SSanta Cruz que llevó Fray Francisco a Roma, Jerusalén y Santiago de Compostela, años de 1643 - 1646

RELATO PRIMERO:

 De algunas mudanzas de oficios que tuvo en este tiempo, desde veintidós hasta treinta años, y los varios lugares en que estuvo, con sucesos notables.

Desde Burgos vino a Madrid, y entró a servir en el Hospital Real de la Corte, y se ejercitaba con mucho gusto en asistir a los enfermos; pero con los oficiales del Hospital se mostraba con alguna entereza, porque era muy preciado de valiente y le parecía desestimación mostrar a los demás, por recién venido, algún rendimiento. Sucedió que otro criado de aquella casa Real le prestó unos dineros, y él se los pagó; y estando ya pagado, se los volvió a pedir, por cuya causa se desafiaron, y riñendo se le desguarneció la espada a Francisco, y milagrosamente no le hirió el contrario, aunque lo intentó; lo cual fue causa de que le despidiesen del Hospital y no permaneciese donde su natural, verdaderamente piadoso y compasivo, por el ejercicio de la misericordia, podía llegar a conseguir otras virtudes. No era el camino de su vocación, ni el que después tomó yendo a Vallecas a aprender el oficio de albañil, en el cual duró muy poco, y desde allí pasó a Navalcarnero, donde encontró un pobrecillo desnudo, que le movió a tal compasión que, con el dinero que le había quedado del viaje de Castilla, le vistió, sólo por amor de Dios, sin que en esta ocasión se mezclase género de vanagloria, de que luego recibió el premio (aunque en mucho tiempo no lo llegó a conocer), y fue encontrarse en aquel lugar con Fray Vicente del Castillo, Religioso del Orden Sagrado de Nuestra Señora del Carmen, que estaba pidiendo la limosna de la vendimia, y entró a servirle en el ministerio de recogerla. Fray Vicente, aficionado al agrado y buen proceder de Francisco, le ofreció su favor para ser Religioso del Carmen, cuando destempladamente se impacientó, de manera que parecía haber recibido alguna injuria grande; tanto, que el Religioso, viéndole tan desenfrenado en la desestimación del Sagrado Hábito, le pidió perdón por la pesadumbre que había recibido.

El obrar con esta violencia no fue natural, porque ni la proposición lo mereció, ni el sujeto (aunque tenía tanto de mundo) era desestimador de la virtud; pues una acción tan descompasada, o tuvo origen en culpas antecedentes, o el demonio, al punto que oyó el nombre que había de ser el remedio de Francisco, le destempló en furor tan atrevido y desbaratado; o fue todo junto, porque es ilación una culpa de otras, y porque el demonio está enseñado a perder tierra a vista de la antorcha resplandeciente del Sagrado Hábito del Carmen.

Dejó a Fray Vicente, y habiéndose venido a Madrid, entró a servir al P. Fray Antonio Pérez, Provincial del Carmen, y también a pocos lances le dejó; y, en fin, andaba violento en todo. Buscaba su centro, y como tenía tantas cubiertas sobre la vista del alma, andaba ciego y no le hallaba. Parece que ya iba llegando el de Francisco, pues Nuestro Señor le quiso llamar con voz más alta por el medio siguiente:

Pasando por la Plazuela de la Cebada, vio reñir dos gallegos, y, como tenía espíritu valiente y compasivo, se llegó a poner paz, a tiempo que el uno tiraba al otro una piedra; ésta dio a Francisco en la cabeza tan grande golpe, que le hendió el casco. Lleváronlo a curar, y luego se conoció que la herida era de peligro de muerte. Son las enfermedades y riesgos ángeles visibles que tratan el negocio de quien las envía, y con el quebranto de la porción terrestre sube de punto la espiritual. Francisco, conociendo el estado de la herida, luego trató de confesar generalmente; y aquel que había hecho tanta desestimación del Sagrado Hábito de Nuestra Señora del Carmen, ahora le pide con muchas ansias a su Confesor le dé, en penitencia, que traiga siempre consigo el Bendito Escapulario. El demonio, que no da cuartel, por no perder pie en esta jornada incitó a una mujer principal para que, con embozo de caridad, regalase a Francisco en la enfermedad, y, sin embargo de que era un tronco tosco y sin desbastar, le solicitase; mas tuvo grandes ayudas del Cielo para la resistencia, y así, en conociendo la intención, no quiso admitir regalo alguno. La herida no daba esperanza de sanidad, y en esta ocasión le curaron por ensalmo, y estuvo luego bueno; tratóse de darle algún dinero para que no hubiese querella, y él, encontrando al que le hirió, cuando se recelaba no quisiese tomar satisfacción, le perdonó sólo por amor de Dios.

Si las diligencias que pone el demonio para nuestra ruina (no mejorando él de fortuna con ella) pusiéramos nosotros (consistiendo todo nuestro bien en apartarnos de sus lazos), obráramos con la razón y justicia que debemos; aunque del tropiezo pasado salió mal, luego de contado le puso otro de una mujer que intentó su amistad por lograrla; y por tener en él defensa a sus depravadas costumbres con que fue acometido, en la parte de la reputación como hombre de valor, y en la parte de la flaqueza como hombre, no quiso admitir esta amistad, y la tal mujer, haciendo empeño por el desaire recibido para vengarse, dispuso un regalo bien confeccionado y se lo envió disfrazado con muchas caricias. Pero Nuestro Señor, o ya fuese por su inocencia, o lo que es más cierto, por conservarle para la fábrica grande a que le tenía destinado, puso en su corazón un recelo tal, que le obligó a no querer comerle, y a la mañana del día siguiente le halló todo lleno de gusanos; con que declarada la alevosía, rompió su espíritu en sumos agradecimientos a la bondad Divina, por haberle librado de aquel veneno y de una mujer que le mataba porque le quería.

RELATO SEGUNDO:

Esto fue el año 1613, en el cual una noche, estando durmiendo, tuvo un sueño, y en él le parecía que estaba en el convento de Nuestra Señora del Carmen de Madrid, delante del Santísimo Sacramento del Altar, y que con toda atención y reverencia miraba la Sagrada Hostia. Los efectos de este sueño fueron movérsele el corazón con gran vehemencia a dejar la Andalucía y volver a Madrid; y no obstante que en Lucena tenía una comodidad muy ventajosa, andaba como fuera de sí, y no podía reposar, ni pensaba en otra cosa si no era en el convento del Carmen; tanto fue, que luego se puso en camino y vino a Madrid, y fue al convento, y en él entró a servir al P. Fray Juan Maello; fue este Religioso conocidamente el instrumento que tomó Nuestro Señor para la conversión de Francisco; y se puede decir que fue hijo de su espera, y de su paciencia, porque cada día se le sacaba el demonio, y cada día le volvía a recibir, hasta que por los rodeos que se verán, vencidos los peligros del mundo, logró las seguridades de la Religión.

En este tiempo, estando sirviendo al P. Fray Juan Maello, tuvo otro sueño muy profundo, y en él vio unas tinieblas demasiado densas y obscuras, y en medio de ellas una luz como la estatura de un hombre, y aunque durmiendo le parecía que tenía particular temor y grande asombro de aquella luz, extrañando él en sí tal cobardía, y vio que la luz se le venía acercando, y que de en medio de ella salió una voz y le dijo: -No temas; prosiguió diciendo: -Estoy en penas de Purgatorio; aconséjote que seas muy devoto del Santísimo Sacramento del Altar.- Despertó, y quedó tan admirado de este sueño, que mucho tiempo después de ser Religioso siempre tenía delante de los ojos esta consideración, y le servía de ejercicio, porque formaba este concepto y decía: ¿Es posible que Silo Abalos esté en el Purgatorio? ¿Un hombre tan buen cristiano que jamás le vi jurar, ni maldecir, ni cosa digna de reprensión, antes con todas sus acciones, palabras y ejemplo edificaba; hacía muchas obras de misericordia, y, aunque pobre, en lo que podía socorría a los necesitados, quitándolo de su comida; que todos los días oía tres Misas, frecuentaba los Sagrados Sacramentos, y todo él era piedad y virtud? Si para éste hay Purgatorio, ¿qué habrá para mí? Los efectos que resultaron de este sueño fueron: copiosos deseos de huir de todas las ocasiones de pecar, ansías fervorosas de contrición y colmados frutos de devoción; ¿qué mucho, si en esta disposición le llegó la pluvia celestial?

Esto sería a fines del año 1613, y en los principios del 1614 tuvo otra maravillosa visión; ésta no pudo distinguirla si había sido en vigilia o entre sueños, y fue: que vio un Ángel de rara hermosura que con mucho agrado se iba acercando a él y traía una carta en la mano, y conoció, intelectualmente, que la carta era de Nuestra Señora la Virgen Santísima; y también conoció que era para él la carta, y que contenía estas solas palabras: –El viernes irás allá; y con esto desapareció la visión, la cual le dejó con un género de gozo indecible, con una quietud de espíritu admirable, con un fervor en su corazón tan extraordinario, que jamás le había tenido ni a su consideración había llegado.

RELATO TERCERO:

 Estando dispuesto el corazón de Francisco, como se refiere en el capítulo antes de éste, le aconteció, pasando por la Plaza Mayor de Madrid, que estaba predicando un Religioso de la Compañía de Jesús, y con el espíritu y fervor que acostumbran los Padres de esta sagrada Religión, reprendía el vicio de la deshonestidad. Llegóse a oír el sermón, y cada palabra era un dardo que le atravesaba el pecho, pareciéndole que aquel sermón se había hecho sólo para él, y que hablaba Dios en la boca de aquel santo Sacerdote; y como la conclusión fuese para la verdadera enmienda el medio de una confesión general, y él estaba ya tocado de buena mano, se resolvió a buscar oportunidad de hacerla, eligiendo por su confesor al mismo Padre que había oído predicar. Con esta determinación se volvió a servir al Padre Maello, y viendo que con su ocupación se le iba pasando un día y otro sin hacerla, hizo promesa a Dios de no comer más que pan y agua hasta tanto que hubiese hecho confesión general, y así lo cumplió; para lo cual se despidió de dicho Padre, con algún color de respeto, sin querer declarar su ánimo, y en una casa virtuosa donde le estimaban se preparó con tiempo suficiente para la confesión, a su modo de entender cabal. Fue al Colegio de la Compañía de Jesús, y apenas hubo entrado en la portería y preguntando por el Padre que predicó en la Plaza tal día, cuando le puso el portero con él e hizo su confesión general, quedando muy contento.

Francisco, habiendo hecho confesión general muy a su satisfacción, se volvió otra vez con su Padre Fray Juan Maello, el cual le quería bien y sabía su verdad, fidelidad y cuidado, y que era hombre principal; atribuía sus defectos a su corta capacidad, y así le volvió a recibir en su servicio, admirándose de ver su mudanza y verle tan rendida la voluntad, que es lo que más extrañaba, y que sus pláticas eran todas en orden a aprovechar en la virtud; y así, por conseguir su perseverancia y por apartarle de los lazos que los mozos ellos mismos se echan para ahogar la vida del espíritu, trató de casarle con una hija de confesión, mujer honrada y principal y que tenía algunos bienes de fortuna, y que persona de más comodidades que Francisco lo tuviera a mucha suerte. Propúsoselo, y como si le hubieran hecho alguna sinrazón, se sobresaltó, y por no dejar sin respuesta al Padre Maello le dijo, con grande destemplanza: - Sólo una esposa espero tener, que jamás se ha de morir, y a ésta he dado la palabra; quiera Dios que sepa cumplirla. Quietóse, y al Padre Maello, con buenas palabras, le procuró dar a conocer sus intentos, aunque por rodeos, de que el Padre hizo poco caso, porque conocía bien sus mudanzas; pero viendo que perseveraba en sus buenos propósitos, le aconsejó que acabase ya de resolverse a tomar estado y eligiese el más conveniente a su natural, porque el modo de vida que tenía era muy arriesgado. Francisco tenía muchos impulsos de pedir el Santo Hábito del Carmen; pero el demonio le hacía fuerte guerra, con capa de humildad falsa, persuadiéndole a que era indigno de él, pues le había despreciado, y la tentación no le daba lugar a que tuviese atrevimiento de pedirle. Volvía a considerar los riesgos del mundo, y que el que no hace mucho aprecio de ellos para excusarlos, muere a sus manos; y así se determinó de ir al convento de la Victoria de Madrid a pedir el Santo Hábito de San Francisco de Paula, pareciéndole sería fácil conseguir este bien en aquella Sagrada Religión, porque en ella no se sabía que él había desestimado el estado Religioso, y porque allí había muchos sujetos de Mora, su patria, que tenían mano en el Gobierno, y conociendo su calidad y sus buenos deseos le ampararían para que consiguiese la dicha de ser admitido en tan Santa y ejemplar Familia. Todo este discurso iba muy puesto en razón, y los medios eran proporcionados, si no lo embarazara determinación superior que, como si todo fuera al contrario, luego que se hizo la proposición se desvaneció el intento; y Francisco, resuelto a tomar forma de vida por el estado Religioso, y que en el Carmen, respecto de su indignidad, no podía ser, volvió a dejar al Padre Maello para intentar su fortuna en otra parte.

 RELATO CUARTO:

En que prosigue con raros suceso la determinación de ser Religioso.

Entró a servir en el Colegio de Atocha al Venerable Padre Fray Domingo de Mendoza, del Sagrado Orden de Predicadores, varón de singulares virtudes, hermano del Ilustrísimo Señor Don Fray García de Loaysa, Cardenal Arzobispo de Sevilla e Inquisidor general. Allí fue estimado por su verdad y buenos respetos, a quien sirvió cuatro meses. Sucedió que estando una noche solo encendiendo un velón, sin que hubiese otra persona en la celda, oyó una voz exterior que le dijo: -Francisco, Francisco, Francisco, date prisa, date prisa, date prisa. Causóle mucho cuidado, porque no sabía lo que fuese, y sólo sabía de cierto que no había quien se la pudiese dar, y le pareció que la inteligencia de aquella voz era que se diese prisa a entrar en Religión. Esta misma voz, por tres noches continuadas, le llamó con la misma formalidad; y en la última le causó tal temor, que no podía sosegar y andaba consigo mismo violento; con que en amaneciendo se fue al Padre Fray Domingo, y sin declarar motivo alguno le dijo: -Vuesa Paternidad me haga decir tres Misas a la Santísima Trinidad, y me encomiende a Dios para que no vuelva atrás en lo comenzado. Dicho esto, le dio un real de a cuatro, que era todo su caudal, y sin más urbanidades, ni hacer cuenta del tiempo que le había servido, le dejó; y como todo esto fue tan sin modo, el Padre Fray Domingo juzgó que le había dado algún accidente. Desde allí, valiéndose de personas de autoridad, volvió a los Padres Mínimos, y mientras más medios ponía, más cierta hallaba su exclusión; con que desengañado, se fue a los Padres Carmelitas Descalzos, y al Padre Provincial le pareció muy bien y quedó muy contento, porque lo robusto del natural ayudaba mucho para que obrase bien en cualquiera ocupación que la obediencia le emplease, y él salió muy consolado; y volviendo otro día por la licencia para recibir el Santo Hábito, oyó la misma voz que le había hablado, que le dijo: -No es aquí. Y aunque hizo reparo, entró a hablar al Padre Provincial y le halló totalmente mudado; con que no tuvo efecto su pretensión, y con que entró en consideración que aquella voz, pues tenía tal eficacia, era Divino Oráculo, y que con negarle lo que pretendía le consolaba; pues diciendo que no era allí, le daba a entender que era en otra parte; con que se resolvió de ir a la Cartuja a ver si era el camino por donde Nuestro Señor le llamaba; y caminado al convento, iba pensando en la importancia del negocio a que iba, y oyó segunda vez la voz que le dijo: sin llegar al convento; y pasando por San Bernardino, que lo es de Descalzos de nuestro Padre San Francisco, entró en consideración si sería para aquel Santo Hábito su llamamiento, aunque su inclinación siempre era al Carmen de la antigua observancia; si bien éste le parecía no podía ser, pues él le había despreciado, y no obstante, se vino al Carmen de Madrid y asistió algunos días al P. Fray Antonio Pérez, a quien en otra ocasión había servido; pero andaba con notables inquietudes, sin tener rato de sosiego, vacilando en qué hábito tomaría y resolviéndose que tomaría cualquiera en que le quisiesen, pues sería esa la voluntad de Nuestro Señor. En este tiempo se le ofreció una visión, que ni supo bien lo que quiso dar a entender, ni tampoco se afirmó en si era imaginaria o intelectual; sólo le pareció que se le había ofrecido pensamiento de ir a San Bernardino y declararse con el Padre Guardián, y luego lo puso por obra. El Padre Guardián recibió bien la proposición, y le dio carta para el Padre Provincial, que estaba en Cebreros, el cual, habiéndola visto, le dijo: -Que para Lego no le había de recibir, pero para el coro le recibiría. Francisco se allanó a todo por los ardientes deseos que tenía de ser Religioso; y también, pareciéndole que aquella visión que no supo entender le instaba a que éste debía de ser el camino; y es verdad que no la entendió, y que su Divina Majestad, a los muy experimentados en su trato y amistad les suele encubrir, por sus altísimos fines, la declaración de sus luces y avisos, cuanto y más a los bisoños; y así fue en esta ocasión, porque en virtud de las órdenes del Padre Provincial y acuerdo tomando con el Padre Guardián, compró el sayal para su hábito y le llevó a San Bernardino, y el Padre Guardián hizo que allí se le cortasen, y se le entregó para que le llevase a coser y volviese a recibir el Santo Hábito de nuestro Padre San Francisco; y estando todo ajustado y prevenido, al salir del convento a ejecutar lo referido, la voz que otras veces le había hablado le dijo: -No es aquí. Apenas la oyó cuando, cayéndosele el sayal de las manos, le ocupó todo un sudor frío, y faltándole la respiración, llenos de lágrimas los ojos, que lo eran de sangre en su alma, mirando al Cielo, dijo: - ¿Señor, si no me entiendo a mí, como queréis que os entienda a Vos; si la grandeza de mis culpas os obliga a castigarme, para que estando viéndoos no os vea, y oyéndoos no os oiga? Por esto es infinito el número de vuestras misericordias; mi rudeza, viéndoos hablar en sombras y en misterios, se equivoca y llega a dudar si es vuestra la locución; pero vuestros caminos, aunque no son comprendidos, siempre son justos y santos, y no importa que yo entre ciego en ellos; si confío en Vos, me alumbraréis. Tengo esperanza firmísima que quien me guía en el viaje que no he de elegir, me tiene que guiar en el que he de elegir, para que, apartado del uno y siguiendo del otro, o vivo o muerto, siempre sea vuestro.

 

 

CAPÍTULO XII

En que prosigue la misma materia.

Desengañado de que tampoco era su vocación para el Orden de nuestro Padre San Francisco, dio el sayal para que se hiciese el hábito y se diese de limosna para enterrar un pobre, y se fue a Alcalá en ocasión que se hacían fiestas al glorioso San Diego, y mientras duraron estuvo en el convento del Carmen, donde tenía muchos Religiosos conocidos por la asistencia que había tenido en el de Madrid. En esta ocasión se trató entre todos que pidiese el Hábito del Carmen, que se le facilitaría mucho, respecto de que todos le conocían y querían bien; y aunque la tentación de no pedirle, porque no le merecía, respecto de haberle desestimado, le hacía fuertes repugnancias, no obstante, se determinó a pedirle al P. Maestro Fray Juan Elías, que se hallaba en Alcalá. Vino a Madrid, y con tal intercesor se persuadió de ganar la voluntad del Padre Provincial, como sucedió; y desechadas ya las dificultades de la tentación, y saliendo bien lo que se obraba contra ella, cada hora que se tardaba en recibir el Santo Hábito le parecía un siglo. El Padre Prior de Madrid hizo pretensión de que le tomase en su convento; pero la licencia del Padre Provincial era para que se le diese en Alcalá, y con ella fue recibido en 2 de febrero de 1617, día de la Purificación de Nuestra Señora.

RELATO QUINTO

De lo que le sucedió después de que le quitaron el Hábito.

¡Cuál se hallaría en la calle, y a deshora, y solo, con acontecimiento tan inopinado, Francisco! No puede haber palabras para poderlo significar, porque ni fue prevenido para que se enmendase, ni en su conciencia había habido que enmendar, aunque los Padres obraron con dictamen de razón; y fue la razón mayor el impulso del dictamen.

Viéndose de aquella suerte, le pareció, y con justa causa, que no era bien quedarse en Alcalá, y a aquella hora tomó el camino de Madrid. Al demonio, grande acechador de los instantes, y aun de los átomos de Francisco, le pareció buena ocasión para aventurarlo todo al suceso de una batalla, pareciéndole que, en el caso presente, haciéndole guerra en el afecto que más predominaba, no había fuerzas en la naturaleza para la resistencia; y así que salió de la villa y venía por el camino de Madrid, a orillas del Henares le quiso cerrar por todas partes los socorros, para obligarle a una desesperación, proponiéndole que ningún hombre sobraba en el mundo sino él; que el único remedio que le había quedado por intentar era el de la Religión, y ese, por su culpa, le había malbaratado, y justamente habían echado de ella a un hombre tan indigno; que mirase en cuántos oficios no había cabido, qué auxilios no había atropellado, qué pecados no había cometido ni qué confianza le quedaba a un hombre que había negado tres veces a su padre y con una desobediencia tan escandalosa le había desamparado; y así que, para estorbar los baldones que había de tener, el acto más heroico y de reputación que podía intentar era echarse en el Henares, para que de una vez dejase de ser testigo de sus afrentas, y de hombre tan infeliz tuviese fin la memoria. Todas estas cosas forcejeaban a apoderarse del entendimiento y de la resolución de Francisco, y todas tenían bastante fuerza para atropellarle, si él de su voluntad se hubiera puesto en aquel estado; pero como Nuestro Señor, por sus soberanos motivos, le puso en él, en él le socorrió; dándole claridad para que, con la divina gracia, rompiese su voz, diciendo: - "Todas estas culpas son mías, pero ¡válgame la Sangre de Jesucristo y la intercesión de su Madre!" – con que el que no pudo desatar los lazos, los rompió, y su enemigo, a este bote de lanza perdió tanta tierra, que, dejando la guerra de la vida y del alma, la convirtió en la de las aflicciones del cuerpo, contentándose por entonces con cualquier género de venganza.

Francisco, por el camino de Madrid (ilustrado cada instante más su entendimiento), venía diciendo: -"Nunca he conocido tanto mi corta capacidad como ahora. Quisiera saber de qué me acongojo. ¿Por ventura yo he de huir las manos del Altísimo ni vivo ni muerto? ¿Por ventura se hace nada sin su voluntad? Pues a mí sólo me toca el no cometer pecado, y por la bondad de Dios, desde que hice la confesión general última juzgo que grave no le he cometido: que caigan rayos del Cielo y me hagan ceniza; que la tierra se abra y me reciba en su centro; que la Religión me arroje de sí; que sea el desprecio y abatimiento del mundo; que viva en perpetua deshonra; que sea afligido en cuerpo y alma, ¿qué importa todo, si en ello no interviene pecado? Concédame Dios el que yo esté en amistad suya, y cáiganse los montes sobre mí y el Infierno se conjure sobre mí, pues yo no debo temer sus penas en comparación de mis culpas" Con estos celestiales sentimientos vino caminando a Madrid y, habiendo ya amanecido, entró por la Puerta de Alcalá; y estando descansando y discurriendo la vereda que había de tomar, el demonio, que no le perdía de vista procurando hallar ocasión de vengarse de él, dispuso que unos aguadores, sobre quién había de llenar en una fuente primero, se trabaron de pendencia; Francisco, como naturalmente era caritativo y nada cobarde, se llegó a ponerlos en paz, a tiempo que uno tiró una piedra, la cual le dio en una sien, hiriéndole de peligro; al ruido y voces de los aguadores y gente que se llegó acudió la justicia, y prendió al que tiró la piedra; Francisco se les hincaba de rodillas, bañado el rostro en sangre, pidiendo por amor de Dios que no prendiese a aquel pobre hombre que a él le había herido casualmente, sin querer herirle. Los alguaciles porfiaban en que se fuese a curar y en llevar su preso, cuando también, al mismo ruido, se llegó el P. Fray Juan Maello, que aquella mañana (como andaba siempre achacoso) había salido a hacer ejercicio; y viéndole herido y en aquel hábito, le extrañó todo; y usando de su acostumbrada piedad, le hizo curar, asistió a la cura y luego se le llevó consigo al convento del Carmen.

 RELATO SEXTO:

De lo que le sucedió en su enfermedad, y varias ocupaciones en que se volvió a ejercitar.

El suceso antecedente de haberle quitado el Hábito en el convento de Alcalá, parece que pedía que se apartase del comercio con Religiosos del Carmen, porque es muy propio de nuestro natural huir de lo que le puede ser desdoro o vergüenza; y también pedía que los Religiosos no le admitiesen, o se excusasen de comunicación con él, por no darle en rostro con su poca perseverancia por traer un género de desestimación consigo el defecto ajeno conocido, pues nadie se había de persuadir a que sin culpa suya se había hecho tal demostración, y el mirar con algún desaire la imperfección que se tiene delante de los ojos es muy propio de nuestra naturaleza; que aun a vista de muchas perfecciones siempre se va la vista, y tras ella el reparo, o a lo que es digno de nota, o a lo que es menos perfecto, como cuando se mira una hermosura muy cabal que tiene un lunar, y la vista no acierta a apartarse de él, porque es imperfección. No sucedió así con Francisco y los Religiosos, porque él los miraba como a hermanos, y ellos le asistían a él en la curación de su herida con el propio amor que si conservara el Sagrado Hábito de la Virgen.

En esta ocasión de su enfermedad, el demonio, que no perdía tiempo, dispuso que una mujer principal y de caudal, con quien había tenido amistad en Cuenca, en esta ocasión hubiese venido a Madrid y llegase a saber que estaba herido y en el Carmen, la cual hizo empeño por todos los caminos posibles de sacarle a curar a su casa; y viendo que ni por recados ni por papeles tenía respuesta, se valió de un Religioso del mismo convento, diciéndole que Francisco había de ser su marido, y que de esta resolución no le habían de apartar ni parientes, ni amigas, ni el saber que era pobre, ni las indecentes incomodidades en que había vivido, que todo lo sabía; y que, supuesto que el Religioso conocía su calidad y hacienda, hiciese este bien a Francisco de declarárselo de su parte para que tuviese efecto resolución tan justa y honesta. El Religioso se lo propuso; y cuando imaginó que le diera los debidos agradecimientos a una proposición de donde le resultaba conveniencia, la respuesta fue tan ajena de la que se esperaba, que el Religioso no volvió a hablar más en aquella materia. Lo que el demonio perdía en él con los pensamientos que le traía continuamente a la imaginación, lo ganaba en la mujer con las perseverantes instancias que a todas horas y por todos caminos hacía; y fue tal su obstinación en esta parte, que aun después de muchos años de Religioso le sirvió de instrumento en Cuenca para que lograse una de las mayores victorias que hombre jamás alcanzó, como en su tiempo se dirá.

A un mes de enfermo se levantó, convaleciente de su herida, y siempre perseveraba la mujer en que le había de llevar a convalecer a su casa; y le tenía cogidos los puertos de tal suerte, que con nadie hablaba que no le dijese que hacía mal en no admitir un partido tan ventajoso y encaminado a buen fin; pero como sus intentos eran otros, se puso en manos de Nuestro Señor y de su Madre Santísima del Carmen con profunda resignación; y lo que resultó de esta humilde y segura conformidad fue que, con licencia del Padre Maello y de los Religiosos amigos, se salió huyendo de Madrid, pareciéndole que a incendios de esta calidad, el que no pone tierra en medio confía en sí, y el que se confía en sí (como fabrica en falso) es fuerza que se pierda. Partió de Madrid, y anduvo por algunos lugares, hasta que llegó el tiempo de la siega, y en ella adquirió setecientos reales. Sucedió que, estando en un lugar, oyó a un hombre que estaba dando lastimosas quejas, diciendo: Que no había piedad en el mundo, pues otro, a quien debía ochocientos reales, pudiendo irlos cobrando a plazos, le sacaba por justicia una recua que tenía, con que le dejaba sin remedio a él, y a su mujer y a sus hijos, pues con ella era con lo que ganaba de comer para toda su casa. Condolióse Francisco de aquella lástima, tan puesta en razón, y llegándose al acreedor, le dijo: Que tomase luego setecientos reales, y aguardase por los ciento, que no era bien dejar una casa perdida donde había mujer e hijos; y le entregó los setecientos reales que él había ganado con mucho sudor y mucho tiempo; y volviéndose al hombre, que estaba admirado de lo que le sucedía, le dijo: - Amigo, ya es suya la recua; si en algún tiempo pudiere y quiere pagarme, lo haga, que yo voy muy contento de haber servido a Nuestro Señor en algo; y desde allí fue a Villamuelas, en casa de un pariente suyo, donde fue muy bien recibido, y con quien comunicó todas sus tragedias, el cual, lastimado de su poca dicha, y reconociendo que su corta capacidad ayudaría mucho a su corta ventura, le dio una cantidad de dinero para que se socorriese mientras disponía algún modo de vida. Francisco, estimando la dádiva (como era razón), lo recibió y se fue a Ocaña, y desde allí a Cuéllar, pareciéndole que sería bueno volver a trajinar. Como no era el camino determinado, a pocos accidentes que le sobrevinieron se halló sin el embarazo del dinero y pobre y desvalido como de antes; entró en cuenta consigo, y como eran tan grandes los afectos que tenía a la Religión, reconoció que, para conseguir esta dicha, no tenía medios proporcionados, sino al Padre Maello y a los Religiosos amigos del convento del Carmen de Madrid, que le conocían; y así luego se puso en camino, viniendo por él formando un concepto que a toda discreción humana parecerá sin términos y desbaratado, y a él le valió hallarse en la Religión, y con ella todos los colmos de virtudes y gracias a que Nuestro Señor levantó su espíritu.

 RELATO SÉPTIMO:

Del extraordinario camino que halló para volver a ser Religioso del Carmen.

 Era Francisco (aunque de natural rústico) hombre que, en llegando a tratar cosas virtuosas y espirituales, disimulaba el poco talento y todo lo que era en orden a su alma, y llegarse a Dios le hacía mucha fuerza; y así, cuando discurría con el dictamen de su natural, en lo que pide alguna disposición humana, no sólo lo erraba en la disposición, sino también en la explicación, porque se daba mal a entender; pero en llegando a los sentimientos en que rompía su espíritu, o para la execración de las culpas, o para la deprecación de la divina misericordia, o para la intercesión de la Reina de los Ángeles (con quien en todos tiempos tuvo cordial afecto), entonces lo que hablaba era a tiempo y con estilos; era propio, abundante y devoto; y así por el camino para Madrid venía discurriendo en el único negocio que tenía, que era disponer su vida temporal de suerte que le fuese instrumento para la eterna en el cumplimiento de sus votos, a que nunca faltó, y principalmente en qué estado había de ser el suyo.

Por cualquier parte que echaba, parece que tenía un ángel delante con una espada que le embarazaba el paso, y sólo cuando pensaba en ser Religioso del Carmen se le allanaban los caminos. Bien es verdad que, considerando el tiempo que fue Religioso en Alcalá, y que estando con mucha paz de su alma tuvo locución de que no era allí en aquel convento, y que ahora, en esta ocasión, se le ofreció un discurso con más claridad al entendimiento, que le dio a entender que aquella voz era de Dios, y que bien podía ser su vocación para aquella Religión y no para aquel convento; y que por esta causa, en las demás Religiones que pretendió, la voz le alumbró antes de tomar el hábito, y en la del Carmen después de haberle tomado, con que se persuadió a que no había duda que Nuestro Señor quería servirse de él en la Religión del Carmen. A esto ayudaron los efectos que se siguieron en su alma, porque luego que le fue dada esta inteligencia se halló en un mar de gozos y en una quietud sobrenatural; y así luego se puso a considerar medios por donde poner en ejecución el volver a tomar el Hábito Sagrado de la Virgen del Carmen. Hasta aquí parece que obraba en la distinción que dimos de Francisco lo espiritual y lo devoto, y desde aquí lo natural.

Parecióle que era cosa muy proporcionada y puesta en razón echar rogadores para que supliesen con su autoridad lo que a él le faltaba de merecimiento; y pensando en quién podía ser medianero de más respeto y de más autoridad, le pareció que ninguno lo haría tan bien como el Rey; y esto le hizo tanta fuerza, que apresuró el viaje para venir a echarse a los pies de Su Majestad para que mandase que le recibiesen por Religioso del Carmen en otro convento que no fuese el de Alcalá.

En estos discursos se le pasó el camino y llegó a Madrid; y aguardando a que fuese día en que el Rey saliese a la Capilla, llegó el primero de fiesta, y muy prevenido de razones se fue a Palacio, con una seguridad más dichosa que fundada, en busca del Rey; subiendo la escalera de Palacio, al llegar al último escalón vio que venía un caballero con muchos criados de hacia el cuarto por donde el Rey sale a la Capilla, y repentinamente se le ofreció el entendimiento que para intercesor bastaría aquella persona de tanta autoridad, y sin más advertencia ni reparo se echó a sus pies diciendo que no se había de levantar de ellos sin que primero le ofreciese de ampararle con los Religiosos del Carmen para que le recibiesen por Lego de aquella Religión. El caballero, admirado de caso tan extraordinario, juzgando al principio si en aquel hombre era enfermedad aquella demostración, le dijo que en ningún convento podía ser él medianero para tan santo propósito como en el Carmen, porque en él tenía muchos amigos; y haciéndole algunas preguntas, reconoció que aquel impulso era nacido de un amor fervoroso a la Religión; con que se resolvió de ir al convento y le mandó que le siguiese. Llegaron a él y a la celda del Padre Provincial, el cual dijo al caballero después de haberle oído:

-Señor mío: en casa todos queremos a Francisco muy bien, y en el convento de Alcalá tuvo nuestro Santo Hábito por diez meses, pero al fin de ellos todos los Religiosos se hallaban disgustado con él por causa de que era puerco y tonto, y yo, por concurrir a su dictamen, le mandé quitar el Hábito, creyendo que, habiéndole ellos experimentado aquel tiempo, no convendría, pues Religiosos de virtud y celo así lo significaban; pero él, en lugar de apartarse de nosotros, no hace sino tomar diferentes veredas y luego se nos vuelve a casa; donde reconocemos su verdad y buen trato, y que es hombre bien nacido y nunca se le ha hallado cosa que desdiga de su sangre.

El caballero (que entonces no se atendió a hacer memoria de quién era y ahora no se puede averiguar), dijo al Padre Provincial:

-Cierto que las culpas que le ponen no son muy atroces, y que si algo se debe suplir es esto, y los Padres de Alcalá se destemplaron rigurosamente; porque para las ocupaciones que este hombre puede tener en la Religión, ¿qué importa que sea puerco ni que sea tonto, si en lo que se le manda no hay repugnancia? Y cierto que reparando en sus fervorosos deseos, cuando él no fuera para ocupación alguna en la Religión, yo le recibiera para Santo.

El Padre Provincial ofreció hacer lo que el caballero le pedía; con que, despedido cortésmente, envió a llamar al Padre Maello, y después de haber tratado entre los dos esta materia, dijo el Padre Provincial a Francisco:

-Mire, hermano: él que se ha criado entre labradores; ¿sabrá dar buena cuenta si yo le pongo en convento en que haya labranza?

A lo cual respondió:

-Con el favor de Dios y de la Virgen Santísima procuraré dar buena cuenta de aquello en que me pusiere la santa Obediencia, y principalmente en ese ejercicio, porque es conforme a mi natural.

Entonces le dijo el Padre Provincial:

-Pues prevéngase y disponga el Hábito, porque ha de ir a tomarle a nuestro convento de Santa Ana del Alberca.

RELATO OCTAVO: 

Estando en Madrid, fue con la Comunidad a un entierro, junto a Provincia, y le dieron una vela como a los demás Religiosos; y pareciéndole que tenía una cosa superflua, se la dio de limosna a un pobre preso, que la pedía desde una ventana de la cárcel de Corte.

 RELATO NOVENO:

 Vio otra vez, durmiendo, que la tierra se ardía junto a Madrid, y que el fuego bajaba del Cielo.

Vio, otra vez, con los ojos corporales, una serpiente en el aire de muchas leguas de magnitud que con la cola llegaba junto a Madrid, como que amenazaba, y que haciendo Fray Francisco la señal de la Cruz se deshizo luego, con que conoció que el remedio estaba en la Cruz.

RELATO DÉCIMO:

 Recibió nuestro Hermano Fray Francisco singular consuelo de hallarse en esta Provincia y de verse con los Religiosos sus hermanos. En este convento quiso quitarse el cabello, por estar cumplida ya aquella rigurosa penitencia que él se impuso, que fue otra Cruz aparte; pero el Padre Prior le impidió que se le quitara todo de una vez, porque con la destemplanza forzosa no se originase alguna dolencia, y así empezó a írsele quitando, y lo fue prosiguiendo poco a poco, hasta que en Madrid se acabó de regular al estilo común de su Religión.

Aquella santa Comunidad, viendo que se quería volver a poner en camino, le hizo muchas instancias para que no viniese a pie, pues ya su promesa estaba cumplida; y no fue posible conseguirlo, afirmándose en que era muy del servicio de Nuestro Señor que en acción de gracias del buen suceso que había tenido prosiguiese su forma de peregrinación hasta entrar en Madrid y dar la obediencia a su Provincial; y que si el Señor le había concedido, sin méritos suyos, dar algún buen ejemplo en las tierras por donde había pasado, razón era el proseguirle también en Castilla; y así, ejecutando tan santa determinación, salió del convento de Valderas para Valladolid, y en aquellas 14 leguas que hay de distancia fue grande la edificación que iba causando en los lugares por donde pasaba, principalmente en Rioseco, donde si se accediera al deseo de los que le rogaban se detuviese en aquella ciudad, no saldría de ella en muchos días.

Entró en Valladolid, y fue tanto el rumor de toda la Corte, que cuando llegó a su convento se llevaba tras de sí todos los que había encontrado en las calles. Sus Religiosos le detuvieron algunos días, y después de visitadas las Imágenes más frecuentadas en aquella ciudad, prosiguió su camino para Madrid, adonde, por carta del convento de Valladolid, se supo el día en que había de entrar, que fue a los principios de mayo del dicho año; el cual habiendo llegado, le salieron a recibir Fray Andrés de la Trinidad y Fray Gregorio de los Santos, Religiosos Carmelitas que le tenían particular afecto.

Halláronle enfrente de las tapias de la Casa de Campo, sentado al pie de un árbol y en él arrimada la Santa Cruz. Alegráronse mucho de verse, y los Religiosos le dijeron que venían a acompañarle; Fray Francisco les dijo que el haberle hallado sentado no era por descansar ni por hacer hora; que él estaba allí en un negocio del servicio de Dios Nuestro Señor; que se volviesen al convento, que en él se verían; y que cuando no estuviera con tan precisa detención, no era bien entrar en Madrid acompañado, contra el estilo que había practicado en su viaje; con lo cual se volvieron los Religiosos y le dejaron.

Estúvose allí hasta las diez y media de la mañana, y a esta hora llegó un hombre solo cerca de donde estaba, a orillas del río, y se empezó a pasear entre los árboles que tiene aquella ribera. Entonces el Siervo de Dios se levantó, y poniendo la Cruz sobre sus hombros se fue a él y le dijo:

-Mucho me maravillo que un hombre de razón así dé lugar al demonio en su alma, queriendo matar a un inocente y llamándole a este puesto debajo de la confianza de amistad; la causa, señor, que os ha movido, no es cierta, y ese hombre que aguardáis no tiene culpa y viene llamado de su amigo, que sois vos, sin recelarse de la alevosía que se ha apoderado de vuestra alma; recibdle bien y haced penitencia de vuestro pecado.

El hombre, viendo descubiertos los secretos de su corazón, con verdaderas demostraciones de dolor y arrepentimiento declaró a Fray Francisco que era verdad todo lo que le había dicho, pidiéndole que, pues por su medio se veía libre de tales lazos del demonio, le encomendase a Nuestro Señor.

En el cual suceso quiso mostrar la Divina bondad que para casos de tanta importancia tomaba por instrumento a Francisco, declarándole por amigo a quien revelaba su providencia, y otorgándole el mérito como a causa eficaz de que se estorbase tan grave culpa, y de que se consiguiese el dolor de haberla consentido y de que se socorriese a un inocente de contado en la vida y en el alma conforme el estado en que se hallara.

Conseguido suceso tan feliz entró en Madrid, siguiéndole aquel hombre entre la demás gente hasta su convento, donde declaró a algunos religiosos lo que había pasado. Visitó las milagrosas Imágenes de la Almudena, Soledad, Buen Suceso e Inclusa, y al pasar por la plazuela de la Villa, el que esto escribe le oyó decir en voz alta: Ensalzada sea la Santa Fe Católica; aplaquemos a Dios haciendo oración y penitencia.

Llegó a la iglesia del Carmen a las doce del día, y después de hecha oración al Santísimo Sacramento entró a hacerla en la capilla de Nuestra Señora del Carmen, donde fue tanta la gente que había concurrido a verle, que fue menester cerrarle dentro de la capilla.

Después de haber hecho oración y que multitud de la gente hizo calle para que pudiese subir a su convento, salió el Siervo de Dios con su Cruz a cuestas y fue a la celda del Padre Provincial, el Maestro Fray Diego Sánchez Sagrameña, donde le recibió estando presentes muchos Religiosos que entraron con él. Al punto que vio a su Prelado, arrimando la Cruz, se echó a sus pies, hechos sus ojos un mar de lágrimas, y dijo su culpa en voz alta con la formalidad que la dicen los Hermanos de la Vida Activa, pidiendo perdón y penitencia por sus muchas imperfecciones, y después le besó los pies y asimismo a los Religiosos que se hallaron presentes, con tan profunda humildad, que todos aquellos Padres acompañaron enternecidos al Siervo de Dios en las mismas demostraciones de sentimiento que él tenía.

Después que se despidió la gente que había concurrido y que se cerró la iglesia, Fray Francisco se entró en ella en la capilla donde estaba Nuestro Señor Jesucristo con la Cruz a cuestas, y donde hoy permanece, que es la de Santa Elena y donde hizo sus primeros votos; y postrado delante de aquel Divino Señor, con encendidos afectos de su corazón dijo: -Aquí me tenéis, Señor, en vuestra presencia, confuso de vuestras obras y avergonzado de mis ingratitudes; yo soy aquel indigno Religioso a quien habéis hechos tantas mercedes y que me he aprovechado tan mal de todas ellas; yo soy el que llamasteis a la Religión para que obrase con ejemplo, y he obrado con escándalo; el que habiendo recibido vuestra Cruz para imitaros de alguna manera, he desautorizado vuestro nombre, procediendo a vista de ella como si estuviera dejado de vuestra mano; tanto, que si fuera posible tener el Sagrado Madero alguna ignominia y desdoro, fuera el haberle traído sobre mis hombros; pero Vos le santificasteis de suerte que aun no he bastado yo a causarle algún borrón. No permitáis, Señor, que lo que para todos es puerto para mí sea naufragio, y que me pierda yo donde tantos se salvan. No os acordéis de las conversiones que se han dejado de hacer, de las costumbres que no se han reformado, de los pecadores que no se han reducido ni de las culpas que no se han evitado sólo por no haberse visito en mí en esta peregrinación la modestia debida y la devoción necesaria; con que para aplacar vuestra justa indignación, no me queda otro recurso sino el de ampararme de la misma Cruz, aun contra las quejas que (con tanta razón) puede tener de mí la Santa Cruz, y valiéndome del Sagrado de su Ara, con este perdón de parte, esperar debajo de su protección vuestra clemencia; porque si está enseñada a que en ella se borren las culpas de todo el mundo, no extrañará que por ella se perdone a quien tiene más que todo el mundo.

RELATO DÉCIMO PRIMERO:

De algunos sucesos de Fray Francisco de la Cruz en Madrid.

 Después de haber ofrecido los referidos sentimientos, y los que su fervor le ocasionaba en presencia de aquel Señor con la Cruz a cuestas, acudió a seguir la Comunidad en el grado que le tocaba, ejecutando en todo la santa Obediencia y cumpliendo con sus ejercicios, con más penalidad en Madrid que en la Alberca, por ser más las ocupaciones que le embarazaban el tiempo.

La Santa Cruz se puso en el Altar de la capilla de la Concepción mientras se colocaba en el Altar mayor, adonde asistía todo el día un Religioso tocando rosarios, cruces y medallas, satisfaciendo a la piadosa devoción de los fieles; que la tierra de Madrid es fértil para que prenda cualquier motivo de Religión y cualquiera devota novedad sea seguida.

Colocóse en el Altar mayor el día de la Gloriosa Ascensión del Señor, que fue en 10 de mayo del dicho año, con gran festividad. Fray Francisco de la Cruz, con licencia del Prelado, trató luego de pedir limosnas para hacer guarnición de plata a la Santa Cruz para su adorno y defensa, porque sin ella algún piadoso y devoto desorden, por participar de su Reliquias, no la dividiese en partes.

Diósele por compañero al Padre Fray Luis Muñoz, que fue hacerle un favor muy singular, por la verdadera amistad que se tenían; lo cual no careció de providencia, porque quiso Nuestro Señor hacerle testigo de vista de algunas maravillas que obró por su Siervo, que, junto con el afecto que siempre ha tenido a su memoria venerable, ha sido la parte principal para que este libro se pueda conseguir, debiéndose a su cuidado el recoger noticias de los Prelados y Confesores que tuvo, de los Religiosos que fueron sus compañeros en diferentes tiempos, de las Provincias por donde hizo su peregrinación, y de la aplicación del que escribe este libro a su composición, que por las instancias del dicho Padre Fray Luis Muñoz, su Hermano, ha cargado sobre fuerzas débiles peso desproporcionado.

El día siguiente a la colocación, al ir a decir Misa el Padre Fray Luis Muñoz, le salió Fray Francisco al encuentro y le dijo: -Pues va a tratar tan de cerca con el Divino Señor Sacramentado, dele muchas gracias, y a mí el parabién, de una gran merced que me ha hecho, y es que, como me ha visto ya sin Cruz, no quiere que esté sin ella, y me ha concedido el que se me hayan hechos dos roturas en entrambos lados; accidente que, no habiéndole sentido en todo el tiempo de la peregrinación, habiendo padecido tantas inclemencias, ahora ha sobrevenido en el descanso: sea bendito para siempre, que con tal misericordia de Padre me trata, para que yo no me olvide de quién es y de quién soy, pues viendo que con la Cruz que he traído he caminado muy poco en su servicio, me ha querido dar otra de su mano para que alargue el paso. El Padre Fray Luis Muñoz le dijo: -Que sería necesario prontamente hacer algún remedio. A que le respondió: -Que ya había hecho algunos reparos; pero que en cuanto a su curación, sólo en la sepultura se podía hallar. Con que cesó esta plática y se apartaron cada uno a cumplir con su obligación.

Y lo que de aquí resulta es que, en el varón perfecto, si crece la enfermedad es para que no se haga soberbia la santidad; porque el Médico Divino toca el pulso al virtuoso, y le enferma o le sana conforme pulsa la virtud, la cual se perfecciona en la enfermedad con total seguridad del doliente, porque en manos de este Médico ninguno peligra.

En Madrid fue grande la estimación que se hizo de Fray Francisco; porque como en todos los Estados fue tan general la devoción de esta Santa Cruz, pues, sobre ser instrumento de nuestra Redención, las circunstancias que concurrían en ella eran tales, que traían veneración aparte; y así, cuando se trataba de ella, siempre se hablaba de este Siervo de Dios y del ejemplo de su vida; con que todos deseaban comunicarle, y acudían a verle al convento las personas de más suposición de la Corte, así en sangre como en dignidades; lo cual le servía de intolerable molestia, y el remedio era (en cuanto los Prelados no le mandaban otra cosa), o estar retirado en oración, o asistir a los ministerios que como Hermano de Vida Activa le tocaban, o salir por las tardes luego a pedir su demanda para la guarnición de la Santa Cruz.

Entre otras personas que vinieron a verle fue un gran señor, y, por el obsequio debido a su persona, el Padre Provincial le salió a recibir y llevó a su celda, y envió a llamar a Fray Francisco con el P. Fray Luis Muñoz, que acertó a hallarse en aquella ocasión, al cual le dijeron que en el Coro le hallaría; con que fue a llamarle, y al entrar en el Coro vio al Siervo de Dios en oración, tan dentro de su espíritu, que, aunque le llamó, no hizo movimiento; y queriendo entrar a llamarle de más cerca, por dos veces que quiso entrar fue detenido con violencia sobrenatural, que no solamente le embarazaba los pasos, sino que le causaba un género indecible de reverencia y pavor; con que se resolvió a no intentar más el entrar en el Coro sin dar cuenta al Padre Provincial de aquel suceso extraordinario; y así, volvió a su celda y le refirió lo que le había sucedido, el cual le dijo: - Vuelva el P. Fray Luis al Coro, y diga a Fray Francisco que yo le mando con obediencia que luego venga. Volvió con aquel precepto, y al entrar en el Coro encontró a Fray Francisco, que venía hacia él y le dijo: -Vamos, P. Fray Luis, a obedecer lo que manda el Padre Provincial.

¡Rara fuerza de la obediencia!; que parece que quiere la Majestad de Dios que sus Siervos tengan puesto el oído más en la locución del Superior que en la suya, y que sea como desamparado, cara a cara, para ser vuelto a buscar con la compañía de esta virtud, y que parezca que hallan sus amigos más Dios en buscarle de esta manera que en tenerle de la otra; y que parezca, por decirlo todo de una vez, que compitiendo Dios y la obediencia del Prelado, de alguna manera (aunque todo es Dios) queda por Dios.

Entró Fray Francisco en la celda del Padre Provincial, y aquel señor que le esperaba debía de ser muy cortesano, y también debió de juzgar que había de hallar una conversación discreta y pulida, como hombre que había peregrinado por tanta diversidad de gentes, costumbres y ritos, porque al verle mostró mucho agrado y le hizo particulares favores y ofrecimientos, encomendándose, y a su familia, en sus oraciones, aplaudiendo su constancia y fortaleza en haber conseguido tan glorioso empleo, poniendo al nombre español una corona de tantos realces, pues hasta él ninguna otra Nación del mundo había conseguido, ni aun intentado tan alta determinación.

Nuestro Hermano estaba con notable ahogo y sobresalto, porque juzgaba que durar en oír sus aprecios era tentación conocida, tan fuerte como era conocido el riesgo; y, por otra parte, también advertía que faltar a lo que el Prelado le mandaba era peligroso; pero, poniéndose en manos de Nuestro Señor, se dejó caer a la parte de la razón, que le hacía mayor peso, que era no desamparar la presencia del Superior habiendo sido llamado; y así, después de haber oído todo lo que el señor le quiso decir, tomó esta forma, que fue no responderle palabra alguna a lo que le había dicho, e hincarse de rodillas y pedirle que por amor de Dios interpusiese su autoridad con el Padre Provincial para que le mandase ir a su ocupación y ejercicio, que era ya la hora en que hacía falta en la cocina. Con que el señor, admirado de aquel silencio y profundísima humildad, quiso condescender con su petición y súplica, y se lo pidió. El Padre Provincial lo mandó, y Fray Francisco de la Cruz se apartó de su presencia confuso y atribulado.

 

RELATO DÉCIMO SEGUNDO:

En que se prosigue esta materia de los sucesos de Fray Francisco de la Cruz en Madrid.

 Asistía nuestro Hermano con su compañero y amigo a pedir su demanda; y como el intento era tan religioso y el Religioso era tan bien recibido, fue mucha la copia de limosnas, así de los Consejos como de particulares. Halláronse un día junto a las casas del Marqués de Santa Cruz, que vivía al fin de la calle Leganitos, y dijo a Fray Luis Muñoz: -Aquí tengo un primo en servicio del Marqués, que es Pedro Díaz de Viezma (que después fue Guarda-Damas de la Reina); entremos a verle. Entraron, y hallaron aquella familia muy lastimada, con notable desconsuelo del dicho Pedro Díaz, y más de su mujer, porque un hijo que tenían llamado Eugenio, de edad de siete años, estaba en los últimos de la vida, desahuciado de los Médicos. Recibiéronle con el gusto de verle, mitigado de la ocasión en que le veían; dijéronle su pena, y Fray Francisco se llegó al sobrino y le dijo: -Yo fío en Dios que no morirá de esta enfermedad, y le puso las manos sobre la cabeza, y volviéndose a sus padres les dijo: -Demos gracias a Dios, que ha sido servido de dar salud a mi sobrino Eugenio.

Despidiéronse por entonces, y de allí a dos días volvieron por aquella calle; entraron a ver al dicho Pedro Díaz de Viezma, y hallaron a su sobrino Eugenio bueno y levantado, jugando con otros muchachos. Lo mismo le sucedió en la calle de San Luis, entrando a ver a Pedro García del Águila, que Doña María Arias de Sandoval, su mujer, estaba en mucho riesgo de la vida de una grave enfermedad; y como eran muy devotos de Nuestra Señora del Carmen, y el nombre de Fray Francisco de la Cruz era tan célebre en toda la Corte, deseaba la enferma verle; con que hallándose en aquella casa entró a verla, y la enferma le pidió encarecidamente la encomendase a Dios; y se lo ofreció con las cualidades de modestia que se pueden creer de su humillación, y desde el mismo punto la faltó la calentura.

No se puede dejar de hacer reparo, para dar satisfacción a algunos ingenios que no se aplican a atribuir estos sucesos a la intercesión de los Siervos de Dios, mientras quedan en los términos de la posibilidad de la naturaleza, los cuales no pueden negar que es Dios admirable en sus Santos, y que la gracia que les comunica de sanidad se ha de verificar de alguna manera; y si debemos sentir de Dios en bondad, ¿por qué a los que les concede otras prerrogativas les ha de negar ésta? Y hacer regla general en que siempre la naturaleza es la que se recobra, cuando el punto de la crisis es imperceptible, y nunca dar caso en que lo hace la Divina gracia, es dar a la incredulidad lo que se debe a la piedad.

Prosiguiendo su demanda los dos compañeros, encargó el P. Prior al P. Fray Luis Muñoz que hiciese una diligencia, tocante a negocios del convento, en la calle de la Ballesta, en Casa de Doña Juana de Tovar, persona principal, natural de la ciudad de Toledo, a que acudieron lo primero aquella tarde, para proseguir después la demanda de su limosna. Entrando en el cuarto de la susodicha, dijo Fray Francisco de la Cruz: -La paz de Dios sea en esta casa. A que respondió Doña Juana de Tovar: -Vendrá en muy buena ocasión, porque bien la habemos menester. A que respondió Fray Francisco: -Si vuestra merced, de tres hijas que Dios la dado no tuviera puesta la afición desordenadamente en la menor de ellas, paz hubiera en esta casa. Estaban todas tres con su madre, y oyendo aquella respuesta tan verdadera de lo que les estaba sucediendo, se maravillaron en extremo, mirando con grande cuidado y atención a aquel Oráculo que les hablaba tan al alma. La madre preguntó al Padre Fray Luis Muñoz que quién era aquel Religioso que tanta noticia tenía de lo que pasaba en su casa y del amor particular que tenía a su hija Leocadia, y la dijo: -Que era el Hermano que había traído la Santa Cruz que estaba en el Altar mayor de la iglesia de su convento; y ella le respondió: -Muy dificultoso es que haya llegado a su noticia el modo de proceder que tengo con mis hijas; y me persuado a que es más aviso del Cielo para lo que debo hacer en adelante, que conocimiento de lo que hasta aquí he obrado; pero con este recuerdo yo espero en Dios que me ha de ayudar a tener paz, tratando sin diferencia a las que nacieron con la igualdad de hermanas.

Mientras pasaba esto y que se trató del negocio que al Padre Fray Luis había encargado el Padre Prior, Fray Francisco de la Cruz estaba sentado enfrente de una Santa Verónica que estaba en la sala con particular adorno y reverencia, y de cuando en cuando arrojaba suspiros lastimosos que manifestaban la congoja de su corazón, hasta que aquellos sentimientos se declararon en hacerse arroyos de lágrimas, estando siempre mirando La Santísima Imagen, el Padre Fray Luis Muñoz dijo:- Vuestra mercedes no se maravillen, porque mi compañero es un Religioso muy espiritual; y como ha visitado los Santos Lugares de Jerusalén, trayendo a la memoria lo que en ellos pasó nuestro Redentor, Salvador y Maestro Jesucristo con la ocasión de tener delante esta su devota y Santa Imagen, no es de maravillar que se haya enternecido y contristado su corazón y encendido en tan amorosas y debidas demostraciones.

Doña Juana de Tovar les dijo entonces: - "Pues han de saber vuestras Paternidades que esta Santa Imagen es la devoción de toda mi familia, y que sirvió algunos tiempos antes de venir a nuestro poder como de pala para coger basuras y de otros ministerios indecentes, hasta ir a parar por un trasto desechado a un gallinero, de que aún duran hoy señales en el reverso de la tabla, que de industria no se han limpiado del todo para que se conserve la memoria de este caso maravilloso, y en ella nuestra devoción."

Y por ser digno de saberse, ha parecido referirle en suma, ofreciendo hacerlo por extenso en tratado aparte, dando en estampa la Efigie verdadera de esta Santísima Verónica, que no lo es la que se ve en la primera impresión, por cuya causa se ha quitado en ésta; y de las diligencias exquisitas hechas para averiguar la verdad, se hallará razón cabal al principio de este libro en la Prevención al lector. Fue, pues, el caso a la letra como se sigue:

"En la iglesia parroquial de San Miguel de la ciudad de Toledo hubo un linaje con el apellido de Castros, y su última sucesora fue Ana de Castro, la cual en una ocasión llamó a una vecina suya, llamada María de Toro, a quien dijo: -Yo me hallo ciega y con ciento catorce años de edad, y por consiguiente, cercana a la muerte; pero sin hijos ni parientes; por lo cual, en señal de mi afecto y amistad que hemos profesado, te doy esta Santa Verónica: estímala en mucho, porque ha sido la devoción de todo mi linaje y por su medio ha obrado la Majestad de Dios Nuestro Señor muchos prodigios y milagros. Tomóla María de Toro agradecida; pero juzgó que todo lo que había dicho era vejez de su amiga, porque sólo vio una tabla sin señal de Imagen alguna, de que se originó el desestimarla y servirse de ella en los ministerios que quedan referidos, tan indignísimos del tesoro tan grande que en ella se ocultaba.

A esta sazón vivía en aquella vecindad Doña Lucía de las Casas, la cual una vez, entre otras que María de Toro arrojaba basura con dicha tabla, reparó en que tenía marco, y concibió alguna especie de que en ella había habido alguna cosa de devoción, por lo cual se la pidió con intención de limpiarla y poner en ella alguna Imagen o estampa de su agrado; diósela la dicha María de Toro; y habiéndola tomado Doña Lucía y reparado con todo cuidado, tampoco descubrió por entonces cosa alguna, hasta que después, estando a la muerte María de Toro, hizo llamar a Doña Lucía y la dijo que moría con gran desconsuelo y escrúpulo porque su amiga Ana de Castro le había dado aquella tabla con singular recomendación, y que ella, no haciendo aprecio de lo que la dijo, la había empleado en ministerios bajísimos, y así que la mirasen con todo cuidado por su consuelo.

Movida de la curiosidad Doña Lucía, empezó a raerla sutilmente con un cuchillo, y no descubriendo en la tabla Imagen alguna, la dio a una criada para que la fregase, lo cual hizo con lejía y un estropajo, poniendo en ella cuanta fuerza pudo; mas fue ociosa diligencia, porque tampoco se descubrió cosa alguna; movióse Doña Lucía interiormente a ejecutarlo por sí misma, y echando otra lejía clara en una vasija limpia, con mucha devoción se puso de rodillas, y encomendándoselo a Dios proseguía restregando la tabla; mas al primer movimiento se descubrieron unos ojos como de verónica, de lo cual admirada Doña Lucía, arrojó aquel instrumento menos decente con que la limpiaba, y pidiendo agua clara y un lienzo blanco, prosiguió con su intento, el cual no le salió en vano, porque se fue descubriendo el Santísimo Rostro de Nuestro Señor Jesucristo de tal venustidad y devoción, que causa mucha en cualquier cristiano que la mira con toda atención.

Lo más digno de ponderación es que la Imagen es de papel, sobrepuesta en la tabla, como hasta hoy día se conserva, del mismo modo que se descubrió en casa de Doña Juana de Tovar y de Doña María de Rivadeneyra, hija y nieta de dicha Doña Lucía, las cuales viven al presente en esta Corte"

Dicho esto, se levantó Fray Francisco y la dijo: Vuestra merced tiene razón; y pues todo lo que ha dicho es cierto que pasó así, no se maraville que un cristiano, considerando estas indecencias, haya tenido estos afectos; y con esto se despidieron.

De suerte que el Señor, para expeler el espíritu de discordia de sus criaturas, toma por medio a Fray Francisco y quiere darlas su paz, no como la da el mundo, por el conocimiento natural y ordinario, sino iluminando superiormente su entendimiento y poniendo en su boca palabras vivas y eficaces que penetren más que toda espada de dos cortes, para que se consiga un fin tan dichoso; y no es esto lo más, sino que quiso dar a su Siervo una ejecutoria de su mano, con señales visibles y evidentes de que la visita que hizo de los Santos Lugares de Jerusalén le fue agradable, pues ahora le pone delante de sus ojos y los asfixa dentro de su alma las indecencias que esta Imagen suya padeció, como quejándose a un amigo de sus improperios, para conseguir la compasión y el consuelo, que son influencias de la queja, dando a entender que se había hallado bien con los sentimientos de su Siervo en Jerusalén, y que ahora los echaba de menos, y que a la decencia con que era respetada su Imagen le faltaban estos fervores (que tenía por la mayor veneración) para estar de algún modo satisfecha, y que aquella puntual representación había sido dar a entender que aguardaba el holocausto que allí Fray Francisco le hacía de su corazón, en un fuego de afectos que ardía mas inundado en lágrimas, y que en ellas había anegado su enojo, para aceptación del sacrificio y premio del mismo corazón sacrificado.

 RELATO DÉCIMO TERCERO:

De algunos sucesos de Madrid y de Toledo, y de cómo se puso la guarnición a la Santa Cruz y salió con ella para su convento de la Alberca.

 

En el tiempo que estuvo en Madrid, mientras se ocupaba en su piadosa demanda, pidió licencia al Prelado cuatro veces para salir sin compañero al convento de Religiosos Descalzos de la Santísima Trinidad, a visitar al P. Fray Tomás de la Virgen, varón de rara perfección, que fue la estimación y respeto de la Corte y que padeció enfermedad que duró cuarenta años, los treinta y seis en la cama, por quien Nuestro Señor ha obrado casos maravillosos en vida y en muerte. Recibía a Fray Francisco el V. P. Fray Tomás con gran consuelo, y el día que iba a verle era por la tarde, y estaba toda ella con esta visita, sin querer admitir otra aunque fuese de personas privilegiadas. Los coloquios que entre tan grandes Siervos de Dios pasarían, nadie sabe los que fueron, y nadie puede ignorar los que debieron y pudieron ser; y todos debemos imitar los esfuerzos con que se alentarían a la perfección, y las gracias que darían de las mortificaciones que padecían sus cuerpos, poniéndolos en servidumbre, habiendo sido tan esclavos de la razón por tan diferentes caminos, hallando entrambos a Dios, uno peregrinando el mundo y otro desde la cama, haciendo el uno al lecho campo de batalla en continua lid, ganando trofeos del enemigo del género humano, y haciendo el otro las campañas de tantas provincias, descanso apacible a su meditación suave, siendo entrambos dechados de prudencia, de justicia, de fortaleza, de templanza y de todas la virtudes religiosas.

Llegó el tiempo en que se acabó la guarnición de la Santa Cruz, deseado de nuestro Hermano, porque estaba muy violento en Madrid; pesó, por certificación del contraste, cincuenta marcos de plata y treinta reales más, precio que no se sabe apartar de la Cruz: del dinero de la limosna (que ni para recibirle ni para pagarle nunca entró en su poder) se dio satisfacción a Francisco Martínez, que fue el platero que la hizo, y sobraron doscientos ducados, los cuales, con licencia del Prelado, empleó en hacer una reja de hierro para un nicho que estaba en forma de entrada de capilla en la iglesia del convento del Carmen de la Alberca, donde se venera un Santo Cristo atado a la columna, con una Imagen de Nuestra Señora de la Soledad que sacan en la procesión de la Semana Santa.

Después de guarnecida la Santa Cruz, se volvió a colocar en el Altar mayor y se le dedicó un día de festivo, con música y sermón, que le predicó el Padre Maestro Fray Celedonio de Agüero, sirviéndole de compañero nuestro Hermano. Concluida con grande aplauso y concurso esta festividad, trató de salir de Madrid para su convento de la Alberca, donde tenía su corazón.

El Padre Fray Luis Muñoz, valiéndose de la amistad que se profesaban, le pidió, por satisfacer los piadosos deseos de su hermano D. Juan Muñoz, que un día fuera su convidado; Fray Francisco lo aceptó con licencia del Superior, y señaló el domingo primero, que fue el de Ramos. En este mismo día, que fue el del año de mil seiscientos y cuarenta y siete, paseándose por el claustro del Carmen con una persona que siempre ha tratado de estudios, acabada la ceremonia de la bendición de los ramos le habló Fray Francisco de la celebridad de aquel día con tan devotos sentimientos, con tanta diversidad de sentido, con tan altos conceptos y con tan propia significaciones, concluyendo la plática con decir que en los ramos de aquella procesión eran más los misterios que las hojas, que la persona con quien conversaba se persuadió a que, a fuerza de muchos estudios, era muy dificultoso alcanzar parte de lo que había oído, y casi imposible tanta diversidad de conceptos, con tanta propiedad de voces en quien no había estudiado facultad alguna; y así, que era ciencia sobrenatural y divina; y aunque tiene grave dificultad el querer asegurar ciencia insulsa, también la tiene el que sea adquirida, y es fuerza que haya una de las dos; y porque para entrambas hay razones y para entrambas las deja de haber, se queda a la discreción del que leyere esta VIDA el que elija lo que más fuerza le hiciere, con recomendación en igual grado a que no desampare la parte más piadosa; lo cierto es que pasó así, y el que lo oyó lo testifica y escribe.

Llegó (como se ha dicho para este día) la hora del convite, y sentáronse a comer, y Fray Luis Muñoz, como Sacerdote, echó la bendición a la mesa en la forma ordinaria y más breve, y el Siervo de Dios dijo entonces: -Esta bendición comprende mucho, porque en los cuatro remates de la Cruz que se forma para la bendición se ha de entender que se bendice a las cuatro partes del mundo, y en ellas, no sólo a todas las criaturas, sino también a los elementos y a todas las obras del Señor; y mi compañero claro está que con esta intención la habrá echado, conociendo que el Creador quiere ser bendito y glorificado por todas y en todas sus criaturas.

La comida estaba prevenida con algún cuidado, aunque el Padre Fray Luis le había dicho a su hermano que el huésped no le gastaría mucho de ella; y así fue, porque Fray Francisco le dijo: -Que no le rogasen que comiese, que él comería todo lo que pudiese comer; y tomando unas migas de pan, las echó en el agua de unos espárragos, y después de estar muy mojadas las fue pasando poco a poco con grandísimo trabajo, que en aquel estado le puso la continuación de tantos años de ayunos; y después de mucho tiempo que tardó en comerlas, pidió agua y echó en ella un poco de vino, diciendo: -¡Que le hemos de hacer! ello por los nuevos achaques nos obliga a esto; -y el pasar la bebida también fue con excesivo trabajo, quedando todos lastimados de ver lo que le costaba el gozar de un alimento de aquel género, y reconociendo que no era mucho emplease la vida en aflicciones del cuerpo quien la sustentaba con pan de dolor; y aunque quisieran que se lograra la prevención, se rindieron a no molestarle con el presente desengañó, contentándose con tenerle en la mesa y oír sus consejos saludables.

Acabada la comida con la acción de gracias, mostró el devoto Religioso los admirables tesoros que hay en ellas; pues si al bienhechor humano son debidas, ¿qué serán a Dios y en cosa que con la refacción cotidiana se vive para servirle más y agradarle más? Llegó el tiempo de volverse al convento, y D. Juan Muñoz y su mujer le pidieron con grandes instancias rogase a Nuestro Señor les diese hijos, si conviniese; él les prometió hacerlo, con aquel recato y humildad que acostumbraba; y después de despedidos, al salir a la calle dijo a Fray Luis: -Su hermano tendrá hijos, pero se morirán presto, y luego él los seguirá; y así sucedió.

Antes de retirarse con la Santa Cruz a su convento de la Alberca pidió licencia a su Superior para ir a visitar un gran Santuario; y preguntándole adónde era, dijo: -Que en Toledo, en el cementerio donde se entierran los incurables del Hospital del Rey los ajusticiados; y se la dio y fue; y estando en el dicho cementerio, que está contiguo al convento del Carmen, le vio un Religioso de su Orden haciendo oración, y que la cabeza la tenía bañada de resplandor.

Visitó la milagrosa Imagen de Nuestra Señora del Sagrario, y luego que volvió dispuso su partida, llevando la Santa Cruz en una caja de madera que hizo para el caso, y el cofrecito de reliquias que le dio en Roma la Santidad de Urbano VIII, y la reja de hierro referida, en un carro de la Mancha, en compañía del Padre Fray Juan de Camuñas, que entonces era estudiante y al presente es Prior del dicho convento de la Alberca.

Despidióse de los Religiosos del de Madrid y de muchos devotos y bienhechores que tenía en la Corte, con general sentimiento de todos, y en particular de su amigo y compañero el Padre Fray Luis Muñoz, y al tiempo de partirse le llamó aparte y dijo: - Yo cumpliré la palabra que he dado de escribir a mi Padre Fray Luis todos los ordinarios; en el que le faltare carta mía, me haga caridad de acudir al Padre Prior y decirle que ya he ido a dar cuenta a Dios de mi mala vida, que bien puede hacerme los sufragios de la Religión; lo cual sucedió de la misma suerte que el santo Hermano dejó profetizado.

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