Santa Cruz que llevó Fray Francisco a Roma, Jerusalén y Santiago de Compostela, años de 1643 - 1646

Relato primero:

                           Por esta edad, estando su madre en Toledo y a la puerta de su casa con el niño, llegó a ella un peregrino, y mirando con demostraciones de admiración a Francisco, la dijo que tuviese particular cuidado con él, porque a aquel niño le esperaban raros sucesos y grandes peligros de agua, y que advirtiese que lo que la decía importaba mucho al servicio de Nuestro Señor. Suceso a que se pudiera escasear el crédito, si en la vida que se escribe no hubiera habido muchos sobrenaturales; esto fue el año de mil quinientos ochenta y nueve, y luego el de noventa, estando en la misma ciudad de Toledo, en el Corral Hondo, que así llaman al sitio de la casa en que vivían los padres, a la entrada de un aposento que estaba encima de una escalera, vio pasar el niño, por encima de la ciudad, un animal muy pesado, que tenía forma de buey y era mucho más grande sin comparación, y con los cuatro pies que tenía andaba por el aire con mucha facilidad y caminaba siempre vía recta; y aunque tenía forma de buey, no tenía las puntas que le da la Naturaleza, de lo cual quedó con grande asombro. Este año de noventa tuvo muchas y diversas visiones imaginarias de noche, que le ponían grande horror y espanto; y aunque niño, con lo que su madre le había enseñado (que ya en esta ocasión era muerta, dejando admirable opinión de sus virtudes y de la paciencia singular con que toleraba su adversa fortuna), que era la devoción de Nuestra Señora del Sagrario y del Carmen, de que había sido muy devota con invocarlas, le dejaban luego las visiones feas y abominables que le afligían, y juntamente los miedos que le causaban, como cuando de repente en un temporal se serena el aire, y quedaba tan quieto como si tales visiones no hubieran llegado a sus ojos, de las cuales solía decir al P. Fray Juan de Herrera, su Confesor, que unas veces eran corpóreas y otras imaginarias, de que se acordaba distintamente cuando tenía cincuenta años, y daba muy continuas gracias a Nuestro Señor, y su Confesor le decía que eran disposición de Dios aquellas fantasías, y que las tomaba por instrumentos para dar a entender los ardides del demonio, y para que los bisoños en la Milicia Cristiana se fuesen haciendo esforzados y valientes.

Relato segundo:

                                         Entre otras visiones tuvo una corporal, en que se puede hacer particular reparo, y fue que un gato, grande y espantoso, le acometió una noche diversas veces, queriendo ahogarle; de que Nuestro Señor le libró invocando el dulce nombre de su Santísima Madre María. Bien se debe reparar el cuidado que daba al demonio un niño de tan tierna edad, y que en el modo que sabe y le es permitido reconocía el fruto grande que había de hacer en la Iglesia, pues conjuraba contra él todas sus industrias y artes. Parecíale que le veía ya tremolar la Sagrada Cruz que había de llevar en sus hombros, a imitación de su Maestro Cristo Jesús en el Santo Monte Calvario, y se afrentaba de que, habiendo sido allí vencido de un Hombre Dios, en el mismo lugar le hiciese guerra tan sangrienta un puro hombre.

Este mismo año de noventa le sucedió un caso tan extraordinario y de tales pronósticos, que parece que en él empezó Nuestro Señor a descubrir la particular manutención con que amparaba a Francisco, y que en las mismas asechanzas del demonio se reconocía el camino particular que le tenía guardado, por donde había de subir a la perfección; y fue que, estando una noche encerrado en un aposento, con llave, y la llave debajo de la cabecera de su padre y el aposento de su padre junto al suyo, también cerrado con llave, y también la puerta de la casa, la cual tenía las paredes firmes, y sin portillo, sin sentirlo el niño ni su padre, le sacaron de la cama y le llevaron a un pozo que estaba cerca de su casa, el cual ni tenía cubierta ni paredes, sino que estaba al igual del suelo y tenía dos vigas que le atravesaban en forma de cruz, y le pusieron en medio de las dos vigas donde se formaba la cruz, en pie y dormido, y de este modo le halló un labrador, al amanecer, pasando al campo, y viendo que estaba en pie y dormido y en aquel riesgo, le dijo: -Niño, ¿qué haces aquí? Con cuya voz despertó despavorido y asombrado, y el labrador lo quitó de allí y se le llevó a su padre, refiriendo el peligro y el suceso; quedando todos admirados, sin saber dar fondo a caso tan extraordinario, pues lo menos que tiene es el reconocimiento, que no pudo ser por modo natural, ni pueden dejar de carecer de misterio el detenerse en medio del riesgo en una cruz, ni se debe hacer reparo en si las puertas se franquearon o si las paredes se abrieron, cuando (sea por permisión o precepto) fue Dios el autor.

Entre las visiones de horrores y peligros también tenía otras que le defendían, porque a los que guarda Dios para sus siervos los trae siempre en sus manos, y en ellas los peligros son seguridades.

Relato tercero:

                                      Salió de la cárcel y fue en busca de su padre, y los dos acordaron de mudarse a Sonseca. Allí se separaron, porque Francisco tenía buen crédito; y aunque el padre, por ser mucha su edad, no podía trabajar, el hijo buscaba algunos viajes, en la forma que podía, y lo que ganaba con ellos lo empleaba en el sustento de su padre y suyo. Parece que ya tomaba algún aliento por este camino, y para que se desengañase de que no era el que le convenía le salió un viaje a los montes de Toledo, y en Navalmoral se sentó a jugar y perdió el poco caudal que le había quedado; con que le fue forzoso dejar de ser arriero, y solo, como había quedado, desde allí pasó a Orgaz. Viéndose tan perdido por su culpa, no se atrevió a parecer delante de su padre, y determinó irse a la guerra (esto fue el año que salieron los moriscos de España). Menos debía de ser éste su camino, porque aquella misma noche se acostó bueno y con esta determinación, y amaneció como si fuera una imagen de talla, sin poder menear ni brazo, ni pierna, ni mano, ni dedos, ni ojos, ni pestañas, ni hablar, ni quejarse, ni tener movimiento corporal suyo, y esto sin tener dolor alguno; pero, aunque estaba de esta manera, tenía las potencias libres, y conocía a todos, aunque no les podía responder a lo que le preguntaban, con lo que causaba general admiración. Corrió la voz por el lugar de que había en el mesón un arriero que estaba como encantado, y sabiéndolo el médico de él, fue a verle, y se persuadió de que le habían hecho algún mal, y con remedios que le hizo, nunca usados, volvió en sí, en cuanto a poder hablar, andar y comer, pero le duró un año la convalecencia. Su padre, habiendo sabido el caso, fue en su busca, y viéndole así, las penas y lágrimas de entrambos bien se dejan considerar; determinaron ir a Toledo, por si mejoraban de fortuna en parte donde les conocían, pero siempre se la llevaban consigo.

Hay en Toledo, entre otras muchas obras de piedad que la adornan y ennoblecen, una en la casa del Nuncio, que es sustentar doce pobres viejos, que sea gente honrada, y en esta ocasión había plaza vacante; y juzgaron que a un hombre principal y conocido en la ciudad sería fácil conseguir aquella plaza, él pasó a Yepes a buscar en que trabajar, y su padre se quedó en Toledo con esta pretensión. El poco dinero que había entre los dos se dejó al padre para que comiese mientras negociaba; y Francisco, bien falto de fuerzas (porque aún no había convalecido bien de la enfermedad pasada), se entró a servir en Yepes a un Sacerdote, que le ocupaba en arar viñas y olivares: como procedía bien, todos los de aquella casa le querían y estimaban, y él se iba acreditando.

Su padre, habiéndolo hecho sin razón, perdió la plaza del Nuncio que pretendía, y habiendo gastado el dinero que le quedó, pobre, roto y desamparado, fue a Yepes en busca de su hijo; hallóle en ocasión que estaba hablando con su amo, y cuando viendo a su padre de aquella suerte se había de echar a sus pies, y abrazarlos y besarlos, que esta era su obligación, no lo hizo; antes, como mal hijo, hizo que no lo conocía, afrentándose que su amo supiese que era su padre. Él, como tan viejo y falto de vista, aunque estaba cerca del hijo no le conocía; Francisco entonces se llegó a él, y le dijo que se fuese a una casa de un vecino, que él iría allí a verle; pero la edad, que le hacía falto de vista, también le había hecho falto de oídos; con que fue menester levantar la voz sobradamente para que lo entendiese. El amo, como estaba presente, entró en curiosidad de saber quién era aquel hombre, y preguntóselo: él, empeñado en llevar adelante su disimulación, respondió que era de su lugar; pero el amo, por algunas demostraciones, se persuadió de que era su padre; y preguntándoselo con tres instancias repetidas, Francisco en todas tres negó a su padre, y los motivos por que después decía lo que había hecho fueron: el uno de vanidad, porque miraba a su padre tan pobre; y el otro de soberbia, porque le parecía le estimarían en menos. ¡Oh, válgame Dios, quién diera peso a tantas profundidades! Si esto pasa en quien ara viñas y rompe terrones, ¡ay de los que habitan los palacios! Si esto pasa en un alma socorrida y privilegiada, ¡ay de la que se le deja obrar a su riesgo! Si esto pasa en una capacidad tan corta, ¡ay de aquella a quien el demonio hace la guerra con sus propias armas, y en sus habilidades funda su hostilidad!

Lo que llevó Francisco en esta ocasión de contado fue que el amo y toda su familia conocieron que era su padre; exageraron la ruindad, culparon la mentira, aborrecieron el mal trato, desestimaron tan mal hijo, y cuando él pensó llevar adelante su aprecio y excusar su desestimación, se halló silbo y fábula de todos.

Relato cuarto: 

 Fundó, con licencia de sus Prelados y de los Ordinarios, Congregaciones en muchos lugares con el título de nuestra Santa Fe Católica, dándolas piadosas y devotas Constituciones, y se admiraba mucho de que, siendo éste el principal motivo de nuestra Religión y habiendo tantas fundaciones de sus Divinos Misterios, no se hubiese fundado Hermandad alguna con este universal motivo; aunque esto no es de admirar, porque siempre ha sido estilo de Nuestro Señor conceder a su Iglesia, a diferentes tiempos, diversos favores y privilegios. Bien se conoce que era obra suya el que un Religioso Lego hiciese estas fundaciones, dándolas Constituciones tales, que personas de mucho ingenio y letras no las pudieran disponer ni más en razón, ni más eficaces, ni más devotas, y que, presentadas ante los Ordinarios de Toledo, Cuenca, Prioratos de Santiago y de San Juan, en los reinos de Castilla y León, y siendo examinadas con particular atención, movida del curioso concepto de la persona que las había ordenado, fueron aprobadas y aplaudidas debajo del título de nuestra Santa Fe Católica, firmándose los que en ellas eran recibidos esclavos de la Fe.

También se conoce la asistencia divina que tenía, pues erigiéndose altares con el título de Santa Fe Católica, significada en el cuadro que se referirá, y colocado en ellos en la Alberca, Villarrobledo, San Clemente, Tembleque, Argamasilla, Alcázar de San Juan, Madridejos, Campo de Criptana, Toledo y otras partes, en todas se celebró la festividad de la erección de estos altares con suntuosos aparatos y grandes gastos, siendo tan pobre el fundador que jamás tuvo un real suyo.

Relato quinto:

                                    Vio otra vez, durmiendo, que llovía sangre en una villa, seis leguas de Toledo.

Relato sexto:

                                    "En la iglesia parroquial de San Miguel de la ciudad de Toledo hubo un linaje con el apellido de Castros, y su última sucesora fue Ana de Castro, la cual en una ocasión llamó a una vecina suya, llamada María de Toro, a quien dijo: -Yo me hallo ciega y con ciento catorce años de edad, y por consiguiente, cercana a la muerte; pero sin hijos ni parientes; por lo cual, en señal de mi afecto y amistad que hemos profesado, te doy esta Santa Verónica: estímala en mucho, porque ha sido la devoción de todo mi linaje y por su medio ha obrado la Majestad de Dios Nuestro Señor muchos prodigios y milagros. Tomóla María de Toro agradecida; pero juzgó que todo lo que había dicho era vejez de su amiga, porque sólo vio una tabla sin señal de Imagen alguna, de que se originó el desestimarla y servirse de ella en los ministerios que quedan referidos, tan indignísimos del tesoro tan grande que en ella se ocultaba.

A esta sazón vivía en aquella vecindad Doña Lucía de las Casas, la cual una vez, entre otras que María de Toro arrojaba basura con dicha tabla, reparó en que tenía marco, y concibió alguna especie de que en ella había habido alguna cosa de devoción, por lo cual se la pidió con intención de limpiarla y poner en ella alguna Imagen o estampa de su agrado; diósela la dicha María de Toro; y habiéndola tomado Doña Lucía y reparado con todo cuidado, tampoco descubrió por entonces cosa alguna, hasta que después, estando a la muerte María de Toro, hizo llamar a Doña Lucía y la dijo que moría con gran desconsuelo y escrúpulo porque su amiga Ana de Castro le había dado aquella tabla con singular recomendación, y que ella, no haciendo aprecio de lo que la dijo, la había empleado en ministerios bajísimos, y así que la mirasen con todo cuidado por su consuelo.

Movida de la curiosidad Doña Lucía, empezó a raerla sutilmente con un cuchillo, y no descubriendo en la tabla Imagen alguna, la dio a una criada para que la fregase, lo cual hizo con lejía y un estropajo, poniendo en ella cuanta fuerza pudo; mas fue ociosa diligencia, porque tampoco se descubrió cosa alguna; movióse Doña Lucía interiormente a ejecutarlo por sí misma, y echando otra lejía clara en una vasija limpia, con mucha devoción se puso de rodillas, y encomendándoselo a Dios proseguía restregando la tabla; mas al primer movimiento se descubrieron unos ojos como de verónica, de lo cual admirada Doña Lucía, arrojó aquel instrumento menos decente con que la limpiaba, y pidiendo agua clara y un lienzo blanco, prosiguió con su intento, el cual no le salió en vano, porque se fue descubriendo el Santísimo Rostro de Nuestro Señor Jesucristo de tal venustidad y devoción, que causa mucha en cualquier cristiano que la mira con toda atención.

Lo más digno de ponderación es que la Imagen es de papel, sobrepuesta en la tabla, como hasta hoy día se conserva, del mismo modo que se descubrió en casa de Doña Juana de Tovar y de Doña María de Rivadeneyra, hija y nieta de dicha Doña Lucía, las cuales viven al presente en esta Corte"

Dicho esto, se levantó Fray Francisco y la dijo: Vuestra merced tiene razón; y pues todo lo que ha dicho es cierto que pasó así, no se maraville que un cristiano, considerando estas indecencias, haya tenido estos afectos; y con esto se despidieron.

Relato séptimo:

                                       Antes de retirarse con la Santa Cruz a su convento de la Alberca pidió licencia a su Superior para ir a visitar un gran Santuario; y preguntándole adónde era, dijo: -Que en Toledo, en el cementerio donde se entierran los incurables del Hospital del Rey los ajusticiados; y se la dio y fue; y estando en el dicho cementerio, que está contiguo al convento del Carmen, le vio un Religioso de su Orden haciendo oración, y que la cabeza la tenía bañada de resplandor.

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