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Pedro Campos

Rescate, continuidad y renovación en el Socialismo del Siglo XXI
Pedro Campos Santos.

 Necesidad epistemológica y práctica de identificar-diferenciar las construcciones socialistas de los siglos  XIX, XX y XXI. Un hilo conductor esencial ha estado presente: el establecimiento de nuevas relaciones de producción.

En los últimos años  discurre una polémica  entre investigadores, académicos y políticos en relación con la cientificidad o no del término “Socialismo del Siglo XXI”· Sin pretender abordar toda la complejidad del tema, ni mucho menos agotar la discusión, hay algunas consideraciones de índole histórico-concreta que sugieren la necesidad epistemológica y la conveniencia práctica  de establecer identidades y diferencias en las construcciones socialistas de los Siglos XIX,  XX y XXI, en el aspecto determinante de las relaciones de producción.

El socialismo, que se identifica con toda claridad a partir de principios del Siglo XIX y transcurre hasta nuestros días, es una corriente de acción y pensamiento basada esencialmente en  la socialización de los medios y formas de producción, como vía para alcanzar la plena justicia social y la solución de los problemas de la humanidad. A la vez  se trata de un movimiento diverso en su forma y en el tiempo, de acuerdo con el desarrollo económico alcanzado por cada país, sus características socio-culturales y la época en que se ha manifestado. De manera que por su esencia es uno y por las condiciones y tiempos de su manifestación es -a la vez- diverso, si de pensamiento dialéctico estamos tratando y no de paradigmas aislados, sin relación de continuidad, ni vínculos cognoscitivos.

Lenin consideraba “Tres fuentes y tres partes integrantes del Marxismo” al socialismo utópico francés, la economía política clásica inglesa y a la filosofía clásica alemana. El pensamiento y accionar socialista, es pues anterior, contemporáneo y posterior a Marx y Engels, aunque fueron ellos quienes  lo fundamentaron científicamente.

Las tendencias que se desviaron de su contenido socializante  fracasaron. Pero el socialismo esencial, no sólo no ha fracasado sino que sigue siendo la matriz, el meollo, el fin que persiguen todas las luchas sociales contra el capitalismo y el imperialismo, aunque muchos de los que participen en estas luchas no estén siempre  concientes de que así sea.

Fracasó sí una forma  de intentar el socialismo, cuyas muchas desviaciones partían del erróneamente concebido eje quebradizo, de unas relaciones de producción estancadas y esquemáticas. Tal forma, que  predominó por circunstancias históricas,  llegó incluso a combatir militarmente a otros intentos socialistas en su misma época, que trataron de rebasar aquellos esquemas, renovarlos, y a los cuales el socialismo dogmático tildó  de revisionistas o diversionistas, a fin de estigmatizarlos.

Una visión dialéctica de continuidad, unidad y superación, es la que permite la sistemática renovación de la gran utopía socialista sobre  sus propias bases.  Pero superación y renovación tampoco significan la ausencia de principios y leyes generales, fines universales y medios  correspondientes. Dialéctica y renovación no pueden confundirse tampoco con inconsecuencia o falta  de principios.

Se hace mal uso de la expresión  de que “el marxismo es una guía para la acción”, cuando la acción se hiperboliza y no se relaciona con los fines y medios del socialismo, cuando no existe una correspondencia entre ellos.

Lo fundamental en el marxismo se encuentra  brevemente  resumido en el siguiente párrafo de la Contribución a la crítica de la Economía Política, dedactada en 1859 por Carlos Marx: “En la producción social  de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones que son necesarias e independientes de su voluntad, que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre  lo que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto con las relaciones de producción dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De forma de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de  revolución social.”  (1)

Esta generalización, que expresa las leyes fundamentales del desarrollo social, ha tenido plena vigencia histórica hasta el presente y  se ha manifestado en el accionar socialista.

La construcción  socialista del Siglo XIX fue la Comuna de Paris, la gran comprobación empírica de aquellos fundamentos, la primera Revolución Proletaria, la cual tiene lugar en vida de Marx y fue lo que le permitió  confrontar sus ideas con la práctica,  no siendo casual, que todos sus análisis científicos tengan – a partir de entonces- un sesgo cada vez más orientado a y por la experiencia concreta del quehacer revolucionario a partir de 1871 y que muchos de los conceptos desarrollados hasta entonces fueran luego matizados.

El Manifiesto Comunista es publicado en 1848 y la Comuna tiene lugar 23 años después, por lo cual, son aquellos acontecimientos los que les permitieron a los clásicos proyectar los esbozos principales que caracterizarían la sociedad que hasta ese momento sólo había sido un ideal. La Comuna es pues, un punto de inflexión del Marxismo a la praxis concreta del nuevo régimen socio económico que aportó significativos conocimientos a los fundadores, los cuales precisan ser valorados en todo su significado y que, en cambio,  fueron considerados como “superados” por quienes pretendieron esquematizar el “leninismo” en el Siglo XX.

Para algunos, Paris 1871 queda tan lejos en el espacio y en el tiempo, que nada o casi nada nos puede aportar para las nuevas condiciones del desarrollo post industrial del capitalismo imperialista globalizado, como si no estuvieran precisamente en aquellos acontecimientos parisinos, las claves para descifrar  el futuro a partir de entonces.

Toda la actividad práctica y teórica de Marx  después de 1871 es un canto dialéctico finamente modulado  de la Comuna de París,  proyectado hacia el porvenir.

El acontecimiento duró a penas dos meses y 10 días, del 18 de marzo hasta el 28 de mayo de 1871, pero dejó grandes lecciones generales en todos los órdenes y todos los códigos básicos que Marx, Engels y Lenin de alguna manera siempre abordaron. Las valoraciones de Marx sobre aquellos acontecimientos, obligado estudio referencial para cualquiera que pretenda un enfoque marxista de la Revolución  Socialista, se concentran en la “Guerra Civil en Franciaescrita el mismo año al calor de la Comuna y en la “Crítica al Programa de Gotha” redactada en 1875.

Muchos  estudiosos de la Comuna abordan ampliamente sus experiencias  políticas, pero las nuevas relaciones de producción que pretendió establecer a través del cooperativismo, bien reseñada por Marx, la más trascendental enseñanza histórica de aquellos acontecimientos desde el punto de vista económico, es poco citada y muchas veces tomada solo como “testimonio del socialismo primitivo” que entonces se intentó. Los manuales de Marxismo y mucha la literatura  “marxista” post leninista llegan incluso a obviar las relaciones de producción  que pretendió establecer la Comuna y en el mejor de los casos, las consideraban producto de la influencia anarquista que predominó en  aquel proceso.

Si nos atenemos a que la esencia del socialismo es la socialización de las formas y medios de producción y no las quimeras utópico-idealistas  sobre el “bienestar” humano por cualquier vía, ello implica la adopción -no por imposición, sino por necesidad- de nuevos tipos de relaciones entre las personas que actúan en el proceso de producción, base sobre la cual se edificará todo el resto del conjunto  de relaciones sociales.

En consecuencia el fundamento científico del socialismo conlleva la negación de las viejas relaciones basadas en la propiedad capitalista de los medios de producción y el trabajo asalariado  que lo caracteriza y es el que le permite la organización del trabajo en función de la obtención de la plusvalía, como explica el Manifiesto Comunista. (2)

En ese sentido la Comuna delineó perfectamente el camino y Marx y Engels así nos lo explican:

En La Guerra Civil en Francia, Marx escribe: “ ... si la producción cooperativa ha de ser algo más que una impostura y un engaño; si ha de sustituir al sistema capitalista; si las sociedades cooperativas unidas han de regular la producción nacional con arreglo a un plan común, tomándola bajo su control y poniendo fin a la constante anarquía y a las convulsiones periódicas, consecuencias inevitables de la producción capitalista, ¿qué será eso entonces, caballeros, más que el comunismo, comunismo “realizable”?...

El 16 de abril, la Comuna ordenó que se abriese un registro estadístico de todas las fábricas clausuradas por los patrones y se preparasen los planes para reanudar su explotación con los obreros que antes trabajaban en ellas, organizándoles en sociedades cooperativas, y que se planease también la agrupación de todas estas cooperativas en una gran Unión”. (3)

F. Engels, en la introducción de  1891  a la Guerra Civil en Francia, de C. Marx, refrenda 20 años después: “….el decreto más importante de cuantos dictó la Comuna dispuso una organización para la gran industria e incluso para la manufactura, que no se basaba sólo en la asociación de obreros dentro de cada fábrica, sino que debía también unificar a todas estas asociaciones en una gran Unión; en resumen, en una organización que, como Marx dice muy bien en la Guerra Civil, forzosamente habría conducido en última instancia al comunismo,...”  (4)

De manera que  en el orden de las transformaciones económicas, la enseñanza fundamental del socialismo que intentó -en aquel breve tiempo- la Comuna de Paris, implicó en lo inmediato la entrega de los medios de producción a los trabajadores de cada fábrica, de cada centro de producción, para que estructurados en formas cooperativas, integraran una gran unión nacional de cooperativas. Esa fue la idea que desarrolló la Comuna sobre la organización de la producción socialista, a nivel empresarial y social.

Errores políticos, falta de experiencia, divisiones internas, indecisiones y las propias condiciones históricas de aquella primera hornada socialista impidieron que la Comuna perdurara en el tiempo y se consolidara aquel nuevo régimen de relaciones de producción. Pero a pesar de ello, fue el primer claro intento de establecer nuevas relaciones de  producción basadas en la autogestión  obrera,  el sistema de trabajo descubierto por Marx (5) en las cooperativas, pero llevado a todo tipo de empresas y a la vez a la administración de toda la producción a nivel de la sociedad.

La construcción socialista  del Siglo XX se inició con la Revolución de Octubre y trascendió al Siglo XXI gracias a la Revolución Cubana que persiste en su proyecto de orientación socialista con predominio del sistema de propiedad estatal y trabajo asalariado, pero con presencia de relaciones cooperativas y de nuevas tendencias autogestionarias (Unidades Básicas de Producción Cooperativa y Perfeccionamiento Empresarial), en transición hacia más socialismo. El proceso cubano,  ha sido potenciado por la Revolución Bolivariana de orientación socialista.

Las experiencias asiáticas al asumir el mercado, la propiedad privada y la inversión extranjera como componentes dinámicos fundamentales del desarrollo económico, fueron adoptando cada vez más los métodos y vías capitalistas y desviándose, por tanto, de los objetivos y medios de la nueva sociedad socialista. Por mucho que se la quiera llamar socialista, nunca lo será una economía basada fundamentalmente en la propiedad privada  de los medios de producción y en la explotación del trabajo asalariado. De todas formas la última palabra no está dicha por aquellas latitudes. Los chinos hasta finales de siglo pasado, cuando empezaron las reformas de mercado – o para llamarlas por su mejor nombre: capitalistas- habían tenido también una economía sustentada, esencialmente, en la propiedad estatal y el trabajo asalariado.

El llamado Socialismo Real que se intentó construir en el Siglo XX,  en Europa, se desarrolló –mayoritariamente- sobre una manera de concebir la socialización de los medios de producción que, como había explicado el Che en carta a Fidel 1965 (6), con la aplicación de la NEP en 1921,  había introducido el capitalismo de Estado en el socialismo que luego traspasó la esencia del sistema capitalista al socialismo de Estado. La vía para salir de aquella situación, rectificar el rumbo, fue claramente planteada por Lenin en 1923 en su trascendental artículo “Sobre la Cooperación” (7).

En esa ocasión, ya muy enfermo, Lenin dictó, pues escribir no podía: “Me parece que no prestamos atención suficiente a la cooperación… dado que la clase obrera es dueña del poder estatal, y que a ésta le pertenecen todos los medios de producción, sólo nos resta organizar a la población en cooperativas. …

Entre nosotros se siente menosprecio por la cooperación, no se comprende su excepcional importancia…

Ahora debemos comprender para obrar en consecuencia que el régimen social al que hoy debemos prestar un apoyo extraordinario es al régimen cooperativo…Pero para lograr que, a través de la NEP, el conjunto de la población tome parte en las cooperativas, es necearía toda una época histórica. Será una época histórica particular, pero sin pasar por ella….no podremos alcanzar nuestro objetivo…

Ahora bien, el régimen de cooperativitas cultos, cuando existe la propiedad social sobre los medios de producción, y cuando el proletariado ha triunfado como clase sobre la burguesía, es el régimen socialista….

Ahora tenemos el derecho de afirmar que para nosotros, el simple desarrollo de la cooperación se identifica…con el desarrollo del socialismo y al mismo tiempo nos vemos obligados a reconocer que se ha producido un cambio radical en todos nuestros puntos de vista sobre el socialismo.”

La precisa indicación del fundador de la Rusia Soviética, estaba encaminada a hacer realidad lo que también intentó la Comuna de Paris y Marx analizó entonces, como ya se ha descrito: la creación de un sistema de cooperativas integrado socialmente, como identificativo del socialismo.

Cuando el Partido Comunista y el Gobierno rusos decidieron no seguir esta premisa marxista, a partir de allí también leninista, el Socialismo de Estado  asumió los gérmenes de su propia destrucción al  santificar y dogmatizar la propiedad  concentrada en el Estado y el trabajo asalariado heredado del capitalismo, como las esencias de las relaciones de producción en la construcción socialista en el siglo XX que, además, trataron de imponer a los otros países que intentaron la vía socialista. El cooperativismo o sistema de trabajo autogestionario, es lo que hubiera dotado de una base objetiva, realista, al control obrero del que tanto hablaban los líderes bolcheviques.

Aunque muchas otras fueron las experiencias a extraer del socialismo soviético en el campo de la política nacional e internacional y de la defensa, en el orden decisivo económico social la enseñanza principal fue la  necesidad de avanzar de la nacionalización a la socialización, de la Revolución Política a la Social, la Revolución Permanente señalada por Marx en su aspectos interno, con la generalización de las  nuevas relaciones de producción y propiedad socialistas fundadas en el cooperativismo y la autogestión, y en la propiedad o el usufructo por los colectivos  empresariales y  sociales.

La orientación leninista hacia el cooperativismo integrado, hubiera sido el camino de Rusia, si no se hubiera impuesto el desviado modelo de Socialismo de Estado que Stalin y sus continuadores siguieron hasta su agotamiento y natural autodestrucción.

Si bien se identifica la construcción socialista del Siglo XX, con  la forma en que se pretendió hacerlo en la URSS después de Lenin, dada su significación, magnitud y trascendencia, aquella “variante” que evolucionó hacia el Socialismo de Estado (neocapitalista), no fue la única en que se intentó en el socialismo del Siglo pasado.

Hubo muchos otros intentos en varios países de Europa, como en España, Italia, Alemania, Hungría, Polonia, Checoslovaquia y  Yugoslavia, por citar los más importantes, de aplicar otros enfoques basados en el control obrero más menos directo y en el cooperativismo y la autogestión, que fueron desde proyectos regionales en España e Italia, hasta fenómenos nacionales, con experiencia duradera y efectiva, como   en el caso de Yugoslavia.  Todos esos planes fracasaron por distintas razones, básicamente asociadas a la hostilidad y la agresión externas, incluida la intervención militar estalinista y a situaciones histórico-concretas que impidieron su desarrollo.

La autogestión yugoslava, el otro tipo de experimento socialista del siglo XX de mayor duración, es un fenómeno insuficientemente estudiado que las más de las veces se identifica erróneamente con las tendencias anarco sindicalistas de gran influencia a principios del Siglo XX en Europa, que preconizaban el cooperativismo empresarial bajo control obrero en contraposición al Estado,  cualquiera fuera su tipo.

El proceso yugoslavo tuvo dos etapas principales, una inicial cuando mejor logró armonizar los intereses nacionales con los regionales y empresariales y una segunda, donde predominaron el  mercado, las inversiones extrajeras y los intereses  regionales de la desintegración, que terminaron todos por unirse a favor de la atomización de la nación.

Tres características principales estuvieron presentes en aquella experiencia fallida:

1-Las propias condiciones históricas de la formación del Estado yugoslavo a partir de diversas nacionalidades, etnias y religiones que nunca fueron resueltas.  2-La permanente y excesiva presencia de un aparato burocrático partidista a la vez gobierno que trató siempre de garantizar sus intereses por encima de los de la nación, las regiones y los trabajadores y terminó adueñándose -como capitalista- de las empresas que, en verdad, nunca fueron entregadas en propiedad a los trabajadores ni a las comunidades. 3-La coyuntura internacional desfavorable que, desde el estalinismo aisló a Yugoslavia de la URSS y el Campo Socialista, incluida su exclusión del CAME,  situación bien aprovechada por el Capitalismo internacional para estimular las tendencias centrífugas  regionales y de mercado con préstamos que endeudaron la nación, y aceleraron la descomposición de todo el sistema  que en su segunda fase ya se mostraba corrupto e improductivo.

Las principales experiencias yugoslavas, confirman la necesidad de garantizar la armonía entre los intereses nacionales, regionales, empresariales y de los trabajadores, el máximo respeto a la participación democrática de los trabajadores y el pueblo en las decisiones de todo tipo a todos los niveles desde la empresa hasta la nación, la obligación de establecer algún tipo de relación de pertenencia entre los trabajadores y los medios de producción, lo imprescindible de dar adecuada atención a los problemas étnicos y religiosos sobre la base del respeto mutuo y la necesidad de avanzar de las relaciones mercantiles al intercambio compensado de equivalentes.

La práctica yugoslava confirmó que la utilización de  los mecanismos y medios capitalistas de la economía mercantil, juegan un papel, pero cada vez menor,  como  estímulo al  desarrollo social puesto que la  vía autogestionaria, en la medida en que se extienda, lo irá reduciendo paulatinamente.  Igual evidenció la necesidad de no dejarse llevar por el capitalismo oportunista y ventajista extranjero que ofrece “mercado y capitales” para “desarrollar” el socialismo, en verdad corroerlo desde dentro.

Su más importante contribución fue refrendar el aserto previamente definido por Marx en varios de sus escritos y confirmado luego por Lenin en 1923, sobre la sociedad socialista como un sistema  integrado por  empresas  basadas en la autogestión  cooperativa. Si el sistema yugoslavo fracasó, fue precisamente porque sus circunstancias históricas le impidieron combinar adecuadamente la autogestión empresarial con la social y contar con las condiciones internacionales necesarias para su desarrollo. De ahí que para ser efectiva la Autogestión Obrera tiene que ser al mismo tiempo empresarial y social y además contar con condiciones internacionales que le favorezcan.

La única forma de organización de la producción, conocida hasta ahora, que  evita o puede evitar la explotación del trabajo ajeno es la descubierta por Marx en las cooperativas, “donde aparece abolida la contradicción entre el capital y el trabajo”, basada en la propiedad o el usufructo de los medios de producción, la gestión democrática y la repartición equitativa del excedente, colectivamente aprobada.

Algunos compañeros,  consideran que sería caer en otro tipo de dogmatismo, estimar que el cooperativismo y la autogestión social socialista constituyen la forma genérica de las nuevas relaciones socialistas de producción y el camino para avanzar hacia la nueva sociedad, puesto que existen “otras relaciones propiamente socialistas de producción”.  ¿Cuáles?: No aparece respuesta posible. El hecho de que sea la forma genérica, no quiere decir única y que no coexista un tiempo con otras, pues sabido es que todas las relaciones de producción, a través de la historia se van desarrollando, extendiendo e imponiendo a través de largos procesos de cambios.

Hay los que quieren hacer el socialismo “ayer” y también los que quieren esperar a que el desarrollismo capitalista “cree él mismo” las condiciones, para entonces avanzar. Unos y otros impiden la adopción del camino de las transformaciones consecuentes constantes en las relaciones de producción hacia más socialismo.

La Historia ha demostrado que mientras no sean el cooperativismo y la autogestión, las relaciones de producción predominantes en una sociedad dada y en tanto el proceso no se vaya extendiendo también internacionalmente, el régimen de producción socialista no estará consolidado y será reversible.

La defensa de la idea de que el trabajo asalariado, cuando es practicado por el Estado cambia su carácter capitalista, olvida que precisamente lo que caracteriza un sistema no son sus fines enunciados sino la forma en que se organiza el trabajo productivo y el carácter de la propiedad y la apropiación, los cuales posibilitan que exista o no la explotación.

Existen compañeros que valoran la experiencia cubana como la comprobación práctica de que el Socialismo de Estado basado en la propiedad estatal y el trabajo asalariado es válido como vía para la construcción del Socialismo. La inexactitud de esta afirmación es fácilmente demostrable, toda vez que la economía cubana es una mezcla de formas de organización de la producción, como corresponde a la etapa de tránsito, donde conviven el socialismo de Estado, el capitalismo de las empresas mixtas, y siempre ha existido una tendencia natural hacia la socialización de la propiedad y la participación de los trabajadores en el excedente, no solo por la extensión del cooperativismo y formas de autogestión legal (UBPC y Perfeccionamiento Empresarial) y el trabajo por cuenta propia -una forma de socialización-, sino también por la existencia de un extendido sistema proto-autogestionario informal no legal y desviado, sustentado en el descontrol que propicia el socialismo estatal, que no por falta de reconocimiento deja de ser una realidad.

Tal desviado fenómeno, es en realidad una especie de  rebelión de baja intensidad de las fuerzas productivas que están demandando un cambio en las relaciones sociales de producción, distribución y consumo. Es de baja intensidad porque en el fondo la gente teme un vuelco descontrolado hacia el capitalismo, inevitablemente anexionista en Cuba y –sin saberlo- están marcando, aunque deformadamente, el paso hacia más socialización.

La represión, en lugar de un tratamiento político-económico, de esa desviación, podría complicar más las ya tensas relaciones sociales. Ese fenómeno, que unos llaman corrupción generalizada y otros sustracciones compensatorias, tiene su origen en la desvinculación existente entre los trabajadores y los medios de producción, en la insatisfacción provocada por los bajos salarios y el desorden social natural que inevitablemente provoca el socialismo de Estado neocapitalista, por la contradicción entre sus fines (socialistas) y los medios (capitalistas) para lograrlos, agravado por la introducción del mercantilismo depredador  de lo humano, lo material y lo divino.

El socialismo, que en definitiva lo hacen las masas, pretendido en el Siglo XX, no fue por tanto solo el  “Real” y fracasado practicado en Europa. En la propia Rusia  Lenin intentó el cooperativismo y la autogestión social socialista, que Stalin y los suyos impidieron y sabotearon no solo en Rusia, sino muy especialmente en Yugoslavia y otros países bajo su área de influencia, acción que incluyó el aplastamiento por medio de la fuerza  militar.

De manera que, desde el punto de vista epistemológico,  mucho del socialismo intentado en el Siglo XX guardó similitud con el pretendido en la Comuna de Paris, si bien es cierto que por el tiempo y la extensión territorial, el que marcó el Siglo,  fue el Socialismo de Estado neocapitalista.

La noción de Socialismo del Siglo XXI, como una nueva manera de abordar la futura sociedad, pero sobre la base de los postulados económicos esenciales de Marx, comenzó a ser divulgada por el sociólogo alemán Heinz Dieterich y empezó a ser defendida públicamente desde una posición de gobierno  por el Presidente venezolano Hugo Chávez. Otros, después, han tratado el tema, incluso con algunas diferencias.

Las ideas económicas centrales sobre el nuevo Socialismo como una sociedad fundada en la economía de equivalencias, están sustentadas  en lo expuesto por Carlos Marx en la Crítica al Programa de Gotha cuando, refiriéndose a la primera etapa de la Sociedad Comunista, comúnmente denominada Socialismo, escribió: “Aquí reina, evidentemente, el mismo principio que regula el intercambio de mercancías, por cuanto éste es intercambio de equivalentes. Han variado la forma y el contenido, porque bajo las nuevas condiciones nadie puede dar sino su trabajo, y porque, por otra parte, ahora nada puede pasar a ser propiedad del individuo, fuera de los medios individuales de consumo. Pero en lo que se refiere a la distribución de éstos entre los distintos productores, rige el mismo principio que en el intercambio de mercancías equivalentes: se cambia una cantidad de trabajo, bajo una forma, por otra cantidad de trabajo, bajo otra forma distinta.

Por eso, el derecho igual sigue siendo aquí, en principio, el derecho burgués, aunque ahora el principio y la práctica ya no se tiran de los pelos, mientras que en el régimen de intercambio de mercancías, el intercambio de equivalentes no se da más que como término medio,  y no en los casos individuales.

A pesar de este progreso, este derecho igual sigue llevando implícita una limitación burguesa….la igualdad, aquí, consiste en que se mide por el mismo rasero: por el trabajo…” (8)

En esencia se trata de precisar que el intercambio de mercancías, resultante de la producción para un mercado, es consustancial al capitalismo y debe sufrir un proceso de transformación en la sociedad de tránsito, donde ya no se producirá para un mercado, en el cual  el intercambio no es realmente entre  equivalentes en tanto que inciden otros factores como la ley de oferta y demanda además de la ley del valor. Este proceso deberá convertir realmente  el anterior intercambio de mercancías en intercambio de iguales, equivalentes, contenidos en un producto, para que “el principio y la práctica ya no se tiren de los pelos”.

Puede o no coincidirse en cuanto a  la forma de medir el valor contenido en una mercancía o un producto cualquiera. Algunos prefieren atenerse a la concepción original marxista de que el valor de la mercancía está determinado por la cantidad de trabajo socialmente necesaria para su producción, pero no es menos cierto que al dejar de producir para un mercado, el concepto de valor cambia, como bien nos explicaba el Che, por lo que será entonces necesario asumir otra forma para medir el valor de un producto. Algo así, como resolver el intercambio desigual a escala internacional entre países pobres y ricos, que el CAME enfrentó de una manera creativa en el caso URSS-Cuba. 

El historiador alemán Arno Petras (9) señala que será por medio del tiempo de trabajo que se tarde en elaborar un producto, no importa el nivel de desarrollo de la fuerza productiva encargada de esa realizarlo, elemento que algunos académicos utilizan para acusar a esta concepción de conservadora y atacar toda la noción de socialismo del Siglo XXI. Otros consideran que la forma para hacer tal medición, cuando ya no sea el trabajo socialmente necesario, sería la cantidad de energía medible consumida para la realización del producto.

Lo cierto es que la forma de organizar la producción, no para un mercado sino para resolver las necesidades, modificará paulatinamente -hasta eliminar- todas las categorías de la economía mercantil, en la medida en que se vayan generalizando las nuevas formas socialistas de propiedad, producción, distribución y consumo. En este proceso la noción de “trabajo socialmente necesario” para medir el valor de una mercancía  también tendrá que  cambiar como todas las categorías de la economía mercantil. La práctica misma, en fin será la encargada de concretar esa forma.

La interesante discusión sobre la medición del valor de un producto en el Socialismo ya consumado, queda -sin embargo- en un segundo plano de importancia, cuando se abordan las formas  (los medios) de organizar la producción para llegar a establecer las bases económicas en una sociedad socialista, toda vez que parece imposible imponer a los productores capitalistas de mercancía, un tipo de intercambio que no sea el comercial. En este punto existe una mayor coincidencia, y es hacia donde algunos preferimos dirigir la discusión sobre la esencia del Socialismo del Siglo XXI, a fin de marcar sus diferencias-identidades con la construcción socialista de la pasada Centuria.

La línea general avanzada por el Presidente Venezolano Hugo Chávez, al abordar teórica y prácticamente las relaciones de producción, concuerdan en lo fundamental con la idea de entregar en propiedad o usufructo los medios de producción a los colectivos laborales y sociales para desarrollar la cogestión obrera-estatal, la autogestión y el cooperativismo, manteniendo la propiedad de toda la sociedad sobre los recursos naturales y los medios de producción fundamentales, de valor estratégico, lo cual no sería más que una sociedad participativa y democrática de  “cooperativistas cultos”, una “gran unión de cooperativas” con sus variantes.

Esta es la esencia de la concepción que intentó aplicar la Comuna de Paris, la explicada por Marx en la Guerra Civil en Francia y en el III Tomo de El Capital, la que procuró Lenin en 1923 cuando trató de reorientar la NEP según su artículo Sobre la Cooperación, la que – con sus desviaciones- pretendió Tito en Yugoslavia, la que promovió Fidel Castro en Cuba con las Cooperativas, especialmente las cañeras en 1960-62 y más recientemente con las Unidades Básicas de Producción Cooperativa y el Perfeccionamiento Empresarial, medidas  limitadas de tipo autogestionario, ya en el Periodo Especial.

En toda esta secuencia se aprecia básicamente el mismo fundamento marxista, un hilo conductor, de buscar en el cooperativismo y la autogestión el sustento de las nuevas relaciones socialistas de producción, con la excepción del socialismo de Estado fracasado, que caracterizó el mayor tiempo y espacio socialista en el Siglo XX. Ése, incluso,  también incluyó el cooperativismo pero en muy poca escala, nunca extendió las nuevas relaciones socialistas de producción más allá de algunas áreas rurales. De ahí la médula de su fracaso para conquistar las masas sin la presencias de otras coacciones extraeconómicas (patriotismo, amenazas externas, guerras, etc.).

Por eso, hablar del Nuevo Socialismo o del Socialismo del Siglo XXI no es desconocer los ensayos anteriores,  ignorar sus relaciones epistemológicas con  los diferentes intentos, renegar del pasado genuinamente socialista, ni de las grandes  batallas que en nombre del socialismo fueron libradas. Tampoco se trata de presentarlo como una forma absoluta y totalmente nueva, que nada tenga que ver con la historia de todo el socialismo previo.

Las diferencias entre el socialismo fundado en la autogestión empresarial y social y el Socialismo de Estado sustentado en el trabajo asalariado, no se refieren únicamente  a las formas en las relaciones de producción, sino también al conjunto de relaciones sociales y superestructurales, que tales relaciones determinan.

Si los caracteres antidemocráticos y autoritarios inherentes a la concentración de la propiedad, la gestión, y la distribución de las relaciones de producción neocapitalistas asalariadas del Socialismo de Estado, se manifestaron en las  instituciones políticas, sociales, jurídicas e ideológicas de su superestructura; lo mismo ocurrirá con los caracteres colectivistas, democráticos y libertarios que respectivamente portan las formas de propiedad, gestión, y distribución de las relaciones cooperativistas y autogestionarias, los cuales se proyectarán en las instituciones políticas, sociales,  judiciales e ideológicas de la superestructura  de la nueva sociedad.

De manera que el Socialismo del Siglo XXI rescata los postulados centrales del socialismo marxista, es heredero y continuador de las mejores tradiciones del socialismo del Siglo XX y representa la forma renovada en que se proyecta la construcción de la nueva sociedad en este Siglo. La diferenciación en parte del nombre –el ponerle apellido- es además una necesidad objetiva, política, toda vez que el socialismo de Estado que predomino en el Siglo XX, generó formas totalitarias de gobierno, antidemocráticas y burocráticas, que provocaron el rechazo en el propio seno de la clase trabajadora internacional que, por naturaleza, es democrática.

La Habana, 21 de marzo del 2007                                             perucho1949@yahoo.es 

1- C. Marx. Prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política. C. Max y F. Engels OE. en tres tomos. T-I. Editorial Progreso. Moscú 1973.

2-  C. Marx y F. Engels, El Manifiesto del Partido Comunista. OE en tres tomos. T-I. Editorial Progreso. Moscú 1973.

3- C. Marx. La guerra civil en Francia. C.Marx y F.Engels. OE en tres tomos. T-II. Editorial Progreso. Moscú 1973.

4- F. Engels. Introducción de  1891  a la Guerra Civil en Francia, de C. Marx.  C. Marx y F. Engels, OE  en tres Tomos. T-II. Editorial Progreso. Moscú 1973.

5- C. Mar. El Capital. Tomo III. Capítulo XXVII “El Papel del Crédito en la Producción Capitalista.” Editorial de Ciencias Sociales. La Habana 1973: “ Las fábricas cooperativas de los obreros mismos son, dentro de la forma tradicional, la primera brecha abierta en ella, a pesar de que, dondequiera que existen, su organización efectiva presenta, naturalmente, y no puede por menos de presentar, todos los defectos del sistema existente. Pero dentro de estas fábricas aparece abolido el antagonismo entre el capital y el trabajo, aunque, por el momento, solamente bajo una forma en que los obreros asociados son sus propios capitalistas, es decir, emplean los medios de producción para valorizar su propio trabajo. ...… Estas fábricas demuestran cómo al llegar una determinada fase de desarrollo de las fuerzas materiales productivas y de formas sociales de producción adecuadas a ellas, del seno de un régimen de producción surge y se desarrolla naturalmente otro nuevo. Sin el sistema fabril derivado del régimen capitalista de producción no se habrían podido desarrollar las fábricas cooperativas, y mucho menos sin el sistema de crédito, fruto del mismo régimen de producción.... El sistema de crédito, base fundamental para la gradual transformación de las empresas privadas capitalistas en sociedades anónimas, constituye también el medio para la extensión paulatina de las empresas cooperativas en una escala más o menos nacional. Las empresas capitalistas por acciones deben ser consideradas, al igual que las fábricas cooperativas, como formas de transición entre el régimen capitalista de producción y el de producción asociada;”

6- Ernesto Che Guevara. Apuntes críticos a la Economía Política. Editorial Ocean Sur.

7- V. I. Lenin. Sobre la cooperación. 1923  O.C. T- XXXIII. Editora Politica. La Habana. pag 430 a 436

8- C. Marx. Crítica al Programa de Gotha,  C. Marx y F. Engels O.E,  en tres Tomos, T-III, Editorial Progreso, Moscú 1974.

9- H. Dieterich. El Socialismo del Siglo XXI. Edición digital.