Pedro Campos |
Cuba.
Dilema y Esperanza II
Pedro Campos Santos
Si las políticas
económicas aplicadas durante 13 años no nos han liberado del
Período Especial, aún con los sostenidos crecimientos en el
PIB, debemos analizar qué ha fallado y en qué debe
rectificarse. El reafirmado excesivo control estatal de la
economía aumentará el burocratismo, la corrupción y la
insatisfacción popular que necesariamente catalizará por
alguna coyuntura. El desenlace dependerá de las fuerzas que
logren capitalizar el creciente descontento
Los cubanos
relacionamos el Período Especial con la peor época de crisis
económica de la etapa revolucionaria: es sinónimo de escasez,
alimentación deficitaria, apagones, bicicletas como transporte,
casas en estado deplorable casi irreversible, poca
transmisión televisiva, desaparición de numerosos órganos
prensa, reducción de tiradas de los periódicos principales,
reducción drástica de la mayoría de las opciones de ocio de
la población, alertas de sirenas constantes ante la
eventual agresión imperialista, movilizaciones masivas para
cavar túneles, ejercicios de evacuación, entrenamientos de las
Milicias de Tropas Territoriales, y otras acciones por el
estilo.
Hay regiones
del país donde la situación sigue siendo más complicada que
en otras, sobre todo con las posibilidades de alimentación, el
transporte y la vivienda; pero muchas de aquellas cosas han
cambiado bastante -más para unos que para otros- y otras han
mejorado, aunque en casi ninguna hay comparación con los peores
momentos del Periodo Especial. De manera que es muy acertada la
valoración que hizo recientemente el compañero Carlos Lage,
cuando afirmó que todavía no hemos salido del Período
Especial, a pesar de los cambios y algunas mejoras
experimentados.
Nos toca
valorar por qué trece años después de la aplicación de
políticas económicas y sociales, en las que ha predominado el
fortalecimiento del Socialismo neocapitalista de Estado,
con varios años de altos y sostenidos crecimientos económicos,
y cuando hace ya nueve años, en 1998, se dijo que empezábamos
a salir del Periodo Especial, no hemos todavía logrado
desprendernos de él, mientras se observa que persisten la
insuficiencia alimentaria, los graves problemas en el transporte
público y en el mantenimiento y construcción de viviendas,
principales problemas que siguen afectando a la mayoría del
pueblo.
Si Fidel
dijo en la Universidad el 17 de noviembre del 2005 que los
revolucionarios podríamos destruir la Revolución y nos llamó
a todos a aportar discusiones y soluciones y Raúl nos
llamó a discutir nuestros problemas a fines del año pasado en
el 8vo período de sesiones de la Asamblea ¿Qué factores, qué
aparato y quiénes impiden que se despliegue el debate
necesario entre los revolucionarios que ellos están pidiendo,
incuestionablemente relacionado con esta problemática?
Se impone la
necesidad de analizar lo que hemos estado haciendo, valorar las
limitaciones de las políticas aplicadas y redefinir los cambios
necesarios. Si el ojo que predomina es el autocontemplativo, se
concluye que, debemos seguir haciendo lo que hasta ahora, por
haber mejorado algo. Si el que prevaleciera fuese el
autocrítico, se pondrían en primer plano las deficiencias para
buscar sus causas profundas, identificar la incompetencia del
modelo de acumulación concebido para resolver esos problemas básicos
y, en consecuencia, definir cambios en las políticas aplicadas.
Del estudio
y análisis de todas las informaciones publicadas sobre el
9no Período de Sesiones de la Asamblea Nacional del Poder
popular, puede concluirse que la dirección actual del
Partido-Gobierno-Estado Cubano -a pesar del limitado avance y el
amplio descontento popular- reafirma el actual rumbo
estatocentrista de la economía, basado en neocapitalismo desde
el Estado, que tiene sus ejes en el predominio de la propiedad
estatal y el trabajo asalariado y persiste en su modelo de
acumulación a partir del control centralizado del excedente
social.
Esta posición
no parece consecuente con aceptar que no hemos logrado salir del
Período Especial y que seguimos con graves insuficiencias en
los problemas principales que afectan a la mayoría de la
población. ¿Necesitamos desastres como la zafra de los 10
millones o la caída del campo socialista, para aplicar
importantes cambios que reafirmen el rumbo propiamente
socialista de la economía?
En días
previos el Ministro de Economía y Planificación, José Luís
Rodríguez lo había expresado con toda claridad cuando señaló
que el modelo cubano seguirá siendo estatista con los ajustes
que fuesen necesarios. Para que no hubiese duda, el funcionario
descalificó por “no gubernamental” una comisión de la
Academia de Ciencias que estudiaría las formas de producción
en el socialismo. ¿A quien responde la Academia de Ciencias?
¿Su Instituto de Filosofía es “no gubernamental”?
Ahora nos
enteramos por un periódico de la izquierda internacional que el
Comité Central había aprobado la investigación del Socialismo
del Siglo XXI entre las prioridades de la Ciencias Sociales a
partir del 2007. A los académicos corresponde racionalizar toda
la experiencia y brindar opciones, pero en modo alguno
confrontar y dar soluciones a los problemas del
socialismo, que conciernen en primer lugar a los
trabajadores, al Partido y a todo el pueblo.
El compañero
Eliades Acosta, recién nombrado al frente del Departamento de
Cultura del Comité Central del Partido, demandó recientemente
un diálogo entre los revolucionarios, para enfrentar la parte
enferma de capitalismo en nuestra sociedad. ¿Cómo lograrlo sin
una profunda discusión en el seno del pueblo sobre los
problemas que afectan a nuestro socialismo?
Para
continuar con ese desacertado rumbo estatista, no han importado
las experiencias ampliamente valoradas y divulgadas por muchos
académicos y políticos comunistas en todo el mundo sobre la
relación del centralismo económico con las causas del derrumbe
socialista, ni la propia práctica cubana que arroja datos tan
sencillos para el entendimiento de cualquier trabajador, como
que los cooperativistas y campesinos producen el 60 por ciento
de la producción agrícola con sólo cerca del 30 % de la
tierra, que los asediados pequeños negocios familiares
autogestionarios producen con más calidad y reciben
mayores beneficios que los de igual tamaño del Estado, y que
los trabajadores, en prácticamente todos los centros de
producción o servicios, están mayoritariamente insatisfechos
con la forma en que es conducida la economía, porque,
evidentemente sostiene el desvió de recursos, las
sustracciones, la corrupción imperante, las
“indisciplinas”, etc.
¿Cuantos años
más de neocapitalismo de Estado tendríamos que seguir
soportando para salir del Período Especial y volver a los años
previos cuando la hipercentralización de la “política de
rectificación de errores y tendencias negativas”, -esencia de
la que actualmente se sigue- fue preámbulo y base del
desastre que cristalizó con la caída de la URSS y el campo
socialista? ¿No nos percatamos de que estamos en un círculo
vicioso de “menos centralización / más centralización”
desde hace años, sin avanzar realmente con cambios de fondo
hacia las relaciones de producción socialistas?
Las medidas
como el aumento del precio de acopio de la leche y el pago de
las deudas a los campesinos, son pasos positivos para
buscar aumentar la producción agrícola interna, pero no
cambian en nada la esencia del esquema neocapitalista de Estado
que ya hubo de demostrar su fracaso donde quiera que fue
aplicado.
Nuevamente
se proyectan centralizados y gigantócratas planes e
inversiones millonarias en regadíos para la reactivación de
grandes extensiones de tierras ociosas, la construcción de
cientos de miles viviendas, el restablecimiento de las
carreteras, etc. Dinero que será controlado por los mismos
Ministerios que hasta ahora han sido incapaces de hacer
productivos la mayoría de los recursos de los que han
estado disponiendo durante decenios. Capital que, en buena
parte, nuevamente será despilfarrado, desviado e
improductivo; pero el gobierno central quedará “limpio de
responsabilidad”: “hizo el plan, destinó el dinero y los
recursos”.
Eso no
resuelve los problemas. No se trata de simplemente destinar
recursos, sino de la forma en que se organizan y en función de
qué. No hay una sola palabra en dichos planes sobre
nuevos sistemas de organización de la producción, impulso al
cooperativismo, a convertir en verdaderas empresas productivas
cooperativas o autogestionadas a las Unidades Básicas de
Producción Cooperativa, o a estimular procesos de autogestión
o cogestión obrero-estatal, sino sólo vagas referencias al
“perfeccionamiento empresarial”; al contrario, el actual
Secretario General de la CTC dijo que nada de cooperativas en la
industria y los servicios.
Los
trabajadores y el pueblo se enteran de estos planes
-decididos por el aparato central- luego de aprobados sin
cambios y con pocas discusiones por la Asamblea Nacional,
donde los compañeros apenas tienen tiempo de estudiar los
documentos por los que deben levantar su mano. Estas decisiones,
que no se saben si son o no compartidas por el pueblo, son
tomadas por los miembros de la Asamblea Nacional, la mayoría de
los cuales son también ministros y dirigentes partidistas y
estatales: juez y parte.
Un paso
positivo ha sido el desarrollo de reuniones de las comisiones de
la Asamblea Nacional, en las que tenemos la misma composición
de funcionarios y el mismo poco tiempo necesario, donde priman
las explicaciones de los Ministros sobre los resultados
productivos y no las investigaciones independientes que debieran
realizar los Poderes Populares por sus propios medios sobre la
marcha de las inversiones y los planes de producción, el
cumplimiento de los cronogramas, los costos y los gastos. El
papel fiscalizador debería ser en el terreno.
La
participación de las masas en las decisiones brilla por su
ausencia: para nada se las consulta. Las estipulaciones actuales
del Perfeccionamiento Empresarial, que solo se aplica en una
parte de las empresas, suponen que los trabajadores
“discutan” sobre un plan ya previamente aprobado. Los planes
y presupuestos nacionales y regionales nunca son debatidos ni
aprobados por el pueblo en diferendo alguno, pues el actual
sistema representativo no permite una verdadera democracia
participativa y directa de las masas, como correspondería a una
sociedad que aspira a ser verdaderamente democrática y
socialista. Debemos avanzar en esa dirección.
La culpa de
los incumplimientos caerá luego, en parte, sobre los
“incapaces” ministros, viceministros, directores y todos los
demás nombrados –no elegidos- que dentro de tres o cinco años,
cuando se vean los incumplimientos, tendrán que ser demovidos y
transferidos de cargos, aunque muchos “se caigan para el lado
y hasta para arriba”, pues van para otro ministerio o para la
dirección del Poder Popular, del Partido o de alguna otra
organización política, en un claro ejercicio de reciclamiento
burocrático. La responsabilidad principal se hará recaer, como
hasta ahora, sobre los trabajadores que “no tienen educación
económica, son indisciplinados, se roban los materiales y usas
los tractores para pasear”, pero a estos no pueden cambiarlos,
ya no hay lugar más abajo.
El
socialismo, para realmente serlo debe ser participativo, democrático,
autogestionario, inclusivo e integracionista. Participativo,
porque debe permitir la más amplia participación de todos los
afectados en la elaboración y aprobación de todas las
decisiones económicas, políticas y sociales importantes;
democrático, porque los métodos que se utilicen para tomar las
decisiones no pueden basarse en la política de “ordeno y
mando”, en la imposición desde arriba, sino en las voluntades
de las mayorías expresadas por métodos democráticos;
autogestionario, porque solo la autogestión y el cooperativismo
son capaces de crear condiciones colectivas para el desarrollo
de una verdadera sociedad democrática, sin explotadores ni
explotados, equitativa y con una nueva mentalidad colectivista;
inclusivo, porque debe incluir y movilizar
para el gran plan común socialista a todas las capas de
la sociedad, incluidas las más rezagadas e integracionista,
porque debe tender a la integración económica política y
social con otros pueblos que se esfuerzas con construir el
socialismo, privilegiando todo tipo de intercambio comercial o
trueque e inversiones conjuntas con estos países por encima de
las relaciones con el capitalismo internacional.
Más
centralismo, más dinero para los planes estatales actuales, no
habrían de llevarnos al socialismo; todo lo contrario, nos
aleja de la socialización tanto de la propiedad, como de la
apropiación del excedente. El “socialismo” no radica en la
forma de distribución, sino en las relaciones que establecen
los hombres para producir.
¿Por qué
insistir en mantener un rumbo que la historia ha
demostrado que fracasó en todas partes? ¿Por qué no se da
participación directa a los trabajadores en todas las
decisiones que deben ser tomadas en cada centro de producción o
servicio, y parte de las ganancias no son repartidas
equitativamente entre ellos? ¿Por qué se persiste en mantener
el trabajo asalariado, que es la forma de la existencia del
capitalismo? ¿Por qué se continúa con el capitalismo de
Estado, que el Che criticó y que Stalin identificó
como “socialismo” y condujo al fracaso de aquel proceso? ¿Por
qué no se distribuyen esos grandes presupuestos por provincias,
municipios, empresas y se les permite que los administren democráticamente
y con criterio productivo económico y autogestionario? ¿Qué
explica que no se quiera cambiar el modelo de acumulación
centralizado, por otro más democrático y eficaz?
Estas
preguntas probablemente no tendrán respuesta. Se ha hecho
costumbre ignorar y desestimar las opiniones que se emiten desde
el flanco izquierdo dentro de la Revolución: no reciben ninguna
publicidad interna. Los partidarios del mercantilismo, el
comercio con el enemigo y el capitalismo de Estado sí tienen
voz y voto. Mal andamos. No importa que esa izquierda haya sido
partícipe en todas las luchas revolucionarias e
internacionalistas, que haya compartido todos los difíciles
momentos que ha atravesado la Revolución, que no haya
hecho la más mínima concesión a los enemigos de clase, haya
estado en las primeras trincheras de combate y que, inconforme,
haya callado sobre las muchas violaciones que se han hecho al
centralismo democrático y otros excesos para evitar la
magnificación de tales problemas por el enemigo, no crear
divisiones internas y tratar de salvar la imagen de unidad que
se ha demandando en nombre de la Revolución.
Una vez se
dijo que la Revolución no devoraba a sus hijos como Saturno.
Realmente no los ha devorado pero ha establecido sus
diferencias entre ellos: los hijos “obedientes” y los
“adulones” –no importan sus errores- se muestran
intocables; los inconformes que aceptan callados, no son
molestados; pero los protestativos, los que dicen lo que piensan
sin cortapisas, los que han decidido -como el Che y Fidel nos
enseñaron- criticar todo lo mal hecho, los “revoltosos
de siempre” han sido removidos, sancionados, jubilados,
“empiyamados” o simplemente apartados con cualquier pretexto
o por mínimo error.
El
burocratismo, fenómeno que tiende a la creación de una clase
política que asume el control real de los medios de producción,
se ha venido consolidando en Cuba desde las medidas tomadas en
el Período Especial que fortalecieron el capitalismo de Estado,
como las inversiones de ultramar, el turismo para extranjeros,
el desarrollo de corporaciones que producen para un mercado foráneo,
la doble moneda y otras de perfil similar. Cuando la Revolución
está en peligro y la principal amenaza viene desde su propia
burocracia, a los revolucionarios no nos queda otra opción que
la de poner todo esto en blanco y negro, para intentar salvarla.
No es este
un ataque personal a nadie: estos análisis, estas críticas y
estas propuestas surgen ante la necesidad de rectificar
este rumbo que genera el estatismo. Conocemos el trabajo
abnegado y de entrega total de miles de compañeros en los
aparatos del Partido y el Estado, que no lucran con sus
posiciones y sufren por la imposibilidad de resolver los
problemas a los que se enfrentan. No es de ellos la culpa, ni
culpables hay que buscar en proceso tan arduo y complejo, con
enemigo tal a pocas millas; solo hay que reencaminar la Revolución
hacia la dignificación del hombre y el trabajo que brindaría
la socialización.
El proceso
de estancamiento estalinista en la URSS fue el verdadero
responsable del desastre del socialismo en el siglo XX. El mismo
tuvo su base económica en la centralización de la propiedad,
los recursos, el excedente y en la planificación centralizada
combinados con el capitalismo de Estado que explotaba trabajo
asalariado. Su apoyo social fue la burocracia engendrada por
todo aquel estatismo. Las experiencias deben ser útiles. ¿O
acaso las leyes socioeconómicas, las de la lucha de clases, no
son válidas para Cuba y nuestra Revolución? ¿Las buenas
intenciones de la máxima dirección, su honestidad y entrega
podrán salvarnos de esos factores objetivos condicionantes si
no logramos modificarlos?
Si cayera
Cuba, caería América en manos del imperialismo, como nos dijo
Martí.
Es demasiado
grande nuestra responsabilidad para permitir que el burocratismo
siga avanzando y destruya la Revolución como anunció Fidel y
también sean aniquiladas con ella las esperanzas del pueblo que
la hizo y la ha defendido con su vida y las de millones de
revolucionarios y comunistas en todo el mundo que confían en
este bastión y ven como Cuba se mantiene en la batalla a
pesar de todas las agresiones y bloqueos del imperialismo.
La defensa
de la Revolución es necesaria hoy más que nunca, pero no
desde su apología que no habría de ampararla, sino desde la crítica
de sus errores y desviaciones, que es lo único que puede
salvarla del abismo restaurador capitalista que la amenaza desde
la inconciencia de su propia burocracia.
La concepción
estato-centrista predominante nos está conduciendo al fracaso.
Los que pensamos así vamos a continuar esclareciendo estas
posiciones por todas las vías posibles, tratando de convencer a
los que consideramos equivocados y de lograr que esa política
cambie sin hacer la más mínima concesión al imperialismo y
sus lacayos, sin admitir injerencia alguna en nuestros asuntos
internos por parte de ningún gobierno foráneo y sin realizar
acciones que puedan fracturar el frente revolucionario.
Lo que
estamos planteando no le conviene para nada al enemigo pues no
sirve a sus intereses. Ellos saben que nuestras propuestas
fortalecen el socialismo que esperan destruir, precisamente con
la colaboración de los métodos que estamos criticando. La
cohesión -no la falsa unanimidad- es imprescindible.
En la
antigua Europa ex socialista, estos tipos de análisis eran
considerados desviaciones izquierdistas, diversionistas y
revisionistas. Todas esas acusaciones fueron armas usadas por el
estancamiento en otros tiempos contra los revolucionarios, pero
hoy ya no es posible repetir aquellos desaciertos. Quienes lo
intenten, quedarían claramente identificados como intolerantes,
oportunistas, dogmáticos y estalinistas condenados
por la historia, cartelitos que no conviene a nadie llevar al
cuello ahora porque su peso cortante es demasiado grande.
Tampoco
creemos que quienes defienden el rumbo actual sean
pro-imperialistas, anexionistas, antipatriotas, ni anti partido
aunque sabemos que el camino que impulsan actualmente, hacia el
fortalecimiento del capitalismo de Estado, conduce a la
consolidación del burocratismo, a la destrucción de la
Revolución y la restauración capitalista anexionista. Se trata
de un fenómeno de falta de claridad político-ideológica.
Es evidente
que nuestros defensores del Socialismo neo-capitalista de
Estado, no entienden o no se disponen a estudiar uno de los
problemas teóricos fundamentales de la filosofía, la economía
y la Política: no es posible construir la nueva sociedad con
los métodos de la organización asalariada del trabajo que
caracteriza al capitalismo. No comprenden que existe una
flagrante contradicción entre medios capitalistas y fines
socialistas. No es posible construir el feudalismo con esclavos,
el capitalismo con siervos ni el socialismo con asalariados. Al
socialismo corresponde otro tipo de trabajador, el
cooperativista, el autogestionario, puesto que las nuevas
relaciones de producción no van a ser las típicas del
capitalismo sino las genéricas del socialismo, el
cooperativismo, la autogestión y la cogestión
(obrero-estatal). Tampoco comprenden que el socialismo de Estado
no es viable desde el punto de vista de la Economía Política,
porque su sistema distributivo igualitario contraviene su forma
de producción asalariada y lleva inevitablemente a sistémicos
y continuos déficit de producción y a la escasez. (1)
Se trata de
una convicción errónea de lo que es el Socialismo, de un
empecinamiento caprichoso basado en la buena voluntad de un
grupo de revolucionarios que no se percatan de estar engendrando
una burocracia que puede acabar con la obra de la Revolución y
con ellos mismos si no se le pone coto, por la vía de la
verdadera socialización de la apropiación de la propiedad y el
excedente.
La dirección
actual debe mostrar confianza en la clase trabajadora para que
ella misma –directamente- maneje la economía como corresponde
al socialismo; debe dar pasos firmes encaminados a hacer
efectiva la administración de los medios de producción por los
colectivos de trabajadores, apoyar con esos fondos la
organización de las nuevas formas socializadas de producción
(el cooperativismo, la autogestión y la cogestión) tanto en la
agricultura como en la industria y los servicios, para integrar
todo en un plan común de desarrollo nacional; potenciar
aun más el trabajo por cuenta propia –que no es capitalista y
tiene carácter autogestionario-; y consolidar el poder real de
los órganos del poder Popular, desconcentrando partes de esos
fondos de los ministerios -que deberían quedar para funciones
metodológicas y de control general- y entregarlos a los órganos
del Poder Popular a los distintos niveles.
Si el
gobierno central no procede en dirección a socializar y
democratizar la economía, y con ella la sociedad, el
descontento de los trabajadores y del pueblo aumentará, y ellos
mismos se encargarán de realizar los cambios cualitativos que
inevitablemente sobrevendrán a la acumulación cuantitativa de
insatisfacciones que se han venido sumando por años. La
rebelión silenciosa, que hace rato se viene manifestando, no
contra la Revolución sino contra sus desviaciones,
imperceptible a los ojos de los obnubilados en su
autocomplacencia, podrá tornarse en actuante con motivo de
cualquier eventual condicionamiento.
Fidel en su
“Autocrítica de Cuba” acaba de realizar una crítica mordaz
a los burócratas que despilfarran recursos y no tienen en
cuanta los peligros a los que nos enfrentamos. Acabemos de
organizar la producción sobre la base del control obrero en
todos los aspectos, de manera que ese desorden se haga
imposible.
En la URSS,
el golpe de Estado contra Gorbachov y su mal llevado -o como
quiera llamársele- proceso de reformas, fue el detonante que
catalizó el creciente descontento masivo con el sistema
centrista y tiró el pueblo a las calles, situación que fue
capitalizada por Boris Yeltsin y las fuerzas pro-capitalistas de
la burocracia aliadas a las mafias que rápidamente encontraron
reconocimiento y apoyo de todo tipo en el imperialismo. En el
PCUS predominaban las corrientes estalinistas y neoestalinistas
y las de izquierda habían sido aplastadas desde la época de
Stalin y posteriormente estigmatizadas como “revisionismo” y
otros “ismos” por los oportunistas, estatistas y
conservadores.
Si en
momentos anteriores la dirección de Fidel y la confianza del
pueblo en él, fueron un freno ante posibles protestas
populares, su actual convalecencia, que podría ser
lamentablemente definitiva y su evidente y obligada ausencia de
los escenarios políticos internos, puede favorecer
circunstanciales demostraciones callejeras. Recuérdese que en
1994, solamente la presencia directa de Fidel en las calles de
La Habana, evitó un amotinamiento mayor. La eventual represión
de un hecho masivo podría marcar el inicio del fin de la
Revolución. La contrarrevolución y el imperialismo podrían
intentar este tipo de provocación.
“Este
pueblo está cansado ya de justificaciones”, dijo Raúl
Castro. ¡Cuanta verdad encierran esas palabras! Los cubanos,
mayoritariamente, queremos la Revolución y el socialismo, pero
estamos cansados de que todo se siga justificando con el bloque
imperialista; no soportamos ya la libreta de
racionamiento, los bajos salarios, los altos precios de las
mercancías de primera necesidad, la falta de transporte público
mientras casi toda la burocracia se pasea en autos, el
hacinamiento de familias de tres y hasta cuatro generaciones en
viviendas mal conservadas, la doble moneda que esconde la
explotación y no llega a todos, la explotación asalariada de
los trabajadores por el Estado neocapitalista, el desastre en
nuestra agricultura y la destrucción prematura de nuestra
industria azucarera, columna de nuestra nacionalidad, la
dependencia alimentaria del enemigo histórico y sus negativas
consecuencias para el campo cubano, la insalubridad de los
barrios habaneros, la explotación de nuestros
profesionales y obreros por las empresas extranjeras, el
jineterismo en diverso grado al que se han plegado cientos de
miles de jóvenes de ambos sexos para poder llevar de comer a su
casa y poder vestirse decorosamente, la corrupción impuesta a
la clase obrera que ha tenido que “inventar” desviando
recursos para garantizar su auto-reproducción social, las
largas colas y el tiempo perdido para resolver cualquier
problema burocrático, los abusos de la burocracia, la extorsión
a los cuentapropistas, los bajos precios del monopolio estatal
de acopio de productos agrícolas, el abandono del campo, la
discriminación del cubano en áreas turísticas en su propio país,
la discriminación racial velada y otras muchas insoportables
cuestiones y encima de la sociedad desastrada, el discurso
triunfalista y autocomplaciente del oficialismo en la prensa y
la televisión. No aceptamos nada de eso, porque nada de eso es
socialismo.
Por estas
razones, tantos desean irse del país a como dé lugar, ya sea a
misiones internacionalistas, contratos de trabajos, visitas
familiares o por cualquier motivo y cientos de miles
llenan planillas del bombo norteamericano y arriesgan sus vidas
en el Estrecho de la Florida atraídos por los cantos de
sirena de la asesina Ley de Ajuste Cubano. Son esas las
verdaderas causas, y no las “debilidades ideológicas
consumistas” que se achacan a muchos de los que se van y
quieren irse como motivos.
Si los
revolucionarios y los comunistas no manifestamos más
abiertamente nuestro descontento es porque confiamos en que se
producirá un cambio de rumbo hacia más socialismo en cualquier
momento, y porque no queremos propiciar un fraccionamiento
del campo revolucionario que abra el camino a un eventual
regreso al pasado capitalista -que necesariamente ahora sería
anexionista- no deseado por la gran mayoría del pueblo.
Por eso promovemos la cohesión desde la discusión
intrarevolucionaria para el consenso.
El teórico
italiano del socialismo moderno Antonio Gramsci escribió:
"Si la clase dominante pierde el consenso deja de ser
dirigente, se vuelve únicamente dominante, mantiene apenas la
fuerza coercitiva, lo que comprueba que las grandes masas se
alejaron de la ideología tradicional, no creyendo ya en lo que
creían antes”. Y eso, ahora mismo, nos está pasando en Cuba.
Entendamos que ya no hay consenso en la sociedad sobre la forma
en que se está conduciendo el proyecto revolucionario; ya no
hay dirección sino más bien imposición. Busquemos el
consenso o terminaremos perdiendo la credibilidad de las masas,
ya bastante afectada.
Esta situación
que se complica cada vez más por el empecinamiento en un rumbo
equivocado, y que anunciando avances lleva realmente al retraso
en las relaciones socialistas de producción (el cooperativismo,
la autogestión y la cogestión), puede terminar en un desastre
para el socialismo en Cuba o en un renacer de la Revolución que
tiene que alcanzar su fase raigalmente socialista: la
socialización de los medios de producción. Descartada
queda una tiranía de tipo estalinista que nadie quiere,
cuya represión contra el pueblo y los comunistas sería la
muerte del proceso.
Si no
logramos resolver los problemas de corrupción y burocratismo,
se agudizarán las contradicciones actuales que alguna situación
coyuntural podrá catalizar y entonces todo dependerá de quien
logre capitalizar el descontento de las masas: el enemigo
imperialista, con sus aliados internos pro anexionistas, o las
corrientes revolucionarias que laten con fuerza en el seno
del pueblo, el Partido Comunista y su dirección.
Las fuerzas
más revolucionarias y no contaminadas de burocratismo en la
dirección de la Revolución, con Fidel y Raúl al frente no
defraudarán la confianza que en ellos ha depositado el pueblo.
12 de Julio
del 2007. perucho1949@yahoo.es
1-Ensayo del
autor. ¿Qué es socialismo?,
http://www.kaosenlared.net
/noticia.php?id_noticia=24223 |