Santa Cruz que llevó Fray Francisco a Roma, Jerusalén y Santiago de Compostela, años de 1643 - 1646

De un singular favor que le hizo la Virgen del Carmen, y de cómo llegó a Navarra y entró en la Francia.

   Amaneció el día siguiente; y bien se puede decir amaneció, pues a las tinieblas más obscuras y horrorosas sucedió la mejor aurora disipándolas y confundiéndolas. Caminaba Fray Francisco en profunda meditación, cuando, suspendido algo de una apacible novedad, reconoció que traía el aire fragancia tan delectable y olorosa, que se recreaban en ella los sentidos; tan extraordinaria, que no pudiéndose declarar con flores, rosas, hierbas ni aromas, no siendo como de alguna, sobrepujaba a todas; tan suave y excesiva, sin embarazar lo excesivo a lo suave, que en ella amorosamente se regalaba el olfato y fervorosamente se encendía el espíritu. Admiró también que a un mismo tiempo se cubría el aire de pájaros de varias naturalezas y de varios géneros de música y sólo no varios en la perfección y destreza con que cantaban, pues cada uno recreaba el oído, y todos juntos le aplaudían y admiraban, componiendo la hermosa unión de una música la concertada diversidad de diferentes voces y músicos.

Estaba sin poder dar fondo a caso tan raro y ameno, a suceso tan extraño y amable, cuando advertidamente reconoció con los ojos corporales que le salían al encuentro doce hermosísimas doncella, divididas seis en cada lado, todas ricamente vestidas y adornadas de resplandores excesivos, trayendo cada una en la mano una antorcha, y que al fin de todas venía una niña con el Hábito de su Religión, vestida de blanco y pardo, cercada de tales resplandores, que en su comparación pierden el lucimiento las estrellas, padece eclipses la Luna y confusiones y embarazos el Sol, y que llegándose a él le dijo:

-Prosigue tu camino sin que te embaracen trabajos ni adversidades, que yo, que soy tu Madre, te ampararé.

Dicho esto, acordando más sus dulces acentos las aves, excediendo más las fragancias que ocupaban el ambiente, brillando más las galas de aquellas perfectísimas criadas, luciendo más las antorchas que tenían en las manos, y obscureciendo más sus resplandores el día, bajó una nube con rojos brilladores matices, con lucidos apacibles reflejos, cubriendo a los ojos del Siervo de Dios este hermosísimo teatro.

Quedó agradecido y confuso, pidiendo a Nuestro Señor trabajos y adversidades por lograr tan celestiales amparos, y haciendo en todos los lugares en que entraba oración al Santísimo Sacramento, conforme al precepto que tenía (que observó puntualmente hasta volver a su convento de Santa Ana de la Alberca), proseguía su viaje, saliendo los pueblos a verle y a acompañarle por largas distancias, edificados de su devoción, edad y penitencia, rogando todos a Dios fuese servido que celo tan piadoso y fervor tan sin ejemplar llegase a conseguir dichosamente el virtuoso fin de su empresa.

Iba Fray Francisco con una voz edificadora exhortando a todos a oración y penitencia, aclamando la Exaltación de la Santa Fe Católica.

De esta suerte llegó al reino de Navarra y a su Corte, la ciudad de Pamplona, víspera de la Santa Cruz de Mayo, en donde causó tal novedad el verle, que se conmovió toda la ciudad, asegurándose todos que esta era obra del Cielo, y que Nuestro Señor se había de apiadar de las dos Coronas, España y Francia, en aquellas presente guerras, concediéndoles la deseada paz. Fue al convento de su Orden, y el Padre Prior al día siguiente, por serlo de la Santa Cruz, en la procesión conventual permitió que Fray Francisco llevase la suya; donde asistió tanto concurso que, después de acabada, fue necesario retirarle porque no le cortaran los hábitos. El Cabildo Secular de aquella ciudad le envió dos Caballeros Comisarios para que de su parte le ofreciesen todo el dinero que fuese menester para el camino, y para pagar los tributos que tienen impuestos los turcos en sus Aduanas a los peregrinos que pasan a la veneración de los Santos Lugares trasmarinos. Él se excusó, agradeciendo demostración tan cristiana y generosa, diciendo que iba confiado sólo en la Divina Providencia, persuadido a que, en valiéndose de medios humanos, no había de conseguir su intento. Los Caballeros Comisarios, viendo que sus ruegos no eran bastantes para que recibiese la liberal ofrenda de aquella nobilísima ciudad, el día que se partió de ella le fueron acompañando hasta que la perdió de vista. Entró en la Francia por la parte de Bayona.

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