Destruyeron al
socialismo soviético, el burocratismo y la corrupción
(Parte I)*
La
caída del Socialismo Soviético, a manos del
burocratismo y la corrupción, cobran importancia para
nuestra realidad actual, por lo cual una clara visión
de sus causas económicas, políticas y sociales, puede
ayudarnos a enfrentar nuestros retos presentes y
evitar los mismos errores, a pesar de las diferencias
entre ambos procesos.
A
propósito de la lucha contra la corrupción y las
ilegalidades, el Presidente Cubano Fidel Castro dijo
que los propios revolucionarios podríamos destruir la
Revolución. Esta frase tiene un profundo significado
histórico para el movimiento revolucionario
internacional y para nuestra práctica concreta de hoy
día a la luz de las complicaciones económicas y
sociales derivadas del Período Especial.
La
experiencia de la caída del Socialismo Soviético, a
manos del burocratismo y la corrupción, cobran
singular importancia para nuestra realidad actual, por
lo cual una clara visión de las causas económicas,
políticas y sociales que provocaron aquella
catástrofe, puede ayudarnos a enfrentar nuestros retos
presentes y evitar cometer los mismos errores, a pesar
de las grandes diferencias entre ambos procesos.
La
Construcción del Socialismo en la antigua URSS, se
basó fundamentalmente en la propiedad estatal y el
sistema de planificación y presupuesto totalmente
centralizados. De ahí el nombre de Socialismo de
Estado. Se confundió la propiedad del Estado con la
propiedad de todo el pueblo, términos que no son
unívocos sino excluyentes, pues la propiedad de
todo el pueblo es el resultado del avance a la
sociedad donde desaparezcan las clases y el propio
estado. De manera que la propiedad del Estado, en
el Socialismo es solo una forma transitoria y limitada
de propiedad hacia la propiedad de todo el pueblo, y
por tanto no puede ser, nunca será, la forma genérica
y determinante de la propiedad socialista, aunque si
parte de ella.
La
práctica de las Revoluciones Socialistas del Siglo XX
permite considerar acertado, que en los primeros
tiempos y bajo condiciones excepcionales, como la
guerra, predomine la centralización de las decisiones,
a fin de garantizar el poder revolucionario, la
ejecución de la expropiación de la propiedad burguesa
y la victoria militar sobre el enemigo.
Sin
embargo, la concentración de la propiedad en manos
estatales y un alto nivel de centralización en las
decisiones de todo tipo, prevalecieron en la URSS más
allá de los primeros tiempos y de la guerra, a pesar
de varios intentos innovadores como la NEP (Nueva
Política Económica) de Lenin, y las reformas
frustradas en épocas de Nikita Jruschov, ninguno
referido a cambiar el concepto de propiedad.
En la
URSS otras formas de propiedad fueron permitidas, como
la pequeña y cooperativa, sobre todo en la agricultura
y la artesanía, aunque muy limitadamente y con muchas
trabas y controles por parte del Estado. Pero en la
industria, el eslabón decisivo de la economía moderna,
no hubo oportunidad alguna para ningún desarrollo de
cooperativas ni la propiedad colectiva fuera de la
estatal, ni desde luego de otras formas de propiedad y
producción pre socialistas que todavía tenían cabida
en el Período de Tránsito.
Los
resultados son conocidos. La propiedad estatal que se
presumía de todo el pueblo, se convirtió de hecho y
derecho en propiedad de la cúpula gobernante, quien
en verdad decidía sobre todos sus aspectos, dando
lugar a un proceso de burocratización, determinado por
las condiciones reales materiales de su propia
existencia, que llevó a la separación natural de la
burocracia de los intereses de los trabajadores y el
pueblo, toda vez que unos pocos tomaban todas las
decisiones, se convertían en dueños y los otros en
meros trabajadores asalariados, explotados, sin
ninguna relación de pertenencia respecto a los medios
de producción.
El
Estado se vio entonces obligado a crear ejércitos de
funcionarios, inspectores, controladores, cuerpos de
seguridad y policíacos, etc., en suma el aparato
burocrático auxiliar propio, para cuidar y garantizar
sus intereses y preservarlos ante la contraparte
compuesta por los trabajadores. Aquel engendro
terminó devorando el Socialismo que se intentaba.
Podemos
aceptar incluso, que aquellos dirigentes nunca se
propusieron sentar las bases para la posterior
destrucción del Socialismo. Podrá acusarse a Stalin de
muchos errores y horrores, pero no de ese. Según Marx
“No es la conciencia del hombre lo que determina
su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo
que determina su conciencia” (1). No se
percataron de que el excesivo ejercicio, uso, y abuso
(ser social) de esta forma de propiedad, los llevó
a creerse (conciencia social) que en verdad los
dueños eran ellos y no el pueblo trabajador, por y
para quien se había hecho la Revolución Socialista,
con todas las consecuencias negativas que esto trajo
para la democracia socialista, el control obrero, la
burocratización, etc.
Los
trabajadores, ningún colectivo o entidad obrera, se
sentían verdaderamente dueños, responsables de los
medios de producción y por tanto no había una clara
estimulación para su cuidado y control por nadie;
mientras que la centralización de los recursos y las
decisiones, al alejarse del control de las bases,
perdieron su sentido de realidad y operaron contra el
desarrollo, además de haber desnoblecido el trabajo, e
implantado formas de control social extraeconómicas,
voluntaristas, paternalistas y represivas, en
detrimento de la democracia que fue cediendo en todo
al centralismo, no solo en economía, sino también y
por consecuencia, en los procesos políticos.
Ciertamente las técnicas y maquinarias se
desarrollaron, pero desigualmente en ramas y
regiones y sin poder satisfacer las necesidades
propias que iban generando entre la clase trabajadora,
factor dinámico determinante en el avance de las
relaciones de producción, ocurriendo la sentencia de
Marx: “De forma de desarrollo de las fuerzas
productivas, estas relaciones se convierten en trabas
suyas” (Idem).
Por una
interpretación mecánica en la relación histórica
determinista entre fuerzas productivas, propiedad,
relaciones de producción y superestructura, pensaban
que “imponiendo la propiedad estatal de todo el
pueblo”, construirían por eso la sociedad Socialista,
y se establecerían nuevas relaciones socialistas de
producción, distribución y consumo, con su
correspondiente superestructura jurídica, política,
estatal, etc., igualmente diseñada por las mentes
dirigentes. Así, los que creían poder llegar a
establecer relaciones comunistas de producción, por
el simple hecho de “desearlas”, fracasaron
estrepitosamente. Lograron al final, sin proponérselo,
conducir la sociedad aquella hacia el Capitalismo que
habían deseado combatir.
La
práctica demostró que el poder de la clase obrera,
para ser efectivo, tiene que ser ejercido directamente
por ésta, en primer y determinante lugar a través de
la propiedad concreta sobre los medios de producción,
que es la que reivindica de hecho y derecho el poder.
Aquella “democracia proletaria” no fue posible porque
la propiedad de los medios de producción no fue
ejercida directamente por los trabajadores, sino por
la burocracia estatal, militar y partidista.
Una vez más quedó demostrado que el poder está donde
está la propiedad.
Los
partidarios del Socialismo de Estado, aducían, que la
propiedad estatal era la más representativa de las
formas de propiedad colectivas y que el alto nivel de
centralización de las decisiones y los recursos
posibilitaba una mejor planificación, utilización y
productividad de los mismos, en función de cumplir lo
que se denominaba la ley fundamental de la producción
socialista, a saber “la satisfacción de las
necesidades crecientes de la población”. En cambio,
dicha concepción demostró su incapacidad para llevar
hacia delante tales propósitos, para hacer eficiente
y productiva la economía a largo plazo, y terminó por
hacer fracasar el proyecto socialista, que tanto costó
iniciar y mantener.
En
concordancia con la concepción marxista del Periodo
de Tránsito, en el Socialismo, debieron coexistir
distintos tipos de propiedad, pero la forma
determinantemente creciente, la verdaderamente
genérica de esta etapa, debió ser la propiedad del
colectivo de trabajadores, ya fuera cogestionada con
el estado, directa de los colectivos obreros, o
cooperativa; mientras que la propiedad puramente
estatal debió existir, como en todos los regímenes
previos, sobre determinados medios y recursos, siempre
en función de la clase que ha dominado ese estado, que
es la poseedora de la propiedad y caracteriza al
régimen (propiedad esclavista, feudal o capitalista).
El
carácter autogestionado de estos tipos de propiedad
colectiva deberá extenderse a la los distintos niveles
de la comunidad, a fin de lograr la sociedad
socialista autogestionada, capaz de conjugar los
intereses de toda la nación con los de las regiones,
los colectivos obreros, los individuos y la
naturaleza.
Según
los clásicos el Estado no es más que la dictadura de
la clase que detenta el poder, en tanto dueña de los
medios de producción. Esa esencia y no el sentido
político autoritario despótico y tiránico del término,
es la que da nombre al periodo de tránsito socialista
como Dictadura del Proletariado cuyo contenido
revolucionario democrático fue desvirtuado, al quedar
solo en la Dictadura pero de la Burocracia.
El
cambio a socialistas de las formas de propiedad y
producción previas, se hizo por decreto, sin demanda
previa por interés de los productores, ni en la medida
en que el componente fuerza de trabajo se fuera
reduciendo al mínimo, en relación con el componente
constante (medios de producción) del potencial
productivo total. El paso de la fase democrática de la
Revolución a la socialista fue evidentemente
precipitado. Permanente no es sinónimo de inmediatez
sino de constancia.
Las
desigualdades en el Socialismo eran no sólo
inevitables, sino también saludables y necesarias, en
cuanto debieron convertirse en estimulo para la
superación y el trabajo. El igualitarismo en la
distribución y el consumo, nada tiene que ver con el
Socialismo y no es igualdad. Hace 130 años, en
carta a Bebel, el 18 de marzo de 1875, Engels
escribió: “La concepción de la sociedad socialista
como reino de igualdad es una idea unilateral
francesa, apoyada en el viejo lema de libertad,
igualdad, fraternidad… que hoy debe ser superada”.
El derecho burgués de pago según trabajo, implica
una desigualdad por las diferencias de posibilidades
físicas e intelectuales entre los distintos
individuos. Estas desigualdades se irían superando en
el tiempo, en la medida en que se desarrollen las
técnicas y medios de producción y se realice en gran
escala la revolución cultural, de manera que fueran
desapareciendo las diferencias entre las formas de
producción, la división social del trabajo y entre el
campo y la ciudad, entre las clases.
Pero no
se hizo así, de acuerdo con concepciones esquemáticas,
se pretendió realizar la igualdad en la esfera del
consumo, con formas de distribución comunistas o
igualitaristas que no correspondían aún. El rango
entre los salarios era estrecho, no siempre hubo
estímulos adicionales al salario normal, nunca hubo
repartición de ganancias. Se eliminaron
caprichosamente formas de producción -incluso
precapitalistas- que todavía tenían cabida y demanda
en la sociedad que se pretendía, y se imponían
camisas de fuerza a las formas de propiedad y
organización y control de la producción que los
trabajadores iban experimentando y demandando a la par
con el desarrollo técnico y profesional, etc.
La
práctica de la construcción socialista en la URSS
demostró que el papel de los comunistas, una vez
tomado el poder no es imponer relaciones de producción
comunistas a toda costa y a todo coste, sino trabajar
conciente y racionalmente en el seno de la sociedad
para eliminar las trabas en las relaciones de
propiedad, producción, distribución y consumo que
obstaculizan el desarrollo de las fuerzas productivas
(los medios de producción y el hombre y su cultura
productiva), de manera que estas fluyan armónicamente
y vayan imponiendo las nuevas formas en un proceso
ininterrumpido.
De tal
manera, las nuevas formas de propiedad y producción
que se vayan estableciendo, respondan objetivamente al
nivel de desarrollo alcanzando y no al revés:
pretender alcanzar nuevos niveles de desarrollo de las
fuerzas productivas por la simple aplicación
caprichosa de nuevas formas de propiedad y relaciones
de producción.
La
dialéctica de los procesos políticos y sociales impone
a su vez ritmos, cuyo pulso no se aprecia a simple
vista y no es difícil que los revolucionarios,
inmersos en la lucha de clases diaria y obsesionados
con mejorar las condiciones de vida y hacer el bien,
muchas veces confundan sus deseos con las realidades,
cayendo entonces en el voluntarismo. Debemos aceptar
que tales experiencias, retrocesos y desvíos, son
partes inherentes a los procesos revolucionarios. Son
los hombres los que hacen las Revoluciones y
pertenecen a su tiempo. No es una justificación, es
una realidad. La Rectificación constante del rumbo,
debe ser por tanto un instrumento permanente de los
trabajadores y sus organizaciones políticas.
El PCUS
(Partido Comunista de la Unión Soviética), llegó a
plantear en uno de los Congresos todavía bajo la
dirección de Brezhnev, que la URSS estaba presta a
finalizar la Etapa de Tránsito, cuando todavía era
evidente el atraso económico en la gran mayoría de las
Repúblicas Soviéticas, base real del separatismo y
posterior desintegración que estimuló el imperialismo
como luchas interétnicas.
En la
planificación buscó el Socialismo las salidas a las
crisis cíclicas del Capitalismo. Pero aquella búsqueda
estuvo viciada por varios factores que tenían todos,
como denominador común, la propia concepción de
propiedad estatal que implicaba poner en primer plano
los intereses generales del estado central en lugar
de la satisfacción de las necesidades de la población,
enunciada como ley fundamental de la producción
socialista. Así primó un excesivo centralismo, con una
-cada vez más deficiente, hasta llegar a nula-
participación de las regiones y los colectivos de
trabajadores; y una visión de la seguridad nacional
centrada en el militarismo, que no la contemplaba como
un todo integral económico-político- social-militar.
Pretender, como se hizo, planificar el desarrollo
social sin tener en cuenta los puntos de vista y los
intereses de las masas, los colectivos obreros y las
personas, a corto, mediano y largo plazos, no solo
inhibió los resultados generales de la planificación
sino que se constituyó en su contrario.
Además
la planificación debió tener escalas nacionales,
regionales y empresariales, de manera que los
intereses a todos esos niveles pudieran manifestarse e
imbricarse y no excluirse. Tan terrible puede ser
poner los intereses del estado por encima de todos los
demás, como poner los intereses de una empresa por
encima de los intereses del estado en su conjunto.
Por la
forma en que se promovían, elegían y funcionaban,
hacía decenios que los Soviets habían dejado de
responder y representar a los intereses de los
trabajadores. Por lo que ni la planificación que
aprobaran, ni las políticas económicas o sociales que
votaran, tenían coherencia con los intereses generales
de la sociedad que decían querer construir.
Toda
aquella experiencia se basó en el control desde
arriba, de la cúpula hacia la base, cuando debió ser
precisamente al revés, de abajo hacia arriba. Debió
ser la base la que determinara todo, de donde debieron
salir las propuestas de todo tipo. Esta es una, entre
las más importantes causas de aquel desastre.
Algunos
acusan a Lenin del pecado original por esta
desviación, cuando proclamó el centralismo democrático
como método integral para el funcionamiento del
Partido de Nuevo Tipo y la sociedad nueva que se
pretendía construir. Se olvidan que fue herido en los
comienzos de la Revolución, y a pesar de su
convalecencia, en los últimos años de vida
desarrolló las bases teóricas de la NEP, que apenas
fueron aplicadas luego de su muerte, especialmente su
plan cooperativo general.
La
consecuente aplicación de la NEP debió tener profundas
implicaciones en el conjunto de las concepciones
políticas del Partido y la Sociedad, y ella misma
significaba una delegación del poder efectivo y real
el control a las masas de trabajadores de la ciudad y
el campo, sobre todo con la aplicación del plan
cooperativista. Lenin no fue responsable de que en la
lucha lógica entre el centralismo y la democracia, dos
contrarios unidos en el seno del Partido y la
sociedad, predominara el centralismo hasta extenuar la
democracia. Fueron otros factores internos y externos
los que provocaran aquel desbalance, a la postre
fatal, que el PCUS nunca pudo solventar
definitivamente ni después de Stalin, a pesar de la
crítica del XX Congreso.
(Continuará)
La Habana, 11 de enero de
2008.
*Este
ensayo escrito en enero de 2006 fue publicado
íntegramente en
analítica.com. Ahora lo ofrezco a los lectores de
kaosenlared, con ligeras modificaciones y divido en
dos partes.
1
Prologo de la Contribución a la Crítica de la Economía
Política. Carlos Marx.