Nican Mopohua
Relato original de las apariciones de Guadalupe. - texto
en español.
EL relato sobre las apariciones de
Guadalupe es llamado así, porque comienza con esas dos palabras "nican
mopohua", que
significan "aquí se narra...".
Fué escrito en lengua náhuatl entre
1540 a 1545, por el indio noble y erudito don Antonio Valeriano (1520-1605),
conocedor del náhuatl clásico, su idioma natal.
NICAN MOPUHUA
Aquí se narra, se ordena, cómo hace poco,
milagrosamente se apareció la perfecta virgen Santa María, madre de Dios,
nuestra reina, allá en el Tepeyac, de renombre GUADALUPE.
Primero se hizo ver de un indito, su nombre Juan Diego; y
después se apareció su preciosa imagen delante del reciente obispo don
fray Juan de Zumárraga. (...)
-
Diez años después de conquistada la
ciudad de México, cuando ya estaban depuestas las flechas, los escudos,
cuando por todas partes había paz en los pueblos,
-
así como brotó, ya verdece, ya abre su
corola la fe, el conocimiento de Aquél por quien se vive: el verdadero
Dios.
-
En aquella sazón, el año 1531, a los pocos días
del mes de diciembre, sucedió que había un indito, un pobre hombre del
pueblo,
-
Su nombre era Juan Diego, según se dice, vecino
de Cuauhtitlan,
-
y en las cosas de Dios, en todo
pertenecía a Tlatilolco.
-
Era sábado, muy de madrugada, venía en pos de
Dios y de sus mandatos.
-
Y al llegar cerca del cerrito llamado Tepeyac
ya amanecía.
-
Oyó cantar sobre el cerrito, como el canto de
muchos pájaros finos; al cesar sus voces, como que les respondía el
cerro, sobremanera suaves, deleitosos, sus cantos sobrepujaban al del
coyoltototl y del tzinitzcan y al de otros pájaros finos.
-
Se detuvo a ver Juan Diego. Se dijo:
¿Por ventura soy digno, soy merecedor de lo que oigo? ¿Quizá nomás lo
estoy soñando? ¿Quizá solamente lo veo como entre sueños?
-
¿Dónde estoy? ¿Dónde me veo? ¿Acaso allá
donde dejaron dicho los antiguos nuestros antepasados, nuestros abuelos:
en la tierra de las flores, en la tierra del maíz, de nuestra carne, de
nuestro sustento; acaso en la tierra celestial?
-
Hacia allá estaba viendo, arriba del
cerrillo, del lado de donde sale el sol, de donde procedía el precioso
canto celestial.
-
Y cuando cesó de pronto el canto, cuando
dejó de oírse, entonces oyó que lo llamaban, de arriba del cerrillo, le
decían: "JUANITO, JUAN DIEGUITO".
-
Luego se atrevió a ir a donde lo
llamaban; ninguna turbación pasaba en su corazón ni ninguna cosa lo
alteraba, antes bien se sentía alegre y contento por todo extremo; fue a
subir al cerrillo para ir a ver de dónde lo llamaban.
-
Y cuando llegó a la cumbre del cerrillo,
cuando lo vio una Doncella que allí estaba de pie,
-
lo llamó para que fuera cerca de Ella.
-
Y cuando llegó frente a Ella mucho
admiró en qué manera sobre toda ponderación aventajaba su perfecta
grandeza:
-
su vestido relucía como el sol, como
que reverberaba,
-
y la piedra, el risco en el que estaba de pie,
como que lanzaba rayos;
-
el resplandor de Ella como preciosas piedra,
como ajorca (todo lo más bello) parecía
-
la tierra como que relumbraba con los
resplandores del arco iris en la niebla.
-
Y los mezquites y nopales y las demás
hierbecillas que allí se suelen dar, parecían como esmeraldas. Como
turquesa aparecía su follaje. Y su tronco, sus espinas, sus aguates,
relucían como el oro.
-
En su presencia se postró. Escuchó su
aliento, su palabra, que era extremadamente glorificadora, sumamente
afable, como de quien lo atría y estimaba mucho.
-
Le dijo:-
"ESCUCHA,
HIJO MÍO EL MENOR, JUANITO. ¿A DÓNDE TE DIRIGES?"
-
Y él le contestó: "Mi Señora, Reina,
Muchachita mía, allá llegaré, a tu casita de México Tlatilolco, a seguir
las cosas de Dios que nos dan que nos enseñan quienes son las imágenes
de Nuestro Señor: nuestros sacerdotes"
-
En seguida, con esto dialoga con él, le
descubre su preciosa voluntad;
-
Le dice:
"SÁBELO, TEN
POR CIERTO, HIJO MÍO EL MÁS PEQUEÑO, QUE YO SOY LA PERFECTA SIEMPRE
VIRGEN SANTA MARÍA, MADRE DEL VERDADERÍSIMO DIOS POR QUIEN SE VIVE, EL
CREADOR DE LAS PERSONAS, EL DUEÑO DE LA CERCANÍA Y DE LA INMEDIACIÓN, EL
DUEÑO DEL CIELO, EL DUEÑO DE LA TIERRA, MUCHO DESEO QUE AQUÍ ME LEVANTEN
MI CASITA SAGRADA.
-
EN DONDE LO MOSTRARÉ, LO ENSALZARÉ AL
PONERLO DE MANIFIESTO:
-
LO DARÉ A LAS GENTES EN TODO MI AMOR PERSONAL,
EN MI MIRADA COMPASIVA, EN MI AUXILIO, EN MI SALVACIÓN:
-
PORQUE YO EN VERDAD SOY VUESTRA MADRE
COMPASIVA,
-
TUYA Y DE TODOS LOS HOMBRES QUE EN ESTA
TIERRA ESTÁIS EN UNO,
-
Y DE LAS DEMÁS VARIADAS ESTIRPES DE
HOMBRES, MIS AMADORES, LOS QUE A MÍ CLAMEN, LOS QUE ME BUSQUEN, LOS QUE
CONFÍEN EN MÍ,
-
PORQUE ALLÍ LES ESCUCHARÉ SU LLANTO, SU
TRISTEZA, PARA REMEDIAR PARA CURAR TODAS SUS DIFERENTES PENAS, SUS
MISERIAS, SUS DOLORES.
-
Y PARA REALIZAR LO QUE PRETENDE MI COMPASIVA
MIRADA MISERICORDIOSA, ANDA AL PALACIO DEL OBISPO DE MEXICO, Y LE DIRÁS
QUE CÓMO YO TE ENVÍO, PARA QUE LE DESCUBRAS CÓMO MUCHO DESEO QUE AQUÍ ME
PROVÉA DE UNA CASA, ME ERIJA EN EL LLANO MI TEMPLO; TODO LE CONTARÁS,
CUANTO HAS VISTO Y ADMIRADO, Y LO QUE HAS OÍDO.
-
Y TEN POR SEGURO QUE MUCHO LO AGRADECERÉ Y LO
PAGARÉ,
-
QUE POR ELLO TE ENRIQUECERÉ, TE
GLORIFICARÉ;
-
Y MUCHO DE ALLÍ MERECERÁS CON QUE YO
RETRIBUYA TU CANSANCIO, TU SERVICIO CON QUE VAS A SOLICITAR EL ASUNTO AL
QUE TE ENVÍO.
-
YA HAS OÍDO, HIJO MÍO EL MENOR, MI
ALIENTO MI PALABRA; ANDA, HAZ LO QUE ESTÉ DE TU PARTE".
-
E inmediatamente en su presencia se postró; le
dijo:_ "Señora mía, Niña, ya voy a realizar tu venerable aliento, tu
venerable palabra; por ahora de Ti me aparto, yo, tu pobre indito".
-
Luego vino a bajar para poner en obra
su encomienda: vino a encontrar la calzada, viene derecho a México.
-
Cuando vino a llegar al interior de la
ciudad, luego fue derecho al palacio del obispo, que muy recientemente
había llegado, gobernante sacerdote; su nombre era D. Fray Juan de
Zumárraga, sacerdote de San Francisco.
-
Y en cuanto llegó luego hace el
intento de verlo, les ruega a sus servidores, a sus ayudantes, que vayan
a decírselo;
-
después de pasado largo rato vinieron a
llamarlo, cuando mandó el señor obispo que entrara.
-
Y en cuanto entró, luego ante él se
arrodilló, se postró, luego ya le descubre, le cuenta el precioso
aliento, la preciosa palabra de la Reina del Cielo, su mensaje, y
también le dice todo lo que admiró lo que vio, lo que oyó.
-
Y habiendo escuchado toda su narración,
su mensaje, como que no mucho lo tuvo por cierto,
-
le respondió, le dijo: "Hijo mío, otra
vez vendrás, aun con calma te oiré, bien aun desde el principio miraré,
consideraré la razón por la que has venido, tu voluntad, tu deseo".
-
Salió; venía triste porque no se realizó
de inmediato su encargo.
-
Luego se volvió, al terminar el día ,
luego de allá se vino derecho a la cumbre del cerrillo,
-
y tuvo la dicha de encontrar a la Reina
del Cielo: allí cabalmente donde la primera vez se le apareció, lo
estaba esperando.
-
Y en cuanto la vio, ante Ella se
postró, se arrojó por tierra, le dijo:
-
"Patroncita, Señora, Reina, Hija mía la
más pequeña, mi Muchachita, ya fui a donde me mandaste a cumplir tu
amable aliento, tu amable palabra; aunque difícilmente entré a donde es
el lugar del gobernante sacerdote, lo vi, ante él expuse tu aliento, tu
palabra, como me lo mandaste.
-
Me recibó amablemente y lo escuchó
perfectamente, pero, por lo que me respondió, como que no lo entendió,
no lo tiene por cierto.
-
Me dijo: "Otra vez vendrás; aun con calma te
escucharé, bien aun desde el principio veré por lo que has venido, tu
deseo, tu voluntad".
-
Bien en ello miré, según me respondió,
que piensa que tu casa que quieres que te hagan aquí, tal vez yo nada
más lo invento, o que tal vez no es de tus labios;
-
mucho te suplico, Señora mía; Reina,
Muchachita mía, que a alguno de los nobles, estimados, que sea conocido,
respetado, honrado, le encargues que conduzca, que lleve tu amable
aliento, tu amable palabra para que le crean.
-
Porque en verdad yo soy un hombre del campo,
soy mecapal, soy parihuela, soy cola, soy ala; yo mismo necesito ser
conducido, llevado a cuestas, no es lugar de mi andar ni de mí detenerme
allá a donde me envías, Virgencita mía, Hija mía menor, Señora, Niña;
-
por favor dispénsame: afligiré con pena
tu rostro, tu corazón; iré a caer en tu enojo, en tu disgusto, Señora
Dueña mía".
-
Le respondió la perfecta Virgen, digna
de honra y veneración:
-
"ESCUCHA, EL MÁS PEQUEÑO DE MIS HIJOS,
TEN POR CIERTO QUE NO SON ESCASOS MIS SERVIDORES, MIS MENSAJEROS, A
QUIENES ENCARGUÉ QUE LLEVEN MI ALIENTO MI PALABRA, PARA QUE EFECTÚEN MI
VOLUNTAD;
-
PERO ES MUY NECESARIO QUE TÚ,
PERSONALMENTE, VAYAS, RUEGUES, QUE POR TU INTERCESIÓN SE REALICE, SE
LLEVE A EFECTO MI QUERER, MI VOLUNTAD.
-
Y, MUCHO TE RUEGO, HIJO MÍO EL MENOR, Y
CON RIGOR TE MANDO, QUE OTRA VEZ VAYAS MAÑANA A VER AL OBISPO.
-
Y DE MI PARTE HAZLE SABER, HAZLE OÍR MI
QUERER, MI VOLUNTAD, PARA QUE REALICE, HAGA MI TEMPLO QUE LE PIDO.
-
Y BIEN, DE NUEVO DILE DE QUÉ MODO YO,
PERSONALMENTE, LA SIEMPRE VIRGEN SANTA MARÍA, YO, QUE SOY LA MADRE DE
DIOS, TE MANDO".
-
Juan Diego, por su
parte, le respondió, le dijo:_ "Señora mía, Reina, Muchachita mía, que
no angustie yo con pena tu rostro, tu corazón; con todo gusto iré a
poner por obra tu aliento, tu palabra; de ninguna manera lo dejaré de
hacer, ni estimo por molesto el camino.
-
Iré a poner en obra tu voluntad, pero
tal vez no seré oído, y si fuere oído quizás no seré creído.
-
Mañana en la tarde, cuando se meta el
sol, vendré a devolver a tu palabra, a tu aliento, lo que me responda el
gobernante sacerdote.
-
Ya me despido de Tí respetuosamente, Hija mía la
más pequeña, Jovencita, Señora, Niña mía, descansa otro poquito.
-
Y luego se fue él a su casa a descansar.
-
Al día siguiente, domingo, bien todavía
en la nochecilla, todo aún estaba oscuro, de allá salió, de su casa, se
vino derecho a Tlatilolco, vino a saber lo que pertenece a Dios y a ser
contado en lista; luego para ver al señor obispo.
-
Y a eso de las diez fue cuando ya
estuvo preparado: se había oído misa y se había nombrado lista y se
había dispersado la multitud.
-
Y Juan Diego luego fue al palacio del señor
obispo.
-
Y en cuanto llegó hizo toda la lucha
por verlo, y con mucho trabajo otra vez lo vió;
-
a sus pies se hincó, lloró, se puso
triste al hablarle, al descubrirle la palabra, el aliento de la Reina
del Cielo,
-
que ojalá fuera creída la embajada, la
voluntad de la Perfecta Virgen, de hacerle, de erigirle su casita
sagrada, en donde había dicho, en donde la quería
-
Y el gobernante obispo muchísimas cosas
le preguntó, le investigó, para poder cerciorarse, dónde la había visto,
cómo era Ella; todo absolutamente se lo contó al señor obispo.
-
Y aunque todo absolutamente se lo declaró, y en
cada cosa vió, admiró que aparecía con toda claridad que Ella era la
Perfecta Virgen, la Amable, Maravillosa Madre de Nuestro Salvador
Nuestro Señor Jesucristo,
-
sin embargo, no luego se realizó.
-
Dijo que no sólo por su palabra, su
petición se haría, se realizaría lo que él pedía,
-
que era muy necesaria alguna otra señal para
poder ser creído cómo a él lo enviaba la Reina del Cielo en persona.
-
Tan pronto como lo oyó Juan Diego, le
dijo al obispo:
-
"Señor gobernante, considera cuál será
la señal que pides, porque luego iré a pedírsela a la Reina del Cielo
que me envió".
-
Y habiendo visto el obispo que
ratificaba, que en nada vacilaba ni dudaba, luego lo despacha.
-
Y en cuanto se viene, luego le manda a
algunos de los de su casa en los que tenía absoluta confianza, que lo
vinieran siguiendo, que bien lo observaran a dónde iba, a quién veía,
con quién hablaba.
-
Y así se hizo. Y Juan Diego luego se
vino derecho. Siguió la calzada.
-
Y los que lo seguían, donde sale la barranca
cerca del Tepeyac, en el puente de madera lo vinieron a perder. Y aunque
por todas partes buscaron, ya por ninguna lo vieron.
-
Y así se volvieron. No sólo porque con
ello se fastidiaron grandemente, sino también porque les impidió su
intento, los hizo enojar.
-
Así le fueron a contar al señor obispo, le
metieron en la cabeza que no le creyera, le dijeron cómo nomás le
contaba mentiras, que nada más inventaba lo que venía a decirle, o que
sólo soñaba o imaginaba lo que le decía, lo que le pedía.
-
Y bien así lo determinaron que si otra
vez venía, regresaba, allí lo agarrarían, y fuertemente lo castigarían,
para que ya no volviera a decir mentiras ni a alborotar a la gente.
-
Entre tanto, Juan Diego estaba con la
Santísima Virgen, diciéndole la respuesta que traía del señor obispo;
-
la que, oída por la Señora, le dijo:
-
"BIEN ESTÁ, HIJITO MÍO, VOLVERÁS AQUÌ
MAÑANA PARA QUE LLEVES AL OBISPO LA SEÑAL QUE TE HA PEDIDO;
-
CON ESO TE CREERÁ Y ACERCA DE ESTO YA
NO DUDARÁ NI DE TI SOSPECHARÁ;
-
Y SÁBETE, HIJITO MÍO, QUE YO TE PAGARÉ TU
CUIDADO Y EL TRABAJO Y CANSANCIO QUE POR MI HAS EMPRENDIDO;
-
EA, VETE AHORA; QUE MAÑANA AQUÍ TE AGUARDO".
-
Y al día siguiente, lunes, cuando debía
llevar Juan Diego alguna señal para ser creído, ya no volvió.
-
Porque cuando fué a llegar a su casa,
a un su tío, de nombre Juan Bernardino, se le había asentado la
enfermedad, estaba muy grave.
-
Aun fué a llamarle al médico, aún hizo
por él, pero ya no era tiempo, ya estaba muy grave.
-
Y cuando anocheció, le rogó su tío que
cuando aún fuere de madrugada, cuando aún estuviere oscuro, saliera
hacia acá, viniera a llamar a Tlatilolco algún sacerdote para que fuera
a confesarlo, para que fuera a prepararlo,
-
porque estaba seguro de que ya era el
tiempo, ya el lugar de morir, porque ya no se levantaría, ya no se
curaría.
-
Y el martes, siendo todavía mucho muy
de noche, de allá vino a salir, de su casa, Juan Diego, a llamar el
sacerdote a Tlatilolco,
-
y cuando ya acertó a llegar al lado del
cerrito terminación de la sierra, al pie, donde sale el camino, de la
parte en que el sol se mete, en donde antes él saliera, dijo:
-
"Si me voy derecho por el camino, no vaya a ser
que me vea esta Señora y seguro, como antes, me detendrá para que le
lleve la señal al gobernante eclesiástico como me lo mandó;
-
que primero nos deje nuestra
tribulación; que antes yo llame de prisa al sacerdote religioso, mi tío
no hace más que aguardarlo".
-
En seguida le dio la vuelta al cerro,
subió por enmedio y de ahí atravesando, hacia la parte oriental fue a
salir, para rápido ir a llegar a México, para que no lo detuviera la
Reina del Cielo.
-
Piensa que por donde dio la vuelta no lo
podrá ver la que perfectamente a todas partes está mirando.
-
La vio cómo vino a bajar de sobre el
cerro, y que de allí lo había estado mirando, de donde antes lo veía.
-
Le vino a salir al encuentro a un lado
del cerro, le vino a atajar los paso; le dijo:
-
"¿QUÉ PASA, EL MÁS PEQUEÑO DE MIS HIJOS? ¿A
DÓNDE VAS, A DÓNDE TE DIRIGES?".
-
Y él, ¿tal vez un poco se apenó, o quizá
se avergonzó? ¿o tal vez de ello se espantó, se puso temeroso?
-
En su presencia se postró, la saludó,
le dijo:
-
"Mi Jovencita, Hija mía la más pequeña,
Niña mía, ojalá que estés contenta; ¿cómo amaneciste? ¿Acaso sientes
bien tu amado cuerpecito, Señora mía, Niña mía?
-
Con pena angustiaré tu rostro, tu
corazón: te hago saber, Muchachita mía, que está muy grave un servidor
tuyo, tío mío.
-
Una gran enfermedad se le ha asentado,
seguro que pronto va a morir de ella.
-
Y ahora iré de prisa a tu casita de
México, a llamar a alguno de los amados de Nuestro Señor, de nuestros
sacerdotes, para que vaya a confesarlo y a prepararlo,
-
porque en realidad para ello nacimos,
los que vinimos a esperar el trabajo de nuestra muerte.
-
Más, si voy a llevarlo a efecto, luego
aquí otra vez volveré para ir a llevar tu aliento, tu palabra, Señora,
Jovencita mía.
-
Te ruego me perdones, ténme todavía un
poco de paciencia, porque con ello no te engaño, Hija mía la menor, Niña
mía, mañana sin falta vendré a toda prisa".
-
En cuanto oyó las razones de Juan
Diego, le respondió la Piadosa Perfecta Virgen:
-
"ESCUCHA, PÓNLO EN TU CORAZÓN, HIJO MÍO EL
MENOR, QUE NO ES NADA LO QUE TE ESPANTÓ, LO QUE TE AFLIGIÓ, QUE NO SE
PERTURBE TU ROSTRO, TU CORAZÓN; NO TEMAS ESTA ENFERMEDAD NI NINGUNA OTRA
ENFERMEDAD, NI COSA PUNZANTE, AFLICTIVA.
-
¿NO ESTOY AQUI, YO, QUE SOY TU MADRE?
¿NO ESTÁS BAJO MI SOMBRA Y RESGUARDO? ¿NO SOY, YO LA FUENTE DE TU
ALEGRÍA? ¿NO ESTÁS EN EL HUECO DE MI MANTO, EN EL CRUCE DE MIS BRAZOS?
¿TIENES NECESIDAD DE ALGUNA OTRA COSA?.
-
QUE NINGUNA OTRA COSA TE AFLIJA, TE
PERTURBE; QUE NOTE APRIETE CON PENA LA ENFERMEDAD DE TU TÍO, PORQUE DE
ELLA NO MORIRÁ POR AHORA. TEN POR CIERTO QUE YA ESTÁ BUENO"
-
(Y luego en aquel mismo momento sanó su tío,
como después se supo).
-
Y Juan Diego, cuando oyó la amable
palabra, el amable aliento de la Reina del Cielo, muchísimo con ello se
consoló, bien con ello se apaciguó su corazón,
-
y le suplicó que inmediatamente lo
mandara a ver al gobernador obispo, a llevarle algo de señal, de
comprobación, para que creyera
-
la Reina Celestial luego le mandó que
subiera a la cumbre del cerrillo, en donde antes la veía;
-
Le dijo:
"SUBE, HIJO
MÍO EL MENOR, A LA CUMBRE DEL CERRILLO, A DONDE ME VISTE Y TE DI ÓRDENES
-
ALLÍ VERÁS QUE HAY VARIADAS FLORES:
CÓRTALAS, REÚNELAS, PONLAS TODAS JUNTAS; LUEGO, BAJA AQUÍ; TRÁELAS AQUÍ,
A MI PRESENCIA".
-
Y Juan Diego luego subió al cerrillo,
-
y cuando llegó a la cumbre, mucho admiró cuantas
había florecidas, abiertas sus corolas, flores las más variadas, bellas
y hermosas, cuando todavía no era su tiempo:
-
porque de veras que en aquella sazón
arreciaba el hielo;
-
estaban difundiendo un olor suavísimo;
como perlas preciosas, como llenas de rocío nocturno.
-
Luego comenzó a cortarlas, todas las
juntó, las puso en el hueco de su ayate.
-
Por cierto que en la cumbre del cerrito
no era lugar en que se dieran ningunas flores, sólo abundan los riscos,
abrojos, espinas; nopales, mezquites,
-
y si acaso algunas hierbecillas se solían dar,
entonces era el mes de diciembre, en que todo lo come, lo destruye el
hielo.
-
Y en seguida vino a bajar, vino a
traerla a la Niña Celestial las diferentes flores que había ido a
cortar,
-
y cuando las vio, con sus venerables
manos las tomó;
-
luego otra vez se las vino a poner todas
juntas en el hueco de su ayate, le dijo:
-
"MI HIJITO MENOR, ESTAS DIVERSAS FLORES SON LA
PRUEBA, LA SEÑAL QUE LLEVARÁS AL OBISPO;
-
DE MI PARTE LE DIRÁS QUE VEA EN ELLAS
MI DESEO, Y QUE POR ELLO REALICE MI QUERER, MI VOLUNTAD.
-
Y TÚ..., TÚ QUE ERES MI MENSAJERO...,
EN TI ABSOLUTAMENTE SE DEPOSITA LA CONFIANZA;
-
Y MUCHO TE MANDO, CON RIGOR QUE NADA
MÁS A SOLAS EN LA PRESENCIA DEL OBISPO EXTIENDAS TU AYATE, Y LE ENSEÑES
LO QUE LLEVAS.
-
Y LE CONTARÁS TODO PUNTUALMENTE LE
DIRÁS QUE TE MANDÉ QUE SUBIERAS A LA CUMBRE DEL CERRITO A CORTAR FLORES,
Y CADA COSA QUE VISTE Y ADMIRASTE,
-
PARA QUE PUEDAS CONVENCER AL GOBERNANTE
SACERDOTE, PARA QUE LUEGO PONGA LO QUE ESTÁ DE SU PARTE PARA QUE SE
HAGA, SE LEVANTE MI TEMPLO QUE LE HE PEDIDO".
-
Y en cuanto le dio su mandato la Celestial
Reina, vino a tomar la calzada, viene derecho a México, ya viene
contento.
-
Ya así viene sosegado su corazón, porque vendrá a
salir bien, lo llevará perfectamente.
-
Mucho viene cuidando lo que está en el
hueco de su vestidura, no vaya a ser que algo tire;
-
viene disfrutando del aroma de las
diversas preciosas flores.
-
Cuando vino a llegar al palacio del
obispo, lo fueron a encontrar el portero y los demás servidores del
sacerdote gobernante,
-
y les suplicó que le dijeran cómo deseaba verlo,
pero ninguno quiso, fingían que no le entendían, o tal vez porque aún
estaba muy oscuro,
-
o tal vez porque ya lo conocían que
nomás los molestaba, los importunaba,
-
y ya les habían contado sus compañeros,
los que lo fueron a perder de vista cuando lo fueron siguiendo
-
Durante muchísimo rato estuvo
esperando la razón.
-
Y cuando vieron que por muchísimo rato
estuvo allí, de pie, cabizbajo, sin hacer nada, por si era llamado, y
como que algo traía, lo llevaba en el hueco de su ayate; luego pues, se
le acercaron para ver qué traía y desengañarse.
-
Y cuando vio Juan Diego que de ningún
modo podía ocultarles lo que llevaba y que por eso lo molestarían, lo
empujarían o tal vez lo aporrearían, un poquito les vino a mostrar que
eran flores.
-
Y cuando vieron que todas eran finas,
variadas flores y que no era tiempo entonces de que se dieran, las
admiraron muy mucho, lo frescas que estaban, lo abiertas que tenían sus
corolas, lo bien que olían, lo bien que parecían
-
y quisieron coger y sacar unas
cuantas;
-
tres veces sucedió que se atrevieron a
cogerlas, pero de ningún modo pudieron hacerlo,
-
porque cuando hacían el intento ya no
podían ver las flores, sino que, a modo de pintadas, o bordadas, o
cosidas en el ayate las veían.
-
Inmediatamante fueron a decirle al
gobernante obispo lo que habían visto,
-
cómo deseaba verlo el indito que otras
veces había venido, y que ya hacía muchísimo rato que estaba allí
aguardando el permiso, porque quería verlo.
-
Y el gobernante obispo, en cuando lo
oyó, dió en la cuenta de que aquello era la prueba para convencerlo,
para poner en obra lo que solicitaba el hombrecito.
-
Enseguida dio orden de que pasara a
verlo.
-
Y habiendo entrado, en su presencia se postró,
como ya antes lo había hecho.
-
Y de nuevo le contó lo que había
visto, admirado, y su mensaje.
-
Le dijo:_"Señor mío, gobernante, ya
hice, ya llevé a cabo según me mandaste;
-
así fui a decirle a la Señora mi Ama,
la Niña Celestial, Santa María, la Amada Madre de Dios, que pedías una
prueba para poder creerme, para que le hicieras su casita sagrada, en
donde te la pedía que la levantaras;
-
y también le dije que te había dado mi
palabra de venir a traerte alguna señal, alguna prueba de su voluntad,
como me lo encargaste.
-
Y escuchó bien tu aliento, tu palabra,
y recibió con agrado tu petición de la señal, de la prueba, para que se
haga, se verifique su amada voluntad.
-
Y ahora, cuando era todavía de noche, me
mandó para que otra vez viniera a verte;
-
y le pedí la prueba para ser creído,
según había dicho que me la daría, e inmediatamente lo cumplió.
-
Y me mandó a la cumbre del cerrito en
donde antes yo la había visto, para que allí cortara diversas rosas de
Castilla.
-
Y cuando las fui a cortar, se las fui
a llevar allá abajo;
-
y con sus santas manos las tomó,
-
de nuevo en el hueco de mi ayate las
vino a colocar,
-
para que te las viniera a traer, para
que a ti personalmente te las diera.
-
Aunque bien sabía yo que no es lugar
donde se den flores la cumbre del cerrito, porque sólo hay abundancia de
riscos, abrojos, huizaches, nopales, mezquites, no por ello dudé, no por
ello vacilé.
-
Cuando fui a llegar a la cumbre del
cerrito miré que ya era el paraíso.
-
Allí estaban ya perfectas todas las
diversas flores preciosas, de lo más fino que hay, llenas de rocío,
esplendorosas, de modo que luego las fui a cortar;
-
y me dijo que de su parte te las diera,
y que ya así yo probaría, que vieras la señal que le pedías para
realizar su amada voluntad,
-
y para que aparezca que es verdad mi
palabra, mi mensaje,
-
Aquí las tienes, hazme favor de
recibirlas."
-
Y luego extendió su blanco ayate, en
cuyo hueco había colocado las flores.
-
Y así como cayeron al suelo todas las
variadas flores preciosas,
-
luego allí se convirtió en señal, se
apareció de repente la Amada Imagen de la Perfecta Virgen Santa María,
Madre de Dios, en la forma y figura en que ahora está,
-
en donde ahora es conservada en su amada
casita, en su sagrada casita en el Tepeyac, que se llama Guadalupe.
-
Y en cuanto la vio el obispo
gobernante y todos los que allí estaban, se arrodillaron, mucho la
admiraron,
-
se pusieron de pie para verla, se entristecieron,
se afligieron, suspenso el corazón, el pensamiento...
-
Y el obispo gobernante con llanto, con
tristeza, le rogó, le pidió perdón por no luego haber realizado su
voluntad, su venerable aliento, su venerable palabra,
-
y cuando se puso de pie, desató del
cuello de donde estaba atada, la vestidura, el ayate de Juan Diego
-
en el que se apareció, en donde se
convirtió en señal la Reina Celestial,
-
Y luego la llevó; allá la fue a colocar a su
oratorio.
-
Y todavía allí pasó un día Juan Diego
en la casa del obispo, aún lo detuvo.
-
Y al día siguiente le dijo:-"Anda, vamos
a que muestres dónde es la voluntad de la Reina del Cielo que le erijan
su templo.
-
De inmediato se convidó gente para
hacerlo, levantarlo,
-
Y Juan Diego, en cuanto mostró en dónde había
mandado la Señora del Cielo que se erigiera su casita sagrada, luego
pidió permiso:
-
quería ir a su casa para ir a ver a su
tío Juan Bernardino, que estaba muy grave cuando lo dejó para ir a
llamar a un sacerdote a Tlatilolco para que lo confesara y lo
dispusiera, de quien le había dicho la Reina del Cielo que ya había
sanado.
-
Pero no lo dejaron ir solo, sino que lo
acompañaron a su casa.
-
Y al llegar vieron a su tío que ya
estaba sano, absolutamente nada le dolía.
-
Y él, por su parte, mucho admiró la
forma en que su sobrino era acompañado y muy honrado;
-
le preguntó a su sobrino por qué así
sucedía, el que mucho le honraran;
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Y él le dijo cómo cuando lo dejó para ir
a llamarle un sacerdote para que lo confesara, lo dispusiera, allá en el
Tepeyac se le apareció la Señora del Cielo;
-
y lo mandó a México ver al gobernante
obispo, para que allí le hicera una casa en el Tepeyac.
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Y le dijo que no se afligiera, que ya su
tío estaba contento, y con ello mucho se consoló.
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Le dijo su tío que era cierto, que en
aquel preciso momento lo sanó,
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y la vió exactamente en la misma forma
en que se le había aparecido a su sobrino,
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le dijo cómo a él también lo había
enviado a México a ver al obispo;
-
y que también, cuando fuera a verlo, que
todo absolutamente le descubriera, le platicara lo que había visto
-
y la manera maravillosa en que lo
había sanado,
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y que bien así la llamaría bien así se
nombraría;
LA PERFECTA VIRGEN SANTA MARIA DE
GUADALUPE, su Amada Imagen.
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Y luego trajeron a Juan Bernardino a
la presencia del gobernante obispo, lo trajeron a hablar con él a dar
testimonio,
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y junto con su sobrino Juan Diego, los
hospedó en su casa el obispo unos cuantos días,
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en tanto que se levantó la casita
sagrada de la Niña Reina allá en el Tepeyac, donde se hizo ver de Juan
Diego.
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Y el señor obispo trasladó a la Iglesia
Mayor la amada Imagen de la Amada Niña Celestial.
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La vino a sacar de su palacio, de su oratorio
en donde estaba, para que todos la vieran la admiraran, su amada Imagen.
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Y absolutamente toda esta ciudad, sin
faltar nadie, se estremeció cuando vino a ver a admirar su preciosa
Imagen.
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Venían a reconocer su carácter divino.
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Venían a presentarle sus plegarias.
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Muchos admiraron en qué milagrosa
manera se había aparecido,
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puesto que absolutamente ningún hombre
de la tierra pintó su amada Imagen.
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