Siempre ha habido, hay y habrá conflictos en la iglesia. En este
número de Apuntes Pastorales estamos examinando este tema desde
varios ángulos, con la intención de proveer de herramientas a la iglesia
a fin de procurar la resolución de los mismos de una manera que agrade a
Dios. Las iglesias que saben resolver sus problemas a la larga tendrán
menos dificultades, porque no deberán cargar con los problemas no
resueltos del pasado.
Sin embargo, hemos visto tres tipos de personas o personajes que
suelen presentarse durante las etapas de conflicto y que aseguran que
dichas dificultades nunca se resuelven, que no producen soluciones
duraderas sino enredos y nuevos problemas.
El primer personaje es El Ganador. Hay quienes creen que
siempre tienen que ganar los conflictos. Argumentan, razonan y reprenden
hasta que ganan. Si no pueden alcanzar el triunfo por medio de sus
argumentos, logran imponerse con palabras fuertes (o, en algunos casos,
con violencia). Sea como fuere, nunca resultan vencidos. Recuerdo a un hombre
así, un vecino nuestro, que siempre desacreditaba a su esposa: «Ella es
una cualquiera; le falta cerebro; no puede tomar decisiones». Él, en
cambio, se creía perfecto. El Ganador termina el conflicto con
gran satisfacción personal (porque gana), pero no da valor a la relación
con sus hermanos y los menosprecia. En el matrimonio, la mujer que tiene
que vivir con un «ganador» termina dudando de sí misma, con su autoimagen
destruida, y para defenderse y protegerse aprende a vivir en un mundo
propio. Hay personas con actitudes «ganadoras» que no son conscientes de
ello.
El segundo personaje se denomina El Resignado. Es común
encontrar a un resignado casado con un ganador. El Resignado
aprende a serlo en la casa paterna, o bien el ganador lo crea por su manera
de tratarlo. El lema del resignado es «paz a cualquier precio». Termina
un conflicto con muy poca satisfacción personal y el gran peligro de
quedarse con una raíz de amargura que termina contaminando a muchos (He.
12:15). Sin embargo, da mucho valor a la relación con los hermanos y es
posible que les tenga aprecio. Está dispuesto a vivir dándose por vencido
para que no haya conflictos o para salvar su matrimonio. Esa tampoco es
la manera de agradar a Dios en un conflicto.
El tercer personaje se llama El Negador. Otra manera de
tratar con los problemas es negar que existen.
Hace tiempo orienté a una pareja, y el esposo actuaba de esa manera.
Después de catorce años de palabras abusivas, violencia (una vez sacó un
arma de fuego), falta de comunicación, amenazas y mucho más, la mujer lo
abandonó. El marido seguía negando que los problemas existían
y decía que ignoraba los motivos de la separación. El Negador
termina con muy poca satisfacción personal, porque no admite que haya
problemas; como resultado, nunca goza de una solución y, a la vez,
frustra a los hermanos. No da valor a la relación con ellos y, en
realidad, los menosprecia, porque piensa que están locos al insinuar que
existen problemas. Duele admitirlo, pero ciertos pastores y líderes de
iglesias encajan en este rubro. La frustración de los feligreses los
impulsa a congregarse en otra iglesia.
Gracias a Dios también existe otro tipo de persona, aquella que
está determinada a resolver el conflicto; no necesariamente ganarlo sino
solucionarlo. Este tipo de persona busca la manera de poder enterrar el
problema. Reconoce que éste existe; se da cuenta de que, por la gracia de
Dios, siempre hay una manera de solucionarlo; está determinado a resolver
las dificultades «hoy», sin dejar nada pendiente para el día siguiente,
ya que podría convertirse en resentimiento —«Que no se ponga el sol sobre
vuestro enojo» (Ef. 4:26)—; comprende que es posible que él mismo esté
equivocado o que quizás forme parte de la causa del conflicto; sabe pedir
perdón y humillarse cuando es necesario. Esta clase de persona termina
con una gran satisfacción personal, porque agrada a Dios y soluciona el
problema; da valor a la relación con sus hermanos en Cristo.
Con la actitud mencionada arriba siempre existirá la esperanza de
resolver los problemas dentro del seno de la iglesia.
Quiero mencionar cuatro categorías generales para tener en cuenta
en la resolución de problemas bíblicamente.
a. La conciliación. Una conciliación ocurre cuando uno de los
integrantes decide rendirse al otro. No hay un «conciliador», porque no
es un estado permanente sino una situación circunstancial. La diferencia
entre la conciliación y la resignación radica en la actitud. En el primer
caso, uno de los contrincantes decide seguir la corriente del otro en esa
oportunidad. Ve que su oponente tiene razón o, por otro motivo, decide
ceder, pero lo hace de buena gana. No es una manera permanente de
solucionar conflictos, porque de lo contrario se transformaría en
resignación. Al mismo tiempo, es importante notar que nunca es correcto
ceder cuando esto signifique violar un principio bíblico.
b. El compromiso o convenio. Sucede cuando ambas partes consienten
en ceder un poco y finalmente llegan a un acuerdo que alberga ambos
puntos de vista en forma parcial. Quizá sea la manera principal de
resolver conflictos.
Se puede observar este compromiso en Hechos 15. Hubo una contienda
grande acerca de si los gentiles tenían que ser circuncidados para ser
salvos. Pablo y Bernabé no iban a ceder con un «sí», porque sabían que era
el punto principal de distinción entre el Antiguo y el Nuevo Pacto.
Doblegarse a los de la circuncisión hubiera sido violar el principio
bíblico de que la salvación es por gracia y no por obras humanas.
Subieron entonces a Jerusalén para resolver el asunto. En el verso 5 los
seguidores cristianos de la secta de los fariseos presentaron sus
argumentos. Después de mucha discusión, Pedro y Jacobo dieron sus
discursos. El concilio de Jerusalén acordó que los gentiles no tenían que
ser circuncidados para ser salvos pero —ahora viene el compromiso— se
indicó que los gentiles deberían abstenerse de cuatro cosas
particularmente repugnantes a los judíos: lo sacrificado a los ídolos, la
sangre, lo estrangulado y la fornicación. La razón por la cual la lista
incluía la fornicación es un asunto complicado, y un tema de mucha
controversia hasta el día de hoy. Para nosotros lo importante es notar el
convenio. Pedro, Pablo, Bernabé y los de Antioquía cedieron (sin violar
un principio bíblico) para no ofender ni ser de tropiezo a los judios.
c. Coexistencia. Esto ocurre cuando la gente acepta estar en mutuo
desacuerdo. Alguien dijo una vez: «Estamos de acuerdo en que no estamos
de acuerdo». Mi esposa y yo tenemos gustos musicales muy diferentes. En
la vida de algunas iglesias una cuestión de esta naturaleza provocaría
una riña grande, y para solucionarla surgiría un «ganador» y, tal vez, un
«resignado». A veces la mejor manera de resolver el problema es la
coexistencia. A mí me gusta la música contemporánea y la folklórica de
varias naciones como: el ritmo andino, el veracruzano, el arpa paraguaya,
etcétera. A mi señora, sin embargo, le agrada la música clásica. Llegamos
al acuerdo de que no estamos de acuerdo en este punto. No tenemos
problemas; sencillamente gozamos de gustos distintos. En el mismo
capítulo 15 de Hechos, Pablo y Bernabé llegaron al acuerdo (con mucho
enojo, que no es una manera bíblica) de que no iban a estar de acuerdo en
lo referente al futuro de Marcos. Se separaron y Pablo escogió a Silas, mientras
que Bernabé tomó a Marcos.
d. La alternativa creativa. «Ni la mía ni la tuya sino otra».
Después de dialogar sobre una cuestión, deciden buscar una alternativa
totalmente distinta.
A continuación presentamos un cuestionario de evaluación para ayudar
a resolver los conflictos bíblicamente. Cuando haya conflictos
pregúntese:
- ¿Insisto en hacerlo a mi
manera?
- ¿Me doy por vencido de
mala gana?
- ¿Aparento que no hay
problemas?
- ¿Me vuelvo callado y
lejano?
- ¿Empiezo a llamar la
atención con palabras fuertes?
- ¿Me enojo?
- ¿Doy mi punto de vista
con calma y luego escucho con respeto la opinión del otro?
- ¿Busco alternativas
creativas?
- ¿Estoy dispuesto a
sujetarme a un compromiso?
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