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"En la encrucijada"

Globalización, autonomía nacional y regionalización: los países del Sur frente a los dilemas de la integración: navegando entre el ALCA y el MERCOSUR

  1. Introducción
  2. Cosita loca llamada Globalización
  3. La Nación en tiempos de globalización
  4. Autonomía nacional o heteronomía global
  5. ¿Que hacer? Las Estados nacionales latinoamericanos y sus estrategias frente a la globalización
  6. Que integración ¿ALCA o MERCOSUR?
  7. Conclusión
  8. Bibliografía

Introducción

Nuestros países latinoamericanos viven una situación que los pone, en cuanto al futuro de la integración regional, hemisférica y mundial, frente a una encrucijada Un lugar común de la literatura universal nos enseña que en la encrucijada hay que tomar una decisión, y ese pacto se firma con sangre. A partir de esta metáfora, el trabajo que presentamos a continuación propone pensar los dilemas de las estrategias nacionales y la integración regional en los que están inmersos los estados nacionales latinoamericanos, en especial los del cono sur, en el contexto de la globalización.

El esquema analítico del presente ensayo es el siguiente. En primer término dedicaremos algunas reflexiones sobre los problemas de la definición conceptual de globalización a partir, tanto de la bibliografía estipulada en el curso como desde algunas otros trabajos que hacen una lectura de la globalización desde un lugar algo diferente. En segundo lugar nos aproximaremos a la problemática del Estado nacional, en cuanto su definición conceptual como en lo que respecta a los alcances de la autonomía nacional. A partir de los dos primeros apartados buscaremos un análisis de las implicancias de la globalización en la autonomía nacional y las nuevas oportunidades políticas que presenta a los estados latinoamericanos. Finalmente, y ya en el marco de las relaciones internacionales y las posiciones nacionales, analizaremos la capacidad de estos estados nacionales para definir estrategias de integración regional que pueda hacer frente a las presiones de la globalización y que garanticen la legitimidad democrática. En particular haremos referencia a los proyectos de integración del ALCA y el MERCOSUR.

Pensar desde la encrucijada es saber que, como les gustaba a los existencialistas, las acciones (en este caso las decisiones internacionales) son fundacionales y responsabilidad de los sujetos que las toman. La acción política de los Estados es constitutiva-constituyente del orden mundial.

Cosita loca llamada Globalización

Cuando Kant escribió, ¿Qué es la Ilustración? se estaba preguntando "qué somos nosotros". Ernest Renan interrogaba a fines del siglo XIX ¿Qué es una nación? y su búsqueda también se orientaba una autocomprensión de la contemporaneidad. Foucault (1982), y su interrogante sobre los dispositivos de constitución de los sujetos avanzó en la misma dirección. Preguntarnos ¿Qué es la globalización?, como lo hace Beck (1997), si bien supone una pregunta provocadora anterior del tipo "¿Es la globalización?, implica también volver a indagarnos por nosotros mismo y por el tiempo-espacio en el que vivimos.

Y es que es menester saber si estamos frente a una nueva "imagen del mundo" como diría Heidegger, o una nueva "episteme" de acuerdo a Foucault. ¿La globalización es parte de ese proyecto inconcluso que según Habermas es la modernidad?, ¿es parte de la lógica capitalista como había identificado ya Marx en 1948 cuando afirmó "la gran industria ha creado el mercado mundial" (Marx y Engels 1986:34) o es un cambio cualitativo en el modo de producción mundial?¿Es beneficiosa o inmanentemente nociva la globalización?¿Qué estrategias deben emprender los actores políticos frente a la globalización?

Es evidente que en éstas preguntas hay diferentes niveles (ontológico, epistemológico, político, normativo, ideológico) que hemos mezclado intencionalmente. Para ordenar la discusión es necesario optar por definiciones, construir conceptos para comprender los fenómenos.

El debate sobre la definición de "globalización" no sólo es amplio y vasto, sino que ha estado de moda durante los últimos años. Si hay un acuerdo entre los distintos estudiosos es, precisamente, que no hay acuerdos sobre las definiciones de globalización. Esto hace que sea un lugar común iniciar un abordaje conceptual de globalización refiriendo a las múltiples definiciones del término, como así también a la heterogeneidad de trabajos que parecen tener por objeto el "mismo" objeto. No es nuestro objetivo problematizar exhaustivamente las diferentes concepciones de globalización en la literatura. No obstante, prácticamente nadie duda que los procesos sociales imbricados en la "globalización" sea como fuere que la definamos, son complejos y multidimensionales, y que para dar cuenta de este proceso de manera consistente y profunda es indispensable introducir esferas políticas, sociales, culturales, éticas, filosóficas, además de las vinculadas a la economía. No obstante, en el presente trabajo haremos un especial hincapié en el aspecto económico, aunque buscaremos no descuidar la dimensión política y social del proceso propuesto como objeto de estudio

En el marco del debate actual se sostienen hipótesis (y se presentan evidencia) tanto para afirmar que los mercados contemporáneos son globales como de que no puede hablarse de mercados globales. Hirst y Thompson (1996) por ejemplo, ponen en cuestión las tesis extremas o radicales que hablan de la globalización como un fenómeno cualitativamente novedoso que reestructura la forma de producción a nivel mundial. Antes bien tienden a ver al proceso de internacionalización como un fenómeno de larga data, a poner en cuestión la importancia de las empresas trasnacionales en la economía mundial y a dudar sobre como la movilidad de capital afecta la inversión, tres ideas básicas en el esquema argumentativos de los exponentes de las tesis extremas sobre a globalización. Estos autores introducen una distinción analítica entre la "economía internacional" y la "economía global". La primera es aquélla en la cual los principales actores son las economías nacionales. La segunda se caracteriza por el hecho de que las distintas economías nacionales se encuentran subsumidas en el proceso global (Hirst y Thompson 1996). En otro extremo encontramos posiciones como la de Mittelman (2002) que cuestiona la tesis que entiende que la globalización es una ficción y afirma que "la globalización constituye un cambio histórico, una transformación que marcó toda una época en el acontecer mundial" (2002:37)

No podemos dar cuenta aquí de un debate que se coloca por fuera de los objetivos de éste trabajo, sin embargo es conveniente dejar estipulado que la existencia o no de la globalización como proceso cualitativamente novedoso depende de la definición teórica construida. En el presente trabajo seguimos (provisoriamente) las consideraciones de los autores que identifican a la globalización como una etapa avanzada en los procesos de conformación del mercado mundial e internacionalización económica que distinguen al capitalismo (Wallerstein 1974, 1981 y 1989; Panitch 1994, Amin 1997a y 1997b, Arriagui 1994 y 1997, Meikins Wood 2000 y 2001). A su vez, cabe aclarar por ser relevante para los fines del trabajo que en la evolución de ambos procesos (la conformación del mercado mundial y la internacionalización) el papel del estado nación ha sido históricamente decisivo.

En esta misma línea aceptamos, a modo de supuesto, a la globalización como un proceso histórico complejo y multidimensional que fundamentalmente se manifiesta, en lo económico. Mas precisamente aceptamos con Garrett (1999 y 2000) y Meikins Wood (2000 y 2001) la propuesta de que estamos en presencia de una economía con mercados cada vez mas internacionalizados. Particularmente podemos distinguir tres procesos económicos que constituirían una acuerdo mínimo sobre la "globalización". A saber, la internacionalización de la producción, la intensificación de la competencia internacional y la ampliación de los mercados financieros.

Ahora bien, luego de obtener una definición precaria de globalización pasemos, pues, a presentar a nuestro otro protagonista: El Estado nacional

La Nación en tiempos de globalización: "los muertos que vos matáis gozan de muy buena salud"

El debate sobre la nación y el Estado nacional es muy amplio. Los estudiosos llevan años discutiendo que es la nación y que relación tiene con el Estado. Con un trazo grueso podemos distinguir tres corrientes que, aún con sus disparidades en su interior, han dominado la escena. Por un lado aquellos que consideran a la nación como una manifestación ontológica indisociable del espíritu del pueblo (volksgeist) A su vez el Estado, en esta corriente, sería la manifestación propia de la totalidad, la concreción de la universalidad propia de un desarrollo histórico que tiende a realizar cierta espiritualidad. Esta idea primordialista de la nación es la que encontramos en los pensadores alemanes, en especial en Herder, Hegel y Fichte. Por otra parte, y como reacción al primer paradigma aparecieron corrientes posmodernas que denunciaron a la nación como un invento quimérico, una operación ideológica discursiva para legitimar el poder de las elites. La nación, de esta manera, no era más que un relato, el cuál habría que deconstruir para entender quién produce esa narración (Said 1996). No obstante, la corriente mas aceptada hoy aquella que defiende a la nación como una construcción moderna.

La modernidad de la nación, entre otros, es defendida por el antropólogo Ernest Gellner (1988, 1998) y el historiador Eric Hobsbawm (1992, 1994). Los trabajos de Gellner son importantes ya que hacen permanente referencia a los grandes cambios ocurridos en Europa y que marcaron el final de una época abriendo paso a la conformación de un nuevo orden social, económico y político

También el filósofo alemán Jürgen Habermas (1998, 2000) -desde la teoría crítica- concibe a la nación como una construcción moderna. Para Habermas luego de la caída de las estructuras feudales y sociales estamentarias del capitalismo temprano la forma de integración social se constituyó en torno a los estados nacionales. Para el autor alemán el éxito del estado nacional se debió a la capacidad que demostró para resolver los problemas suscitados por la fractura del orden social en la temprana modernidad. La forma de organización nacional permitió, por un lado el desarrollo del nuevo modo de producción, y por otro lado facilitó la integración cultural y política mediante una nueva forma de legitimación del poder (la soberanía popular)

Ahora bien, lo que parece una digresión en nuestro plan de trabajo no es tal. El presente escrito toma la concepción de la nación moderna y la referencia a los trabajos de Gellner y Habermas tienen como objetivo renovar la pregunta: si la nación sirvió como espacio de organización para el nuevo momento histórico que significó la modernidad capitalista, ¿es válida ahora que parece que los tiempos han cambiado? ¿Es sostenible esa forma de organización Estatal-nacional en el nuevo contexto?

Para algunos autores el estado nacional es ya una forma caduca que tenderá a desaparecer frente a la inevitable globalización. Susan Strange (1996), por ejemplo, argumenta que si bien el Estado no ha desaparecido el balance en los últimos años se ha inclinado claramente hacia los mercados mundiales en detrimento de los Estados nacionales. Por lo tanto la capacidad de control y de protección a los ciudadanos propia e los Estados ha mermado en el nuevo contexto económico. La afirmación de Strange, de acuerdo a Garret (1999, 2000) no está empíriamente verificada. Por su parte Ellen Meiksins Wood (2000 y 2001), nos ofrece otro argumentos más analítico para justificar la presencia del aparato estatal, _lobalización "en el mercado global, el capital necesita al estado" (2001:81). _loba esta autora norteamericana el capital necesita que el Estado garantice las condiciones de _lobalización_ y de _lobalizaci , además de disciplinamiento laboral y social.

En conclusión, el estado nacional sigue siendo central en el nuevo contexto global, pero ¿hasta que punto mantiene su autonomía?, es posible pensar en estrategias y diseño de políticas nacionales tendientes a hacer frente a los procesos que identificamos como propios de la globalización.

Autonomía nacional o heteronomía global

El concepto de autonomía nacional es polisémico. Una de las posibles entradas al tema nos lleva por los senderos que recuerdan al modelo westfaliano y se vincula directamente a la territorialidad propia del Estado nacional moderno al que nos referíamos en el apartado anterior. En tal sentido hace referencia a que no hay otra autoridad externa que tenga injerencia legítima dentro de los límites territoriales. Un segundo sentido de autonomía se vincula a la capacidad de alcanzar objetivos políticos de forma independiente por parte del Estado nacional. En tanto la primera concepción se refiere a un principio jurídico podemos asociarla a la "soberanía nacional", la segunda se vincula a una cuestión de capacidad que puede admitir grados de mayor o menos autonomía. (Thompson 1985) En este sentido, podríamos distinguir analíticamente la "autonomía" como la capacidad de dictar las propias leyes y directrices en el plano económico, social, político y cultural, mientras reservamos "autodeterminación" para referirnos al principio jurídico que asiste a los pueblos, es decir un principio ligado a la soberanía.

A partir del punto anterior, estamos en condiciones de seguir a Russell y Tolkatlian (2000) que proponen una definición de autonomía vinculado a la realidad latinoamericana. Esta nueva concepción se caracteriza por cambiar el la perspectiva que define autonomía por oposición a dependencia de cualquier otro agente a una definición de autonomía que "se construye con otros, y que llamamos ‘autonomía relacional’" (Russell y Tolkatlian 2000:6)

Esta perspectiva nos permite debilitar las amarras de la vinculación de los niveles de autonomía a políticas nacionales o sub-regionales de aislamiento, de autosuficiencia o de oposición. La definición que sugerimos asigna otro significado a la autonomía como condición. Esta "autonomía relacional" debe entenderse como la capacidad y disposición de los estados para tomar decisiones con otros en forma independiente y para controlar conjuntamente procesos que se producen dentro de sus fronteras. De este modo el nivel de autonomía de una acción de política exterior en América Latina se puede identificar y medir como la habilidad de un país para poner en práctica políticas que sirvan al interés nacional

Sin embargo, en muchos escritos se ha a firmado que esto es imposible. Se ha dicho que la inevitable aceleración de la competencia a nivel global afecta en niveles profundos las decisiones de los gobiernos nacionales. La ya citada Susan Strange, por ejemplo, se ha referido que mientras antes los gobiernos parecían ser quienes dirigían a los mercados, en la actualidad los mercados parecen ser los amos de los gobiernos nacionales (Strange 1996:4)

Si la intervención estatal y las políticas redistribucionistas hacen poco eficaces y competitivos a los estados nacionales, la conclusión sería que es necesario optar y que las políticas intervensionistas podrían conducir a la necesidad de endeudamiento público para financiar el gasto social o una suba de impuesto lo que haría menos atractivo un país para las inversiones.

No obstante, en el complejo proceso aparecen espacios en los que el Estado nación no ha perdido su poder o su capacidad de intervención (Garret 1999, 2000) No se trata de negar la importancia de un proceso social que reestructura las oportunidades políticas internacionales como los detallados en la sección anterior. A pesar de las recetas que se enfrentan a las intervenciones estatales (Coughlin, Cristal y Wood) es posible sin salirnos del plano económico, afirmar con Garrett que es mucho lo que el Estado nacional puede hacer, más allá de garantizar los derechos de propiedad, en referencia al capital humano y a la infraestructura. En el marco de la globalización los Estados nacionales han respondido con estrategias como reorganización de la producción, esquemas de promoción de la inversión y reestructuración de procesos vinculados al trabajo (Mitelman 2002), de la misma manera los estados nacionales tienen la capacidad de diseñar estrategias regionales tenientesa proteger a los ciudadanos y lograr desarrollo económico y social. Mas aún, autores como Pzeworski (1996) han reparado en la importancia de la reducción de las desigualdades para alcanzar la estabilidad social e incluso la medida de distribuir la riqueza tiene por objetivo prevenir los conflictos que pueden poner en peligro la economía de mercado. Indudablemente este es otro papel que el nuevo contexto reserva para el Estado.

La autonomía del estado nacional, que es reestructurada aunque no eliminada en el nuevo orden mundial, puede fortalecerse a partir de la autonomía relacional y en el marco de la integración regional. En estos casos, la autonomía se procura mediante una estrategia de internacionalización o regionalización más que de nacionalización. No sólo, como dice Garrett (1999, 2000) los gobiernos tienen mayor autonomía de lo que ha menudo se presume, sino que no pueden delegar sus responsabilidades como espacios de legitimación democrática y praxis política constitutiva de la polis (Habermas 2000).

Si como afirma Meiksins Wood el Estado en los nuevos tiempos modernos se transforma en agente del proceso e globalización, también es un instrumento que puede brindar posibilidades una integración y diseñar políticas en el nuevo contexto mundial. El principio de soberanía nacional, es un principio jurídico, que aún tiene mucha fuerza y las capacidades propias de la autonomía estatal puede fortalecerse con la autonomía relacional.

Hasta ahora hemos argumentado que la globalización es un proceso social propio del capitalismo, del que podemos dar algunas características en su aspecto económico. Asimismo defendimos la idea que en el nuevo contexto no ha acabado con la autonomía nacional, sino que ha puesto a los Estados frente a nuevos dilemas. Asimismo argumentamos que el Estado nacional puede ser sujeto del proceso de integración a partir de sus decisiones soberanas de con quién cooperar, en qué áreas coordinar políticas y si desea delegar responsabilidad en la toma de decisiones en ámbitos. Sin embargo nos queda por abordar uno de los puntos centrales. ¿Qué tipos de estrategia pueden seguir los estados?

¿Que hacer? Las Estados nacionales latinoamericanos y sus estrategias frente a la globalización

En el apartado anterior defendimos la idea de que los Estados nacionales siguen teniendo una autonomía aún en el nuevo contexto de globalización. Ahora bien, esto no quiere decir –le reiteramos- que desconocemos que ha cambiado el contexto internacional y que dentro de la nueva configuración económica y política los Estados están frente a diferentes opciones. Utilizaremos el concepto de Estructura de Oportunidades Políticas Internacionales para dar cuenta de las posibilidades que los Estados tienen n el nuevo contexto. De esta manera entendemos que en el nuevo contexto los países latinoamericanos del sur encuentran la necesidad de articular diferentes estrategias de integración regional. Un indicio de ello es puede ser la reactivación de la tendencia, en la última década, a constituir acuerdos luego de los intentos de los años ’60 y la primera parte de los 70 (Giacalone 2003)

El problema de los modelos de integración regional adquiere una relevancia fundamental cuando tenemos en cuenta los efectos de los procesos globaizadores en el nuevo contexto mundial. La estrategia de integración regional, como hemos dicho, puede ser una forma de enfrentar problemas contemporáneo frecuentemente asociados al proceso de globalización.

Por ejemplo, la integración regional entre países que pueden complementarse y no competir en todos los casos brinda una posibilidad de abordar problemas medioambientales. Los Estados nacionales, no sólo como argumenta Clark puede contribuir a la preservación del medioambiente mediante la imitación de prerrogativas legislativas de otros países. Además, y en aras de defender los derechos de las generaciones futuras de los propios países, la integración regional puede contribuir por un lado a la elaboración de estrategias regionales en materia de regulación ambiental, por ejemplo a través de normativas conjuntas sobre condiciones de producción sin contaminación. Por otro lado los espacios regionales pueden servir de esfera deliberativa de una serie de entidades civiles y académicas para vincular la participación ciudadana en las cuestiones medioambientales. Es evidente que hay temáticas que solo normativas globales de alcance mundial pueden ser efectivas, en materia de capa de ozono o recalentamiento del planeta poco podrán hacer los bloque regionales sin acuerdos globales. Sin embargo hay otros aspectos medioambientales en las que acuerdos regionales es imperante (tala de bosques, contaminación de ríos) aún más si tenemos en cuenta que las medidas unilaterales por parte de países, por ejemplo, limítrofes puede generar incentivos a las industrias contaminantes para arraigarse en el país vecino. Como el mismo Clark argumenta la acción tendiente a resolver problemas de medio ambiente debe desarrollarse a nivel regional más que a escala meramente nacional o global.

Ahora bien, en el apartado anterior hemos defendido la posibilidad de las políticas de integración regional. Ésta permite a los Estados nacionales ser los agentes del proceso de integración y les posibilita mantener la primacía de la política en los acuerdos regionales: lo que supone, a su vez, una posibilidad de preservar la democracia. Como argumentan Tussie y Woods (2000) en tanto en los espacios multilaterales como la OMC aparezcan como poco transparentes y deslegitimados, la estrategia regional cobrará mas fuerza como mecanismo defensivo (Tussie 1998). Sin embargo cabe aclarar que la vía regional es una herramienta que tiene riesgos para los países latinoamericanos, en especial cuando se trata de la integración hemisférica entre países de desigual desarrollo.

Podemos tomar la tipología para los modelos de integración que propuso la CEPAL en 1994, y que han recuperado en sendos trabajos presentados por FLCASO Isidro Morales (2003) y Mónica Casalet (2003), entre un "regionalismo abierto" que no busca la protección sino la convergencia en procesos de apertura y liberalización con el TLCAN como prototipo y otros procesos como el MERCOSUR que han propuesto otras agendas para la integración política y comercial.

Una de las características que diferencia a los tipos de tratados de integración regional es que algunos vinculan lo que la OMC denomina países desarrollados con países en vías de desarrollo. Así el TELCAN es un ejemplo de la integración de países como México (en vías de desarrollo) y los desarrollados Canadá y Estados Unidos.

Que integración ¿ALCA o MERCOSUR?

La propuesta hecha por el gobierno de Estados unidos de creación del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) en la Primera cumbre de la Américas, realizada en Miami en 1994 despertó, en muchos gobiernos la expectativa de una zona hemisférica de libre comercio. El lanzamiento del ALCA parecía como la expresión continental de los dictados del libre mercado, y a su vez permitiría la creación de un mercado de 800 millones de personas en el que los países de América Latina supuestamente podrían insertar sus productos en el atractivo mercado estadounidense.

El acuerdo fundacional del ALCA se firmó en un contexto particular. Precedido por la firma del TLCAN y al mismo tiempo que muchos países se encontraban llevando a adelante una serie de reformas inspiradas en el "Consenso de Washington". El compromiso en torno a la creación del ALCA, aunque con matices, se confirmó en la reunión de Québec en el 2001. Sin embargo el contexto internacional ya no era el mismo (Serbin 2003). No solo Clinton había fracasado por ocho años obtener el Fast Track que le había permitido firmar el TLCAN, sino que muchos de los gobiernos latinoamericanos, en varios aspectos habían cambiado su disposición hacia la creencia que la total liberalización era la mejor forma de obtener el desarrollo económico. Asimismo, las presiones sociales producto del aumento de la desigualdad y de las nuevas condiciones posteriores al ajuste neoliberal se hicieron sentir, y las disputas por el tratamiento que debía darse a economía manifiestamente desiguales aparecieron sin posibilidades de resolución en las rondas del ALCA.

Es cierto que es posible la integración de países en vias de desarrollo con países desarrollados si se elaboran disposiciones de tratamiento especial, y que éste tipo de tratamientos estaban originariamente en la agenda del ALCA. Sin embargo no hay indicios de un acuerdo en esta materia (Giacalone 2003). La posibilidad de un tratamiento diferenciado para las economías en desarrollo se aleja si tenemos en cuenta que para obtener el Fast Track que tanto se le había negado a Clinton, el actual presidente de Estados Unidos, Gorge W. Bush, realizó importantes concesiones y promesas internas. Bush obtuvo la aprobación de la ley en agosto de 2002 que lo faculta para ejercer la "trade promotion authority", sin embargo para lograrlo llevó a adelante una estrategia de seducción a los sectores mas reticentes a la firma del acuerdo impulsando iniciativas proteccionistas como el incremento de las tarifas de importación de acero y de madera canadiense, además de ampliar los subsidios agrícolas (Serbín 2003), lo que estaría en contra de uno de los principios del ALCA: la eliminación de barreras al comercio no debe excluir a ningún sector" (ACOSTA PUERTAS, 2003).

Esto nos induce a pensar, como afirma Isidro Morales (2003) que la nueva diplomacia comercial de Estados Unidos tiene objetivos más disciplinarios que comerciales. Y que no se vincula estrictamente a la apertura y el reinado del libre mercado en el continente sino el nuevo proyecto hemisférico norteamericano para reconfigurar su hegemonía (Mittelman 2002).

Frente a la virtual parálisis del ALCA producida por tres factores: Políticas internas de EEUU, presiones de la opinión pública, y las reticencias de los gobiernos del sur, se ha incrementado la estrategia bilateral de EEUU, por ejemplo con Chile y con Colombia. En el nuevo contexto de las relaciones interamericanas la estrategia de integración regional cobra aún mayor fuerza.

La estrategia de integración sudamericana tiene un doble alcance, en primer lugar lograr la cooperación para enfrentar los niveles de desigualdad y pobreza presentes, a la vez de lograr la estabilidad. Como segundo objetivo la integración prepara a los estados nacionales del sur para la negociación conjunta en distintos foros, tanto por acuerdos con China, Japón, la Unión Europea y el propio ALCA, como para enfrentar el problema de la deuda externa con los organismos multilaterales (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional) y con los acreedores privados.

Esta es, básicamente, la mirada que tiene Brasil del MERCOSUR como un "proyecto político estratégico impulsado por el Gobierno con la visión de que la integración con Argentina era una oportunidad para crear un nuevo marco de estabilidad, seguridad y desarrollo" (Bott, Delich y Tussie 2003:122) y a la que se sumó decididamente Argentina luego de la asunción del gobierno por parte de Nestor Kirchner en mayo del 2003 (Serbin 2003 y Bott, Delich y Tussie 2003, Bizzozero 2003). De esta manera el proyecto de integración regional permite conservar facultades propias de la autonomía estatal a la vez la posibilidad de generar nuevos arreglos institucionales democráticos para que la integración no pierda legitimidad, por ejemplo la creación de un parlamento con legisladores popularmente electos.

Cabe destacar que son los gobiernos de los Estados nacionales los que diseñan las estrategias y promueven diferentes modelos de integración regional. Lejos de desaparecer la autonomía nacional, los estados y sus gobiernos se encuentran frente a nuevos desafíos. Son los agentes de la globalización, y como dice Leo Panitch (1996), los responsables de las políticas y los intereses a las que se amoldan éstas. Lejos de anular la autonomía estatal, el nuevo proceso del orden internacional pone a los Estados nacionales frene a nuevas encrucijadas, con su acción se afirman las capacidades estatales. En parte estas decisiones se orientan a reforzar o delegar autonomía.

La estrategia de fortalecer el MERCOSUR puede ser una buena política –originada en la autonomía estatal- para evitar ingresar a una ALCA en situación desventajosa y hacerlo con la fuerza relativa de la negociación en bloque. De esta manera la delegación en el bloque regional supondría un mejor juego para proteger la autonomía nacional. Como afirman Botto, Delich y Tussie "el consenso político sobre la profundización del MERCOSUR no parece anclarse en su agenda económica sino en una agenda de coordinación y cooperación social, con un fortalecimiento de las instancias institucionales" (2003:127) A su vez la relación argentino-brasileña produce un reordenamiento de las perspectivas de un bloque regional lo que incide en la agenda sudamericana y la relación de ambos países con Estados Unidos (Bizzozero 2003)

De esta manera los estados nacionales, como sujetos de la política internacional se encuentran en la encrucijada de un regionalismo con fines meramente económicos que "depende de la lógica del capital global, que da incentivos para unirse con el fin de participar en el mercado e incrementar las oportunidades de comercio e inversión" (Mittelman 2002:181) o una integración que busque una orientación política del proceso y que busque legitimidad a al vez que articula políticas de desarrollo integral.

En tal sentido, y si sosteneos con Stiglitz que la globalización tal como fue desarrollada ha tenido un efecto devastador para los países pobres (Stiglitz 2001) podemos argumentar que la estrategia de regionalización de América del Sur puede ser entendida como una política conjunta de los estados nacionales pobres para contrarrestar estos efectos (Puerta Rodríguez 2001) y producir nuevas formas de cooperación-coordinación capaces de generar mejoras en las condiciones de vida de la población y la gobernabilidad de la región.

Conclusión

En el presente ensayo hemos defendido la idea de que en el "nuevo" orden mundial el Estado aún conserva muchas de sus capacidades regulatorias, a la vez que preserva un fuerte peso el principio de autodeterminación ligado a la soberanía nacional. Sin embargo el nuevo contexto pone a los gobiernos y a la sociedad frente a nuevos dilemas -nuevas encrucijadas- ligadas, en el caso que hemos presentado, a la política internacional.

Parece evidente que los Estados deberán hacer utilización de esa soberanía para enfrentar los nuevos desafíos, sin embargo las opciones –los caminos de nuestra encrucijada- son diferentes. Es decir, no se pueden escapar de la situación de tomar decisiones vinculadas a las relaciones internacionales.

La regionalización, hemos argumentado, puede recomponer algunas de las capacidades de regulación del Estado, es decir, puede generar nuevas competencias para asignar y movilizar recursos, establecer prioridades y avanzar en las condiciones de crecimiento y desarrollo. En el nuevo contexto no se produce la desaparición del Estado, sino la reconfiguración del rol que este ocupa en la articulación de mercado y sociedad.

Si bien la estrategia de regionaliación puede recuperar y reforzar ciertas capacidades de protección a los ciudadanos, a la vez que permite una nueva legitimidad si se construyen instituciones democráticas capaces de fortalecer los mecanismos de toma de decisiones y de resolución de conflictos, no toda integración es conveniente.

Para saber qué tipo de integración es la que brinda las mejores perspectivas es preciso definir con claridad los objetivos de la política exterior. Si, como creemos, los Estados tienen un papel activo que jugar en la promoción de políticas tendientes al desarrollo, la distribución del ingreso y la seguridad social será necesario planificar políticas de integración regional que promuevan estos principios. Si, como creemos, los estados nacionales se mantienen como esferas de la formación de la opinión pública y como ámbito de la legitimidad política, las integraciones deberán encontrar la forma de no perder legitimidad democrática.

En definitiva, si como creemos, la autonomía relacional puede contribuir a la autonomía nacional y respetar el principio de legitimidad democrática. Y como argumentamos la estrategia del ALCA responde a un proyecto de geopolítica norteamericano más que a una integración regional democrático deberíamos orientarnos a pensar que, en el caso de los países del sur del continente es imperioso que refuercen su autonomía nacional en conjunto. Es decir diseñen estrategias de integración de forma tal de cooperar en la superación de las desigualdades del continente a partir de una proyecto regional entre países que comparten padecimientos y por lo tanto pueden articular políticas conjuntas.

La encrucijada obliga tomar decisiones, y las promesas de quién quiere la firma con sangre son tentadoras Por lo tanto es necesario que la decisión responda a planes de desarrollo estratégico a mediano y largo plazo pero también que atienda las urgencias de la región. Es imperioso tomar buenas decisiones, democráticas y legítimas porque en la historia real no parece haber una heroína que nos salve de las decisiones equivocadas, no tenemos como en el Fausto de Goethe una Margarita que rescate nuestra alma luego de haber decidido, en la encrucijada, firmar el pacto.

Bibliografía:

 

Martín Retamozo

Nacionalidad: Argentina

martinreta78@hotmail.com

Prof. De Filosofía.

México, 2 de abril de 2004



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