa que habían lavado por la mañana en el río, a la vera de San Antonio de la Florida. Barrio de Pozas...

Hombres de ciencia de severo aspecto, invariablemente vestidos de negro, salían de dos en dos del Hospital, llevaban chistera y elegante bastón; pero también salían de él tullidos y enfermos de cara amarilla cuyo sostén solían ser una mujer fuerte arrebujada en pañolón negro; los albañiles se afanaban en los tajos...

A veces una suave tonalidad gris, algodonosa, parecía envolverlo y todo parecía quedarse quieto, como dormido, hasta que, de pronto, la nueva fábrica de Gal, con su alta chimenea cual faro al final de la calle, desataba sus sirenas y abría sus puertas, las aceras se inundaban, entonces, de risas y mantones rameados, las chicas de la fábrica se mostraban alegres de volver a sus casas, a sus barrios... Y del otro lado los húsares de vistosos uniformes y relucientes botas volvían a su cuartel, mientras el mielero que había dejado su pensión de la Cava Baja por la mañana con la cesta llena, volvía a ella con la cesta medio llena o medio vacía, según se hubiera dado el día, para tomar al día siguiente la diligencia que le devolviera a su tierra.

Barrio de Pozas, un barrio vivo y esperanzador...  

(De "En el tranvía" de Coro Entreaguas)